“ Que el maestro no se limite a preguntar al discípulo las palabras de la lección, sino más bien el sentido y la sustancia; que informe del provecho que ha sacado, no por la memoria del alumno, sino por su conducta. Conviene que lo aprendido por el niño lo explique éste de cien maneras diferentes y que lo acomode otros tantos casos para que de este modo pueda verse si recibió bien la enseñanza y la hizo suya, juzgando de sus adelantos según el método pedagógico seguido por Sócrates en los diálogos de Platón. Es signo de crudeza e indigestión el arrojar la carne tal como se ha comido; el estómago no hizo su operación si no transforma la sustancia y la forma de lo que se le diera para nutrirlo. Nuestra alma no se mueve sino por extraña voluntad, y está fijada y constreñida, como la tenemos acostumbrada a las ideas ajenas; es sierva y cautiva bajo la autoridad de su lección: tanto se nos ha subjugado que se nos ha dejado sin libertad ni desenvoltura.
Debe el maestro acostumbrar al discípulo a pasar por el tamiz todas las ideas que le trasmita y hacer de modo que su cabeza no dé albergue a nada por la simple autoridad y crédito.
Quien sigue a otro no sigue a nadie, nada encuentra, y hasta podría decirse que nada busca: que sepa darse razón a menos de lo que sabe. Es preciso que se impregne del espíritu de los filósofos; no basta con que aprenda los preceptos de los mismos; puede olvidarse si quiere cuál fue la fuente de su enseñanza pero a condición de sabérsela apropiar. La verdad y la razón son patrimonio de todos, y ambas pertenecen por igual al que habló antes que al que habla después. Tanto monta decir según el parecer de Platón que según el mío, pues los dos vemos y entendemos del mismo modo. Las abejas extraen el jugo de diversas flores y luego elaboran la miel, que es producto suyo, y no tomillo ni mejorana: así las nociones tomadas a otro, las transformará y modificará para con ellas ejecutar una obra que le pertenezca, formando de este modo su saber y su discernimiento. Todo el estudio y todo el trabajo no deben ir encaminados a distinta mira que a su formación.
El fruto de nuestro trabajo debe consistir en transformar al alumno en mejor y más prudente. Decía Epicarmes que el entendimiento que ve y escucha es el que de todo aprovecha, dispone de todo, obra, domina y reina; todo lo demás no son sino cosas ciegas, sordas y sin alma. Voluntariamente convertimos el entendimiento en cobarde y servil por no dejarle la libertad que le pertenece.
¿Quién preguntó jamás a su discípulo la opinión que formar de la retórica y la gramática, ni de tal o cual sentencia de Cicerón? Son introducidas las ideas en nuestra memoria con la fuerza de una flecha penetrante, como oráculos en que las letras y las sílabas constituyen la sustancia de la cosa. Saber de memoria, no es saber, es sólo retener lo que se ha dado en guarda a la memoria. De aquello que se conoce rectamente se dispone en todo momento sin mirar el patrón o modelo, sin volver la vista hacia el libro. Pobre capacidad la que se saca únicamente de los libros. Transijo con que sirva de ornamento, nunca de fundamento, y ya Platón decía que la firmeza, la fe y la sinceridad constituyen la verdadera filosofía; las ciencias cuya misión es otra, y cuyo fin es distinto, no son mas que puro artificio.
Es el comercio de los hombres maravillosamente adecuado al desarrollo del entendimiento, igualmente que la visita a países extranjeros, no para aprender solamente, como hace la nobleza francesa, los pasos que mide Santa Rotonda o la riqueza de los pantalones de la señora Livia; otros nos refieren cómo la cara de Nerón, conservada en alguna vieja ruina, es más larga o más ancha que la de otra medalla de la misma época. Todas éstas son cosas bien baladíes; se debe viajar para conocer el espíritu de los países que se recorren y sus costumbres y para frotar y limar nuestro cerebro con el de los demás. Yo quisiera que los viajes empezaran desde la infancia, y en primer término, para matar así de un tiro dos pájaros, por las naciones vecinas, en donde la lengua difiera más de la nuestra. Es indispensable conocer las lenguas vivas desde muy niño, de lo contrario, los idiomas no se pliegan luego a la pronunciación.
La frecuentación del mundo y el trato de los hombres procuran clarividencia de juicio; vivimos como encerrados en nosotros mismos; nuestra vista no alcanza más allá de nuestras narices. Preguntado Sócrates por su patria, no respondió soy de Atenas, sino soy del mundo. Como tenía la imaginación amplia y comprensiva, abrazaba el universo cual su natal, extendiendo su conocimiento, sociedad y afecciones a todo el género humano, no como nosotros que sólo extendemos la mirada a lo que cae bajo nuestro dominio
Considerando nuestras guerras intestinas, ¿quién no juzga que el mundo se derrumba y que tenemos encima el día del juicio final? Al abrigar tal creencia no se para mientes en que mayores males han acontecido, ni tampoco que en las diez mil partes del universo las cosas no van mal en igual momento.
Este mundo dilatado, que algunos multiplican todavía como las especies dentro de su género, es el espeje en que para conocernos fielmente debemos contemplar nuestra imagen. En conclusión, mi deseo es que el universo entero sea el libro de nuestro escolar. Tal diversidad de caracteres, sectas, juicios, opiniones, costumbres y leyes, enséñanos a juzgar rectamente de los nuestros peculiares, y encamina nuestro criterio al reconocimiento de su imperfección y de su natural debilidad; este aprendizaje reviste la mayor importancia, tantos cambios surgidos, así en el Estado como en la pública fortuna, nos enseñan a no admirarnos de la nuestra; tantos nombres, tantas victorias y conquistas, éstas y aquéllos enterrados en el olvido, hacen ridícula la esperanza de eternizar nuestro nombre por el mérito de habernos apoderado de diez mezquinos soldados y de un gallinero, cuya existencia salió a luz por la nueva de nuestra acción; la vanidad y el orgullo de tantas extrañas pompas, la majestad inflada de tantas cortes y grandezas nos afirma y asegura en la consideración de la nuestra, haciendo que la juzguemos atinadamente, con ojos serenos; tantos millares de hombres que vivieron antes que nosotros fortifícannos y nos ayudan a no temer el ir a encontrar al otro mundo tan excelente compañía. Nuestra vida, decía Pitágoras, se asemeja a la grande y populosa asamblea de los juegos olímpicos; unos ejercitan su cuerpo para alcanzar renombre en los juegos; otros en el comercio para lograr ganancia, y otros hay, que no son ciertamente los más insignificantes, cuyos fines consisten sólo en investigar la razón de las cosas y en ser pacíficos espectadores de la vida de los demás hombres para ordenar y juzgar la suya propia.
ALGUNAS CITAS EN EL TEXTO
“Che non men che saver, dubbiar m'aggrata”
No solo saber, sino que dudar me gusta
(DANTE: “El infierno”, La comedia, I, xi, 93)
“Sapere aude, | |||
incipe: vivendi recto qui prorogat horam | |||
rusticus espectat dum defluat amnis; at ille | |||
labitur, et labetur in omne volubilis aevum” |
Determinate a ser virtuoso, empieza; diferir la mejora de la propia conducta, es imitar la simplicidad del viajero que, encontrando un río en su camino, aguarda que el agua haya pasado; el río corre y correrá eternamente.
(HORACIO, Epíst., II, 1, 40.)
Nota: este célebre cita fue interpretada por El filósofo ilustrado Emanuel Kant en el siglo XVIII: “ ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! He aquí el lema de la Ilustración.”
(MICHEL DE MONTAIGNE: “Sobre la educación infantil”, Ensayos, I , 25)
Esas célebres consideraciones de Míchel de Montaigne sobre la educación infantil y juvenil no cayeron en saco roto. De hecho, son de común aplicación en los nuevos métodos de enseñanza basados en los llamados casos de estudio, que conceden más importancia a la experimentación que a la repetición memorística, sea este método considerado un bien o un mal.
Comunes, si, hoy. Pero fueron escritas hace más de quinientos veinte años -y las citas clásicas a las que recurre Montaigne tienen algunas dos mil quinientos años de antigüedad.
Fueron escritas cuando las guerras de religión entre católicos y protestantes asolaban Europa, y cuando la conquista de América conllevó el sometimiento de poblaciones consideradas bárbaras porque pensaban y creían de manera distinta, en distintos dioses, a la y los de los conquistadores.
Las reflexiones de Montaigne sobre la educación pronto se aplicaron.
Fue una sobrina suya, Jeanne de Lestonnac, que vivía, al igual que su tío, en la ciudad de Burdeos, las que las implementó.
Quedó viuda con siete hijos -cinco sobrevivieron- que educar. Después que hubieran abandonado el hogar, arruinada, entró en las órdenes, que pronto abandonó. El régimen conventual era estéril y durísimo.
Decidió crear su propia orden, con una única finalidad: la educación infantil y juvenil femenina, que aplicaría las enseñanzas de su tío -opuesto a la obcecación de las religiones, y a los edictos impuestos a sangre y fuego, dictados por la fe ciega (como si fueran incuestionables) y no por la razón-, junto con las del luteranismo y de Ignacio de Loyola -los jesuitas fueron uno de sus modelos: unas enseñanzas muy distintas de los preceptos morales de la Inquisición (iniciada en el Sacro Imperio Germánico).
Consideraba que la falta de educación femenina era una de las asignaturas por resolver.
Las clases, organizadas por edades, enseñaban a leer, escribir y sumar. Las estudiantes eran internas y externas.
Pronto, sus métodos se expandieron, por las colonias americanas, y por Europa.
El primer centro educativo fuera del reino de Francia, se ubicó en la ciudad Barcelona a principios del siglo XVII, tras la aprobación por el consejo que regía la ciudad: un centro de estudios en la calle denominada aún hoy calle de la Enseñanza.
Los tiempos eran aún más duros que en la época en que Montaigne vivió. La llamada Guerra de los Treinta Años, una Guerra de religión entre católicos y protestantes, entre Francia y el Sacro Imperio Germánico -que incluía el reino de España- arrasó a Europa, con una particular violencia en el antiguo Reino de Aragón que llegaría a ponerse bajo el cobijo del rey de Francia, para evitar a los mercenarios germánicos, cuyos desmanes, asolando tierras de cultivo, suscitaron la revuelta de los campesinos (los segadors, en catalán).
El colegio se mantuvo hasta mediados del XIX. Su degradada condición conllevó su derribo, pero no la suspensión de los estudios para mujeres que siguieron hasta hoy.
Nuestra educación es deudora de Erasmo, Montaigne y Jeanne de Lestonnac -y de los pensadores greco-latinos, en último término.
No veremos si de aquí a quinientos años se canten las virtudes de los jerarcas del Valle de Silicon.
Para E.R. educada en el Colegio de Lestonnac