El gigantesco aeropuerto de Castellón fue ideado y promovido por Carlos Fabra, presidente del Partido Popular de la región.
Es lógico que una estatua a la altura del prócer se levante en la entrada del recinto: veinticuatro metros de alto, treinta toneladas, y trescientos mil euros.
Se trata de una obra simbólica: una figura con cuatro rostros (que mira hacia los puntos cardinales, que controla las cuatro regiones del mundo, como un Atlas, una divinidad omnisciente, con un ojo abierto al mundo, y otro cerrado, vuelto al mundo interior), con la boca abierta y narices tuberculares, que se asemeja al gran Mario Bros, se alza, sobre unas piernas enfundadasen lo que parecen botas de siete leguas o guardabarros (no se detiene ante nada) y tiende una mano con los dedos, como garras, ávidamente extendidos. De cabeza emergerá un avión: la idea materializada.
Esta obra delicada es del gran escultor
Juan Ripollés, en cuya web personal se anuncia él mismo modestamente: "Ripollés también ha sabido redefinirse porque nunca ha permanecido estático a los cambios. Y ha hecho ese rejuvenecimiento en forma de transiciones reposadas que, hoy en día, permiten comprobar la evolución de una obra pictórica y escultórica distinta en cada periodo pero única en un atributo esencial: toda ella está hecha por un genio."
Nadie mejor que él para traducir plásticamente los cambios que la velocidad supersónica evoca: "es un artista de una imaginación inagotable, sensible a lo que le rodea y con un talento exclusivo para reinterpretar su entorno a través de la pintura, la escultura o el grabado".
En efecto, el artista ha declarado: "una figura a la que le saldrá de la cabeza un avión, ese es el germen y el esperma del nacimiento de la obra". Ésta es, pues, una creación viva; y la creación se equipara con la procreación. Ripollés es, así, un verdadero genio, capaz, literalmente de crear vida. Su obra es su hijo. Y él es su Padre, un dios.
Sin embargo, Carlos Fabra matiza: "Ripollés se ha inspirado en mí, y no creo que inmerecidamente". Esta frase, por si misma, no afecta la condición de genio de Ripollés, aunque si la hace tambalear: un genio no se inspira en nada y nadie. Crea, y su creación en una obra única, que no se parece a nada ni a nadie.
Sin embargo, Fabra añade: "si además inspirara a las musas ya sería perfecto". Fabra no solo inspira a Ripollés, sino que hasta alienta a las mismas musas. o Musas.
Veamos: las Musas son las diosas de la inspiración. Son las diosas (hijas de la Memoria) que soplan al poeta lo que tiene que escriben. Le dictan los versos, y le hacen ver al artista plástico lo que tiene que pintar y esculpir, guiándole la mano si hiciera falta. Las Musas son la causa trimera de la creación. Sin ellas, no habría arte.
Pero aquí, las Musas no son las verdaderas responsables de la creación. Fabra está por encima de ellas. Las domina, las alienta. Las Musas tan solo median entre Fabra y Ripollés, el prócer y el artista.
El artista, Ripollés, se había presentado como un dios. Los dioses son omnipotentes. Éste, sin embargo, se inclina ante Fabra, una divinidad, sin duda, mayor. Fabra es Dios.
Ante semejante figura, cualquier estatua es pequeña. Ninguna podrá dar cuenta de la grandeza de Fabra.
Por eso, sin duda, la obra cuesta tan poco, "un coste muy inferior a la media de otras esculturas de aeropuertos provinciales -desconocía que existían tarifas para estatuas de aeropuertos de esta clase-", y el artista, pese a ser un genio -"oriundo de Castellón"-, "ha renunciado a percibir ningún canon artistico".
Se ha inclinado ante la poderosa mente de Fabra, capaz de alumbrar aviones y aeropuertos que ni siquiera necesitan ser usados. La utilidad, la función siempre es servil. El arte, el gran arte, como es la gran obra de Fabra, el aeropuerto, siempre es inútil. El resto es obra de artesanos.
Pero es que Ripollés "es un revolucionario, un rebelde vitalicio en tiempos de alianzas internacionales económicas, culturales y políticas (...) Artista mediterráneo, de perfil heleno y barba florida y franciscana, dentro de su estética perenne de algodón conviven el creador y el hombre".
Fabra y Ripollés están hechos el uno para el otro, y tenían que encontrarse; Fabra, inspirar al genio, y el genio, plasmar la la idea alzándose de la augusta testa del anterior.
Los genios siempre se reconocen, y dialogan en las alturas.
Y los súbditos se inclinan y pagan.
Por cierto, ¿qué nos ha costado el encuentro entre el gran Millet y todos los próceres políticos, financieros y culturales?
¡Ah!, los misterios de la creación.