La muralla de la pequeña ciudad licia de Oenoanda (hoy, en la costa turca) -bajo dominio del Imperio Romano-, cerca de una torre de defensa, mirando hacia el sol del amanecer, poseía una piedra cuidadosamente tallada inscrita, perfectamente insertada entre los bloques, a mediados del siglo II dC.
La inscripción contiene uno de los textos más hermosos de la tardo-antigüedad sobre la naturaleza de la divinidad.
Acerca de este texto, de díficil lectura, se sabe, gracias al autor cristiano primitivo Lactancio, que recoge la respuesta de Apolo a una pregunta de unos ciudadanos angustiados sobre las fuerzas del más allá.
Justo debajo de la inscripción, una pía ciudadanoa depositó una lámpara de aceite, permanentemente encendida, en una hornacina. Texto y luz protegían la ciudad en una época incierta. Sobre todo, porque evocaban la figura del dios protector de puertas y murallas: Apolo el Arquero.
La respuesta oracular había sido emitida por Apolo de Colofón en su santuario de Claros que, en época romano-imperial, había reemplazado al decaído santuario de Delfos, otrora centro del mundo: Oriente, y ya no Grecia, era el motor religioso y cultural del Imperio.
Y Apolo dijo a través de sus mensajeros:
"Nacido de sí-mismo, no enseñado por nadie, sin madre, indesplazable,
No dejando lugar a ningún nombre, susceptible de nombres múltiples, morando en el fuego,
Tal es dios: nosotros, los mensajeros (angeloi), somos una parte de Dios".
Esta definición de la divinidad, planteada en términos negativos (Dios no es eso o aquello) y paradójicos (no tiene nombre y los posee todos), una práctica habitual tanto en el mundo pagano (platónico) como cristiano, revela una concepción monoteista de la divinidad, que impresionó a autores cristianos primitivos e incluso les llevó a engaño: para algunos, era una sentencia de Cristo. Para otros, revelaba una sabiduría que entroncaba con Egipto.
Desde luego, el texto manifiesta la concepción de la omnipotencia de Apolo, su función de protector de ciudades, las inciertas fronteras entre creencias politeístas y monoteístas al final del Imperio (la lámpara, que alude a la luz de dios, remite a la concepción zoroastriana de dios, y reaparecerá en el islam), y la grandeza de la concepción griega (helenística) de la divinidad.
Ante Apolo, Cristo -considerado un nuevo Apolo, y retratado a menudo como Apolo -como, por ejemplo, en el Juicio Final de Miguel Ángel-, ¿era necesario? ¿No era, acaso, Apolo revivido?
Bibliografía recomendada: