jueves, 18 de marzo de 2010
Yuri Norstein: El cuento de los cuentos (parte I) (1979)
"In 2003 at Laputah Animation Festival in Tokyo 140 directors and critics from all over the world called it the second best film of all times".
El origen de la arquitectura, según Claude Parent
El Museo de la Arquitectura de París (Cité de l´Architecture et du Patrimoine) presenta una antológica del arquitecto francés Claude Parent, aún activo (nació en 1923), si bien sus proyectos más conocidos son de los años sesenta del siglo pasado.
La obra de estilo brutalista tiene un interés relativo -a mi parecer- si bien Parent (responsable, muy controvertido, de los proyectos de las principales centrales nucleares francesas en los años setenta) trabajó con el pintor Yves Klein, el escultor Jean Tingely y el filósofo Paul Virilio.
Sin embargo, la muestra, montada por Jean Nouvel, concluye con un documental apasionante en el que Parent expone, durante una entrevista realizada el año pasado, su ideario.
Según Parent, el origen de la arquitectura, la primera obra, situada en el centro de la naturaleza, es un muro; un muro recto, bien aparejado, en medio del mundo. Gracias a un muro, el ser humano puede apoyarse, esconderse, incluso protegerse. El muro es la forma básica, la primera forma, la intervención primera del hombre en la tierra. Un muro guarece, puede brindar una sombra, y ofrece un sólido apoyo. Junto a él, adosado contra él, el ser humano descansa. Un muro muestra cómo el ser humano se apodera de la naturaleza y la modifica: introduce la geometría allí donde (aún) no imperan las formas geométricas; introduce orden y escala; y permite que la naturaleza se convierta en un paisaje que se abre ante la vista del hombre admirado apoyado sobre el canto de un murete.
Sin embargo, como señala agudamente Parent, el muro, que es la salvación del hombre, perdido hasta entonces en el mundo, es también su condena: le protege de los elementos, pero le separa de los suyos. Un muro se constituye en una frontera, una barrera infranqueable. Se fortifica. Divide a los humanos, ubicados desde entonces a lado y lado del corte violento que el muro introduce. El espacio se encoge, entonces, reduciéndose a una franja alargada a lo largo de la frontera. Un muro obliga a caminar en una dirección única, constriñe el avance del ser humano, impidiéndole explorar la totalidad del mundo. Se instaura no solo un interior y un exterior, sino espacios propios y ajenos, facultados y prohibidos, la nuestro y los páramos de "los otros". Un muro es una construcción real y metafórica. Impide ver más allá.
ocurre que un muro, prosigue Parent, tiene que ser franqueable. Es necesario que se abran, que se "habiliten" pasos, para que la circulación de personas, bienes e ideas pueda llevarse a cabo según las cuatro direcciones del espacio. Un muro solo es "habitable" si conjuga el recogimiento y la apertura, la línea recta y el deambular por los márgenes, el avance decidido y el zigzagueante.
Entre los muretes de piedra que organizan los campos y permiten el cultivo en terrazas, y los muros de defensa y de partición, la transición es lenta pero ineludible. Un muro apela a la organización, es decir, a la división, también. Son el signo de nuestra apropriación del mundo, de la reducción de éste en favor nuestro, en detrimento de "los otros". El muro es consustancial al hombre -al humano en tanto que humano, al humano que actúa, que hace (o crea)-. Un muro siempre tendrá dos caras. Nos organiza, nos estructura -y, entonces, nos segrega.
http://www.citechaillot.fr/vod.php?id=101
miércoles, 17 de marzo de 2010
Sala de estar
"Tout le malheur de l'homme vient d'une seule chose, qui est de de ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre. Un homme qui à assez de bien pour vivre, s'il savait demeurer chez soi avec plaisir, n'en sortirait pas pour aller sur la mer ou au siège d'une place. On n'achète une charge à l'armée, si chère, que parce qu'on trouverait insupportable de ne bouger de la ville. Et on ne recherche les conversations et les divertissements des jeux que parce qu'on ne peut demeurer chez soi avec plaisir." (Pascal, "Divertissement", Pensées, 139)
Cita aportada por Juliá Justes
Cita aportada por Juliá Justes
domingo, 14 de marzo de 2010
El ilusionista y el fundador, según Platón (o el arquitecto como artista verdadero)
Cy Twombly: Platón (1974), dibujo sobre papel, 100x70 cm
La dura condena (al destierro o a muerte) de los artistas miméticos (poetas, pintores, actores, ilusionistas, titiriteros, etc.), y de todas las imágenes naturalistas (artísticas o naturales, como los reflejos en el agua o unasuperficie bruñida, y los espejismos), por parte de Platón, es conocida y, desde siempre, su posición teórica y vital ante los ilusionistas ha sido difícilmente aceptada.
Esta postura, defendida en diálogos como La República o el Ion, fue matizada en los textos tardíos El sofista, y Las leyes, en los que reconocía el valor de las imágenes geométricas, no naturalistas, por su capacidad de evocar formas ideales y de ayudar, como los muy posteriores iconos bizantinos (justificados por los Padres de la Iglesia a partir de Platón y de autores neoplatónicos como Plotino), a quienes no estaban debidamente instruidos o adiestrados en el "arte" de concebir o intuir ideas sin soporte material o visual.
Sin embargo, el diálogo La República, en el que Platón trata tan duramente a los poetas y los artistas plásticos (pese a reconocer el encanto de los versos de Homero), contiene una hermosa y sorprendente afirmación: frente a los poetas, cuyas obras -que cuentan hechos que no deberían contarse (la vida "disoluta" de los dioses), o que los cuentan mal (describen a los dioses como disolutos, cuando no podían serlo, por ser el origen del bien)- son atacadas (mientras que aquéllos son proscritos), son defendidos por Sócrates quienes se comportan como "oíkistaí póleoos" (Rp., 379a).
¿Quiénes son, y qué hacen?
Los traductores modernas suelen escribir: "fundadores del estado".
Sin embargo, una traducción literal sería más bien: "instaladores, fundadores o constructores de las estructuras físicas y legales de una ciudad". Oikidzoo signica establecer (en) una morada, construir. Oikos era morada (home, en inglés); domos, casa, construcción (en inglés, house). Quienes actuaban como oikistaí poleoos eran quienes habilitan el espacio y lo convertían en un abrigo protector, en un lugar habitable, quienes transformaban el espacio en un lugar, una morada: una ciudad o, mejor dicho, un espacio urbano, urbanizado, una tierra donde se practica la urbanidad, donde se "guardan las formas", se depositan, como si del más preciado tesoro se tratara.
Se trataba de construir con justicia, con fundamentos. La arquitectura era, sí, aceptada, en tanto que consistía en un arte fundado; apoyado en estructuras físicas y legales, dotado de "normas" -de trazos, límites y edictos- que ponían coto -y acotaban- la naturaleza indómita, nocturnal fuente de males.
Solo los legisladores estaban capacitados y tolerados para fundar ciudades: eran filósofos y arquitectos: construían y dictaminaban, formaban y educaban.
La arquitectura, en tanto que arte capaz de poner orden (en el espacio y entre los hombres), de crear comunidades (cívicas y civilizadas), era la única actividad creativa que Platón defendía, precisamente por su poder de fundar un orden armónico en la tierra, de unir el cielo y la tierra, de proyectar el empíreo sobre el barro. La unión entre lo celestial y lo terrenal, que Platón echaba en falta en las artes miméticas -ya que se contentaban con producir ilusiones "sin fundamento"- se lograba solo en la filosofía, la política y la arquitectura, artes o tareas que Platón no distinguía intencionadamente, porque todas eran practicadas por unas mismas personas con el fin de formar espacios acotados ciudadanos, espacios de libertad donde los mortales se convertirían en ciudadanos.
Fue Platón el primero que supo ver la verdadera función de la arquitectura. Y quizá el último.
Sobre la ciudad verdadera, véase un texto fundamental, sobre el que se deberá volver:
Leo Strauss: "Sobre La República de Platón", La ciudad y el hombre, Katz, Buenos Aires, 2006 (1a ed. inglesa, 1964), ps. 79-200
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