Helicópteros sobre Bagdad
Bajo un cielo límpido y frío -que sorprende tras las áridas recientes tormentas de polvo-, contemplamos toda la ciudad de Bagdad desde la terraza, en la onceava planta del hotel Al-Mansoor, y los disparos fosforecentes -un fogonazo naranja, como gotas de zumo de naranja vertidas en el agua-, seguidos de una nubecilla blanca, de uno de los helicópteros militares que sobrevuelan un barrio de casas bajas, al norte, no lejos de donde nos hallamos.
Fotografiamos el Ministerio de Planificación Urbana, de Gio Ponti, situado al sur, justo enfrente del hotel, a las puertas de la Zona Verde, cuidando parapetearnos, ya que guardias norteamericanos allí asentados no cesan de escudriñar con potentísimos catalejos todo lo que puede ocurrir fuera de esta Zona, y mandan de inmediato soldados a que detengan a quienquiera fotografíe la Zona Verde, incluso desde lejos.
El congreso empieza mañana. Hoy es festivo: una importante fiesta kurda (que tiene lugar durante el equinocio) asumida como propia por todo Irak (cuyo presidente es kurdo).
El director de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Bagdad nos invita a almorzar a su hogar, no lejos del hotel, en un barrio construido a principios de los años ochenta por orden de Sadam Hussein: altos bloques de pisos de piezas de hormigón prefabricadas -que se degradan por errores de diseño y se recalientan-, proyectados por una constructora norteamericana, a lo largo de una avenida demasiado ancha, bajo un sol que en pocas semanas se volverá inclemente.
Nos cuentan cómo Sadam Hussein ordenaba detener (y hacer desaparecer) a familiares hasta de cuatro grado de cualquier prisionero político, por lo que nadie se atrevía a suplicar la devolución de los cuerpos de los ajusticiados -para poder enterrarlos-, a fin de no darse a conocer. Labios siempre sellados por el miedo.
Y nos cuentan también cómo los soldados norteamericanos, tras entrar, en dos días distintos, en Bagdad, incitaron a los iraquíes a que vaciaran o saquearan bibliotecas, archivos y la filmoteca -que lo perdió todo-, explicándoles que, habiendo caído Sadam Husein, todo lo allí atesorado era por fin del pueblo, era suyo. Una parte de lo robado ha acabado en colecciones norteamericanas; cuentan cómo Irak fue vencido, no por haber sido conquistado, sino por la destrucción de su pasado.
Fuera hace aún más frío.
domingo, 21 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
Crónica de Bagdad: 20 de marzo de 2010
Gio Ponti: Ministerio de Planificación (1957-58); restauración tras ser gravemente dañado en 2003 (Marzo de 2010)
Centro de la ciudad de Bagdad, marzo de 2010
A las siete y media de la mañana, el aeropuerto estaba tomado por una invasión de cuerpos de seguridad privados norteamericanos, anabolizados dobles de Bruce Willis.
Bagdad sigue partida por muros de hormigón, y la circulación, siempre en coche, interrumpida sin cesar por controles más largos que el año pasado, ya que los soldados temerosos buscan materiales explosivos debajo de los coches, con detectores de fabricación china de manejo muy impreciso.
Es la tercera visita a Bagdad en dos años, y nunca como ahora el ejército -en parte aún norteamericano- había sido tan visible, estado tan presente. La ciudad estaba salpicada de tanquetas y recorrida por camionetas atestadas de soldados armados hasta los dientes. Los helicópteros militares vuelan cada vez más bajo, y el ritmo endiablado y el bramido ensordecedor que los envuelve interrumpe a cada momento las conversaciones.
Hace mucho frío -sopla un viento que en España diríamos que viene del norte- pero el día es luminoso y seco. La primavera despunta y Bagdad está salpicada de flores diminutas que crecen por entre las grietas del hormigón o del asfalto labrado.
Aunque el congreso sobre rehabilitación de los centros históricos de Irak (que motiva esta visita) comienza el lunes en el hotel Al-Mansoor (donde todos los asistentes se alojan) -que aún guarda las huellas en la fachada del último atentado-, la mayoría de los ponentes iraquíes en el exilio han llegado.
Un grupo de arquitectos y promotores invitaban hoy a comer en el palmeral de su estudio (una villa de los años setenta rodeada de jardines), al borde del Tigris.
La mayoría de los arquitectos iraquíes en el exilio hace casi veinte años que no han regresado a Bagdad. Se reencuentran con antiguas alumnas, hoy madres de familia o incluso abuelas. Familias rotas se vuelven a ver por vez primera desde la guerra entre Irak e Irán. Hermanos separados, tíos y sobrinos que no se habían vuelto a ver, amigos que solo tenían noticias mutuas por teléfono se abrazan casi con desesperación. Han perdido a hermanos mayores colgados (por el simple hecho de haber grabado con un radiocasette una ceremonia en una mezquita, considerado un gesto pro-iraní), a benjamines torturados hasta la muerte, a padres o hermanos asesinados, a familiares gaseados por el régimen de Sadam Hussein en los años ochenta o noventa. Algunos han fallecido en la cárcel. Hablan a borbotones y un tanto desorientados y el llanto les impide seguir. Se excusan y tratan de sonreir.
Se nos muestra un ambicioso proyecto de rehabilitación de la larga calle porticada de Rashid (que cruza toda la ciudad, paralelamente al río), abierta, a imitación de la calle de Rivolí de París, entre 1910 y 1920, y hoy destrozada por las bombas de los suicidas y sobre todo por propietarios ávidos o incultos que, con la complicidad comprada de funcionarios, echan abajo espléndidos edificios catalogados con delicadas fachadas de madera labrada, para levantar bloques con muros cortina baratos de colores chillones vendidos por China.
La calle es hoy en eje informe y devastado, en el que cada día desaparece un elemento notable que alimenta la memoria de los bagdadís.
El proyecto de rehabilitación es valiente y respetuoso; pero los asistentes saben que, en la Bagdad de hoy, no podrá llevarse a cabo. Y, sin embargo, no cesan de luchar por recuperar la ciudad, sabiendo que se trata de un esfuerzo incierto, posiblemente inútil.
En Barcelona, caen cuatro copos y nos manifestamos porque se nos mojan los pies.
Centro de la ciudad de Bagdad, marzo de 2010
A las siete y media de la mañana, el aeropuerto estaba tomado por una invasión de cuerpos de seguridad privados norteamericanos, anabolizados dobles de Bruce Willis.
Bagdad sigue partida por muros de hormigón, y la circulación, siempre en coche, interrumpida sin cesar por controles más largos que el año pasado, ya que los soldados temerosos buscan materiales explosivos debajo de los coches, con detectores de fabricación china de manejo muy impreciso.
Es la tercera visita a Bagdad en dos años, y nunca como ahora el ejército -en parte aún norteamericano- había sido tan visible, estado tan presente. La ciudad estaba salpicada de tanquetas y recorrida por camionetas atestadas de soldados armados hasta los dientes. Los helicópteros militares vuelan cada vez más bajo, y el ritmo endiablado y el bramido ensordecedor que los envuelve interrumpe a cada momento las conversaciones.
Hace mucho frío -sopla un viento que en España diríamos que viene del norte- pero el día es luminoso y seco. La primavera despunta y Bagdad está salpicada de flores diminutas que crecen por entre las grietas del hormigón o del asfalto labrado.
Aunque el congreso sobre rehabilitación de los centros históricos de Irak (que motiva esta visita) comienza el lunes en el hotel Al-Mansoor (donde todos los asistentes se alojan) -que aún guarda las huellas en la fachada del último atentado-, la mayoría de los ponentes iraquíes en el exilio han llegado.
Un grupo de arquitectos y promotores invitaban hoy a comer en el palmeral de su estudio (una villa de los años setenta rodeada de jardines), al borde del Tigris.
La mayoría de los arquitectos iraquíes en el exilio hace casi veinte años que no han regresado a Bagdad. Se reencuentran con antiguas alumnas, hoy madres de familia o incluso abuelas. Familias rotas se vuelven a ver por vez primera desde la guerra entre Irak e Irán. Hermanos separados, tíos y sobrinos que no se habían vuelto a ver, amigos que solo tenían noticias mutuas por teléfono se abrazan casi con desesperación. Han perdido a hermanos mayores colgados (por el simple hecho de haber grabado con un radiocasette una ceremonia en una mezquita, considerado un gesto pro-iraní), a benjamines torturados hasta la muerte, a padres o hermanos asesinados, a familiares gaseados por el régimen de Sadam Hussein en los años ochenta o noventa. Algunos han fallecido en la cárcel. Hablan a borbotones y un tanto desorientados y el llanto les impide seguir. Se excusan y tratan de sonreir.
Se nos muestra un ambicioso proyecto de rehabilitación de la larga calle porticada de Rashid (que cruza toda la ciudad, paralelamente al río), abierta, a imitación de la calle de Rivolí de París, entre 1910 y 1920, y hoy destrozada por las bombas de los suicidas y sobre todo por propietarios ávidos o incultos que, con la complicidad comprada de funcionarios, echan abajo espléndidos edificios catalogados con delicadas fachadas de madera labrada, para levantar bloques con muros cortina baratos de colores chillones vendidos por China.
La calle es hoy en eje informe y devastado, en el que cada día desaparece un elemento notable que alimenta la memoria de los bagdadís.
El proyecto de rehabilitación es valiente y respetuoso; pero los asistentes saben que, en la Bagdad de hoy, no podrá llevarse a cabo. Y, sin embargo, no cesan de luchar por recuperar la ciudad, sabiendo que se trata de un esfuerzo incierto, posiblemente inútil.
En Barcelona, caen cuatro copos y nos manifestamos porque se nos mojan los pies.
viernes, 19 de marzo de 2010
Tocho pocho
Tocho estará interrumpido o semi-operativo en función de los acontecimientos desde el 27 de marzo hasta el 5 de abril, por un viaje de una semana a Bagdad (y Kerbala) -y, luego, a Sofía.
jueves, 18 de marzo de 2010
Yuri Norstein: El cuento de los cuentos (parte I) (1979)
"In 2003 at Laputah Animation Festival in Tokyo 140 directors and critics from all over the world called it the second best film of all times".
El origen de la arquitectura, según Claude Parent
El Museo de la Arquitectura de París (Cité de l´Architecture et du Patrimoine) presenta una antológica del arquitecto francés Claude Parent, aún activo (nació en 1923), si bien sus proyectos más conocidos son de los años sesenta del siglo pasado.
La obra de estilo brutalista tiene un interés relativo -a mi parecer- si bien Parent (responsable, muy controvertido, de los proyectos de las principales centrales nucleares francesas en los años setenta) trabajó con el pintor Yves Klein, el escultor Jean Tingely y el filósofo Paul Virilio.
Sin embargo, la muestra, montada por Jean Nouvel, concluye con un documental apasionante en el que Parent expone, durante una entrevista realizada el año pasado, su ideario.
Según Parent, el origen de la arquitectura, la primera obra, situada en el centro de la naturaleza, es un muro; un muro recto, bien aparejado, en medio del mundo. Gracias a un muro, el ser humano puede apoyarse, esconderse, incluso protegerse. El muro es la forma básica, la primera forma, la intervención primera del hombre en la tierra. Un muro guarece, puede brindar una sombra, y ofrece un sólido apoyo. Junto a él, adosado contra él, el ser humano descansa. Un muro muestra cómo el ser humano se apodera de la naturaleza y la modifica: introduce la geometría allí donde (aún) no imperan las formas geométricas; introduce orden y escala; y permite que la naturaleza se convierta en un paisaje que se abre ante la vista del hombre admirado apoyado sobre el canto de un murete.
Sin embargo, como señala agudamente Parent, el muro, que es la salvación del hombre, perdido hasta entonces en el mundo, es también su condena: le protege de los elementos, pero le separa de los suyos. Un muro se constituye en una frontera, una barrera infranqueable. Se fortifica. Divide a los humanos, ubicados desde entonces a lado y lado del corte violento que el muro introduce. El espacio se encoge, entonces, reduciéndose a una franja alargada a lo largo de la frontera. Un muro obliga a caminar en una dirección única, constriñe el avance del ser humano, impidiéndole explorar la totalidad del mundo. Se instaura no solo un interior y un exterior, sino espacios propios y ajenos, facultados y prohibidos, la nuestro y los páramos de "los otros". Un muro es una construcción real y metafórica. Impide ver más allá.
ocurre que un muro, prosigue Parent, tiene que ser franqueable. Es necesario que se abran, que se "habiliten" pasos, para que la circulación de personas, bienes e ideas pueda llevarse a cabo según las cuatro direcciones del espacio. Un muro solo es "habitable" si conjuga el recogimiento y la apertura, la línea recta y el deambular por los márgenes, el avance decidido y el zigzagueante.
Entre los muretes de piedra que organizan los campos y permiten el cultivo en terrazas, y los muros de defensa y de partición, la transición es lenta pero ineludible. Un muro apela a la organización, es decir, a la división, también. Son el signo de nuestra apropriación del mundo, de la reducción de éste en favor nuestro, en detrimento de "los otros". El muro es consustancial al hombre -al humano en tanto que humano, al humano que actúa, que hace (o crea)-. Un muro siempre tendrá dos caras. Nos organiza, nos estructura -y, entonces, nos segrega.
http://www.citechaillot.fr/vod.php?id=101
miércoles, 17 de marzo de 2010
Sala de estar
"Tout le malheur de l'homme vient d'une seule chose, qui est de de ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre. Un homme qui à assez de bien pour vivre, s'il savait demeurer chez soi avec plaisir, n'en sortirait pas pour aller sur la mer ou au siège d'une place. On n'achète une charge à l'armée, si chère, que parce qu'on trouverait insupportable de ne bouger de la ville. Et on ne recherche les conversations et les divertissements des jeux que parce qu'on ne peut demeurer chez soi avec plaisir." (Pascal, "Divertissement", Pensées, 139)
Cita aportada por Juliá Justes
Cita aportada por Juliá Justes
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