viernes, 8 de noviembre de 2024

Brecha generacional

 Estudiantes de los últimos cursos de arquitectura comentan a menudo que profesores insisten -insistimos-, una y otra vez, en la brecha generacional -para justificar la falta de diálogo (y de empatía).

Brecha generacional. La expresión que utilizamos los profesores no indica una lógica y natural diferencia generacional -pertenecemos, habitualmente al menos, docentes y estudiantes, a generaciones distintas, al igual que padres o abuelos, e hijos o nietos. Esta última expresión diferencia generacional natural- no califica o descalifica, sino que describe. Enuncia lo que, por naturaleza, se da. No se puede ni se tiene que alterar.

La expresión brecha generacional, en cambio, apunta a una profunda diferencia, no solo de edad, sino de conocimientos, con un marcado sesgo, que denota la superioridad de unos, los maestros, y la inferioridad de otros, los discípulos. También implica que pocas relaciones o puentes tenderse. Los inferiores se dan por perdidos. 

Nos olvidados que, en latín, el discípulo, por excelente era el día: cada día sucede al que le precede, y los logros de hoy son los frutos de las acciones o decisiones  emprendidas el día anterior, tras lo cual, pasadas las horas, los días devienen días del pasado que alumbran a los que despuntan. Todo día precede y sucede a un día. Ningún día es más importante que otro -ni siquiera los días festivos que requieren la existencia de los días laborables para, por contraste, cobrar vida.

Brecha evoca un corte profundo, un abismo incluso. Se trata de un tajo, una herida incurable. El daño es insalvable. Como si ya nada se pudiera remediar.

De un lado se ubican los profesores, no solo en el presente sino también en el pasado, cuando ellos (nosotros) eran (éramos), (los) estudiantes. Nosotros, creemos recordar, leíamos, éramos cultos, y poco nos podían enseñar los profesores. Al otro lado, los estudiantes, hoy, que ninguneamos porque no leen, no leen como nosotros leíamos, estamos seguros, según el testimonio de los recuerdos - que no pueden estar deformados o no pueden deformar lo que realmente hacíamos  y no hacíamos. Éramos sabios, hoy no saben nada. No nos separábamos de los libros sesudos, hoy tiktokean. Éramos ya lo que somos, doctos y preparados, y contemplamos un páramo cultural. 

Mas, si rebajamos con displicencia y aire cansado -cansado porque estamos seguros que nada obtendremos de las clases que impartimos con desgana-, ¿por qué enseñamos? ¿Para mostrar nuestra superioridad? Una supuesta superioridad que solo esconde nuestra inseguridad ante maneras de ver del mundo que se nos escapan, aferrados como estamos a lo que creemos que fuimos. Los estudiantes, acaso, ¿no tienen acaso nada que aportarnos, tan solo tendiéndonos un espejo que nos descubra nuestro rostro ajado, soberbio y sin ilusiones, que no queremos ver? Cuando nos creemos del lado correcto de la brecha -que hemos creado- quizá sea tiempo de retirarnos antes de acabar irrisoriamente y sin ya nadie con quien hablar y a quien comunicar lo que aún sabemos, ni estar dispuestos a aprender lo que no podíamos saber y pronto no podremos, aunque quisiéramos, aprender.


A R.A por sus lúcidas observaciones  

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