El gobierno norteamericano invierte ingentes cantidades de dinero, es decir lo entrega a empresas como Halliburton las cuales, temerosas del país, subcontratan a otras que, a su vez, delegan en unas terceras, no sin antes retener todas una comisión. Al final del proceso, la compañía que emprende el trabajo suele disponer de una décima parte del presupuesto, totalmente insuficiente para llevar a cabo la restauración de las infraestructuras mínimas necesarias.
Pese a las dificultades, el congreso se inauguró con pompa y circunstancia el 22 de marzo. El número de políticos y religiosos superaba cualquier precisión, así como los guardias de seguridad, secretos(vestidos de negro y cuya arma formaba un bulto proeminente en el costado) o no, y los militares norteamericanos, armados hasta los dientes, debido a la presencia del embajador y de un agregado. Los móviles tuvieron que ser apagados. Todos los asistentes cacheados. La cobertura telefónica interrumpida.
El himno nacional fue interpretado dos veces con el público de pie. Se cantó una sura del Corán con todos nosotros aún más erguidos (o postrados). Se decía que el primer ministro asistiría, pese a ir perdiendo las elecciones en favor del candidato del extincto partido baaz, Al Malawi (considerado por muchos iraquiés más honesto y menos pro-americano). Las entradas y salidas de la policía secreta, los controles y el nerviosismo general, algo anunciaban. Cuando entramos en la sala de conferencias, tapizada de rojo y decorada con motivos taurinos (el antiguo hotel Meliá, hoy Al-Mansoor acoge la conferencia), Al Maliki, rodeado de una nube de guardias, cortesanos y periodistas, estaba sentado en un sofá carmesí, no lejos de un imán. Abrió la sesión, seguido del alcalde de Bagdad: ambos cantaron las excelencias del nuevo Irak y el horror del partido baaz, lo que posiblemente tuviera una doble lectura.
El patrimonio urbano de Irak está en grave peligro; eso es lo que, al menos, se desprende de las dos primeras sesiones. La modernización del país, en manos de políticos incultos y corruptos, empresas constructoras (apoyadas por empresas norteamericanas -mas la culpa no recae solo en la presencia norteamericana), e ingenieros promueven la destrucción de barrios enteros antiguos degradados, pero vitales, con el apoyo de técnicos sinceros que consideran que el estado de miseria y degradación en el que se encuentran obliga, no a una restauración (nostálgica o no), sino a una tábula rasa y una reconstrucción con formas, técnicas y materiales enteramente nuevos (inaplicables en un clima como el iraquí), salpicados de referencias decorativas islámicas. Un concurso internacional de arquitectura para la revitalización del barrio histórico de Khadimya, fallado ayer, escogió (con la oposición del... jurado) un proyecto de un arquitecto de los Emiratos Árabes (no se sabe -o sí se sabe- con qué altas conexiones) que promueve el arrasamiento del noventa y cinco por ciento del barrio en favor de una imagen dubaití. Paralelalemente, unos proyectos de una promotora inglesa que construye "paraisos" "disneyanos" en los Emiratos, y que se ofrece para rehabilitar todo Iraq, ha hecho soñar a más de uno. La destrucción del país, con vistas a su modernización, convertido en un doble de los Emiratos, iniciada en los años ochenta por Sadam Husein, está a punto de alcanzar su velocidad de crucero. Los centros históricos de Nardief, Kerbala y Samarra han sido destruido (o les falta poco) para construir bloques con muros cortinas y torres de vidrio en medio de inmensos espacios vacíos pavimentados de mármol (que pueden alcanzar ochenta grados en verano). Pero muchos quieren olvidar una imagen degradada que les recuerda los peores años de la guerra y sueñan con Dubai. Se dice que allí sí se vive bien -y con seguridad, en barrios rodeados de muros electrificados, y dotados de pistas de tenis y campos de golf (en un pais que alcanza cincuenta grados en julio y agosto), y "malls": la palabra mágica. "Malls"-
El encuentro, el choque entre iraquíes exiliados que regresan, siquiera por unos días, y quienes se han quedado, es amargo. Los primeros, ausentes desde hace décadas -debido a la persecución de Sadam Husein-, han perdido cualquier contacto con el Irak actual, y quienes no emigraron, desconectados del mundo durante casi tres décadas (desde la guerra entre Irán e Irak) manejan criterios y poseen una visión del mundo anclada en los años setenta u ochenta. Son ya dos mundos, de quienes viven en el siglo XXI y pretenden imponer su visión o su puño, y de quienes se sienten apartados pese a haber resistido cuatro guerras, entre ellas, una civil que no cesa.
Pero el congreso se divierte. Por la noche, cenamos en terrazas exteriores al lado del río, paseamos por parques y bailamos en medio de música zíngara atronadora, escuchamos a un vate recitar versos en los que solo entendemos la palabra grave de Bagdad, o asistimos a inocentes juegos de magia. Para muchos iraquíes son las primeras fiestas en al menos dos años. Y, a ratos, nos olvidamos que un triple círculo de ciento cuarenta soldados armados nos rodean. Tanquetas con metralletas abren y cierran la comitiva y solo podemos salir del hotel, donde ha lugar el congreso, con guardias armados. O no salir.
Los niveles de seguridad han aumentado enloquecidamente con respecto a estos dos últimos años, a medida que el ejército norteametricano se retira y la gente desconfía del ejército iraquí. Tanques y tanquetas cortan las calles. Los muros de hormigón, que empezaron a desmontarse, han regresado; y su número ha aumentado. Los controles, sobre todo de día, forman colas que bloquean las calles durante horas. No se puede circular a pie. Convoyes -como el nuestro- siguen cruzando la ciudad, saltándose semáforos, a tanta velocidad que, al caer la noche, los choques contra bloques de hormigón se evitan con frenadas durante las que las camionetas parecen que van a volcar. Por la noche, no se puede dormir por el ruido de los helicópteros (lo que no ocurría anteriormente) que vuelan muy bajo, mientras las sirenas -como ahora- no cesan de sonar.
La visita de Bagdad, hoy jueves 24 de marzo, se ha desarrollado entre medidas de seguridad inimaginables: cinco tanquetas, doscientos militares (de tres cuerpos que dependen del Ministerio del Interior, entre las que destacan las "Special Forces" -son iraquíes- cuyo emblema es una calavera con un casco militar) que formaban pasillos por entre los que los congresistas extranjeros e iraquíes circulábamos, así como entre alambradas dispuestas para la ocasión en las calles más anchas, e imposibilidad absoluta de salir de un perímetro sellado. Muchos de los monumentos se abrían (solo para nosotros) por primera vez en seis años.
El personal de la embajada norteamericana ni siquiera fue autorizado por su gobierno a sumarse a la visita.
La violencia es ahora más soterrada. El odio ha dado paso a asesinatos secretos dentro de las familias. Hoy, la directora general del patrimonio enterraba a su primo asesinado hace unos días. Las divisiones entre sunitas y chiitas se han acentuado. Los muertos ya solo se cuentan cuando superan la decena. La gente vive encerrada sin salir de sus barrios. Por eso, los suicidas se inmolan en las mezquitas el viernes ya que es el único día y el único lugar donde confluyen los habitantes de barrios diversos. Los judíos están perseguidos por el mismo gobierno. Se tienen que hacer pasar por zoroastrianos.
Solo salen de noche.
Y, sin embargo, desde hace un mes, comercios han abiertos en un tramo de la calle Mansoor -entre éstos, Zara (en verdad, un comercio autorizado a vender algunos productos de Zara traídos de una tienda oficial en el Kurdistán iraquí)-, y algunas personas callejean de noche, bajo la sola iluminación de los escaparates, dando la impresión de un bulevar animado -que solo podemos ver desde los 4x4 que circulan a toda velocidad precedidos por el hulular de las sirenas de las tanquetas que abren el convoi-, queriendo olvidar el mortífero atentado de hace un par de semanas contra una institución oficial en esta misma calle.
Y, sin embargo, Bagdad vive. La callejuela de los libreros de viejo, esencial en el Próximo Oriente, destruida por un suicida-bomba hace tres años, ha sido reconstruida, aunque hoy se venden más productos chinos baratos -que están acabando con la artesanía iraquí (u ocupan su lugar)- que libros de viejo.
Vive y trata de vivir, asediada por tantos mercaderes (locales y extranjeros) dispuestos, unos a olvidar lo que han vivido, y otros a recuperar a toda costa el puesto del que disfrutaron.
Irak y, en particular Bagdad, reciben ayuda extranjera, tanto en formación (en todos los sectores estratégidos norteamericanos, aún presentes, forman a los nuevos ejecutivos y los militares iraquíes) cuanto en fondos.
España aporta unas doscientocincuenta becas para licenciados que quieren seguir másters y doctorados en España. El ayuntamiento de Barcelona (gracias a la generosidad de Manel Vila) se mostró dispuesto a ayudar en todo lo posible a la municipalidad bagdadí pero hoy (quizá debido a la desbandada política ante el previsible resultado de las próximas elecciones municipales), es la ciudad de Córdoba (y quizá de Madrid) la(s) que está(n) más presta(s) a ayudar a unas instituciones públicas de Bagdad agradecidas, que han sido capaces, pese a las dificultades de comunicación (teléfonos que no funcionan, y un correo electrónico exasperantemente lento y con constantes interrupciones), de organizar el congreso mejor y más inteligentemente organizado, más vivo y animado, de los que todos hemos asistido.
Si le dejan, Baghdad volverá a ser, un día, la gran capital del Próximo Oriente. Si le dejan, y no la dejamos (a su suerte).
(Agradecimientos a Francisco Elías de Tejada, Antonio González-Zavala, Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rupérez, por su ayuda, entrega, consejos y entusiasmo)