lunes, 29 de marzo de 2010
BABILONIA
Desde lo alto de la colina artificial sobre la que se alza un decrépito palacio de Sadam Husein, se descubre la ciudad de Babilonia, en medio de un vergel, punteado de palmeras, cerca de un brazo secundario y tranquilo del Eúfrates. El curso principal se ha ido alejando tanto de Babilonia, célebre por su imponente puente de piedra y las murallas que vertían al río, según la descripción de Herodoto (s. V aC), que, desde la invasión árabe (s. VIII aC), Babilonia, ya en ruinas, fue definitivamente abandonada.
La Babilonia actual, ilusoriamente íntegra, ha sido, en verdad, relevantada -e inventada- por orden de Sadam Husein, convirtiendo los restos de las murallas, que se alzaban varios metros, en un remedo del parque temático alicantino Terra Mítica.
La base militar polaca, que rodeaba el yacimiento, no ha sido aún enteramente desmantelada, y las zanjas de los cimientos del zigurat del templo del dios principal babilónico, Marduk (el dios creador del universo según la cosmogonía babilónica) -lo único que se conserva de lo que los sacerdotes de Jerusalén, exiliados a Babilonia, denominaron la "Torre de Babel"-, siguen sin ser visitables, en medio de una base militar reducida pero aún activa.
Sin embargo, en medio de lo que ha quedado convertido en un decorado barato, de pronto, dos murallas de la ladrillos paralelas, de unos veinte metros de alto, forman un paso estrecho de unos ochenta metros de largo, que se abren al visitante. Son los restos auténticos y perfectamente preservados (que no han sufrido de la invasión) de una parte del complejo arquitectónico que delimitaba el acceso procesional hasta el templo del dios Marduk.
Dos filas de relieves, representando a los emblemas del dios de la luz (Marduk, simbolizado por un toro) y de la noche (el dragón Tiamat, contra el que luchó Marduk, y que también evocaba, gracias a las escamas relucientes de su cuerpo, las aguas primordiales de las que el cosmos y la vida surgieron), decoran y dan sentido a las murallas, y acompañan, desde lo alto, a quienes desfilan.
Aunque hoy los labrillos sean terrosos, originariamente estaban vitrificados. Eran azules (mientras que los relieves animales tenían tonos dorados) -como se descubre en la reconstruida Puerta de Ishtar, hoy en el Museo Pérgamo de Berlín.
Estas dos paredes azules, que se alzan muy por encima de los humanos que transitan entre éstas, representan la partición de las aguas primordiales. Se abren y se separan para acoger y dejar paso a los humanos. Éstos circulan como por un estrecho conducto que les lleva hasta la base de la escalinata del zigurat, que deberán ascender hacia el templo del dios de la luz, situado en la cumbre de la pirámide escalonada.
Las murallas que dibujan el escenario de la procesión que se llevaba a cabo durante las celebraciones del Año Nuevo babilónico, no solo equiparaban a Babilonia con la materia primordial (las aguas fecundas de Tiamat -aguas dulces- y del Apsu -aguas salobres-), convirtiendo a la ciudad en el centro y la causa de la creación, sino que daban nacimiento a los hombres que, desde ellas, protegidos y conducidos por éstas, subían, desde las profundidades, hacia la luz.
El escenario arquitectónico procesional daba a luz a los humanos y, aún hoy en día, mientras se recorre lentamente este tramo, casi mágicamente conservado, en medio del polvo del desierto próximo, no se puede dejar de admirar el espléndido escenario concebido y construido para dar sentido a la vida y, casi, sentir la presión que dichas altivas murallas -que avanzan y retroceden, fluyen y se retiran, como las aguas del óceano, ensanchando y estrechando el camino-, ejercen.
Todos caminábamos en silencio, intuyendo que se tocaba alguna verdad -que la reconstrucción del resto de las murallas no había logrado ni lograría nunca.
En medio de la violencia, al sur de Bagdad, un silencio religioso se impone, y acalla, por un momento, las disensiones.
Quizá Irak renazca entre las paredes ultramarinas de Babilonia.
sábado, 27 de marzo de 2010
Bagdad, cara B: 26 de marzo de 2010
Área de control del aeropuerto de Bagdad
Mujeres chiítas enlutadas en el santuario de Kerbala, al sur de Bagdad
Obscenidad: detalle del fresco del techo de la sala central del palacio de Sadam Husein eb Babilonia
Sala central del palacio de Sadam Husein en Babilonia, construido en pleno embargo (por arquitectos obligados, so pena de ejecución, de levantarlo)
Cuadro en el anexo del servicio del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Estancias de la vivienda del personal del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Ante el Museo de Bagdad
Edificio administrativo otomano bombardeado y rematado por un suicida-bomba
La calle de Rasheed, otrora semejante a la calle de Rívoli de París
Mercado callejero de pescado
Ministerio de justicia destruido por un suicida-bomba el miércoles negro del pasado agosto
Un cansancio espeso cae tras la salida de Bagdad. Cuesta respirar. Atosiga.
Al alivio por ya no ver más a una ciudad y un país tan devastados, se suman la tristeza por todas esas personas, amigos y conocidos (arquitectos, profesores, estudiantes, etc., como nosotros), que tuvieron una ciudad impecable hasta la primera guerra del golfo -Bagdad no fue físicamente tocada por la guerra entre Irak e Irán-, y que se quedan y se quedarán allí, sabedoras que no verán el renacer de Bagdad, sino que solo sus hijos -o sus nietos- podrán disfrutarlo, que aceptan su suerte no sin luchar por cambiarla; y la angustia ante la devastación -con las imágenes en la cabeza de cómo era Bagdad hace treinta años-, frente al inmenso trabajo de reconstrucción física y moral; ¿por dónde empezar?: ¿por las infraestructuras, la recogida de basuras, el tratamiento de las aguas, la luz, la rehabilitación, la reconstrucción de las casas, el ordenamiento del espacio público, el cableado? Si solo se pudieran retirar los muros de hormigón que trocean la ciudad y parten barrios y familias. Porque todo está por relevantar.
Congresistas iraquíes exiliados que no habían vuelto a Bagdad en treinta o más años sollozaban a volver a ver su ciudad, el estado en qué ha quedado. Una pena inmensa en la sala y las cenas, que trataban de disipar.
La calle Rasheed: hasta los años ochenta, un largo y ordenado paseo porticado, planificado entre 1910 y 1920, bordeado por casas de tres plantas de los años veinte y treinta, y excelentes ejemplos de arquitectura de los cincuenta, armoniosamente compuestas, la gran arteria comercial y festiva de Bagdad, cerca del río, punteada de plazas circulares; hoy, un amasijo de ruinas, cables, hierros retorcidos y oxidados que asoman de las paredes o los ornamentos de hormigón reventados, basura y comercios ambulantes o misérimos, bajo pisos destruidos ocupados por familias que huyeron a Bagdad de la guerra en el sur del país, o que han sido expulsadas de otros barrios, ya que van imperando la limpieza religiosa.
Nadie puede dormir la última noche en Bagdad.
Nosotros nos vamos.
Pero es posible ver a un padre reir a carcajadas, sentado en el borde polvoriento de una calzada hundida, ante las diabluras de unos niños en plena calle, en medio de la grisura. Sorprende y admira el optimismo, las ganas de vivir (y la ingenuidad, posiblemente) de los jóvenes, que salen de noche (aunque nunca más tarde de las doce) para encontrarse en calles y algunos bares, prefiriendo correr el peligro de morir (las bombas lapa proliferan y antes de subir a un coche es imprescindible echar un vistazo a los bajos), o ser secuestrados, a vivir siempre encerrados en casa, es decir, a morir enterrados.
Cuesta ver el interés de lo que nos rodea, de lo que tenemos durante los primeros días fuera de Bagdad.
Mujeres chiítas enlutadas en el santuario de Kerbala, al sur de Bagdad
Obscenidad: detalle del fresco del techo de la sala central del palacio de Sadam Husein eb Babilonia
Sala central del palacio de Sadam Husein en Babilonia, construido en pleno embargo (por arquitectos obligados, so pena de ejecución, de levantarlo)
Cuadro en el anexo del servicio del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Estancias de la vivienda del personal del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Ante el Museo de Bagdad
Edificio administrativo otomano bombardeado y rematado por un suicida-bomba
La calle de Rasheed, otrora semejante a la calle de Rívoli de París
Mercado callejero de pescado
Ministerio de justicia destruido por un suicida-bomba el miércoles negro del pasado agosto
Un cansancio espeso cae tras la salida de Bagdad. Cuesta respirar. Atosiga.
Al alivio por ya no ver más a una ciudad y un país tan devastados, se suman la tristeza por todas esas personas, amigos y conocidos (arquitectos, profesores, estudiantes, etc., como nosotros), que tuvieron una ciudad impecable hasta la primera guerra del golfo -Bagdad no fue físicamente tocada por la guerra entre Irak e Irán-, y que se quedan y se quedarán allí, sabedoras que no verán el renacer de Bagdad, sino que solo sus hijos -o sus nietos- podrán disfrutarlo, que aceptan su suerte no sin luchar por cambiarla; y la angustia ante la devastación -con las imágenes en la cabeza de cómo era Bagdad hace treinta años-, frente al inmenso trabajo de reconstrucción física y moral; ¿por dónde empezar?: ¿por las infraestructuras, la recogida de basuras, el tratamiento de las aguas, la luz, la rehabilitación, la reconstrucción de las casas, el ordenamiento del espacio público, el cableado? Si solo se pudieran retirar los muros de hormigón que trocean la ciudad y parten barrios y familias. Porque todo está por relevantar.
Congresistas iraquíes exiliados que no habían vuelto a Bagdad en treinta o más años sollozaban a volver a ver su ciudad, el estado en qué ha quedado. Una pena inmensa en la sala y las cenas, que trataban de disipar.
La calle Rasheed: hasta los años ochenta, un largo y ordenado paseo porticado, planificado entre 1910 y 1920, bordeado por casas de tres plantas de los años veinte y treinta, y excelentes ejemplos de arquitectura de los cincuenta, armoniosamente compuestas, la gran arteria comercial y festiva de Bagdad, cerca del río, punteada de plazas circulares; hoy, un amasijo de ruinas, cables, hierros retorcidos y oxidados que asoman de las paredes o los ornamentos de hormigón reventados, basura y comercios ambulantes o misérimos, bajo pisos destruidos ocupados por familias que huyeron a Bagdad de la guerra en el sur del país, o que han sido expulsadas de otros barrios, ya que van imperando la limpieza religiosa.
Nadie puede dormir la última noche en Bagdad.
Nosotros nos vamos.
Pero es posible ver a un padre reir a carcajadas, sentado en el borde polvoriento de una calzada hundida, ante las diabluras de unos niños en plena calle, en medio de la grisura. Sorprende y admira el optimismo, las ganas de vivir (y la ingenuidad, posiblemente) de los jóvenes, que salen de noche (aunque nunca más tarde de las doce) para encontrarse en calles y algunos bares, prefiriendo correr el peligro de morir (las bombas lapa proliferan y antes de subir a un coche es imprescindible echar un vistazo a los bajos), o ser secuestrados, a vivir siempre encerrados en casa, es decir, a morir enterrados.
Cuesta ver el interés de lo que nos rodea, de lo que tenemos durante los primeros días fuera de Bagdad.
Bagdad, cara A (marzo de 2010)
Estatua de bronce sumeria (2500 aC) -alto: 60 cm), recientemente reinstalada en el Museo Nacional de Irak
Fragmento de muro exterior de templo sumerio (alto aprox: 2 m), Museo Nacional de Irak. Recientemente reinstalado
Patio del Museo de Bagdad
Vivienda unifamiliar de los años veinte, frente al Palacio del Gogernador otomano, cerca del Tigris.
Doble cúpula de la casa del gobernador otomano (s. XIX)
Casa del gobernador otomano (s. XIX)
Estancia principal de la vivienda del gobernador otomano (s. XIX)
Cúpula de la entrada del edicio administrativo otomano (s. XVIII)
Café Shabandar (principios del s. XX)
Café Shabandar
Patio del edificio de la administración otomana (s. XIX)
Ribera del Tigris en el centro de la ciudad
Pintura (años cincuenta) en el café literario Al Mada
Café literario Al Mada
Mercadillo de libreros de viejo en la calle Al Moutanabi (destruida por un suicida bomba hace tres años, y recién reconstruida)
Bazar
Bazar de los artesanos del cobre
Universidad de Bagdad (madrassa Mustansiriya) (s. XIII), la primera del mundo, en la que destacaba la enseñanza de la matemática.
Patio central de la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Dormitorio de estudiante en la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Casa de juncos, propia del delta del Tigris y el Eúfrates, según una tipología y una técnica que se remonta a Sumer, hace seis mil años).
Fiesta en un parque cabe la orilla del Tigris
Fiesta en la terraza de un restaurante en la orilla del Tigris
Recitado de poesía en la terraza de un restaurante cerca del Tigris
Fragmento de muro exterior de templo sumerio (alto aprox: 2 m), Museo Nacional de Irak. Recientemente reinstalado
Patio del Museo de Bagdad
Vivienda unifamiliar de los años veinte, frente al Palacio del Gogernador otomano, cerca del Tigris.
Doble cúpula de la casa del gobernador otomano (s. XIX)
Casa del gobernador otomano (s. XIX)
Estancia principal de la vivienda del gobernador otomano (s. XIX)
Cúpula de la entrada del edicio administrativo otomano (s. XVIII)
Café Shabandar (principios del s. XX)
Café Shabandar
Patio del edificio de la administración otomana (s. XIX)
Ribera del Tigris en el centro de la ciudad
Pintura (años cincuenta) en el café literario Al Mada
Café literario Al Mada
Mercadillo de libreros de viejo en la calle Al Moutanabi (destruida por un suicida bomba hace tres años, y recién reconstruida)
Bazar
Bazar de los artesanos del cobre
Universidad de Bagdad (madrassa Mustansiriya) (s. XIII), la primera del mundo, en la que destacaba la enseñanza de la matemática.
Patio central de la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Dormitorio de estudiante en la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Casa de juncos, propia del delta del Tigris y el Eúfrates, según una tipología y una técnica que se remonta a Sumer, hace seis mil años).
Fiesta en un parque cabe la orilla del Tigris
Fiesta en la terraza de un restaurante en la orilla del Tigris
Recitado de poesía en la terraza de un restaurante cerca del Tigris
Crónica de Bagdad: 25 de marzo de 2010
El Triángulo de la Muerte: así es conocido el área al sur de Bagdad que incluye a Babilonia (la ciudad nueva y las ruinas) y la ciudad santa chiíta de Kerbala.
Hasta hace un año, las ejecuciones eran constantes. El refinamiento en las torturas y la desfiguración de los cadáveres inimaginable. El traductor árabe-español perdió a su tío. Fue decapitado. Los cuerpos mutilados, cuando eran devueltos a las familias, podían tener el vientre cebado de explosivos que estallaban durante el velatorio.
La protección con la que viajamos hacia el sur de Bagdad era abrumadora: diez tanquetas y tanques, doscientos cuerpos de seguridad iraquíes (policías y militares del Ministerio del Interior), unas seiscientas armas. Y, aún así, por razones no comunicadas (pero que tuvieron que ver con la seguridad), no pudimos llegar a la fortaleza pre-islámica de Al Ukhaider ni entrar en el segundo santuario de Kerbala, tras esperar, ya de noche, en medio del nerviosismo del ejército.
Bagdad-Babilonia: 30 km. Tardamos tres horas. Los controles en la carretera, sobre todo en los límites entre provincias (y ayer recorrimos tres) son extenuantes. Pueden durar unas dos horas.
Los ochenta quilómetros entre Bagdad y Kerbala los recorrimos en siete horas.
La región es desoladora. La tierra polvoriente, removida por tanques y atentados. Basura, agua estancada (agravada por los gélidos diluvios tormentosos que asolan estos días Bagdad y la región del sur), una tupida telaraña de cables conectados a generadores, casas a medio hacer, o a medio destruir (de las que solo queda un piso); un país desestructurado, devastado, donde todo está por (re)hacer. El regimen de Sadam Husein engendró miseria física y moral; el embargo (como medio alternativo a la guerra), que apoyamos en Occidente, asoló todo la sociedad -salvo el presidente y su entorno, que mandó construir setenta y ocho palacios: los de Babilonia son grotescos (inmensos, siniestros) , decorados con muebles ejecutados (en el sentido literal) en Valencia-. La guerra que Irak declaró a Irán causó dos millones de muertos en un frente que, durante ocho años, no se movió: toda una generación se perdió. La invasión norteamericana ha creado o favorecido una clase política corrupta, a la que, quizá, el posible nuevo presidente Al-Allawi, que ayer ganó las elecciones -algunas pocas personas, en medio de una noche desértica (como cualquier noche en Bagdad) barrida por aguaceros, se atrevían, subidos a coches que no cesaban de pitar, de celebrar una víctoria pírrica - ponga coto, o al menos asi lo esperan profesores y arquitectos iraquíes.
Vuelve el integrismo (que Sadam Husein, en los años noventa, queriendo congraciarse a los extremistas religiosos, ya cultivó). Pretenden que el parlamento apruebe una ley que impida que las mujeres viajen solas (salvo en viajes institucionales), que un hombre familiar (padre, hermano, hijo o tío -pero no sobrino) las acompañe.
Entre los años cincuenta y ochenta, Irak fue absolutamente laíco; las mujeres, con los mismos derechos que los hombres; la mayoría de los estudiantes eran mujeres. Hoy, en Kerbala están obligadas a llevar el chador, y algunas, debido a la influencia iraní a causa de los contactos entre ambos gobiernos, caminan tanteando enteramente cubiertas, la cara incluida, por un sudario negro.
Muchos iraquíes son lúcidos. Saben que en treinta años el país no se recuperará. Son conscientes que no verán los frutos de sus esfuerzos, vanos a menudo, y de resultados inciertos. Pero muchos, toda y esta lucidez, trabajan intensamente para que las generaciones futuras recuperen lo que sus abuelos tuvieron.
Y ayer por la noche, las desiertas calles de Bagdad lavadas por las lluvias, que entreaparecían ( mientras circulábamos a toda velocidad a las diez y media de la noche), entre las pocas luces encendidas, los reflejos en las aceras mojadas y la vegetación renacida, brillante por las aguas -Bagdad es un polvoso palmeral-, se asemejaban a un deslumbrante espejismo.
Esta mañana, una intensa tormenta barrió Bagdad.
(Agradecimientos a Francisco Elías, Antonio Zavala y Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rúperez, por su ayuda, entrega y entusiasmo)
Hasta hace un año, las ejecuciones eran constantes. El refinamiento en las torturas y la desfiguración de los cadáveres inimaginable. El traductor árabe-español perdió a su tío. Fue decapitado. Los cuerpos mutilados, cuando eran devueltos a las familias, podían tener el vientre cebado de explosivos que estallaban durante el velatorio.
La protección con la que viajamos hacia el sur de Bagdad era abrumadora: diez tanquetas y tanques, doscientos cuerpos de seguridad iraquíes (policías y militares del Ministerio del Interior), unas seiscientas armas. Y, aún así, por razones no comunicadas (pero que tuvieron que ver con la seguridad), no pudimos llegar a la fortaleza pre-islámica de Al Ukhaider ni entrar en el segundo santuario de Kerbala, tras esperar, ya de noche, en medio del nerviosismo del ejército.
Bagdad-Babilonia: 30 km. Tardamos tres horas. Los controles en la carretera, sobre todo en los límites entre provincias (y ayer recorrimos tres) son extenuantes. Pueden durar unas dos horas.
Los ochenta quilómetros entre Bagdad y Kerbala los recorrimos en siete horas.
La región es desoladora. La tierra polvoriente, removida por tanques y atentados. Basura, agua estancada (agravada por los gélidos diluvios tormentosos que asolan estos días Bagdad y la región del sur), una tupida telaraña de cables conectados a generadores, casas a medio hacer, o a medio destruir (de las que solo queda un piso); un país desestructurado, devastado, donde todo está por (re)hacer. El regimen de Sadam Husein engendró miseria física y moral; el embargo (como medio alternativo a la guerra), que apoyamos en Occidente, asoló todo la sociedad -salvo el presidente y su entorno, que mandó construir setenta y ocho palacios: los de Babilonia son grotescos (inmensos, siniestros) , decorados con muebles ejecutados (en el sentido literal) en Valencia-. La guerra que Irak declaró a Irán causó dos millones de muertos en un frente que, durante ocho años, no se movió: toda una generación se perdió. La invasión norteamericana ha creado o favorecido una clase política corrupta, a la que, quizá, el posible nuevo presidente Al-Allawi, que ayer ganó las elecciones -algunas pocas personas, en medio de una noche desértica (como cualquier noche en Bagdad) barrida por aguaceros, se atrevían, subidos a coches que no cesaban de pitar, de celebrar una víctoria pírrica - ponga coto, o al menos asi lo esperan profesores y arquitectos iraquíes.
Vuelve el integrismo (que Sadam Husein, en los años noventa, queriendo congraciarse a los extremistas religiosos, ya cultivó). Pretenden que el parlamento apruebe una ley que impida que las mujeres viajen solas (salvo en viajes institucionales), que un hombre familiar (padre, hermano, hijo o tío -pero no sobrino) las acompañe.
Entre los años cincuenta y ochenta, Irak fue absolutamente laíco; las mujeres, con los mismos derechos que los hombres; la mayoría de los estudiantes eran mujeres. Hoy, en Kerbala están obligadas a llevar el chador, y algunas, debido a la influencia iraní a causa de los contactos entre ambos gobiernos, caminan tanteando enteramente cubiertas, la cara incluida, por un sudario negro.
Muchos iraquíes son lúcidos. Saben que en treinta años el país no se recuperará. Son conscientes que no verán los frutos de sus esfuerzos, vanos a menudo, y de resultados inciertos. Pero muchos, toda y esta lucidez, trabajan intensamente para que las generaciones futuras recuperen lo que sus abuelos tuvieron.
Y ayer por la noche, las desiertas calles de Bagdad lavadas por las lluvias, que entreaparecían ( mientras circulábamos a toda velocidad a las diez y media de la noche), entre las pocas luces encendidas, los reflejos en las aceras mojadas y la vegetación renacida, brillante por las aguas -Bagdad es un polvoso palmeral-, se asemejaban a un deslumbrante espejismo.
Esta mañana, una intensa tormenta barrió Bagdad.
(Agradecimientos a Francisco Elías, Antonio Zavala y Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rúperez, por su ayuda, entrega y entusiasmo)
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