El esqueleto de una mujer abrazada a un bebé fue hallado hace dos años bajo las ruinas del templo tracio de Tatul (quizá dedicado a la divinidad funeraria Orfeo) (s. IV aC), en Bulgaria. Aunque no se guardan imágenes del hallazgo, lo estudiosos supusieron que se trataba de un sacrificio humano practicado durante un rito fundacional. La madre y el niño habrían entregado su vida para la animación del santuario.
Este descubrimiento no sorprendió demasiado. En los montañosos Balcanes, entre la antigua Yugoslavia y Bulgaria, la práctica de ritos de construcción se ha mantenido viva desde la antigüedad hasta nuestros días.
Aún hoy, ninguna casa de pueblo -estas costumbres se han perdido en las ciudades- se inaugura sin que se proceda al sacrificio de un animal macho negro (un carnero, habitualmente), cuya potencia sexual vivifica el hogar y cuyo pelaje ahuyenta los malos espíritus, al mismo tiempo que el animal encarna a los poderes demoníacos que, con el rito sacrificial son eliminados -ya que podrían poner en peligro la naciente vida del nuevo hogar.
Estos ritos no son extraños. Se practicaron en culturas antiguas y hoy siguen vigentes en distintos paises mediterráneos, especialmente en Oriente.
Sin embargo, destaca una práctica singular: la deposición en la tierra, cerca de las esquinas de la casa, de vasijas que se rompen para la ocasión. Se trata de una práctica que sustituye a algún sacrificio animal -aunque éste no se obvie- o posiblemente humano. Pero también simboliza la ruptura con un orden anterior: una nueva familia va a ser fundada, cuyos miembros necesariamente tienen que separarse de los núcleos familiares en los que se habían formado hsta entonces. Finalmente, la fragmentación de útiles valiosos es una prueba de la fortaleza y de la vitalidad de la nueva unidad familiar capaz de desprenderse de dichos bienes sin sufrir ningún quebranto. El gasto desbordante de bienes manifiesta la "bondad", la generosidad, y el poder de la casa, su carácter "desprendido".
Este descubrimiento no sorprendió demasiado. En los montañosos Balcanes, entre la antigua Yugoslavia y Bulgaria, la práctica de ritos de construcción se ha mantenido viva desde la antigüedad hasta nuestros días.
Aún hoy, ninguna casa de pueblo -estas costumbres se han perdido en las ciudades- se inaugura sin que se proceda al sacrificio de un animal macho negro (un carnero, habitualmente), cuya potencia sexual vivifica el hogar y cuyo pelaje ahuyenta los malos espíritus, al mismo tiempo que el animal encarna a los poderes demoníacos que, con el rito sacrificial son eliminados -ya que podrían poner en peligro la naciente vida del nuevo hogar.
Estos ritos no son extraños. Se practicaron en culturas antiguas y hoy siguen vigentes en distintos paises mediterráneos, especialmente en Oriente.
Sin embargo, destaca una práctica singular: la deposición en la tierra, cerca de las esquinas de la casa, de vasijas que se rompen para la ocasión. Se trata de una práctica que sustituye a algún sacrificio animal -aunque éste no se obvie- o posiblemente humano. Pero también simboliza la ruptura con un orden anterior: una nueva familia va a ser fundada, cuyos miembros necesariamente tienen que separarse de los núcleos familiares en los que se habían formado hsta entonces. Finalmente, la fragmentación de útiles valiosos es una prueba de la fortaleza y de la vitalidad de la nueva unidad familiar capaz de desprenderse de dichos bienes sin sufrir ningún quebranto. El gasto desbordante de bienes manifiesta la "bondad", la generosidad, y el poder de la casa, su carácter "desprendido".
Queda una última explicación (lo significados se suman hasta configurar un complejo símbolo de los valores que el nuevo hogar trae o de los que es depositario): tradicionalmente, tanto en los Balcanes cuanto en Oriente (los Balcanes, islamizados, hicieron parte del imperio otomano hasta el siglo XIX o XX), se han empleado lo que los especialistas llaman incantation bowls (copas mágicas) en ritos fundacionales (sobre todo en la tradición islámica). Los más hermosos suelen datar entre los siglos IV aC y VIII dC, tanto en culturas paganas como monoteistas (incluido el islam): se trata de unos cuencos sencillos de pequeñas dimensiones (cuya boca tiene unos doce o quince centímetros de diámetro), en los que se inscriben conjuros y maldiciones que recorren en espiral toda la superficie interior del cuenco. Dichos cuencos solían -y aún suelen- ser depositados en las esquinas de las estancias, en particular en los dormitorios. Los malos espíritus atraídos por estos objetos, pronto se ven enredados por la espiral de maldiciones y quedan neutralizados.
Las vasijas que los pueblos balcánicos rompen y entierran en las esquinas de las construcciones también tienen que ver con las nefastas influencias. Éstas, que descansan en el lecho de los cuencos, se ven aplastadas o pierden, al menos, su anclaje en la tierra. De este modo, ya no podrán socavar el orden y la seguridad del hogar.
Los sacrificios de seres vivos (animales, humanos en tiempos pretéritos, aunque no tan lejanos) refuerzan el carácter profiláctico de estos objetos utilizados ritualmente.
La casa es un organismo vivo. Tiene como fin la protección de sus ocupantes, de la familia recién fundada. Es necesario, entonces, que se dote de la fuerza o vida adecuada para cumplir esta tarea, y, al mismo tiempo, tiene que ahuyentar o neutralizar a cuantos espíritus quisieran acabar con el orden instaurado.
A medida que las sociedades se urbanizan, dichos ritos -y las creencias que los dotan de sentido- se pierden (o se practican mecánicamente). Pero en las remotas y olvidadas regiones balcánicas, el respeto sagrado, supersticioso, por el hogar se mantiene. Lo que exige la entrega de una vida para que una vida nueva prenda. El ciclo no se detiene.