jueves, 15 de abril de 2010
Alice Guy-Blanché: L´émeute sur la barricade (1906)
Alice Guy-Blanché (1873-1968), pionera francesa del cine, fue la primera cineasta, y una de las primera personas que realizó películas de ficción, para la compañía de Léon Gaumont, que dirigió a finales del s. XIX.
La arquitectura, ¿una categoría a priori?
Vistas exterior e interiores de túmulos tracios, en Bulgaria (s. IV aC), que pautan el espacio y el tiempo (cuya regulación depende del día y la hora en que un rayo alcanza con precisión un punto determinado en el interior de la tumba)
Antes de la primera construcción, el espacio estaba vacío. Como se describe en el Himno homérico a Apolo, la tierra era una selva impenetrable, en la que no existían caminos ni asentamientos; razón por la cual los humanos deambulaban, perdidos, de un lado para otro, sin saber dónde, sin poder asentarse.
No es casualidad si los verbos sumerios que se refieren a la erección de edificios, y que se traducen habitualmente por construir o edificar, literalmente significan asentar o emplazar. Gracias al gesto del arquitecto, el ser humano puede al fin echar raices y detener el errático viaje -semejante al de un condenado a un destierro eterno-, en que consiste su vida terrenal.
La primera casa, la primera ciudad ordena al fin el espacio. El primer gesto de Apolo, el dios griego de la arquitectura (como bien señala Detienne) consistió en trazar líneas gracias a las cuales ordenó, organizó, dividió, parceló espacios habitables asignados a distintas comunidades; fue creando comunidades, o vecindades, como literalmente se describe en el Himno homérico.
El espacio, hasta entonces indiferenciado, se constituía como una base sólida, un plano sobre y desde el cual la vida (en común, vida verdaderamente humana) podía prender.
La ubicación originaria de santuarios, tumbas y urbes en el espacio pudo resultar de la casualidad o la necesidad, de la topografía o de las relaciones, a menudo conflictivas, entre sociedades. El orgullo de un monarca, compitiendo con los astros, tampoco es descartable.
Sin embargo, la mayoría de las edificaciones se disponen según las líneas que los movimientos de determinados cuerpos celestes trazan en el cielo. El curso del sol, de este a oeste, dibuja un eje tan utilizado por la mayoría de las grandes construcciones, sagradas soibre todo, que ha dejado de ser un referente compositivo destacable. En algunas culturas, sin embargo, un hito natural sirve para orientar un espacio acotado: en el Egipto faraónico, los ejes de algunos templos siguen el curso del sol, pero la mayoría se disponen según el eje norte-sur que el curso del Nilo dibuja nítidanmente en el desierto.
Por otra parte, algunas construcciones se disponen para ser contempladas desde determinados puntos marcados por construcciones anteriores o hitos naturales. Desde estos focos, se descubren ciudades y monumentos que se alzan sobre el horizonte. Los puntos que van marcando sobre éste coinciden muy a menudo con los lugares donde se alzan o declinan hasta desaparecer determinados cuerpos celestiales. La primera y la última apariciones anuales, por ejemplo del planeta Venus, o de determinadas estrellas y constelaciones, siempre en unas mismas fechas, coinciden con los días fastos durante los cuales determinadas tareas, a menudo agrícolas, esenciales para la supervivencia de la comunidad (arado, sembrado, siega, etc.), tienen que ser emprendidas. Así, por ejemplo, en Sumer, los puntos exactos por donde se alzaba y declinada la constelación del Campo en el horizonte, que regulaba las tareas agrócolas (indicando cúando se debían iniciar determinadas tareas), observados desde la entrada del templo de Inana, permitía saber dónde se tenía que situar el santuario de Enki. Del mismo modo, la posición del recinto de Inana, observado desde las puertas del templo de Enki, coincidía con un punto del horizonte por donde se alzaba o declinaba un cuerpo celestial asociado a la diosa Inana (por ejemplo, el planeta Venus). Los dioses y sus astros se saludaban por medio de sus templos, gracias a los cuales los humanos sabían dónde se hallaban y en qué momento del año se encontraban.
Finalmente, la disposición de templos y de santuarios, su orientación y el emplazamiento de los núcleos de acceso, se acordaban de manera que permitieran la entrada de la primera o la última luz solar, una fecha señalada -casi siempre coincidiendo con los solsticios o los equinocios-, hasta un punto destacado del edificio (una tumba o un altar principal). De este modo, se sabía que cuando la luz lo alcanzaba, la hora de emprender determinadas tareas (casi siempre agrícolas), de cuya correcta realización la vida o la supervivencia de una comunidad dependía, había llegado .
Así, por ejemplo, en el norte de Bulgaria, se piensa que la disposición de los numerosos túmulos funerarios repite la planimetría celestial un día y un año señalados, que conmemora, posiblemente, un hecho destacable (una victoria, una llegada al poder, una coronación, un enterramiento) -una relación entre el plano del cielo el día de la fundación de una urbe y la planimetría de ésta demostrable en el caso de las ciudades mayas o, más recientemente, de Bagdad, cuya planta originaria circular, en la que destaca el emplazamiento de determinados edificios religiosos y públicos, reproducía la planta del cielo el alba del 6 de octubre del 808, como se ha descubierto recientemente-.
La ordenación del espacio, la construcción de edificios y ciudades, entonces, pauta el tiempo y el espacio. Hasta entonces, antes del primer gesto fundaciónal, tiempo y espacio estaban indivisos. La vida no podía instalarse. El espacio estaba vacío, y el reloj de la historia no se había puesto en marcha.
Gracias al primer gesto fundacional, la primera construcción (de los dioses Enki, en Mesopotamia, Apolo, en Grecia, Jano en Roma -gestos que los hombres de los tiempos venideros, tiempos ya históricos o humanos, repitieron a fin de asegurar el buen funcionamiento del cosmos-) espacio y tiempo fueron mesurados, regulados. La vida iba a desarrollarse cíclicamente. El curso de ésta podía iniciarse. El mundo terrenal, marcado por límites eespacio-temporales, se definía.
El gesto fundacional del arquitecto, entonces, crea el mundo habitable. Organiza el tiempo y el espacio: instaura las coordenadas gracias a las cuales la rueda de la historia se pone en funcionamiento. Hacer arquitectura, pues, es un remedo, una repetición, una reactualización de la creación del mundo, cuando los dioses, jugando o no, echaron los dados que, desde entonces, no han dejado de dar tumbos.
La arquitectura no requiere las coordenadas del tiempo y del espacio para encarnarse. Antes bien, crea dichas coordenadas o categorías fundacionales. El mundo fué determinado por un arquitecto, originado un dios-arquitecto, cuyo primer gesto alumbró el espacio y el tiempo. Delimitó y pautó. Asignó un lugar a cada especie: los emplazó. Pasaron siete días.
Cuando la historia finalice, ya no necesitaremos arquitectura. Nada nos será necesario.
miércoles, 14 de abril de 2010
The Kinks: The Village Green (1968) -interpretación, 1972
We are the Village Green Preservation Society
God save Donald Duck, Vaudeville and Variety
We are the Desperate Dan Appreciation Society
God save strawberry jam and all the different varieties
Preserving the old ways from being abused
Protecting the new ways for me and for you
What more can we do
We are the Draught Beer Preservation Society
God save Mrs. Mopp and good Old Mother Riley
We are the Custard Pie Appreciation Consortium
God save the George Cross and all those who were awarded
We are the Sherlock Holmes English Speaking Vernacular
Help save Fu Manchu, Moriarty and Dracula
We are the Office Block Persecution Affinity
God save little shops, china cups and virginity
We are the Skyscraper Condemnation Affiliate
God save tudor houses, antique tables and billiards
Preserving the old ways from being abused
Protecting the new ways for me and for you
What more can we do
God save the Village Green.
Nunca la patria fue tan bien observada...
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Arquitectura verdadera,
Modern Art
Sonic Youth: Free City Rhymes (2000)
In a free lane
Ghosts passing time
Heat rises
Lights thru the town
Blown soundscapes
Blue city eyes
Black lightning
New angel flies
Make a free line
To the northern sky
Holy rain falls
Ghosts burn to shine
Elevator
Reach for the light
Intuition
Free city rhymes
martes, 13 de abril de 2010
......y sobre esta piedra
Hermes crioforo, Museo del Louvre
El tema y la iconografías de Cristo portando una oveja sobre sus espaldas deriva de Hermes crioforo: el joven dios griego protector de los caminos y guía de los viajeros, buen pastor (los rebaños se desplazan seguros bajo su mando), representado con un cordero a los hombros.
A su vez, la iconografía griega deriva de un modelo oriental: un juvenil dios mesopotámico, sumerio en concreto, un ternero o un carnero a hombros: la imagen del perfecto cuidador, cuyos animales no se pierden gracias a sus desvelos.
Los orígenes iconográficos greco-orientales de Cristo portador del animal parecen evidentes.
La relación de Cristo con un cordero es más intensa si cabe: Cristo es representado como un cordero, es un cordero, el cordero pascual que se sacrifica o es sacrificado para la redención o salvación de la humanidad, como lo muestra, por ejemplo, un conocido cuadro de Zurbarán.
Dicha relación no sigue los modelos paganos: no se trata de una representación teriomorfa de la animal (un dios-animal, como ocurre en Egipto), ni de que el cordero sea un atributo o símbolo de la divinidad habitualmente antropomórfica, sino de que Cristo, en tanto que divinidad que se ofrece para ser sacrificada, se muestra como un cordero (o es percibido como tal), asume las virtudes del cordero que acepta su suerte. Cristo es un cordero en tanto que divinidad sacrificial. Por otra parte, la diferencia abismal entre el animal y la divinidad acentua el misterio del sacrificio divino.
Esta relación entre Cristo y el cordero o, mejor dicho, el transvase de los valores o virtudes del cordero sacrificial a la divinidad que entrega su vida, no es extraña en el Próximo Oriente, ya que, mientras en Grecia y Roma, las víctimas sacrificadas en honor de los dioses eran sobre todo bóvidos, los mesopotámicos ofrendaban principalmente carneros, corderos y ovejas bien alimentados -como se descubre en detallada enumeración de ovejas carnosas, gruesos corderos y grasos carneros destinados al sacrificio del rito fundacional del templo de Ningirsu, el dios de la ciudad de Lagash (Cilindro A de Gudea, VIII, 8)-.
Sin embargo, es posible que la relación entre Cristo y el animal tenga un entronque con Oriente más profundo y al mismo tiempo más sencillo.
Un signo cuneiforme compuesto por un cuadrado en cuyo centro se inscribe una cruz se leía lu y significaba udu: cordero.
Un signo muy distinto, en el que se reconoce la figura erguida de un hombre de pie, se leía y significaba lú: hombre.
Lu y lú eran, muy posiblemente (pues no se sabe a fe cierta cómo se pronunciaba el sumerio) términos homófonos. Se escribían con signos distintos, se referían a entidades que en principio nada tenían que ver, pero que sonaban probablemente igual.
Los sumerios gustaban de los juegos de palabras. La homofonía entre términos establecía conexiones o correspondencias entre realidades inconexas, y desvelaba posibles misteriores relaciones que no se podían detectar ni siquiera imaginar a simple vista, Las palabras evidenciaban la compleja estructura del mundo y el juego de miradas entre los entes.
Así, la autobiografía del rey Gudea recurre reiteradamente a un juego entre el sustantivo o nombre propio gù-dé-a (el rey Gudea) y la expresión gù-dé-a-ni (su voz fuerte, su grito), como si la voz fuera una metonimia del rey, si su verbo lo representara (Cil. A de Gudea, II, 17).
Hacía dos mil años que el sumerio ya no hablaba en tiempos de Cristo. Seguramente tampoco se escribía ni se leía ya. Por otra parte, el sumerio nunca se habló en la franja mediterrénea oriental, aunquer sí llegó el imaginario que aquél vehiculaba. Sin embargo, es posible que algunas relaciones que la homofonía había establecido (o desvelado) hubieran cruzado el tiempo y el espacio, y que, por ejemplo, hombres y corderos fueran entes sustancialmente idénticos (aunque formalmente diversos) -una relación, por otra parte, que no era extraña, dada la unidad que un pastor y su rebaño constituían. Eran o tenían que ser mansos; civilizados.
Jesús fue una gran figura literaria. Los milagros -literalmente, maravillas dignas de verse-, las apariciones, ocultaciones y desapariciones, y la confusión entre el deus ex máquina y la figura protagonista que acontece al final de su vida cuando Cristo asciende apoteósicamente, revelan que Jesús era un complejo personaje en las cuatro tragedias que constituyen los Evangelios.
Al mismo tiempo, Jesús gustaba del humor, de los juegos verbales. Recurría a parábolas, a metáforas -"he aquí mi carne", mientras alzaba un mendrugo, quizá cargada de ironía, o de distanciamiento-, a cortas frases enigmáticas y cortantes, magistralmente esculpidas -"tú lo has dicho", "dad al César lo que pertenece al César...", "Padre, por qué me has abandonado", "perdónalos porque no saben lo que hacen", "noli me tangere"-, a atrevidas comparaciones -"soy un templo", "los que me siguen son santuarios"-, a irónicos juegos de palabras -"tú eres Pedro, y sobre esta piedra...". Los evangelios son la más gran obra barroca, un verdadero auto sacramental
Concedía la primacía a la palabra; una palabra creadora que componía el mundo y mostraba sus múltiples facetas, los más recónditos y absurdos aspectos, la fluidez de la materia y las formas (el agua deviene vino, el pán ácimo carne, y la muerte, vida), los juegos de espejos que iluminaban el mundo y a los humanos y los deslumbraban. La primero era el Verbo, y el mundo, un complejo mundo propio que legó a los humanos, fue creado por la palabra.
Fue la palabra la que estableció que un hombre (que era un dios: lú es hombre, y lugal, señor, un término con el que el rey Gudea nombra a su dios protector Ningirsu) era también un cordero. El cordero de dios. Un hombre entregado.
El tema y la iconografías de Cristo portando una oveja sobre sus espaldas deriva de Hermes crioforo: el joven dios griego protector de los caminos y guía de los viajeros, buen pastor (los rebaños se desplazan seguros bajo su mando), representado con un cordero a los hombros.
A su vez, la iconografía griega deriva de un modelo oriental: un juvenil dios mesopotámico, sumerio en concreto, un ternero o un carnero a hombros: la imagen del perfecto cuidador, cuyos animales no se pierden gracias a sus desvelos.
Los orígenes iconográficos greco-orientales de Cristo portador del animal parecen evidentes.
La relación de Cristo con un cordero es más intensa si cabe: Cristo es representado como un cordero, es un cordero, el cordero pascual que se sacrifica o es sacrificado para la redención o salvación de la humanidad, como lo muestra, por ejemplo, un conocido cuadro de Zurbarán.
Dicha relación no sigue los modelos paganos: no se trata de una representación teriomorfa de la animal (un dios-animal, como ocurre en Egipto), ni de que el cordero sea un atributo o símbolo de la divinidad habitualmente antropomórfica, sino de que Cristo, en tanto que divinidad que se ofrece para ser sacrificada, se muestra como un cordero (o es percibido como tal), asume las virtudes del cordero que acepta su suerte. Cristo es un cordero en tanto que divinidad sacrificial. Por otra parte, la diferencia abismal entre el animal y la divinidad acentua el misterio del sacrificio divino.
Esta relación entre Cristo y el cordero o, mejor dicho, el transvase de los valores o virtudes del cordero sacrificial a la divinidad que entrega su vida, no es extraña en el Próximo Oriente, ya que, mientras en Grecia y Roma, las víctimas sacrificadas en honor de los dioses eran sobre todo bóvidos, los mesopotámicos ofrendaban principalmente carneros, corderos y ovejas bien alimentados -como se descubre en detallada enumeración de ovejas carnosas, gruesos corderos y grasos carneros destinados al sacrificio del rito fundacional del templo de Ningirsu, el dios de la ciudad de Lagash (Cilindro A de Gudea, VIII, 8)-.
Sin embargo, es posible que la relación entre Cristo y el animal tenga un entronque con Oriente más profundo y al mismo tiempo más sencillo.
Un signo cuneiforme compuesto por un cuadrado en cuyo centro se inscribe una cruz se leía lu y significaba udu: cordero.
Un signo muy distinto, en el que se reconoce la figura erguida de un hombre de pie, se leía y significaba lú: hombre.
Lu y lú eran, muy posiblemente (pues no se sabe a fe cierta cómo se pronunciaba el sumerio) términos homófonos. Se escribían con signos distintos, se referían a entidades que en principio nada tenían que ver, pero que sonaban probablemente igual.
Los sumerios gustaban de los juegos de palabras. La homofonía entre términos establecía conexiones o correspondencias entre realidades inconexas, y desvelaba posibles misteriores relaciones que no se podían detectar ni siquiera imaginar a simple vista, Las palabras evidenciaban la compleja estructura del mundo y el juego de miradas entre los entes.
Así, la autobiografía del rey Gudea recurre reiteradamente a un juego entre el sustantivo o nombre propio gù-dé-a (el rey Gudea) y la expresión gù-dé-a-ni (su voz fuerte, su grito), como si la voz fuera una metonimia del rey, si su verbo lo representara (Cil. A de Gudea, II, 17).
Hacía dos mil años que el sumerio ya no hablaba en tiempos de Cristo. Seguramente tampoco se escribía ni se leía ya. Por otra parte, el sumerio nunca se habló en la franja mediterrénea oriental, aunquer sí llegó el imaginario que aquél vehiculaba. Sin embargo, es posible que algunas relaciones que la homofonía había establecido (o desvelado) hubieran cruzado el tiempo y el espacio, y que, por ejemplo, hombres y corderos fueran entes sustancialmente idénticos (aunque formalmente diversos) -una relación, por otra parte, que no era extraña, dada la unidad que un pastor y su rebaño constituían. Eran o tenían que ser mansos; civilizados.
Jesús fue una gran figura literaria. Los milagros -literalmente, maravillas dignas de verse-, las apariciones, ocultaciones y desapariciones, y la confusión entre el deus ex máquina y la figura protagonista que acontece al final de su vida cuando Cristo asciende apoteósicamente, revelan que Jesús era un complejo personaje en las cuatro tragedias que constituyen los Evangelios.
Al mismo tiempo, Jesús gustaba del humor, de los juegos verbales. Recurría a parábolas, a metáforas -"he aquí mi carne", mientras alzaba un mendrugo, quizá cargada de ironía, o de distanciamiento-, a cortas frases enigmáticas y cortantes, magistralmente esculpidas -"tú lo has dicho", "dad al César lo que pertenece al César...", "Padre, por qué me has abandonado", "perdónalos porque no saben lo que hacen", "noli me tangere"-, a atrevidas comparaciones -"soy un templo", "los que me siguen son santuarios"-, a irónicos juegos de palabras -"tú eres Pedro, y sobre esta piedra...". Los evangelios son la más gran obra barroca, un verdadero auto sacramental
Concedía la primacía a la palabra; una palabra creadora que componía el mundo y mostraba sus múltiples facetas, los más recónditos y absurdos aspectos, la fluidez de la materia y las formas (el agua deviene vino, el pán ácimo carne, y la muerte, vida), los juegos de espejos que iluminaban el mundo y a los humanos y los deslumbraban. La primero era el Verbo, y el mundo, un complejo mundo propio que legó a los humanos, fue creado por la palabra.
Fue la palabra la que estableció que un hombre (que era un dios: lú es hombre, y lugal, señor, un término con el que el rey Gudea nombra a su dios protector Ningirsu) era también un cordero. El cordero de dios. Un hombre entregado.
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