miércoles, 9 de junio de 2010

martes, 8 de junio de 2010

Chris Burden (artista y arquitecto): antología





Aunque hoy el artista y arquitecto Chris Burden pinta bodegones, hubo un tiempo, en los años setenta, que practicaba acciones que no dejaban indiferente: ponía a prueba espacios opresivos, cerrados, o mostraba la ilusoria sensación de libertad que los espacios abiertas urbanos brindan (atados, crucificados al coche, sin el cual la ciudad no se recorre, lejos ya del "flâneur", el paseante urbano, desocupado y despreocupado, decimonónico, descrito por Baudelaire), y se ponía a prueba.

Así, pedía que le disparan a un brazo, de cerca, en una estancia (su acción más conocida), se hacía crucificar sobre el capó trasero de un Volkswagen -el "vagón o vehículo del pueblo" ideado por la Alemania nazi- y recorría algunas avenidas de Los Ángeles (antes de desaparecer tras las puertas celadas de un garaje, como si de una milagrosa aparición, a plena luz, se tratara), se arrastraba desnudo sobre un lecho de cristales rotos que cubría el suelo de una habitación, se pasaba tres semanas durmiendo o estirado en una cama en una galería de arte (el espacio se reducía hasta los límites del cuerpo, y se ofrecía a sí mismo como una mercancía que debía ser cuidada, alimentada), se aislaba cinco días en una taquilla, cerrada con llave, de una consigna (la morada como nicho, y el humano como un objeto abandonado), se cubría con un saco de tela gruesa con la apertura bien anudada, abandonado en medio de un carril de una autopista saturada de tráfico, etc.

Este documental recoge estas "míticas" intervenciones, definidas como artísticas (interrogan el presente) por la voluntad del artista

www.soymenos.net/burden.pdf


Villa

Madrid es una villa. Este término, habitualmente, se aplica a poblaciones pequeñas. Sin embargo, en este caso denomina a una ciudad.
Mientras, en francés, "ville" significa "ciudad", aunque está emparentado con "village": pueblo.

Villa, ville y village derivan del latín vicus: barrio urbano, pero también pueblo. De vicus procede vicinus: vecino, y también próximo: nombra a una persona cercana o que está cerca. Una villa es una gran comunidad de vecinos, de seres próximos, que están y se sienten próximos.

Los tres términos antes citados también están emparentados con el latín villa: casa de campo. Estamos situados, entonces, a medio camino entre la urbe y el campo. Desde luego, en un espacio controlado por el ser humano, "doméstico": Vicus deriva del griego oikos, casa (y del sáncrito veça, que también significa casa).

En la Edad Media, el sustantivo latino villa se asoció al adjetivo vilis y al sustantivo vilitas: bajo precio (o de bajo precio), barato, ordinario.

Ordinarios, viles eran los pueblerinos, los habitantes de las villas (pueblos y ciudades); es decir, no eran nobles, no eran como los nobles, siempre asentados en sus castillos y posesiones aisladas. La nobleza se asociaba a la exclusividad, al retraimiento, la falta de contacto con los viles "burgueses". Por el contrario, la villa favorecía -y exigía- la vida en común. Turbia mezcla que envilecía, pues hacía saltar los límites entre castas (los verbos vilito y vilifico, en latín, significan, precisamente envilecer; vilesco alude a la pérdida de valor. Vile es un adverbio latino que se traduce por desvalorizado o sin valor). Lo común, que en Grecia, era la característica positiva o benéfica de la ciudad (puestas en común de bienes e ideas, compartidos) era, aquí, repudiado. Reaparecía la condena bíblica de la ciudad, cuna de los males. La villa estaba poblada de villanos, término en el que lo vulgar, la ordinariez, era sustituido por la maldad. Vilain, en francés, pronto cesó de nombrar a un habitante de la ciudad, para significar feo y malvado: ética y estética se unían en su rechazo del mundo urbano. Después de todo, la Biblia contaba que la ciudad fue un invento cainita.

Una villa, por tanto, es una agrupación de seres que no son nobles: que no tienen, pues, nada propio que defender, salvo la comunidad que forman. La noción de aristocracia (aristos, en griego, significa mejor, superior) no combina con la de ciudad. Es necesario estar abajo de todo -y no situado en las alturas- para compartir. Pues solo se comparte (bienes, ideas, vidas) cuando se está necesitado, cuando nos sentimos faltos de algo, sentimos que algo nos falta, y tendemos la mano, pidiendo ayuda: algo que otro, el otro puede aportar. Lo único que se halla completo es la propia comunidad. Aislados, quienes la constituyen son imperfectos, como bien explica el mito aristofánico de Eros, contado por Platón. Solo porque no somos o estamos completos, nos unimos hasta formar una comuna. Una ciudad, ciertamente, es un conjunto de seres desamparados, inseguros. Necesitados de estar juntos.

Tom Waits: In the Neighbourhood (1983)



Canción sobre el espacio cívico recomendada por Rubén Navarro

lunes, 7 de junio de 2010

Crosby, Still, Nash: Our house (original: 1970)

La parcela


Moira era el nombre en griego antiguo del Destino personificado y, a menudo, de la divinidad de la muerte o de la desgracia; Moirai, el plural de moira, era el nombre colectivo que recibían las diosas del destino (conocidas, en Roma, con el nombre de Parcas: las que paren a los humanos, las que les dan a luz).

Moira era un nombre común convertido en propio; comúnmente, significaba lote. Designaba, no un período de vida asignado a cada individuo, sino cada parcela otorgada a cada ciudadano. Sin ésta, el ser humano no podía, literalmente, vivir, ya que no tenía donde "caerse muerto": convertido en una figura errante, un alma en pena, desterrado -sin tierra propia, donde echar raíces-, expulsado de la comunidad, el hombre estaba condenado a morir; no se podía aspirar a vivir sin un espacio propio: el hogar (la lumbre, el centro, las paredes o los límites, la existencia de un espacio articulado alrededor de un hogar, centrado) era la condición imprescindible para vivir y no solo sobrevivir.

Espacio troceado, parcelado, delimitado. Cortes habían sido trazados y abiertos en la tierra, que abrían surcos profundos que permitían cultivar la tierra, y escindir los lotes del espacio indiferenciado. Espacio ordenado y orientado, bajo la atenta mirada de las Moiras.

La moira, una porción del espacio, tenía una traducción temporal: el período asignado a cada ser humano para que se asiente y more en su espacio, cuya posesión venía legitimado por las Moirai.

Los que estaban en posesión de un lote eran considerados afortunados. La suerte les sonreía, como si las diosas del destino les protegieran. Un espacio propio, una morada, ahuyentaba la muerte, brindaba la felicidad.

Tres eran las Moiras. La tercera se llamaba Atropos. La primera sílaba puede ponernos sobre aviso. Se trata de la partícula negativa "a". La diosa, entonces, anuncia una falta. En efecto, Atropos, o A-tropos, significaba lo que carece de dirección o de camino: Atropos es lo que carece de surcos, lo que no está trabajado. Nombra a lo indómito, lo que resiste a ser sometido, "domesticado": la tierra, reseca o encallecida, a la que es imposible remover, dándole la vuelta, para permitir que el agua y las simientes penetren. Atropos, entonces, significa inflexible: la tierra no cede a la presión del arado. No hay modo de echar a un lado o hacia atrás las motas de tierra que se sacarían si la parcela pudiera ararse. Por tanto, la tierra atropos es inmutable. Presenta siempre el mismo aspecto. Escapa al ciclo de la vida: nada brota ni muere en ella. Tierra yerma, árida, reseca. Tierra cruel: tal es el último significado de atropos: tierra inclemente, que rehuye la vida.

De pronto, el cielo se ha encapotado.

Los tres hilos del destino eran trenzados por las Moiras, hasta formar una cuerda irrompible de la que los humanos, como títeres, pendían. La última vuelta de tuerca, el último giro tras el cual el cable resultante se convertía en una soga, la daba Atropos.

El destino de los humanos era aspirar a un lugar en la tierra o a esperar obtener uno. Sin éste, no podrían vivir. El destino podía concederles estar en el espacio durante un tiempo. Mas, los griegos eran lúcidos. Sabían que la tierra no se sometía. Esta escisión entre el hombre y el espacio no era el fruto de una condena o una maldición -que podía, eventualmente, ser reparada o sorteada-. Era, por el contrario, congénita. Los humanos no están hechos para aposentarse en la tierra. Su mayor error -y su condena resultante- consistió en haber querido apoderarse de la tierra, reducirla.

Los griegos sabían que el mal nace de la avidez por la tierra, por el terruño (ciudadanos como los espartanos y los atenienses se presentaban a sí mismos como "nacidos de la tierra" -auctoctonoi, en griego: propios de las profundidades, es decir, en contacto con las potencias infernales, lo que concedía un sombrío rostro a los auctóctonos-, anteriores a los dioses, y quisieron, de este modo, legitimar su dominio sobre el resto de las ciudades-estado. Mas eran una excepción. El griego era consciente de su fugaz condición, que el lote asignado no le pertenecía: no podía hacer lo que quería con su vida ni con su parcela des espacio y de poder). La tierra es concedida en préstamo por las Moiras el tiempo que éstas consideran. Pero la tierra es de todos. Inmutable, eterna, no puede caer en manos de los "efímeros" -que así denominaban a los humanos-.

No hemos aprendido la lección. Tierra, patria, nación: nociones que nos ciegan. Supongo que las Moiras sabrán actuar en consecuencia.

viernes, 4 de junio de 2010