sábado, 10 de julio de 2010

La ciudad y la guerra



(Vistas de la ciudad etrusca de Misa, s. V aC)

Aunque la planificación ortogonal del espacio (urbano o no) se remonta al menos a principios del II milenio aC -en el mundo occidental, al menos, puesto que se encuentran muestras de trazados urbanos ortogonales preandinos de mediados del III milenio aC-, y que la Babilonia del siglo VII aC se erigió sobre un cuadrícula perfecta, tradicionalmente son los griegos a quienes se atribuye la aplicación sistemática de la parcelación ortogonal del espacio urbano y sub-urbano, considerándose a Hipodanmo de Mileto el primer urbanista, ya que teorizó sobre dicha planificación (que no inventó pero sí tomó de oriente) y la aplicó a varias ciudades que fundó o refundó.

Entre éstas, destacaba Thurii, en la Magna Grecia (sur de italia), en el siglo V aC. El que esta ciudad fuera una colonia no es casual: se ha supuesto que la necesaria repartición igualitaria o equitativa (las parcelas de tierras menos fértiles o más alejadas de los puntos de agua eran mayores) de las tierras conquistadas u ocupadas en el Mediterráneo occidental por y entre los colonos venidos de Grecia (parcelas y vías de acceso que constituían la planta de la ciudad colonial) está en el origen del urbanismo cuadriculado que, posteriormente se implantaría en la Grecia continental (cuyas ciudades más importantes, comlo Atenas o Tebas, derivadas de asentamientos que se remontaban a la Edad de Bronce o incluso al Neolítico, presentaban una organización caótica, en la que los vacíos, los campos yermos, dominaban sobre los construidos) y sería adoptado por culturas inffluenciadas por Grecia, como la etrusca y la romana.

Aunque escasas sean las trazas conservadas de ciudades fundadas por los etruscos (Misa, hoy Marzabotto, es uno de los pocos ejemplos conservados -en parte), se descubre que el urbanismo etrusco se acerca más al griego que al romano, pese a las afirmaciones de los eruditos latinos. Así, el espacio central de las ciudades griegas -el ágora- y etruscas estaba delimitado por calles que se cortaban en ángulo recto -una doble trama de calles principales y secundarias-, mientras que las vías -entre las que destacaban el cardo y el decumano, orientados según los puntos cardinales, que trazaban una cruz en el plano de la ciudad- desembocaban en el centro del foro.

Se ha discuttido mucho sobre el origen de la parcelación griega, haya recibido influencia oriental -lo que es probable- o no, pero el que los colonos desarraigados decidieran asignarse una misma parcela en la colonia (ya que todas las diferencias sociales y patrimoniales que existían en la ciudad-madre o metrópoli habían desaparecido con la emigración más o menos forzada -los colonos a menudo eran expulsados porque los alimentos faltaban en la metrópoli afectada además por la sobrepoblación en (los escasos) tiempos de paz-) ha sido considerado como el origen de la reorganizacón y planificación urbana griega.

Otros autores sostienen desde hace tiempo que la ordenackión ortogonal del territorio, tanto en Grecia cuando en Etruria, es consecuencia de la reorganización del ejército -los campamentos militares, bien organixzados, también están en el origen del urbanisnmo, romano, en este caso-. Mientras que en tiempos arcáicos eran los aristócratas los que combatían a caballo, buscando la gloria personal, haciendo exhibición u ostentación, a menudo vana, de coraje, sin la ayuda de ningún otro guerrero, la creación de la infantería, en la que participaban gentes que no eran nobles, y que combatían a pie, cambió las tácticas guerreras, la disposición de los ejércitos, más numerosos, y los campos de batalla, y aumentó la efectividad de los combatientes.

El arma defensiva era el escudo. Éste ya no era circular sino cuadrado o rectangular. De este modo, los soldados podían avanzar en formación cubriéndose con los escudos que, juntos, constituían una coraza o un techo protector abombado de metal, una cubierta abovedada. En estas formaciones el valor individual era innecesario o contraproducente. Todos cumplían un mismo papel, y la superioridad militar nacía de la uníon, de la perfecta conjunción de los soldados armados, bien colocados unos con respectos a los otros, siguiendo una trama ortogonal.
Este cambio radical de la estrategia guerrera aconteció en el siglo VII aC, poco tiempo después de los primeros movimientos coloniales griegos. La ocupación del territorio por parte de los ejércitos griegos, que ofrecía múltiples ventajas sobre la guerra de héroes individuales (insustituibles cuando caían) se vertió en la planificación territorial urbana.
La ciudad era un excelente espacio de defensa, tras cuyos muros o tras la línea mágica defensiva que creaban los santuarios extra-urbanos, los habitantes se convertían en ciudadanos con los mismos derechos y hogares semejantes, ninguno de los cuales, en principio, tenía que destacar sobre el de los demás, ni siquiera el del jefe de la expedición colonial.

Fue la infantería la que posiblemente esté en el origen de la llamada moderna planificación urbana. La maquinaria de guerra inspiró la organización territorial de la ciudad.

Pocas son las trazas que quedan de la ciudades coloniales griegas y menos aún de las etruscas. Pero la distribución igualitaria y "racional" en la que nada ni nadie domina, establece un diálogo entre todas las partes, semejante al que los sofistas practicaban en el ágora, donde todos platicaban, dirimiendo diferencias, combatiendo verbalmente (por el placer de dialogar, quizá inútil, pero a través del cual se solucionaban eventualmente conflictos más graves), sin que ningún orador buscase imponer sus puntos de vista. Solo se buscaba el gusto (quizá vano pero por eso mismo hermoso) de hablar -juguetona, irónicamente-, el mismo placer que los urbanistas sintieron quizá al ordenar el mundo en el que se instalaban, como acontece en Misa. El contraste en las pocas trazas ortogonales de la ciudad -reducidas a los cimientos de los muros, hechos con cantos de río bien trabados, modestos cantos todos iguales, como las mismas parcelas, también indistinguibles las unas de las otras, que, juntos, creaban las líneas de los cimientos sobre los que los muros de las casas se elevarían- que se conservan y la naturaleza desatada del entorno, marca la superioridad del diálogo sobre el grito y la imposición caprichosa de una sola voluntad.

Quizá aún podamos aprender algo del urbanismo griego o etrusco -pese a que tan escasas muestras hayan sobrevivido.

Luis García Berlanga: El sueño de la maestra (2002)


WebIslam

Escena de la película Bienvenido Mister Marshall que la censura impidió filmar en su día, y que Berlanga realizó cincuenta años más tarde.

miércoles, 7 de julio de 2010

Henri Salvador: Une chambre avec vue (2000)



C'est un ailleurs
C'est une chambre avec vue
C'est un ailleurs
Un lieu où j'ai vécu
Quelques bonheurs
Passés inaperçus
Quelques douceurs
Avec une inconnue
[Más Letras en http://es.mp3lyrics.org/zQgW]
Que j'ai connue

C'est le grand air
C'est une chambre avec vue
C'est le grand air
Juste au coin de la rue
Une vie entière
De la fin au début
Douce et amère
L'ai-je vraiment vécue ?
Je ne sais plus
Je ne sais plus

martes, 6 de julio de 2010

Nuevos atentados contra los yacimientos arqueológicos en Irak

Nuevos saqueos arqueológicos en Irak.



http://translate.googleusercontent.com/translate_c?hl=es&langpair=en|es&u=http://english.aljazeera.net/video/middleeast/2010/07/201076113726976838.html&rurl=translate.google.es&usg=ALkJrhjN53p3baCNk7DnrKkm1eFrbtUoNQ

Ángeles custodios etruscos





Ningún pueblo antiguo poseyó tantos tipos de urnas funerarias como los etruscos: desde simples vasijas hasta complejos sarcófagos en cuya tapa descansaban efigies de cuerpo entero del difunto recostado como si banqueteara.

Entre estos tipos de urnas destacan las llamadas impropiamente vasijas canópicas. El nombre evoca los vasos canópicos del Egipto faraónico donde se guardaban las vísceras del difunto momificado.

Aunque formalmente ambas piezas se parecen (son recipientes panzudos coronados por una tapa que reproduce una cabeza humana, quizá la testa del difunto), su función es muy distinta. En Etruria, estas vasijas, depositadas en las tumbas, contenían las cenizas del difunto incinerado, no sus órganos vitales.

Estas vasijas etruscas se componían de dos o tres elementos. Idealmente, comprendían un trono de pequeñas dimensiones; una vasija depositada sobre el asiento, dotada en ocasiones de bracitos o tan solo de manos engarzadas en muñones, que se podía interpretar como un cuerpo o, mejor dicho, un tronco; y una testa de rasgos simplificados, con ojos a menudo cerrados o velados: ojos inexpresivos que dan la sensación que no ven nada; ojos desorbitados de ciego.

Los tronos se asemejaban a muebles muy parecidos a los situados cerca de un lecho funerario ubicado en una tumba, esculpidos en piedra. Estos asientos servían para depositar ofrendas, debían de ser utilizados por algún familiar notable durante las ceremonias o banquetes anuales en honor del difunto, así como por los espíritus, quizá de los ancestros que, día y noche, velaban sobre los moradores de la tumba.

Las vasijas recuerdan vientres grávidos. Las figuras, a veces, apoyan las manos sobre el cuenco abultado de la vasija que les sirve de cuerpo, como si se auscultaran. Cuerpos a punto de dar a luz, sin duda, a fin de que el difunto renazca en el más allá.

Por este motivo, queda la duda de qué representa la vasija: ¿el cuerpo que el difunto disfrutaba en vida? ¿un nuevo cuerpo, impercecedero, para vivir en el infra-mundo? o acaso, ¿el cuerpo de un nuevo ser que acoge en su seno los restos del difunto y se apresta a alumbrarlo en el otro mundo?

La testa que corona la urna es movible. Actúa como un tapón eficaz, que impide que las cenizas se esparzan y, quizá, que el espíritu del difunto se disuelva o regrese a la vida en forma de fantasma.
Se ha interpretado a menudo esta testa como un retrato del difunto. ¿Digno era de ser recordado? En Etruría, sí. Mas ¿no cabe otra lectura? La cabeza bien podría ser la efigie de un antepasado que guarda y protege los restos cenicientos de un sucesor suyo. La cabeza y, posiblemente, el cuerpo, fueran un receptáculo, una imagen de un ancestro, en cuyo seno el difunto -o el polvo en el que lo habían convertido- anidaba. Los ojos bien abiertos pero inertes de la figura simbolizaría que aquélla habría alcanzado una nueva vida en la que los sentidos ya no son necesarios, puesto que solo los espíritus descorporeizados recorren el más allá. Su tamaño exagerado evocaría bien la inextinguible capacidad de velar para siempre sobre los restos que son confiados al antepasado, y el don de conectar con todas las potencias invisibles, incluidas las deidades, don que los humanos no poseen.

Las urnas antropomórficas no serían entonces representaciones simplificadas del difunto, sino el cuerpo de un ancestro con el que el difunto comulga, acogiéndose en su seno, sabiéndose protegido para siempre. Serían la materialización de un espíritu, la presencia del fundador del clan, el primer humano. Amparado por el ancestro, conectado a él, el difunto podría, quizá, alcanzar un día, o en otra era, la condición envidiable de aquél. Se vivía para morir y renacer convertido en ángel custodio.