martes, 12 de octubre de 2010

Paul Strand & Charles Sheeler (y Walt Whitman): Manhatta (1920)



Véase en pantalla más grande en la página de Google videos)



Manhatta (escrito así) es un documental de corta duración del fotógrafo Paul Strand y del pintor y fotógrafo Charles Sheeler, que precede diez años la célebre película Berlín, sinfonía de una gran ciudad. Caído en el olvido, perdido, fue restaurado en 2009, si bien no es aún muy conocido.

El título deriva del poema Mannahatta, de Walt Whitman -varios de cuyos versos se citan (en particular del extenso poemario Leaves of Grass, iniciado en 1855). Formalmente inspirado en la pintura cubista, el cortometraje recrea un día en Nueva York, de la que los habitantes han quedado reducidos a sombras, o una multitud de puntos encasquetados que se mueven como los puntos de un anuncio luminoso.
Considerado el mejor documental sobre una ciudad jamás filmado.


Mannahatta (Walt Whitman)

I was asking for something specific and perfect for my city,
Whereupon lo! upsprang the aboriginal name.
Now I see what there is in a name, a word, liquid, sane, unruly,
musical, self-sufficient,
I see that the word of my city is that word from of old,
Because I see that word nested in nests of water-bays, superb,
Rich, hemm’d thick all around with sailships and steamships, an
island sixteen miles long, solid-founded,
Numberless crowded streets, high growths of iron, slender, strong,
light, splendidly uprising toward clear skies,
Tides swift and ample, well-loved by me, toward sundown,
The flowing sea-currents, the little islands, larger adjoining
islands, the heights, the villas,
The countless masts, the white shore-steamers, the lighters, the
ferry-boats, the black sea-steamers well-model’d,
The down-town streets, the jobbers’ houses of business, the houses
of business of the ship-merchants and money-brokers, the river-streets,
Immigrants arriving, fifteen or twenty thousand in a week,
The carts hauling goods, the manly race of drivers of horses, the
brown-faced sailors,
The summer air, the bright sun shining, and the sailing clouds aloft,
The winter snows, the sleigh-bells, the broken ice in the river,
passing along up or down with the flood-tide or ebb-tide,
The mechanics of the city, the masters, well-form’d,
beautiful-faced, looking you straight in the eyes,
Trottoirs throng’d, vehicles, Broadway, the women, the shops and shows,
A million people–manners free and superb–open voices–hospitality–
the most courageous and friendly young men,
City of hurried and sparkling waters! city of spires and masts!
City nested in bays! my city!


Once I Pass'd Through a Populous City (Walt Whitman)

  Once I pass'd through a populous city imprinting my brain for future
      use with its shows, architecture, customs, traditions,
  Yet now of all that city I remember only a woman I casually met
      there who detain'd me for love of me,
  Day by day and night by night we were together—all else has long
      been forgotten by me,
  I remember I say only that woman who passionately clung to me,
  Again we wander, we love, we separate again,
  Again she holds me by the hand, I must not go,
  I see her close beside me with silent lips sad and tremulous.

lunes, 11 de octubre de 2010

Ralph Steiner & Willard Van Dyke: The City (1939)





The City
Guión: Lewis Mumford
Música: Aaron Copland
Comentario

Los males y bienes de la nueva ciudad. La defensa de la casa (individual, familiar, suburbana) enraizada en la tierra, como germen de la ciudad,  aparece, hoy, como una contradicción. La ciudad exige y simboliza el desarraigo: es la nueva tierra. La nostalgia no es de recibo.
Un documental imprescindible.

viernes, 8 de octubre de 2010

(La vida en la periferia) Dimitri Kirsanoff (1899-1957): Ménilmontant (1925)

Dimitri Kirsanoff es un cineasta estoniano, refugiado en París. Considerado el lejano padre del neorrealismo. Ménilmontant, una barriada pobre de París.
Una de las mejores películas mudas, sin textos intercalados, sobre la vida en los márgenes de la ciudad (y en el mismo centro de ésta)









jueves, 7 de octubre de 2010

De pueblo a ciudad

Las diferencias entre pueblo y ciudad no han sido aún totalmente determinadas. Historiadores, arqueólogos y antropólogos dedicados al estudio del Próximo Oriente antiguo aún debaten qué características, físicas y/o humanas, tiene que poseer un poblado para "acceder" a la condición de ciudad: un fenómeno que, mientras no se demuestre lo contrario, se originó en el sur de Mesopotamia (Irak) (y, quizá en Elam, al oeste de Irán), a finales del V milenio aC, o a principios del IV milenio aC.

El tamaño, en este caso, al parecer, no cuenta. Una ciudad no tiene necesariamente más habitantes que un pueblo. Por el contrario, la división del trabajo, la jerarquización social y arquitectónica (que se revela en el tamaño de los edificios y la riqueza de las tumbas), y la acumulación de bienes en algunas manos, son signos que denotan que se está ante una ciudad y ya no ante un pueblo.

Jean-Louis Huot enuncia una última y magistral característica. Un pueblo es un conjunto de trabajadores manuales. Éstos producen de todo, o se especializan. Pero su vida está dedicada a las manualidades. Son herreros, ceramistas, talladores, albañiles, etc. Viven la vista vuelta sobre los instrumentos y el espacio de trabajo.
La ciudad también agrupa a artesanos. Pero éstos ya no viven de lo que fabrican u obran, sino de lo que pregonan. La palabra, el pregón, el discurso se confabula con el producto, o lo sustituye. Viven de lo que anuncian. El útil, "en sí", no "es" nada, si no viene acompañado, o envuelto, de unas palabras que destacan sus virtudes y ocultan sus defectos. La obra o el objeto "manufacturado" está más en las palabras que en el aparador. Se anuncia: esto es, se destaca algo que aún no existe; se proclama su venida, su próxima entrega. Pero lo que solo existe en el anuncio de sí mismo es tratado como si pudiera ser tocado.
La ciudad, además, agrupa a habitantes que ya solo viven de la palabra: sacerdotes (y reyes, que ordenan y dictaminan, pero no "hacen" u obran nada "tangible), legisladores, maestros.

La ciudad, entonces, es el espacio del mercadeo de bienes y de ideas. La plaza pública, donde todo se pregona, se ofrece, se expone, sustituye al taller artesanal. La urbe es el lugar de la ficción. Los rituales, por el contrario, acontecen en el campo, o en la periferia de las ciudades, donde se ubican los santuarios principales.
El campo es el ámbito de la anunciación (el ángel se apareció en una gruta): la palabra que proclama la verdad, lo venidero; la ciudad, por el contrario, se puebla de anuncios: imágenes, ilusiones, sin un necesario correlato con la "realidad".

Platón entendió perfectamente en qué consistia una ciudad: el ámbito en el que charlatanes y titiriteros, que pregonaban lo que quizá no existía, y que simulaban ser lo que no eran, cuando actuaban en la plaza pública,  se movían libremente. Platón quiso construir una estructura imposible: una ciudad donde apate (el engaño) y pseudos (la mentira, la fabula, el como si) estuvieran proscritos. La república platónica nunca pudo existir (salvo en su imaginación). Era una contradicción de términos.

La Persuasíon, y el Deseo,  actúan en el marco de la ciudad. No es casualidad que Corinto, la gran ciudad portuaria y comerciante de la Grecia arcaica, poseyera un templo dedicado a Afrodita, y que una efigie de la diosa Peithô, la Persuasión, presidiera el centro del ágora, donde todo se ofertaba: bienes y cuerpos (las prostitutas de Corinto eran míticas).

La ciudad es el espacio del futuro: está volcado a acoger lo que está aún por venir -y quizá no venga nunca, porque la palabra que lo anuncia lo ha reemplazado. Nos contentamos con una promesa. Por otra parte, si el objeto llegara (a ser), si se encarnara, nos decepcionaría. Nuestro deseo cesaría. Y, entonces, la ciudad ya no tendría razón de ser.

Ni Calatrava o Zaha Hadid más desmelenados)... Architects: Always (2007)



El álbum de Architects, no podía ser de otro modo, se titula Ruina.

Cuando a los arquitectos se les ve la campanilla...

Arman: Home Sweet Home (1960)



Arman: Home Sweet Home, 1960, máscaras de gas colgadas en una caja de Plexiglás, 160x140x20 cm, París, Centro Georges Pompidou

Cuando el aire se vuelve irrespirable, las estancias están cerradas a cal y canto, vueltas sobre sí mismas, defendidas del exterior, y se necesita que el aire circule...

Las colecciones, la acumulación de fetiches,  siempre se guardan en interiores, y los personifican.

La caja es la casa. Un campo de concentración, o un campo de batalla envenenado.

Las máscaras recuerdan la forma del rostro que deforman, animalizan: la boca sellada, la trompa.

Una de las mejores alegorías del espacio doméstico.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El cuenco y la casa

Durante mucho tiempo, agricultura, domesticación de animales y sedentarización fueron fenómenos culturales asociados, que supusieron el paso del paleolítico al neolítico, en la amplia y estrecha franja llamada el Creciente Fértil (sobre todo en Palestina, a lo largo del valle del Jordán, en las estribaciones anatólicas y en  los valles norteños del Eúfrates, hoy en Siria), hacia el 9000 aC. Estas manifestaciones estaban relacionadas. Los humanos se asentaron, abandonaron las prácticas de caza y recolecta con las que habían sobrevivido desde hacia decenas de miles de años, y las reemplazon por el cultivo de cereales, fibras vegetales como el lino, y leguminosas (cuyos excedentes almacenaban en silos construidos en la periferia de las aglomeraciones). La única duda se refería al orden de aparición de estas tres prácticas: los humanos ¿se asentaron para, a continuación, cultivar y domesticar? o ¿el cultivo y el ganado les llevó a abandonar su vida errante o nómada?

La realidad, sin embargo, ha resultado ser más compleja que la teoría. Se han encontrado poblados de hace doce mil, o de hace siete mil años, en los que los habitantes, bien asentados, cazaban y recolectaban; y territorios en los que se cultivaban las tierras y se poseían rebaños, sin que hubieran poblados: los humanos se ufanaban en trabajos duros como la agricultura y la ganadería, pero seguían teniendo una vida nómada.

Hace nueve mil años, no obstante, el número de poblados creció desmesuradamente en todo el Próximo Oriente (Palestina, Siria, norte de Irak, y Anatolia). Al mismo tiempo, las ruinas de estos poblados, cuyas cimentaciones e, incluso, cuya parte inferior de los muros se conservan, están salpicados de un nuevo tipo de objeto: cerámicas, vasijas de cerámica (la cerámica apareció hace unos diez mil años -vasijas de piedra, como el alabastro, son incluso anteriores-, pero se extendió masivamente unos mil años más tarde).
Casualmente o no, la "urbanización" del territorio -el número creciente e imparable de pueblos-, coincidió con la producción masiva de la cerámica (elaborada sin torno). ¡Casualmente?

Las jarras, las tinajas, los cuencos servían para almacenar alimentos. Quizá también como útiles de "cocina". Pero, es posible que la función principal no fuera utilitaria, sino simbólica. La cerámica (cajas y cuencos) sirvió también, o sobre todo, para almacenar y guardar a los difuntos, los "ancestros": urnas cinerarias y osuarios fueron muy comunes. Los tamaños eran variados: desde objetos considerables hasta receptáculos más pequeños que una botella.

La cerámica, entonces, constituyó el hogar del difunto; su última morada. Un espacio recogido, bien defendido por una boca estrecha o una tapa (de madera) que protegía al difunto, a sus restos. En algunos casos, estas urnas, tan abundantes, tenían forma de casa -o de animal.
Se almacenaban en el hogar, o se depositaban bajo éstos (afin que los "ancestros" protegieran a los descendientes). Entonces, las casas brotaban de estos receptáculos, verdaderos gérmenes de un espacio protector. Constituían modelos, en el sentido literal: prototipos a partir de los cuáles las casas se edificaban.

La creciente importancia de los asentamientos, cuyos primeros espacios eran de planta circular y estaban semi-enterrados, o enterrados enteramente (una tipología que, ya en pleno neolítico se usó sólo para espacios comunales y posibles santuarios, además de para almacenes, mientras que las viviendas adoptaron la planta rectangular), ¿fueron acaso inspirados por los cuencos cerámicos, por las "casas de los difuntos" moldeadas en barro y cocidas? La forma de gruta o de vientre de las chozas procede precisamente de estas formas primordiales, o bien de la de los cuencos? o ¿acaso la forma de éstos ya estuvo dictada por la forma de un vientre grávido, o de una cueva donde inverna un animal?

Es posible que los vivientes hubieran deseado una morada como la que concedían a los muertos. Las casas, las cabañas, semienterradas- en la tierra, serían como gigantescas tinajas (recordemos que en la Grecia arcáica, miles de años más tarde, tinajas desmesuradas, de unos dos metros de alto, casi tan grandes como chozas, y más altas que los héroes cuyas estatuas estaban diseminadas por recintos sagrados y funerarios, sirvieron como estelas funerarias, erguidas sobre la tumba). La casa sería un cuenco; un cuenco, el modelo o maqueta de una casa. En ambos casos, un refugio, como lo son las manos juntas con las que tratamos de retener agua para beber, o con las que nos tapamos y protegemos la cara. Espacios cóncavos protectores.

Quizá, entonces, los cuencos empezaron a ser utilizados para alimentarse. De algún modo, actuaban en beneficio de la vida. Daban de comer al hambriento, de beber al sediento. Eran su última esperanza, un último espacio de acogida. Receptáculos de vida. Como las casas y las últimas moradas.

La casa sería un fráguil recipiente.