sábado, 23 de octubre de 2010

Amy Kravitz: El río del olvido (River Lethe) (1985) (La actualización de los mitos)


River Lethe from Amy Kravitz on Vimeo.

Amy Kravitz (Rhode Island School of Designes una de las mejores artistas de animación actuales.
El cortometraje recrea el tema mítico del río Leteo, uno de los cuatro ríos infernales, cuyas aguas, las almas de los difuntos tenían que beber para proseguir, sin nostalgia, ni volver la mirada hacia atrás, su viaje sin retorno hacia el más allá.

La ciudad y los márgenes

Transcribo casi íntegramente unos comentarios del gran asiriólogo Mario Liverani (agradezco al Dr. Joaquín Sanmartín la transmisión de esas observaciones).

La relación entre el centro y la periferia ha dado lugar a un tipo de imágenes casi coincidentes en múltiples culturas de diversas épocas.
Si las primeras ciudades fueron instauradas en el Próximo Oriente antiguo y, en concreto, en el sur de Irak, el imaginario de la capital se oponía al de los márgenes, si bien ambos estaban relacionados.
Las ciudades eran centros de poder y de orden. Los dioses, especialmente la divinidad protectora de la ciudad, sacerdotes y el monarca moraban en ella. La seguridad, el control de ésta y de los pueblos y asentamientos cercanos, el orden impuesto a un territorio circundante considerado caótico y poblado de bárbaros, nómadas, y foráneos,emanaban del centro, de la capital.
Ésta se creía aureoladas con todas las virtudes. Captaba los materiales aún no manufacturados y exportaba bienes. La ley y la civilización estaban íntimamente asociados a la urbe. La luz, la fertilidad, la vida eran valores e imágenes consustanciales con la vida urbana, opuestos a los de la oscuridad, la esterilidad y la muerte que campaban por los márgenes.

Éstos estaban definidos, visualmente señalados en el espacio por infranqueables cadenas montañosas y por océanos. Incluso en el caso de que ningún hito natural delimitara el espacio controlado por la ciudad, se suponía que ríos u océanos infranqueables rodeaban la tierra habitable y habitada, organizada alrededor de un núcleo urbano. Estas aguas, siempre oscuras e insondables comunicaban con los océanos, las aguas subterráneas y el país de los muertos. Así, al menos  en algunos mitos mesopotámicos, los infiernos no se hallaban debajo de la tierra visible, bajo los cimientos de los edificios urbanos, sino más allá de la frontera que, en el horizonte, las aguas que circundaban el mundo visible trazaban. Los muertos se hallaban más allá de los océanos o los ríos infernales.
Monstruos y almas en pena vagaban por los confines. Se oponían a los ciudadanos. Eran una constante amenaza. Ponían la vida en peligro. No se hallaban integrados al orden urbano, ni podían estarlo. Es más, las bondades del orden sobresalían más ya que se contraponían a los valores negativos o destructivos asociados la la vida, que no era vida, marginal. Los solitarios, los dejados de la mano de los dioses y los condenados al destierro eran los únicos seres vivos -pero ya eran muertos en vida- que circulaban, sin detenerse, ni asentarse jamás, por las tierras de los confines. Eran sombras, figuras sin rostro ni entidad. Ningún ciudadano de pleno derecho hubiera podido morar en los confines; ni hubiera querido. Hubiera muerto de soledad. Las  comunidades, la vida en común, bajo un mismo techo, eran imposibles en los márgenes, siempre bajo la amenaza de sombras y alimañas.  Por el contrario, el diálogo claro, a cara descubierta, solo se producía en el limitado y mesuraba ámbito de la ciudad.

Esta nítida contraposición entre los valores de la centralidad urbana y de la desordenada y oscura periferia, se enfrenta, al menos en apariencia con alguna excepción, empero.
Un ser excepcional, sabio y bondadoso, sí estaba recluido en los márgenes lejanos. Era un anciano que había sobrevivido, por designio divino, al diluvio con el que el dios de los cielos había decidido castigar a una excesivamente tumultuosa humanidad. Utnapishtim -tal era su nombre- había sido trasladado, al concluir su vida, a estos parajes, donde seguía viviendo en paz. Hasta él acudió el héroe Gilgamesh para conocer los secretos de la vida y la muerte, y dónde se hallaba la planta de la inmortalidad. Utnapishtim vivía, y vivía en paz. Su estancia no era consecuencia de un castigo. Su casa marginal no era una cárcel. Vivías como se vivía en una ciudad. Con una diferencia, fundamental. Vivía solo. Nadie se atrevía a acudir para visitarle (salvo un desesperado Gilgamesh, deseoso de logar la resurrección de su escudero Enkidu, sumido en las tinieblas, pobladas de gusanos, de los infiernos -que, el mito no lo precisa, no se sabe si se hallaban más allá del río de la muerte, o en las profundidades-). Utnapishtim vivía, ciertamente, en tierra de nadie. Mas, ¿era ésta una vida plena? De algún modo, vivía allí porque su vida terrenal había concluido, porque ya no podía compartir nada con sus semejantes. Estaba fuera de la vida y el orden humanos.

Del mismo modo, en el imaginario griego, los difuntos partían hacia las entrañas de la tierra, o hacia los confines oceánicos. Cuando Ulises quiso conocer el porvenir, la maga Circe le aconsejó que navegara hasta el horizonte, hacia los límites del mundo visible, donde se hallaba la boca de los infiernos. En este caso, la doble ubicación infernal, en la periferia y en las profundidades, coincidían: el país de los muertos se hallaba debajo de los vivos, pero se accedía desde los márgenes de la vida terrenal -que era la única vida concebible por los griegos-.
Sin embargo, en dichos confines marinos se ubicaba una isla: la isla de los bienaventurados. A ella nadie acudía: ningún ser vivo, ni ningún difunto. Dicha isla solo estaba disponible para un limitado número de héroes, todos pertenecientes a otra edad, la Edad de Oro. A su muerte, en efecto, los héroes de otrora fueron "perdonados". Pudieron proseguir su vida después del tránsito. Mas dicha vida prolongada para siempre no se llevaría a cabo en la tierra sino allende los mares, en una isla. Proseguirían con su vida dichosa, pero aislados, sin contacto posible con las generaciones de vivientes venideros. La isla de los bienaventurados se parecía al espacio de Utnapishtim: un lugar donde algunos seres excepcionales, es decir favorecidos por los dioses (sin que su valía ni sus valores hubieran necesariamente sido tenidos en cuenta), podían seguir viviendo, mas como muertos vivientes: sin el contacto con la vida diaria terrenal.

Por este motivo, son esos seres los que ponen de manifiesto, la verdadera vida que la ciudad encerraba. Mientras en la urbe se debatía, ne negociaba, se comunicaba, en los márgenes, la vida, si vida había, era la vida aletargada de quiénes habían renunciado a la vida: los eremitas, los sabios, los perdonados, aquéllos que, de algún modo, habían sido apartados, quizá por sus excesivas, es decir, por sus inhumanas virtudes, de la vida verdadera: la vida urbana, siempre enmarcada por un horizonte construido: una perspectiva alzada para el punto de vista, y las aspiraciones humanas.

viernes, 22 de octubre de 2010

José Val del Omar: Acariño galaico (De barro) (1961/1981-82/1995)







Quizá el documental (¿español?) más importante, obra del olvidado (y recuperado) cineasta y científico Val del Omar: los orígenes de la cultura en Occidente penosamente surgida del barro -que es agua ensuciada.

martes, 19 de octubre de 2010

Joanna Priestley: Voices (1985)



Mítica animación de una mítica cineasta de animación

El espacio público en Sumer

Se ha atribuido a los pobladores del sur de Iraq (los "sumerios", como tradicionalmente se les conoce), desde finales del quinto hasta finales del cuatro milenio aC, la invención de toda una serie de formas culturales: la escritura, la ciudad, las leyes, la realeza, etc. La historia, afirmaba Kramer, empezaba en Sumer.

Sin embargo, quizá se ha minusvalorado una aportación, que hoy aparece como fundamental, y que se percibe nítidamente si se comparan los planos de las ciudades de Uruk y de Ur.
Estos planos fueron levantados como se pudo hace un siglo. Ni los restos de las ciudades, cuando fueron fundadas o cuando dejaron de ser villorios y se convirtieron en urbes, estaban ya completos, ni los arqueólogos del siglo pasado (y del siglo XIX) buscaban entender la planimetría de las ciudades. Los tesoros eran mucho más atractivos.
Mas, salvado este escollo, por incompletos que sean los planos, se percibe una gran diferencia. Uruk es una ciudad más antigua. Estaba plenamente desarrolla a finales del quinto milenio aC. Ur, todo y siendo una de las primeras ciudades del mundo, es más reciente: alcanzó toda su extensión unos seiscientos años más tarde.

Uno de los polos o centros de Uruk está compuesto, en sus inicios, por una amalgama de grandes estructuras, ya sean palacios, salas comunales, templos, o palacios (dependiendo, casi, de la ideología del intérprete). Están más o menos orientadas según los puntos cardinales, por lo que se puede suponer son edificios relevantes. Se hallan uno al lado del otro, o uno cerca del otro. No se tocan. Son como objetos depositados sobre una superficie plana. Parecen haber sido concebidos como grandes formas escultóricas. ¡Cómo se accede a ellos? A través de los intersticios entre los edificios, o los espacios baldíos que los rodean. En ningún momento se percibe un plan urbanístico. Cada edificio parece haber sido ubicado a la buena de dios. Ha sido tratado como una unidad, independientemente de los demás. El resultado, es la suma de unidades auto-suficientes, cada vez más grandes, como si se quisieran imponer a las ya existentes.
Aunque la comparación pueda parecer profana o herética, Uruk se asemeja a los polígonos que se construyeron en la periferia de Barcelona en los años sesenta y setenta: edificios dejados caer en medio de un  espacio no urbanizado.

Por el contrario, en Ur, la importancia ya no recae en los edificios, sino en el espacio entre éstos, al menos en algún "barrio" (el centro "ceremonial", por el contrario, sigue pareciendo, como en Uruk, un lejano modelo de Brasilia). Pero, en algunas zonas de la ciudad, se ha "avanzado" con respecto a la planificación de Uruk. Se diría que lo primero que ha sido planificado ha sido la trama urbana. Esto posiblemente no sea cierto. La ciudad presenta una trama de aspecto medieval, o semejante a una medina, no una retícula. Pero existen calles, callejones y pasadizos. Tortuosos, pero continuos. Predomina una dirección. Se dirigen hacia un lugar. Los edificios son contiguos. Las fachadas se disponen de manera a que dibujan, juntas, un plano continuo que define un espacio de circulación. No parece que hubieran plazas, empero, lo que, sin duda, es lógico: por razones climáticas y, quizá, culturales. El espacio de comunicación quizá no fuera la calle, pero la calle no es un descampado; no es lo que "queda" entre los edificios, sino que éstos se insertan entre calles o se amoldan a la, en ocasiones, caprichosa, pero continua trama callejera.
Los sumerios, de algún modo, inventaron el espacio público. Éste no es una ausencia -lo que no ha sido (aún) construido, como si de un solar abandonado se tratara- sino una presencia: es lo que "trama", organiza y da sentido a la ciudad; es lo que permite que un pueblo se convierta en una ciudad. Son las calles, los espacios de comunicación e intercambio, y no los edificios los que convierten una amalgama de bloques aislados, en un paisaje denso donde se cohabita y se comparte.
El modelo, que se aplicó en Ur, prosperó hasta la primera mitad del siglo XX. Fue entonces cuando algunos arquitectos decidieron volver a conceder la primacía a sus creaciones, auto-suficientes, encerradas en sí mismas, y convirtieron lo que habrían tenido que ser calles, plazas y jardines en espacios solo dispuestos para dar lustre a las construcciones: espacios vacío, vistos "en negativo".
Aún sufrimos el abandono del modelo de Ur. Solo hay que "pasearse" -si es que pasearse puédese- por las zonas descampadas del Fórum o de la "Plaza" Europa, en Barcelona (y, en las que, por otra parte, los edificios están lejos de alcanzar la orgullosa presencia de los "templos" de Uruk). No hay nadie. ¿Cómo podría haberlo. No se sabe en qué dirección ir. Solo queda el desamparo y perderse.

lunes, 18 de octubre de 2010

Robert Breer: A Man And His Dog Out For Air (1957) ; 69 (1968)


Robert Breer - A Man And His Dog Out For Air (1957)
Cargado por sineadoconnickjr. - Mira videos web originales.




Un hombre y su perro toman el aire, considerado como una de los mejores cortometrajes de animación de la historia (y Robert Breer, quizá el mejor animador).
La imagen de la vida urbana.

Todos sus cortos de animación en UbuWeb.

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Denis Arkad'evic Kaufman (Dziga Vertov) (1896-1954): Celovek kinoapparatom (El hombre con la cámara) (1929)



Un día en la vida de un documentalista urbano.

Dziga Vertov (seudónimo de Denis Kaufman, cineasta y poeta, que significa, según Wikipedia, ¡Gira, peonza!) es también el nombre de un grupo de cineastas "maoístas",  fundado y encabezado por Jean-Louis Godard en 1968 para producir documentales y mostrarlos fuera de los circuitos comerciales (en universidades y centros de arte, públicos).