miércoles, 8 de diciembre de 2010

Damasco desvelada













1-3: Terrazas de cafés (entre éstos, el Down Town), en el barrio del Parque Zenobia
4: Embajada del Japón en el barrio del Parque Zenobia
5-6: Casas de los años cincuenta en el barrio del Parque Zenobia
7: Paseo arbolado a lo largo del riachuelo Tora en el barrio de Abu Romane
8-9: Avenida de Aj Jala, y casa, cerca de la plaza de Abil Ala, no lejos del barrio de Abu Romane
10: Facultad de Bellas Artes, de noche, en el barrio de la Universidad de Damasco


Corrado d´Errico: Stramilano (1929)



Corrado d´Errico

martes, 7 de diciembre de 2010

Lady Gagarchitecture



Lady Gaga lo tenía claro: bienvenidas las hombreras (la estructura ostentosa del traje o del disfraz).
Ésta era su exigencia para filmar el videoclip para el tema Poker Face, de Ray Kay, en 2008.

Es un tópico: el final de la primera década del tercer milenio revisa el arte de los años ochenta del pasado. Ya Madonna lo intuyó en 2006 con Confessions on a Dance Floor.

La ciudad y las casas (que se mostraban al público, y que servían de cebo, o de modelo), en los ochenta, eran el escenario de vidas que eran una fiesta permanente. El dinero corría de parejo a toda clase de sustancias. Los trajes, que eran disfraces, brillaban, los pelos se freían y se barnizaban de laca.

Sin embargo, una atmosfera de amenaza rondaba. La risa siempre bordeaba la mueca (de miedo). Fríos asesinos urbanos impecablemente vestidos con sus mejores galas de marca urdían refinadas torturas. Un accidente que truncara la fiesta esperaba al torcer la calle. La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe, ha retratado este mundo. La ciudad, siguiendo la estela que Malas Calles, de Scorcese, ya marcara en los años setenta, daba cabida a toda clase de perversiones, sin la redención final que todavía se aguardaba en la década precedente. Solo se reía, mientras se asesinaba. Los nuevos novelistas no se cansaron de retratar estos escenarios urbanos y sus jóvenes protagonistas, amorales más que inmorales (como aconteció en los sesenta y setenta), que acaban pagando por sus crímenes -la caída siempre llegaba-, aunque no se arrepentían ni se redimían.

De vuelta a los ochenta, hoy. ¿De vuelta?

Poker Face: Ante un cielo de tormenta,  Lady Gaga, celada tras una máscara veneciana de ojos gatunos, compuesta por diminutos espejos, sale, como Venus, de las aguas... de una piscina. Los mares, hoy, son  balsas. Dos dálmatas, sentados de perfil como esfinges, al borde del agua, la aguardan y la enmarcan, componiendo la imagen de Cibeles, la diosa de las bestias y de la selva. Ladu Gaga se agacha como un felino. Al lado, una lujosa villa aterrazada sobre un promontorio, abierta al mar; su fachada se refleja en estanques, cuyos surtidores de agua vaporizada, de noche, desdibujan los rectos contornos pintados de blanco. La villa existe. Está situada en Poker Island, es decir: Ibiza. Un anuncio describe la casa como "la mansión del póquer más lujosa y espectacular del Mediterráneo". Puro años ochenta.

La mansión acoge una partida de strip-poker, en la que no se desnuda el almaDel espacio interior, solo se descubre una terraza, semi-cubierta por una pérgola, de la que cuelga una cortina formada una cascada de perlas de cristal que enmarca una mesa de juego, en la que está escrita la palabra: Gana (Win -en verdad bWin, el nombre de una casa de juegos multinacional)). Quizá sea el único espacio que compone la villa (no tiene un interior, o no se muestra y, por tanto, no existe), que  parece estar concebida solo para el juego de dinero. Al mismo tiempo, solo jugando dinero es posible obtener semejante morada.

No hace falta el vídeo-clip de Lady Gaga para saber de las relaciones entre el dinero que juega y la arquitectura. De Berlusconi en Cerdeña, y Lady Oréal, hasta Millet y sus arquitectos, arquitectura y dinero ganado jugando -en un tapete o con las leyes- han ligado su suerte. No es nuevo. Ya Fouquet, el ministro de finanzas de luis XIV, arruinó el reino con la construcción de su palacio en Vaux-le Viconte.

Pero lo curioso del vídeo-clip de Lady Gaga es que muestra que no existe ni remordimiento ni pena (y lo muestra sin sermonear). Corrobora una obviedad (que hoy vivimos), pero introduce un matiz. Juguemos conm dinero, sucio o negro. No ocurre nada. Lo único que ocurre es que la mansión se construye (para que siga la partida). No es una casa sino un escenario; de fiestas donde se juega a fin de construir más. Lady Gaga, enfundada en un traje metálico que parodia los vestidos de hace cuarenta años de Paco Rabanne, y que astilla la luz, con un anillo coronado por un enorme diamante falso, actúa ante una pupila gigantesca bien abierta y retro-iluminada.  Las terrazas están dispuestas como unas tarimas, abiertas al público, y la villa parece concebida solo para actuar de telón de fondo. Chorros y cascadas de agua, vapores y humo, luces deslumbrantes, cristales y espejos, impiden ver nada. La villa está poblada, excesivamente poblada: enmarca una fiesta, y los espejos multiplican a los figurantes. Las personas son muñecos, o robots: unos desalmados. Los ojos de la misma cantante son dos pequeñas pantallas de ordenador en las que se inscribe en verde la expresión Pop Art: el culto a la imagen.  Hacen ver que se relacionan, pero no miran a los demás sino a la cámara, que simboliza al público. Lady Gaga se frota reiteradamente la cara con una mano como si no creyera lo que está viendo y que ha generado. La casa del deseo (del dinero) parece el camarote de los hermanos Marx.

En este escenario, lo privado y lo público se confunden. Finanzas y sentimientos (o sexo) alternan los papeles. Al final de juego, LadyGaga tiene que escoger entre su amante y el público. No duda.

Así como La República platónica era una metáfora del alma que informa tanto sobre el alma como sobre la ciudad, Pokerisland es una perfecta metáfora sobre la arquitectura moderna y los negocios que la rondan y la generan, sobre las figuras que la pueblan, que solo se desean a sí mismas. Negocios bajo los focos, a la vista de todos. Se bailan, incluso.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Miles Davis: Sanctuary (1969)






Del álbum Bitches Brew (abril de 1970)

Un nuevo concepto de ciudad (Cristo, arquitecto y arquitectura)

Todo empezó cuando Quirino, gobernador de Siria, siguiendo las órdenes César Augusto de Roma, mandó establecer un nuevo censo. todos los habitantes de Israel debían ser censados. Es decir, contados, controlados, asignados en un lugar determinado. Cada ciudadano debía acudir a su ciudad para ser identificado. La ciudad era la que identificaba a los habitantes, convirtiéndolos en ciudadanos romanos. Era la ciudad la que determinaba el estatuto de cada persona, cuyo control se efectuaba en y gracias a la ciudad. Se trataba del primer control sobre la población que el poder romano efectuaba, cuenta Lucas.

Cristo nació en tierra de nadie. Entre las ciudades de Nazaret y Belén. Escapaba así al control de Roma. No pertenecía a ninguna ciudad. No tenía, pues, el título o la condición de ciudadano. No era contado. No contaba para nada. Se trataba de un ser errante, capaz, entonces, de fundar un nuevo orden (urbano).

Su nacimiento se produjo en una cueva, o en un establo. El simbolismo del lugar es claro. Se trataba, no solo de espacios marginales, sino de lugares primigenios. La cueva era el espacio de los inicios, un vientre o una hondonada, una falla, una apertura en la tierra; en el establo, asimismo, cohabitaban hombres y animales; como en el Edén. Espacios edénicos o de los inicios, postergados por la nueva cultura urbana. Dejados de la mano de dios. Que Jesús hubiera optado por  uno de estos espacios anunciaba la re-fundación del espacio y de la vida que proponía (y que su nacimiento anunciaba).

La reconquista del espacio urbano debió ser emprendida. Jesús no se oponía a la ciudad -como podría pensarse de un conocedor de la Biblia (aunque el que Yavhé se hubiera presentado al menos una vez como un constructor de ciudades y que hubiera circundado las aguas -quizá con un compás- ya matizaba la oposición urbana que el Antiguo Testamento manifestaba). Lo que planteaba era un cambio de concepto. La ciudad ya no iba a ser un lugar y un medio de control, que reprimía o encerraba la vida; sino, por el contrario, la condición misma y plena de la vida.

Jesús -o Cristo, más bien- se presentó como un constructor ("tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia"); como un material de constructor (fue comparado tanto con una piedra de ángulo como con una clave; o, mejor dicho, fue considerado como una piedra. Piedra posada sobre una piedra); y, finalmente, como un edificio (la iglesia, el espacio de encuentro -que no de control-, de intercambio, por excelente. Arquitecto, material y obra. Su figura aunaba al creador, a la materia y a lo creado en una misma figura o imagen poética. También al habitante. Cada fiel fue equiparado a Cristo; y cada fiel era tanto miembro de la iglesia, cuanto parte de este mismo edificio. Cristo habitaba en el edificio que era y había construido. Al igual que cada uno de sus seguidores, a los que invitaba a que se dispersasen siguiendo los cuatro puntos cardinales. Algunos llegarían hasta Roma, y la India.

La ciudad, entonces, se dispersaba. Cada edificio se ubicaba en un sitio distinto. Los caminos que seguían los fieles eran las vías (de acceso a la luz y la verdad) que estructuraban este nueva ciudad universal. No tenía lugar. Estaba dónde estaban todos los fieles. O, mejor dicho, ocupaba todos los lugares. La tierra, entonces, se convertía en un único espacio urbano, es decir, habitable.  Ciudad que carecía de centro y de periferia; de monumentos; de espacios de poder; ciudad disgregada, una y múltiple, mudable, móvil, que se asentaba donde se instalaban los fieles, sus habitantes que eran, al mismo tiempo, sus creadores y sus edificios.  Ciudad anti-monumental, sin jerarquía, que ya no ejercía presión alguna, que no obligaba a  fijarse en sitio alguno, encerrando entre vías y paredes; ciudad que se ampliaba y se contraía en función de los desplazamientos y los agrupamientos de los fieles, los ciudadanos que la constituían. Sólida, formada, bien edificada, como todo ser humano formado.

La separación entre edificio y habitante, entre hábitat y habitante, continente y contenido, se disolvía. Cada uno era un morador y una morada. La ciudad ya no tenía lugar, puesto que acontecía en cualquier parte. Se configuraba como una verdadera comunidad capaz de albergar o de incorporar a quienquiera deseara entrar a formar parte de ella, de construirla y ampliarla. Ciudad invisible, y, sin embargo, presente allí donde habitaba el ser humano. Ciudad que era el ser "humano" -si es que "existe" el ser no humano.

Ciudad utópica, sin duda, o, mejor dicho, ubicada en cualquier topos (lugar), que es el espacio de los habitantes. Ciudad de fábula o de ensueño. Fabulosa; ciudad siempre ubicada en el futuro; un espejismo. Ideal, por tanto.


Nota: el que el censo nunca se encargara ni tuviera lugar (no existe ningún documento romano que trate este tema, que ni siquiera Marcos ni Mateo citan) -y que fuera solo un motivo literario, como los acontecimientos narrados que construyen la vida de Cristo- no altera la "realidad" de la revolución arquitectónica que Cristo introdujo. Se trata de una revolución teórica, contada, aplicada posteriormente, quizá a partir de Pablo o ya en el s. I dC.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Library Tapes (David Wenngrenn & Peter Broderick): Above the flood (2008)



Library Tapes, dúo sueco.
Álbum: A Summer Beneath the Trees (se puede escuchar entero legalmente)




Las Mil Puertas



Tocoyó y las mil puertas. Fundamental para cualquier arquitecto
Arquitectura esencial