lunes, 10 de enero de 2011
Las estaciones de la cruz: Lalibela (Etiopía) (la "Jerusalén negra")
Iglesia de San Jorge
Iglesia de Medhane Alem
Casa o Iglesia de María
Relieve en la iglesia del Gólgota
Iglesia de Gabriel y Rafael
Iglesia de Emanuel
Iglesia de Abba Libanos
El cielo encapotado se rajó. Dos rayos lucientes oblicuos llamearon sobre la planicie de piedra en la que unos constructores trataban penosamente de abrir unos surcos. Descendieron los ángeles que los blandían; cortaron de tajo el suelo, y abrieron hondas hendiduras que esculpieron desmesurados cubos subterráneos desgajados de las profundidades. El fuego y el azufre tiñeron de rojo y de oro viejo la piedra, y recortaron pequeños ventanales cruciformes o en forma de astas gamadas, por las que la luz difusa se infiltró hasta crear bóvedas y pilastras que envolvieron penumbrosas oquedades. Una cortina se tendió en el centro: ocultó lo que nadie ha conseguido ver; el secreto de Lalibela.
Las leyendas acerca del origen de las iglesias ortodoxas subterráneas de la ciudad santa Lalibela (iniciadas en el s. VII dC) son las únicas explicaciones convincentes.
El recinto consta de tres grupos de iglesias, todas talladas en el interior del macizo rocoso, que suman en total catorce templos y capillas.
Los edificios están rodeados por estrechas gargantas y unidos por pasadizos aún más angostos, a cielo descubierto o subterráneos -configurando el llamado "descenso a los infiernos"- que dibujan un laberinto, pautado por brechas que dan paso al interior de la roca. Cada iglesia es una estación de la cruz, desde la casa de María hasta la iglesia del Gólgota. El visitante asciende y desciende desorientado; tan solo percibe las altas paredes lisas de la montaña y, en lo alto, la brecha azulada del cielo. Cada iglesia se apoya sobre un alto podio, cuyos escalones de entrada al templo obligan al fiel a un sobreesfuerzo para alzarse hasta la entrada.
En los muros acantilados perimetrales, diminutas cuevas artificiales acogían a anacoretas que apenas cabían acurrucados.
Cada iglesia guarda, escondida por una cortina -o unas puertas de madera que nunca se abren-, una réplica del Arca de la Alianza, menos una; pero nadie, salvo los santos, los arcángeles (y los reyes de la antigüedad), sabe dónde se guarda el arca original: una leyenda cuenta que el hijo de la Reina de Saba, que habría venido de Lalibela (llamada Saba en la antigüedad), y Salomón, habría traído el arca de Jerusalén a la nueva Jerusalén, por orden de Yavhé, y la habría depositado en una de las réplicas del arca de Noé, pues son las iglesias imágenes verdaderas de la primera arca. Arca que contiene el arca; doble arca, salvadora y redentora; nave y sagrario, el interior de cuya primera arca se compone por una sucesión de arcos que conducen hasta el corazón del arca, que es el arca segunda. Los sacerdotes y arquitectos jugaron con los múltiples significados del arca para dibujar el tránsito de la oscuridad a la luz, pautado por un sin fin de pruebas y dificultades. Todas las arcas, menos una, son falsas: son como falsas puertas o caminos sin salida, de un laberinto. Solo el iniciado sabe hacia dónde tiene que dirigirse (la palabra verdadera), muere y renace recorriendo el laberinto que simboliza el tránsito por la vida, desde las profundidades hacia la luz, a través de las catorce estaciones de la cruz.
¿Iglesias? Los "edificios" no han sido construidos, sino que han sido esculpidos. La piedra no se ha sumado a la piedra, sino que se ha restado piedra hasta configurar, desgajar bloques vacíos. Las iglesias son esculturas que imitan a iglesias. Las bóvedas y las columnas del interior y las columnatas del exterior no soportan peso alguno: son solo representaciones de elementos estructurales. Escenarios, dobles, apariciones. Pero no son funcionalmente necesarios. Sin embargo, son usadas como si fueran verdaderas. De algún modo lo son: son modelos desmaterializados, liberados, como al final de un via crucis, del peso de la materia. Figuras, que como el arca, se constituyen como un signo redentor. Arquitecturas que han ascendido.
Nota: el cuerpo que, como el platillo volante de Independence Day, tapa parcialmente el cielo y sobrevuela varias de las iglesias, es una cubierta que la Unesco ha construido y financiado para proteger las rocas esculpidas de las filtraciones de agua. Parece haber sido proyectada por un arquitecto deconstructivista. Los juicios son diversos.
Labels:
Arquitectura verdadera,
Arte antiguo
domingo, 9 de enero de 2011
viernes, 7 de enero de 2011
jueves, 6 de enero de 2011
Un palacio celestial: Aksum (Etiopía) (ss. I-IV dC)
Acceso, a través de una escalinata, a una tumba con varias cámaras sepulcrales
Vistas del nuevo Museo Arqueológico de Aksum.
En un prado, cubierto de hierba bien cortada y pajiza, levemente inclinado, como un escenario de teatro, se alzan dos obeliscos de unos veinticinco metros de alto, en medio de monolitos caídos y fragmentados, y algunas tumbas de piedra saqueadas pero enteras. Acacias y matorrales de flores rojas, desperdigadas, componen un fondo que enlaza con una sucesión de colinas coronadas de bosques. La pista de montaña prodigiosamente polvorienta que conduce desde Gondar, tras doce horas retorciéndose por barrancos vertiginosos y planicies aplastadas por el sol, muere directamente en las ruinas de Aksum.
Aksum, en el siglo IV dC, fue considerada la capital de unos de los cuatro imperios más potentes del mundo, junto con el persa, el romano y el chino. Se extendía entre el norte de Etiopía, el sur de Sudán, y alcanzaba, en su momento de máxima importancia, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes. Constituye la última frontera hasta la que alcanzaban las culturas mediterráneas: Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. De hecho, la lengua que se hablaba derivaba del griego clásico. Y la ornamentación combina rasgos persas y griegos. Los ecos egipcios son también visibles.
Aksum es conocido por el llamado campo de estelas: unos setenta monolitos de piedra granítica, algunos esculpidos u ornamentados, de altura variable, aunque siempre considerable, que recuerdan desde menhires hasta estelas funerarias griegas; y desde luego, obeliscos egipcios. Hincados en la tierra, se alzan configurando un campo erizado de piedras erguidas. Hoy tan solo quedan en pie dos obeliscos de gran tamaño, perfectamente tallados y esculpidos, y algunas piedras toscamente labradas.
Vueltos a descubrir por aventureros europeos en el siglo XVI, fueron excavados y estudiados desde principios del siglo XX. La exploración aún sigue, y parece que quedan tumbas y estelas por descubrir.
Pues se trata de un camposanto. Los monolitos indican la ubicación subterránea de cámaras sepulcrales. Estaríamos en un cementerio parecido al de la Grecia clásica. Las estelas mantendrían viva la memoria del lugar donde mora el difunto.
Sin embargo, los monolitos esculpidos de Aksum presentan unos rasgos únicos. No pertenecen a la estatuaria, sino a la arquitectura. Son edificios esbeltísimos, altos y estrechos, que poseen una docenas de pisos. Las caras principales poseen ventanas celadas por celosías, y una imponente puerta de entrada, con un grueso baldón anillar, que impide o controla el acceso a los pisos. Se trata, evidentemente, de falsas puertas y ventanas; de imágenes de aperturas; o, quizá, no sean imágenes sino puertas y ventanas verdaderas compuestas para seres que no son de carne y hueso, y pueden cruzar los vanos aunque estén cerrados: como en las tumbas egipcias, en las que "falsas" puertas son puertas auténticas concebidas para el alma (el ka o el ba) del difunto.
Los monolitos más altos y mejor esculpidos tenían que pertenecer a un monarca. El número de pisos es idéntico al de las cámaras de una misma tumba real; y, por lo que parece, de los palacios que el rey poseía en vida. Los pisos de los monolitos repiten en vertical el número de estancias sepulcrales dispuestas subterráneamente y en horizontal. La función del monolito estaría relacionada con las moradas del monarca en la tierra y en el inframundo. Las cámaras sepulcrales constituirían estancias en las que el alma del soberano se preparaba para la ascensión final a través de los pisos del obelisco, coronado por un semi-disco, que podría evocar el sol naciente -o el sol en lo más alto-, así como el alma del difunto proyectada en el cielo. Se han encontrado unos discos de bronce, con unos rostros modelos en una de las caras, que habrían podido estar sujetos en la parte alta del obelisco. De este modo, el monarca renacería; su faz resplandecería, equiparada con el sol. Cada estancia, cada piso por el que habría cruzado, la habría preparado para este ascensión final, y su liberación, ya en el cielo, en forma de nuevo sol. La arquitectura sería el vehículo gracias al cual el espíritu renacía y se desprendía de las ataduras materiales. Mas que escaleras hacia el cielo, como han sido llamados estos monolitos, serían estaciones de paso, que comunicarían el espacio de los muertos con el cielo, y por el que transitaría el alma del monarca. Su "resurrección" pasaba por el tránsito a través de las torres que lo -o la- ponían en contacto con el cielo.
La importancia de la arquitectura en el imperio de Aksum se acentúa por el hallazgo de numerosas maquetas de arquitectura, de terracota, en varias tumbas (piezas que el Museo Arqueológico de Aksum no autoriza fotografiar). Queda preguntarse si estas "maquetas" -o esos edificios en miniatura- se concebían como reproducciones o dobles de las moradas que el difunto poseía en vida, o si tienen que ser interpretadas como construcciones celestiales, cuyo fin era la purificación del alma. Purificación que, sin duda, se conseguía, como testimonian las amables estatuas de seres renacidos, cuya sonrisa beatífica sugiere que se han desprendido de la ganga mortal.
Vista parcial de estatua funeraria hallada cerca de Aksum (Museo Nacional, Addis Ababa)
Canción sugerida: Aster Aweke (19609): Asheweyina
Björk ha sido a veces comparada con Aster Aweke
miércoles, 5 de enero de 2011
La casa de Adán no era eso, o El ángel(ina) de guardia de Etiopía
Calle de Lalibela
Barrio residencial en el centro de Addis Ababa
Anciana cargando un fajo de leña en el barrio alto de las embajadas en Addis Ababa
Angelina Jolie y su hija adoptiva etíope Zahara en Addis Ababa
Addis Ababa
Edificios públicos racionalistas o "art deco", en el centro de Gondar, construidos por el poder colonial italiano en los años treinta (Etiopía fue una colonia mussoliniana de 1936 a 1941)
Castelli se ubica en lo alto de la calle Mahama Gandhi, cerca de la plaza De Gaulle (llamada también Piassa) y de las tiendas trendy de la calle Winston Churchill (el Soho de la capital etíope). Se trata del restaurante italiano más famoso de Addis Ababa (una ciudad de cuatro millones de habitantes, de nueva planta, amplísimas avenidas, casi sin tejido urbano en medio de una vegetación alpina de abetos -se halla entre dos mil cuatrocientos y dos mil setecientos metros de altura-, fundada hace unos ciento veinte años). Angelina Jolie y Brad Pitt cenaron recientemente. Sirven pasta y salsas caseras. Cuesta entre ochocientos y mil doscientos birs (cuarenta y sesenta euros). El precio medio de una comida completa es veinte veces inferior, como mínimo. Solo los propietarios de los Mercedes blancos de último modelo, ligados al gobierno, que animan los clubs nocturnos de la capital, pueden pagar este precio (no hay casi luz en las calles, pero estos centros, bien guardados, refulgen). Y algunas modelos deslumbrantes, de abundante pelo desrizado, una media melena (des)teñida de castaño claro, como Iman, casada con David Bowie. Etiopía está de moda. Es la cantera de niños a adoptar. Se considera el país africano con mayor crecimiento económico, un diez por ciento anual. Se dispone hasta a vender electricidad a Sudán (aunque la mayoría de los hogares no tengan acceso a ella o no puedan pagarla). Importantes infraestructuras y fábricas están en manos de omnipresentes empresas chinas, ganadoras de todos los concursos públicos por los presupuestos más ajustados. Todo el personal chino vive en urbanizaciones valladas de casas prefabricadas nuevas con aire acondicionado. Las terribles hambrunas de los años setenta y ochenta, que mataron a centenares de miles de personas, parecen cosas del pasado.
Etiopía es una democracia en la que un mismo partido gobierna desde hace diecisiete años, obteniendo mayorías cada vez más absolutas, pese a que ya poca gente, desengañada, vota. El ochenta y cinco de la población vive en el campo. Son ganaderos y agricultores. Los muros de las casas están hechos de troncos de eucalipto, dispuestos sobre una armadura del mismo material, recubiertos a veces de barrio mezclado con paja, y un tejado a dos aguas, casi siempre formado por dos planchas metálicas (subvencionadas por el gobierno, que substituyen los tradicionales techos vegetales que tienen que ser rehechos cada dos años). A menudo, las viviendas no tienen paredes exteriores macizas, sino que parecen jaulas de madera, dispuestas en el suelo sin cimentación. Desde las planicies más elevadas, los pueblos parecen un puñado escaso de confetis plateados.Salvo dos filas de casas entre medianeras dispuestas a cada lado de la pista sin asfaltar que cruza los pueblos y las ciudades medias, la mayoría de aquéllas están aisladas. Son de planta rectangular. Tienen unos quince metros cuadrados de superficie, y una planta, baja. La única obertura es la puerta de acceso. El suelo es de tierra batida, negra o ennegrecida, cubierto en ocasiones por esteras o alfombras. Dentro, una o dos estancias. Contra las paredes, un lecho. Contra la pared opuesta, en el suelo, apeos de cocina. No suelen encontrarse baúles ni armarios. Viven entre cinco y unas once personas. En los pueblos más grandes y cercanos a una vía de acceso, una bombilla eléctrica en la única sala o la sala principal. Se cocina en un patio lateral o posterior vallado, donde también se lavan platos y cacerolas en una o dos palanganas. Éstas también se usan para lavar la ropa, delante de la fachada principal -que se barre-, si no pasa un río cerca. El agua proviene de un único pozo en el pueblo (casi siempre abierto por una organización no gubernamental, etíope o no), o de un punto de agua fuera de éste. Las mujeres acarrean el agua en recipientes de plástico amarillo de unos cinco o diez litros, que acarrean sobre la espalda. También cargan con la leña, y sacos de plástico con excrementos utilizados como combustible. Las necesidades se realizan ante la puerta de la casa o, en algunas ciudades como Lalibela, en letrinas colectivas instaladas recientemente. Los hombres trabajan en el campo. Las mujeres cuidan de la casa y de los hijos, y transportan todos los enseres más pesados. También desplazan los materiales de construcción más pesados en las obras, al dictado de capataces, ya sean niñas o ancianas. El diez por ciento de los habitantes, funcionarios, comen tres veces al día. El resto, una vez. Las enfermedades oculares, y las infecciones de piel son comunes. Los niños suelen ir rapados. Se acude a los curanderos. Los dispensarios y hospitales son escasos, y pocos pueden pagarlos. La casi totalidad de los niños nacen en los hogares. No se puede pagar el coste de un hospital o una clínica. La educación es obligatoria. Los niños pueden caminar unas tres horas al día para acudir a las escuelas y regresar a casa. También trabajan en tareas agrícolas y de pastoreo a partir de los cuatro años. Vacas jorobadas, ovejas y cabras, y burros (utilizados como animales de carga), forman rebaños compuestos por una decena de cabezas.
En los pueblos cercanos a la frontera de Sudán, la fachada principal de las viviendas es de piedra tallada, mientras que las paredes restantes son de un entramado de finos troncos de madera de eucalipto, como en las casas antes citadas. Cerca de Lalibela -pero también en gran parte del norte del país, al menos- las viviendas tienen planta circular, de unos dos o tres metros de diámetro, con una única puerta. Son de madera y de ramas, y el techo, que forma un cono, es de cañizo. Algunas familias disponen de dos edificios, de plantas rectangular y circular, en un pequeño solar vallado. Una de las dos construcciones suelen ser utilizada como corral.
Refugiados de Eritrea viven en campamentos, que no se pueden retratar, alejados de cualquier otro pueblo, compuestos por una densa trama de chabolas cubiertas de plásticos atados con cuerdas tensadas.
Una fe ciega ayuda a soportar este reino -Etiopía es tierra de anacoretas que viven en cuevas grandes como nichos, cerca de santuarios ortodoxos, besados cada domingo por innumerables fieles y peregrinos, presididos por popes impasibles, posibles depositarios del Arca de la Alianza que nadie ha visto ni puede ver-. Un sin número de cruces metálicas, compuestas por brazos cubiertos de filigranas, recuerdan la condición de los humanos.
Aster Aweke (1960): Sew Mehone (del álbum Sikuar -Azúcar-, 2008)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)