miércoles, 28 de septiembre de 2011
Jorge Seva (alias Alex Roman) (1979): The Third & The Seven (2009)
The Third & The Seventh from Alex Roman on Vimeo.
Una creación enteramente realizada en 3-D, sin medios algunos.
¿Pan?; Circo
Los fondos destinados a pagar a las grandes productoras de Hollywood el doblaje al catalán de películas tan necesitadas de dinero e imprescindibles como la última dedicada a Harry Potter, o la que Spielberg prepara sobre la figura de Tintín, corresponden a los fondos que los comedores municipales deberían recibir y no recibirán.
Debe ser que se prima el alimento espiritual, acto de países culturalmente muy avanzados, o sin problemas de pobreza y alimentación; o que se prima el circo.
Debe ser que se prima el alimento espiritual, acto de países culturalmente muy avanzados, o sin problemas de pobreza y alimentación; o que se prima el circo.
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martes, 27 de septiembre de 2011
Restos y textos (en Mesopotamia)
El silencio, que el viento siega y el sol impone, cubre las ciudades muertas sumerias, sumidas hoy en el desierto. Salvo los viernes, cuando algunas familias bagdadíes visitan Babilonia, nadie recorre las ruinas, sobre todo en el sur de Irak. Carecen de la ilusión de vida que los turistas otorgan en los restos más conocidos de Egipto, Grecia y Roma.
Las trazas de los cimientos de tierra apenas sobresalen del paisaje ondulado y terroso. Unas pocas piedras, que formaban el lecho de los muros, se pierden en un pedregal. Las colinas no son sino estructuras erosionadas por el viento y la lluvia. Los restos se diluyen al sol.
En algún caso, templos y palacios han sido desenterrados; no así, el resto de casi toda la ciudad.
Los sucesivos estratos de un yacimiento se confunden y confunden al ocasional visitante. Un ojo no avezado no distingue entre espacios cubiertos y patios y plazoletas. Pasadizos interiores son indiscernibles de callejones sin salida.
Si las ruinas sumerias apenas evocan la estructura de la ciudad, ¿cómo podrían recordar la vida que se producía? Las trazas son letra muerta. Son ciudades mortecinas, muertas.
Mas, el inicio del Poema de Gilgameš describe la asamblea de los ancianos, los calles vibrantes (suqum -III, 39-, en sumerio sila o e-sir: casa-que-une, espacio habitable que permite establecer una comunicación física y, sin duda, espiritual, espacio de diálogo, lo que corresponde bien con la función que la calle aún tiene en algunas ciudades mediterráneas, y árabes), el trajín de los talleres de artesanos, la presencia incluso de un mercado o de una plaza pública –que las excavaciones no han podido descubrir: la asamblea de ancianos aguarda a Gilgamesh en el rebitum (III, 34, 41) -en sumerio, sila-dagal: literalmente calle-ancha-, que se piensa designa a una plaza o un mercado. Algunos versos parecen una crónica. La ciudad vital se halla en las imágenes que los textos suscitan. Las cuidadas asonancias de los términos rememoran la vitalidad de la urbe.
Las trazas de los cimientos de tierra apenas sobresalen del paisaje ondulado y terroso. Unas pocas piedras, que formaban el lecho de los muros, se pierden en un pedregal. Las colinas no son sino estructuras erosionadas por el viento y la lluvia. Los restos se diluyen al sol.
En algún caso, templos y palacios han sido desenterrados; no así, el resto de casi toda la ciudad.
Los sucesivos estratos de un yacimiento se confunden y confunden al ocasional visitante. Un ojo no avezado no distingue entre espacios cubiertos y patios y plazoletas. Pasadizos interiores son indiscernibles de callejones sin salida.
Si las ruinas sumerias apenas evocan la estructura de la ciudad, ¿cómo podrían recordar la vida que se producía? Las trazas son letra muerta. Son ciudades mortecinas, muertas.
Son los textos los que devuelven a la vida las ciudades del pasado. Textos que narran acontecimientos históricos o imaginados. Mitos y epopeyas apenas describen la forma de la ciudad; pero consiguen evocar el bullicio.
De Uruk apenas quedan algunos templos, un zigurat, y las trazas de la muralla. Trazas que encierran el vacío, una extensión de tierra reseca.Mas, el inicio del Poema de Gilgameš describe la asamblea de los ancianos, los calles vibrantes (suqum -III, 39-, en sumerio sila o e-sir: casa-que-une, espacio habitable que permite establecer una comunicación física y, sin duda, espiritual, espacio de diálogo, lo que corresponde bien con la función que la calle aún tiene en algunas ciudades mediterráneas, y árabes), el trajín de los talleres de artesanos, la presencia incluso de un mercado o de una plaza pública –que las excavaciones no han podido descubrir: la asamblea de ancianos aguarda a Gilgamesh en el rebitum (III, 34, 41) -en sumerio, sila-dagal: literalmente calle-ancha-, que se piensa designa a una plaza o un mercado. Algunos versos parecen una crónica. La ciudad vital se halla en las imágenes que los textos suscitan. Las cuidadas asonancias de los términos rememoran la vitalidad de la urbe.
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lunes, 26 de septiembre de 2011
Caos y ciudad en Sumer
Gilgameš, el legendario rey de la ciudad de Uruk, acabó su vida como un “santo”, adorado, recordado por sus súbditos. Una imagen muy distinta de la que se desprendía en los inicios de su reinado.
A Gilgameš se le acusaba de ser, en los inicios, un tirano cruel, que exigía incluso desflorar a todas las jóvenes prometidas. La ciudad le temía, y le despreciaba.Por ese motivo, los dioses buscaron una solución: proporcionarle un compañero con el que aprender las artes de la civilidad.
Enkidu fue el elegido: un ser descendido de las montañas, arisco, salvaje, más fiero aún que Gilgameš. Un peligro. No se le podía dejar entrar en la ciudad en este estado.De nuevo, el cielo intervino. Pidió a una prostituta que sedujera a Enkidu y le redujera el ímpetu. El encuentro sexual facilitaría el encaramiento. Los contendientes se mirarían a los ojos. Era precisamente ese verse las caras de cerca, ese reconocerse en los ojos del rival, lo que permitió que Enkidu se diera cuenta de quién era, de lo que hacía, y se apaciguara.
Los sumerios daban mucha importancia al cruce de miradas, al reconocimiento visual, que, por un lado, solo era posible si se habían depuesto las armas, y, por otro, ayudaba a rebajar la tensión guerrera. Desde entonces, Enkidu estaba preparado para el diálogo. La ciudad podía ahora aceptarlo.
Para los sumerios, la ciudad no era apta para los salvajes. La naturaleza incólume no era un bien. Era pasto de monstruos y de fieras. Solo después de ser transformada por la acción de los hombres, aleccionados por el dios Enki, la naturaleza se convertía en un lugar amable.La ciudad era la antítesis de la naturaleza. La ciudad era considerada como el espacio dónde el ser humano adquiría humanidad: un lugar de convivencia, que formaba una verdadera comunidad en la que las diferencias se resolvían. Los salvajes siempre vivían solos; los hombres, es decir, los ciudadanos, se encontraban en las asambleas, y convivían. Los hombres, en la ciudad, tenían que vestirse, un signo que habían abandonado su condición indómita primigenia. Para ser un humano había que vivir en la ciudad.
Los sumerios se hallaban muy lejos de la ingenia visión del buen salvaje que imperaría en el siglo XVIII en Europa, y que vuelve hoy.
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