lunes, 31 de octubre de 2011
URUK, 28 de Octubre de 2011
1-3.- Llegando a Uruk
4.- Area sagrada del Eanna; el zigurat, al fondo
5.- Cerámica rota en el Eanna
6 -7.- conos decorativosde la fachada del "Templo de los Conos" (o sala comunitaria) en el Eanna
8.- Eanna 8tercer milenio aC)
9.- Zigurat (finales tercer milenio aC)
10.- Zigurat. Destacan las franjas de esteras
11.- Detalle de las frajas de esteras del zigurat
12.- Zigurat
13.- Templo Blanco (mitad del cuatro milenio aC), mirando al norte
14.- Fragmentos del recubrimiento de cal del Templo Blanco
15.- Templo Blanco, mirando hacia el sur, donde se halla en Templo de la diosa de los juncos Ningal, llamado Giparu
16 - 17.- Bases escalonadas (conformando un falso zigurat) sobre el que se alza el Templo Blanco. A un lado, rampa o escalinata de acceso
18.- Templo Blanco, mirando hacia el norte
19.- Templo de Ningal, llamado Giparu (cuarto milenio aC) - en realidad, los cimientos del templo-.
20-21.- Giparu, desde lo alto del Templo Blanco
22.- Giparu, desde dentro
23 - 24: Estatuillas de toros, de terracota, halladas por Marc Marín, en la base del templo kasita, al oeste del del Giparu. Serán depositadas en el Museo Nacional de Bagdad
25.- Gran cono decorativo, hallado crca de las estatuillas
26-33: Templo seleucida (s. III aC)
Fotos en B/N:
1.- Zigurat
2 - 4.- Templo Blanco
5.- Giparu
6 - 7.- Base de templo kasita (mitad del segundo milenio aC), situado al oeste del Giparu, por encima de éste.
Fotos: Tocho, octubre de 2011
Además del ingente número de fragmentos cerámicos, la tierra de cada yacimiento sumerio está salpicada de un tipo particular de objeto: conchas marinas y astillas de alabastro en Eridu, ladrillos estampillados en Tello, y alquitrán en Ur:
En la tierra arcillosa de Uruk sobresalen, sin estar ni siquiera enterrados, conos y tronco-conos de terracota, casi todos ocres, de distinto tamaño (desde unos seis hasta unos treinta centímetros), la mayoría enteros. Éstos, en su día, se hundían por la punta en las húmedas paredes de adobe de las fachadas de los templos, dejando visible la base circular, lo que permitía crear cenefas decorativas a base de pequeñas circunferencias coloreadas: franjas con un cierto aire "pop". Algunos están aún en su sitio, especialmente en la base de uno de los muros del santuario dedicado a Inanna, al pie del zigurat, en el área sagrada del Eanna: queda aún un fragmento in situ bien conservado, que ha escapado a los primeros arqueólogos y a los saqueadores. Después de que lo hubiéramos descubierto y fotografiado, ha vuelto a ser enterrado.
Los arqueólogos discuten acerca de la primera ciudad de la historia. Desde finales de los años noventa, se piensa que Tell Brak, en la ribera del río Éufrates, en lo que es hoy el norte de Siria, podría ser anterior a la que, desde hace un siglo, se ha considerado la ciudad más antigua, y más extensa y poblada (hasta la Roma imperial) de la Antigüedad: Uruk. Mas Uruk ha mrcado duraderamente la historia de Mesopotamia, y del mundo. Fundó incluso colonias situadas en Anatolia. Organizó el primer "imperio" de la historia. Ha dado nombre a una era o una cultura. Tell Brak solo ha dejado amuletos contra el mal de ojo.
Los edificios más antiguos remontan al sexto milenio aC; las primeras tablillas escritas, halladas precisamente en Uruk, hacia el 3500 aC.
Se trata de una de las primeras ciudades, si no la primera, de la queda una descripción antigua (del segundo milenio aC, al menos), aunque sea breve. Según el Poema de Gilgamesh, Uruk fue construida por orden del legendario rey Gilgamesh. Destacaban las murallas, aun perceptibles, en cuyos cimientos fueron depositadas tablillas que relataban la construcción de las mismas murallas, fundamentadas sobre estas tablillas, sobre el relato de su fundación.
El Poema de Gilgamesh es un relato dentro de un relato: narra su propia narración. Gilgamesh, en efecto, destacó la importancia de las tablillas fundacionales que cuentan las andanzas que el lector está a punto de descubrir. Uruk fue una ciudad tan compleja como su relato fundacional. Una ciudad literaria. Gilgamesh, quizá solo una figura literaria, embarga Uruk.
Uruk era una ciudad fluvial o un puerto marítimo, abierto directamente al mar, o indirectamente a través de las marismas. Los ríos Tigris y Éufrates han cambiado el curso y, debido al aporte de aluviones, la tierra firme ha ganado espacio al mar, que se ha retirado; la costa se halla hoy a unos doscientos quilómetros más al sur. Los restos de Uruk se ubican en medio de un desierto de arena y arcilla que se extiende hasta el horizonte, sin apenas algún arbusto (plantado).
Desde lejos, tres montículos unidos se recortan sobre el horizonte. Forman una especia de cadena montañosa, o un temblor en el horizonte, algo así como un espejismo. Se intuye que el yacimiento es extensisimo. La ciudad, en su momento, tenía quilómetros cuadrados. Es casi imposible recorrer todo el yacimiento a pie.
La ciudad comprendía dos áreas sagradas: el Eanna, dedicado inicialmente al dios del cielo, An, y, posteriormente, a la diosa del deseo y de la destrucción, que regía las lluvias y los cataclismos, la diosa Inanna. y un segundo sector, llamado Kullab, al servicio del dios An.
Los numerosos templos o "templos" se ubicaban al pie del zigurat: en efecto, sorprende que esas estructuras tan grandes, sin capillas para las estatuas de culto, no tuvieran entradas que condujeran, de manera desviada, hacia la sala central; si los restos fueron correctamente excavados, se entraba y se salía sin dificultad de los supuestos templos; éstos daban directamente al exterior, por lo que podrían ser más bien salas comunales. Fueran templos, espacios rituales o lugares donde la ciudad se representaba a si misma a través de asambleas, estas estructuras, hoy, reducidas a muretes casi imperceptibles cubiertos ded arena, son muy anteriores al zigurat, construido hacia el 2050 aC.
Éste destaca poderosamente sobre la ciudad fantasmagórica. Desde lo alto, se domina toda la planicie. Fue construido alternando adobes con esteras de juncos situadas cada metro y medio. Supongo que absorbían los empujes: servían de armadura. Al mismo tiempo, no es descartable una función simbólica: evocaban la vida de las aguas primordiales, a través de los juncos, un simbolo de rectitud y justicia.
El Kullab es una montaña mágica. Se asemeja a un zigurat; la imagen es casual: se trata de un falso zigurat; no fue concebido como tal: consiste en sucesivas terrazas apiladas a lo largo de siglos.
En lo alto, el Templo Blanco: todo el volumen y el enlosado del templo estaban cubierto de cal o de losas de cal, de la que quedan numerosos testimonios. En los años veinte, la estructura del templo, así como una rampa y una escalinata laterales, se reconocían perfectamente. Hoy, noventa años más tarde, la rampa y la escalera se han desvanecido casi enteramente por la erosión y las lluvias, al igual que la mayoría de los muros, reducidos amuñones, patéticamente alzados, como ramas descarnadas de un arbusto reseco; mas no así el lugar. Desde el umbral invisible del templo, la vista se pierde en la planicie, y el sol deslumbra en este preciso espacio. Aún se percible su presencia ausente.
Los restos arqueológicos son como los recuerdos proustianos. En cuando se exponen a la luz, se descubren y se viven plenamente, se desvanecen. Y ya nunca podrían ser reconstituidos. Todos los intentos para reconstruir la arquitectura del pasado, o las propias ruinas, son letra muerta, o papel mojado. Literalmente. Solo cabe la imaginación. Y el poder del Templo Blanco todavía se impone aunque esté casi desaparecido.
A los pies de la base aterrazada del Templo Blanco, una estructura admirable: el Giparu, también conocido como el Templo de Piedra: una perfecta estructura laberíntica, intacta, que evoca los meandros de un río, y que quizá simbolizara el curso del río de la vida (río y marisma se decían del mismo modo en sumerio). Estaba dedicado a Ningal, la diosa de los juncos, símbolos de vida recta, esposa de la Luna y madre del Sol. El Giparu aparece como el santuario que articula todo el conjunto aterrazado y le da sentido.
Lo que se descubre hoy, sin embargo, no es el templo, sino un templo subterráneo (lo que explica su perfecto estado de conservación): los cimientos, que reproducían la planta y el volumen del santuario, y aseguraban su permanencia física y espiritual.
Al pie de una de las laderas que mira al Giparu, no lejos de la base de un templo posterior, de época kasita (mitad del seguno milenio aC), un bulto diminuto, entre innumrables fragmentos cerámicos aprisionados en la tierra, despuntaba. Rascamos. Dos pequeños toros de terracota, casi enteros, posiblemente de unos seis mil años de antigüedad, aparecieron. Los entregamos al arqueólogo iraquí que venía con nosotros, y serán depositados en el Museo Nacional de Bagdad. Toros: animales lógicamente asociados con los juncos que crecían -y crecen- en las marismas que eran las Aguas de la Sabiduría, gracias a la presencia indestructible del Giparu, a su enraizamiento.
Volvimos a ascender a la cumbre del zigurat del Eanna. De pronto, un rayo, seguido de un trueno desgarrador. Sobrecogidos. Hasta los helicópteros que sobrevolaban el yacimiento parecieron desvanecerse. El aire se detuvo, y un silencio atronador se impuso. Nuevos truenos, ya amortiguados. El cielo era el mismo de cada día, sin embargo: una pizarra gris emborronada con las ondas de manchas de tiza. Nada hacía prever esta violencia. Caían las primera gotas. Corrimos a la casa de la misión arqueológica. Inanna seguía viva.
Decenas de personas han muerto fulminadas por esos rayos inesperados, en medio del desierto.
viernes, 28 de octubre de 2011
TELLO, 27 de Octubre de 2011
1: Cuerpos de seguridad
2-5: Puerta de Gudea
6-7: Dos de los numerosos ladrillos fundacionales (c. 2100 aC) dedicados al dios Ningirsu, de la ciudad sumeria de Girsu (Tello), en el estado de Lagash, desperdigados por todo el yacimiento
8: Tapón cerámico de jarra, con inscripción, hallado en el yacimiento
9-10, 12: Necrópolis
11: El arqueólogo Mahdi Al Raleem y el estudiante de último curso de arquitectura, Marc Marín, desenterrando una jarra en la necrópolis
13: Puerta de Gudea. Apunte al lápiz del arquitecto Albert Imperial
14: Restos del palacio, convertido en montículo, el suelo sembrado de ladrillos de terracota, algunos estampillados
15-16: Equipo (cuerpos de seguridad, personal de la Dirección General de Antigüedades, del Museo de Nasiriya, y de la organización del viaje: salvo conductos, reservas, vehículos y seguridad).
Breve y seria reunión en la que se nos advirtió que no habláramos con nadie acerca de nuestros planes y visitas. Al parecer, un posible incidente habría ocurrido la tarde anterior: nos podrían haber seguido, y habríamos tenido que cambiar de dirección sin que nos hubiéramos dado cuenta. Los responsables de seguridad hablan de manera poco clara, seguramente para no inquietarnos ni darnos pistas que podamos contar. Hace un rato, en el salón del hotel, alguien, sin duda un loco al que han expulsado, se ha dirigido hacia nosotros, nos ha besado las rodillas, y ha pedido insistentemente lo que suponemos era dinero (los responsables de la seguridad del hotel no nos han traducido qué había ocurrido). Partimos hacia Girsu. El yacimiento parecía poco prometedor. Una parte yacería bajo las marismas.
Girsu ha entrado en la historia por dos motivos: fue el primer yacimiento sumerio excavado, hacia 1880, por una misión francesa (con tan poca fortuna, a la búsqueda de piezas de "museo", que se trata de ruinas irrecuperables, saqueadas), y fue la ciudad del rey neo-sumerio Gudea (2100 aC), que edificó un templo para su dios personal y dios de la ciudad, Ningirsu, el relato de cuya construcción, redactado supuestamente por el mismo rey, se ha conservado (en los célebres Cilindros A y B, dos cilindros de terracota de gran tamaño, cuya superficie está enteramente escrita, hoy en el Museo del Louvre en París).
De lejos, se divisan varias colinas, sin duda artificiales. La tierra está embarrada. El nivel freático está casi a la superficie. La sal, como en todos los yacimientos sumerios, forma una fina capa, seca y quebradiza en todos los sitios, menos en Girsu. Se diría que hubiera estado lloviendo a mares recientemente.
La imagen no se desmarca demasiado de la de la mayoría de los yacimientos (Obaid, Eridu, etc.). Sin embargo, de cerca, se revela como el yacimiento más apasionante.
La Dirección General de Antigüedades iraquí ha ofrecido al Museo del Louvre la posibilidad de reemprender una excavación; no parece que vaya a acontecer próximamente, lo que tendría que lamentarse.
El yacimiento es tan extenso, empero, que las dudas son comprensibles. Se pueden estar días admirando cada ladrillo, cada resto desperdigado. Pero, la primera misión, en 1880, documentó mal el yacimiento, y no trazó un plano preciso de los restos de la ciudad.
Una de las mayores sorpresas la constituye la llamada Puerta de Gudea. Una gran estructura de ladrillo de terracota, compuesta de murallas, contrafuertes y bastiones, de varios metros de altura, que dibujan un mbudo, a fin de recoger a los visitantes, y conducirles, de manera desviada, hacia el palacio. El conjunto está casi intacto.
El palacio.... Se diría que hubiera reventado interiormente y que hubiera espancido por todo el yacimiento centenares o miles de ladrillos de terracota. Muchos están estampillados, en perfectas condiciones, depositados sobre la arcilla, con un texto estampado legible, dedicado al dios Ningirsu, patrón de la ciudad. Por doquier aparecen ladrillos sin erosionar. Es como el palacio se hubiera hundido como un castillo de naipes y se tuviera la sensación que pudiera relevantarse. Colinas y colinas cubiertas de ladrillos, entre los que también se encuentran conos fundacionales de terracota.
En algunos casos, para protegrlos de la codicia, les damos la vuelta para esconder la cara inscrita, y en un caso, enteramos en un hoyo y recubrimos un ladrillo fragmentado pero con una inscripción incompleta pero perfecta, como si se hubiera acabado de marcar. Ningún museo español posee una pieza tan perfecta, abandonada en el yacimiento, al aire libre. En el sitio que le pertenece, empero. Son la memoria aún viva de la ciudad. Venimos a verla, porque son los últimos testimonios de la que Tello (Girsu) fue. Son lo primero que se depositó en la tierra, y lo último en desaparecer. Toda la historia de la ciudad está ecogida, acogida entre los trazos de la breve plegaria inscrita en una de las caras de los ladrillos. Juntas, extendidas sobre la tierra, se asemejan a las trazas de una ciudad.
La muerte preside Girsu. Las colinas que resultan del estallido del palacio (y, sin duda, otros edificios, levantados durante un milenio en el mismo emplazamiento), vierten abruptamente, como si de acantilados marcados verticalmente por las aguas, sobre una profunda sima: la necrópolis, situada al lado de un taller cerámico. Miles de vasijas, algunas casi enteras, depositadas en jarras, hoy reventadas, están incrustadas en las paredes verticales que rodean la sima. Formas capas cortantes en medio de la arcilla endurecida. Algunos huesos y grandes fragmentos de calaveras destacan sobre el fondo terroso. La tierra ha hundido las tumbas. Los restos y las ofrendas están íntimamente unidos a la tierra. Las aguas y el hundimiento de las tierras ha dejado parcialmente al descubierto los restos, como si un tajo en la colina hubiera mostrado las galerías por donde deambulaban los espíritus, con vertidos en seres de ultratumba. Con la ayuda del arqueólogo iraquí que nos acompaña, escarbamos una pequeña y hermosa vasija que parece entera. Al poco rato, retrocedemos. Es como si estuviéramos faltando a un espacio silencioso y recluido, que da la espalda a la ciudad; sagrado, posiblemente. Un colgante alagrimado de bronce despunta en la ladera vecina.
La ciudad desvanecida parecía extenderse hasta casi el horizonte. Mas la tarde caía en un páramo desierto. Los guardias cargaron las metralletas.
jueves, 27 de octubre de 2011
ERIDU, 26 de Octubre de 2011
1.- El zigurat de Eridu
2.- Funda de bomba plástica
3.- Ladera del zigurat cubierta de ladrillos calafeteados; quizá provengan de un templo
4.- Diminutas conchas marinas por el yacimiento
5.- Cono decorativo de fachada de templo.
Dos fundas plásticas de bombas, a lado y lado de la borrosa senda en la arena del desierto, presiden el acceso a Eridu.
El yacimiento aún está minado. Las minas están sepultadas, por lo que se tiene que andar con cuidado, sin adentrarse en el desierto.
Eridu: la primera ciudad de la historia en la mitología sumeria. Descendida del cielo y posada a orillas de la laguna de las divinas aguas primordiales, de las que surgieron todos los dioses: el Abzu, las Aguas (o el Pozo) de la Sabiduría, sobre las que flotaba el templo del dios de las artes y la arquitectura, el artero Enki.
Las primeras misiones arqueológicas, a principios del siglo XX, desenterraron los sucesivos niveles de los templos de esta divinidad, que se fueron sucediendo en el tiempo desde el cuarto milenio aC; no lejos, una estructura arquitectónica, quizá un templo o una capilla, remonta al sexto milenio.
Mas hoy, solo queda el volumen desdibujado del zigurat en medio del desierto. No hay nada y está todo. El yacimiento está enteramente cubierto de fragmentos de cerámica y de miles de diminutas conchas marinas blancas que centellean bajo el sol como las arremolinadas aguas de una laguna. El recuerdo de las aguas no se ha borrado, y el viento fresco -se acerca el mes de noviembre-, al caer la tarde, que sacude la cumbre del zigurat, levanta las olas de las dunas y remueve los últimos restos informes que se hinchan sobre la arena como cuerpos reblandecidos a punto de expirar. Innumerables ladrillos se desparraman sobre una ladera del zigurat, recordando que allí se hallaba uno de los principales santuarios de la remota antiguedad dedicado al dios de las aguas fértiles. Las ruinas sumerias dan una lección moral.
Eridu es un verdadero centro, en centro del mundo. Desde lo alto, se domina el mar de arena. Las aguas del cielo han abierto canales en el zigurat, y lo han disuelto, provocando ríos de piedra líquida y hondonadas.
El zigurat está herido y, sin embargo, aún destaca poderosamente desde lejos sobre la incierta superficie, cuyo finísimo polvo dibuja aguas que baten los últimos restos desperdigados de los santuarios.
De vuelta, una nueva (noticia) "bomba": intacto, en la superficie del desierto, a los pies del zigutat, un pequeño cono de terracota coloreado que, hundido en los muros de adobe de un templo, junto con otros miles de figuras tronco-cónicas con diminutas testas coloradas, formaba parte de las cenefas geométricas de los mosaicos de teselas circulares que moteaban y animaban las fachadas de los templos, y recordaban las esteras tendidas que cubrían los muros exteriores de las casas de adobe, o las tornasoladas aguas del Abzu.
miércoles, 26 de octubre de 2011
UR, 26 de Octubre de 2011
1-3(B/N): Ziggurat de Ur (2: Ziggurat desde el E-hursag, el llamado Palacio de los reyes Ur-Nammu o Shulgi, seguramente el templo neobabilónico de la diosa Ninhursag)
4-5: Zigurat de Ur
6: alquitrán mezclado con paja que recubre el interior del zigurat
7: parte alta del zigurat
8: policias y personal de la Dirección General de Antigüedades
9-14 (B/N): Tumbas reales de Ur
15-22: Tumbas reales de Ur
23-24: Straight Street en el barrio de Ur del periodo de Isin-Larsa (c. 2000 aC), y acceso a casa con patio desde esta calle
25: jarra enterrada en el barrio de Ur
26: casas de Ur
27-28: E-dub-lal-mah, templo neobabilónico restaurado: fachada e interior
Fotos: Tocho, octubre 2011
Se "colgarán" más fotos de aquí a un día
Cuando el coche arrancó, precedido por un vehículo militar, supimos que finalmente íbamos a Ur. La Dirección General de Antigüedades, temerosa por nuestra seguridad, y sospechando del jefe de policía local, cambia constantemente los planes (como, por otra parte, había recomendado la Embajada de España), y nos conduce hacia el yacimiento no previsto, pidiéndonos que no comuniquemos a nadie en Iraq nuestro programa.
Apenas dejamos a nuestra izquierda la gigantesca base militar norteamericana de Talil, bajo el ruido atronador de un avión y dos helicópteros que sobrevuelan, a baja altura, casi constantemente el área, la carretera enfila directamente hacia el zigurat de Ur.
En fotos, la reconstrucción parcial de principios de los años sesenta, apena. En el lugar, se revela necesaria, acertada, y no evoca en absoluto un decorado. Las técnicas empleadas fueron las mismas que se habían seguido cuatro mil cien años antes.
Destaca desde lejos en medio de un paisaje árido, cubierto de arcilla reseca. A sus pies, en el ángulo izquierdo, los restos de la última trama urbana sumeria conservada. Emociona lo que el arqueólogo Wollley bautizó, en los años veinte, como Straight Street: un callejón muy estrecho, de poco más de un metro de ancho, entre los muros (de un metro de altura, más o menos) de viviendas construidas alrededor de un patio, a las que se accede por una, quizá dos entradas. Caminando por el callejón, se llega a tener la misma sensación que una medina produce hoy: un espacio agobiante, en el que es fácil perderse, como si uno se abriera camino entre riscos, pero, sin duda, más fresco que el exterior. Hoy Ur está en medio del desierto. Antaño, se hallaba en una península bordeada por el Éufrates y un afluente, y estaba, quizá recorrida por uno o varios canales, invisibles hoy. Pese a la presencia del agua, el desierto, que hoy invade Ur, se hallaba cerca. Se diría que las primeras ciudades, en sudamérica (Perú), el valle del Hindo, y en Sumer, se construyeron en la confluencia de ríos y desiertos o páramos áridos. Quizá las ciudades respondieran no solo o tanto a una necesidad económica o sociológica (el intercambio de bienes y mujeres, el control del territorio), sino "emocional" o sicológica: la necesidad de sentirse amparado en un territorio tan hostíl, carente de límites, en los que la vista se pierde, así como el equilibrio. La ciudad sería el resultado de la necesidad de vivir juntos, dando la espalda al árido infinito, cuya dureza, cuya inhumanidad, las poderosas aguas del Éufrates, difícilmente cruzables, lentas como el paso de los siglos y violentas en ocasiones como un animal hambriento o acorralado, acrecentaban, bajo un cielo pardo y gris, desdibujado por las nubes -de aquí a poco empezarán las lluvias- y el polvo en suspensión.
Desde la cumbre se descubre, con sorpresa que el núcleo del zigurat está hecho de adobes macizos, separados, cada metro, por una capa de alquitrán sobre una capa de ladrillos cocidos, y por finas capas de cal, también impermeabilizante, situadas también cada metro. El perímetro exterior del zigurat y las terrazas son de gruesas capas (unos dos metros) de ladrillos cocidos unidos con alquitrán mezclado con paja, recubiertos con el mismo material. La construcción está en perfecto estado, si bien los adobes se van deshaciendo con las lluvias y las tormentas de arena.
A un centenar de metros, en na área vallada, las tumbas reales de Ur. Están siempre cerradas. Se prohibe el acceso, en parte por su insegura condición. Se ha logrado, empero, recorrerlas. Dos tumbas se abren a lado y lado de un pozo -por el que se desciende por una escalera de madera actual-. A partir de media altura, dos rampas escalonadas apuntan hacia las entradas de cada tumba: un gigantesco arco de medio punto protege la puerta de la celda. El espacio interior tiene unos diez metros de largo; posiblemente sea más alto. Está cubierto por una bóveda de medio punto de ladrillo en perfecto estado. Los muros también son de ladrillos, cubiertos por una gruesa capa de salitre. Se conservan en las paredes los hoyos en los que se empotraban las cabezas de las vigas de madera por las que transitaban los constructores para levantar muros y bóveda. Ésta se logra mediande la superposición de ladrillos retranqueados: el superio avanza con respecto al inferior. En las paredes sobre las que se apoya la bóveda, que recuerda a una nave invertida -maquetas de barcas acompañaban al difunto en su tránsito al más allá, como las hermosísimas depositadas en el Museo de Bagdad-, se intuyen arcos de descarga. Las tumbas fueron construidas hace cuatro mil seicientos años, casi antes que las pirámides de Egipto. No son comparables con ninguna otra tumba sumeria. Mas, incluso en el esplendor de su tamaño y perfección, evocan una concepción de la morada eterna similar a la terrenal: cálida, sin alardes ni ostentación, como si la vida, aquí y en el más allá, no mereciera atenciones que la equipara con la de los dioses. Las tumbas no son muy distintas que las casas de juncos de las marismas, también cubiertas con bóvedas alargadas, que ya se construían hace cinco mil años. Tan solo el ladrillo sustituye al junco; pero toda la tumba parece un admirable trabajo de cestería. El descenso a través del juego de rampas y escaleras, que descienden alrededor de un gran patrio central, evoca bien el regreso a un vientre materno, a la sombra del zigurat que ofrece el movimiento contrario, ascensional, solo apto para los dioses cuando, habiendo descendido entre los hombres, querían regresar a su morada eterna. Los movimientos que el zigurat y las tumbas suscitan construyen bien el imaginario mesopotámico. Los humanos nada tiene que ver con las divinidades; y los encuentros temporales en la tierra se clausuran en la hora final.
A lo lejos, las estrafalarios y temibles vehículos militares norteamericanos siguen retirándose hacia el Sur.
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