domingo, 19 de febrero de 2012
Tom Clegg (1934): Asesinato en Mesopotamia (2001) (basado en la novela de misterio de Agatha Chriistie -1890-1976-, 1936)
Asesinato en Mesopotamia (Murder in Mesopotamia) refleja la visión de las excavaciones en el yacimiento sumerio de Ur (en Iraq), dirigidas por el arqueólogo inglés Woolley, con la ayuda del esposo de Agatha Christie (quien convivió en la misión), el arqueólogo Max Mallowan.
La historia también refleja la opinión que Christie tenía de la esposa, Katherine, de Woolley, a la que acusaba de haber postergado a Mallowan y de comportarse tiránicamente.
Todas las personas reales que trabajaron en Ur se reconocen bien; tan solo los nombres fueron cambiados.
Envío de David Capellas
sábado, 18 de febrero de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
Philip Guston (1913-1980): City limits (Los límites de la ciudad) (1969)
Philip Guston: Los límites de la ciudad (1969), Museo de Arte Moderno, Nueva York
Por alguna extraña razón, esta obra de Philip Guston recuerda la noticia sobre el nuevo Jardín del Edén en el desierto de los Monegros (o en la devastada periferia de Barcelona).
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El jardin del Edén (faraónico)
CIUDAD DE VACACIONES
Breve texto, para el apartado de Ficción, en una próxima publicación de la arquitecta y fotógrafa Julia Schulz-Dornburg que documenta, de manera minuciosa, exhaustiva y sobrecogedora, las devastadoras y desoladas "arquitecturas del lucro" en España.
Sin duda el libro de arquitectura (y de terror) del año en España.
Ficción: el sustantivo ficción y el verbo fingir derivan del
mismo verbo latino, fingere, que
significa representar. Se trata de un verbo que designa la acción teatral por
excelencia: la representación de una acción, protagonizada por figuras, que
solo existen en y durante la escena. Su
esencia es volátil. Su poder de
convicción, empero, más duradero que el que causan las personas más sabias. No
todo lo que se refiere a la ficción es perecedero. Las efigies (que también son
consecuencia del fingimiento) (las imágenes) también perduran, más tiempo que
los seres que representan. Es decir, que la presencia de lo ficticio depende de
su poder hipnótico. Poder que actúa
tanto mientras la ficción se representa cuanto es recordada, reactualizada. La
ficción tiene la desconcertante virtud de ser y no ser. Existe un tiempo tan
solo, pero se recuerda siempre, como si siguiera presente. Dada la connivencia
entre la ficción y los sueños, no hace falta que la ficción se muestre
constantemente. Su recuerdo es vivaz, y
la mantiene en vida. Los sueños y los recuerdos son más duraderos que la propia
realidad. La ficción es la realidad que ha logrado vencer el tiempo. Existe en
otro espacio donde el tiempo ya no la alcanza. Pero este espacio y este tiempo
está entre nosotros, como si creara burbujas dentro de las cuales entráramos en
otra “dimensión”, y nos halláramos ante seres y circunstancias modeladas por
categorías distintas: figuras y situaciones
que no son de este mundo, aunque lo parezcan. La ficción es el espejo de la
realidad. Tiene la misma dureza y frialdad que el espejo: perfecta, e
inalcanzable. Una barrera invisible se alza entre la realidad y la imagen, que
se instala perdurablemente entre nosotros.
Ante esta situación, ¿por qué pretender llegar a lo real si
la ficción es más seductora y convincente? ¿Qué es la ficción en arquitectura?;
¿en qué consiste, cómo opera, dónde se halla?
Las ciudades de vacaciones son presentadas como obras de
ficción, o que pertenecen al mundo de la ficción, como si se ubicaran detrás
del espejo: un espejo en el que nos gusta mirarnos.
Ciudad de vacaciones: curiosa expresión. La ciudad es un
organismo perenne. Las ciudades se fundan para durar. Se oponen a los
campamentos. Son propias de seres sedentarios. En las tierras de los nómadas,
los desiertos, solo se alzan ciudades que son espejismos: ciudades que solo
existen en la imaginación, que no tienen consistencia, y que son inalcanzables.
Ciudades soñadas. La ciudad de vacaciones tiene una entidad paradójica: quiere
estar al alcance de la mano, ser recorrida como si existiera “de verdad”, sin
ser una ciudad verdadera, sin poseer los elementos que contribuyen a que la
ciudad se dé de un canto con la realidad, como si la dura realidad diaria se
opusiera -como así ocurre- a la
ensoñación que la ciudad de vacaciones persigue. Quiere ser una ciudad y no
serlo. Dar la ilusión que se trata de una ciudad. Por tanto, ser una ciudad
imaginaria o ficticia. Un sueño, o una pesadilla.
Vacación proviene del
latín vacare: estar libre,
desocupado. Vacare se opone a laborare. Una persona de vacaciones no
se halla trabajando. Su plaza está
vacante. De algún modo, la vacación alude a una falta, una desocupación
espacial. Los que están de vacaciones son vagabundos (vagabundo también proviene de vacare). No quieren estar
dónde se hallan sino que aspiran a estar en otro sitio: un sitio soñado.
Quieren y no quieren llegar a él, pues intuyen que quizá no sea como en sus
sueños. Son incapaces de hacer nada, ni nada tienen que hacer.: son vagos. La
vacación invita a la vagancia; y a la errar: ir de un sitio para otro, sin
quedarse en ninguno, equivocándose a cada vez, como si se tuviera un vacío, o
se estuviera en él. De ahí que la ciudad de vacaciones tenga que posee tantos
lugares o espacios, que nunca sean del o
como el lugar ni del tiempo de donde uno viene. Vacare, en efecto, está
relacionado con vacuus: vacío, y
vacuo al mismo tiempo. La falta de
consistencia, y la ausencia, parecen categorías ligadas a la época vacacional.
Categorías que remiten a la falta de realidad o la existencia de otra realidad,
en la que el tiempo y el espacio “reales” o terrenales, habituales, no rigen.
La vacación suscita una ligera inquietud. La inconsistencia y la inconsecuencia
rondan, como si un vacío, real o existencial, pudiera instalarse. La vacación
carece de base sólida. Quien está de vacaciones cree estar en una nube. Para
bien y para mal. Flota, y percibe la realidad distorsionada. Lo que mejora, o
empeora la realidad o la impresión que se tiene de ella. La vacación instaura
la ambigüedad. No se sabe bien dónde uno se halla, qué suelo pisa. La realidad
se deforma, según nuestros deseos o miedos. Se pierden las referencias más
habituales. Las vacaciones tienen la capacidad, precisamente, de sacarnos de
nuestros hábitos. Nos trasplanta en otro
hábitat, en el que se hace ver qué se vive, como en una nube.
La ciudad de vacaciones, entonces, no existe: solo es un
sueño, o una ficción. Pues las costumbres, los modos de vida que instaura no
prenden en la realidad, no dependen de ésta. Solo podemos vivir en contacto con
la tierra. No podemos vivir entonces en una ciudad de vacaciones, pues perdemos
el contacto con el suelo. No pisamos el suelo. La ciudad de vacaciones está concebida
para abandonar el mundo, soñar, dormir o morir. Es una tierra –aunque tierra no
es la palabra más adecuada- de nadie. De sueños, de figuras imaginarias y de
fantasmas. Está hecha para los “don nadie”. La identidad, que nos limita, y nos
distingue, que dice qué o quiénes somos, se pierde. En la ciudad de vacaciones,
los individuos son indistinguibles. Se confunden entre sí. Forman una masa
indiferenciada. Y así son tratados. Son como niños. Los comportamientos son
infantiles, y se les trata como a seres infantilizados. Idiotas. La ciudad de
vacaciones idiotiza, o embrutece: reduce la persona, y anula la personalidad.
Con el libre consentimiento de ésta. ¿Qué más puede hacer y desear, cómo
oponerse a aquélla? La ciudad de vacaciones está pensada para las masas. Y solo
tiene sentido si y mientras las acoge. Una ciudad de vacaciones vacía es
absurda (un páramo desierto, un mal sueño, y una pesadilla para quienes la
planificaron), aunque su fin sea la de crear el vacío alrededor década persona,
o de convertirla en un ser vacuo, es decir sin ser, un ser que deja de ser, que
no es nada. La maldecida o bendecida nada es propia de una ciudad de
vacaciones. Existe para que no pensemos en nada, y no tengamos nada qué hacer.
La voluntad queda anulada. Se adelanta a todos los deseos y los satisface. Todo
lo que se necesita y no se necesita, todo, está al alcance de la mano. Como en
el Edén. Pero en el Edén no había ciudades, pues no hacía falta cobijarse ni
refugiarse. Una ciudad de vacaciones se
muestra como Jauja. A la que se acude para huir de la realidad, evitarla,
esconderse de ella. O de sí mismo. Jauja parece un paraíso, mas es un lugar
donde se anula el arbitrio. Una fuerza externa, contra la que uno no puede
oponerse, impulsa a moverse, para no estar quietos. Y pensar. Se trata de un
lugar en el que se refugian quienes quieren estar consigo mismos, que no
quieren verse a sí mismo, de ciegos ante la realidad. La ciudad de vacaciones deslumbra,
es decir ciega. En ella, nada se ve como en la realidad. Que es lo que se
busca, ir ciego, para no ver a lo que
uno se enfrenta, ni saber nada, cuando
uno huye. En tanto que refugio de
quienes huyen, la ciudad de vacaciones solo puede acoger temporalmente, antes
de “regresar a la realidad”. Ofrece cobijo, o cárcel (que no se puede salir de
ella, ya que atrapa, espacial y temporalmente, siendo el lugar donde el tiempo
no pasa, ni nada pasa, aunque parezca que la actividad es incesante,
precisamente para que nos olvidemos que el tiempo no se detiene “en realidad”),
el tiempo que dura una ficción.
La ciudad de vacaciones en necesaria porque ocurre que la
ciudad, la ciudad verdadera, nuestra ciudad, no es una ciudad. Es una imagen de
la ciudad de vacaciones.
Así vivimos.
¿Digame?
Agradezco a Julia Schulz la posibilidad de redactar un texto para su libro.
Agradezco también a David Capellas la información sobre este jardín del edén:
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/01/25/catalunya/1327519897_065546.html
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