sábado, 24 de marzo de 2012

Arquitectura en Berlín



Obra sobre el espacio contemporáneo (Room with My Soul Left Out, Room That Does Not Care, 1984), de Bruce Nauman, en el Museo de Arte Contemporáneo de Berlín (Hamburger Bahnhof)
Foto: Tocho, julio de 2011


(Versión de un artículo publicado en la revista Altaïr: "Berlín, siempre en vanguardia", nº 76, 2012, ps. 82-89)

Quienquiera conocer Berlín no tiene que viajar. Necesita solo teclear en Internet (o desplazarse a la tienda de videos más cercana). La película de ciencia ficción Aeon Flux (Karyn Kusama , 2005), enteramente rodada en la capital alemana, refleja bien la impresión que arquitectura berlinesa contemporánea produce. El film se hubiera tenido que rodar, significativamente, en Brasilia, la innovadora capital de Brasil fundada hace cincuenta años en medio de un altiplano desértico. Pero ni siquiera el tamaño, el vacío, el carácter “abstracto” de ésta,  así como la imposibilidad de abarcarla, de recorrerla, fueron suficientes para evocar la urbe del futuro. El carácter inquietante de ésta quedaba mejor representado por la nueva Berlín de formas “autistas” de vidrio y hormigón. El nuevo crematorio (1999), entre un ritmo implacable de pilares, de los arquitectos Axel Schultes y Charlotte Frank, y el hermético velódromo cubierto y semi-enterrado (1997), del arquitecto francés Dominique Perrault,  dos de los principales enigmáticos y duros  escenarios de la película, símbolos del olvido (cargado de dramáticas connotaciones), y  de una carrera hacia adelante, evocan bien la nueva y renacida ciudad que Berlín quiere encarnar.

En 1989 empezó una nueva historia para Berlín. La ciudad, en parte grandiosamente ampliada y modificada por Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich, entre 1937 y 1943, y arrasada hasta los cimientos durante y al final de la Segunda Guerra Mundial (se han levantado nueve colinas artificiales, entre ellas, la Colina del Diablo, en Grunewald, con los descombros amontonados), fue ocupada por las potencias vencederas, y luego dividida en dos zonas enfrentadas: Berlín Este, a cargo de la Unión Soviética y luego de la Alemania oriental, y Berlín Oeste, en manos franco-anglo-norteamericanas, concebido como un escaparate de la Alemania Federal capitalista, ubicado en el corazón de la Alemania Oriental comunista. Ante la constante huida de ciudadanos del Este hacia el Berlín Oriental, un alto y continuo muro de hormigón, levantado en 1961 por la Alemania Oriental,  vigilado por torres de vigía y defendido por alambradas y perros en el lado oriental, selló física y mentalmente la división. Unos pocos puntos fronterizos permitían el paso controlado de una zona a otra de Berlín. Berlín oriental se asentaba en lo que fue el centro histórico, monumental y cultural, de la capital del Reich; Berlín occidental, por el contrario, heredó parques y barrios periféricos. El centro del Berlín de la preguerra, cercano al muro, y, por tanto, convertido en una zona periférica del Berlín Oriental, quedó amputado  de sus barrios residenciales más lejanos, que formaron parte del Berlín Occidental.

El muro apenas seguía la trama urbana, por otra parte desfigurada por los bombardeos y los incendios. Calles, bloques, la red de metro quedaron interrumpidos sin contemplaciones.  Una zona baldía, de seguridad, impedía llegar a los pies del muro en el Berlín Oriental. Las casas cercanas fueron desalojadas y tapiadas. Mientras, en la parte occidental (que creció a espaldas del muro), las viviendas que miraban al muro fueron despoblándose. Una inmensa franja, abandonada, entregada a las malas hierbas entre ruinas y edificios vacíos recorría toda la ciudad, como una amplia grieta en un muro, o una tierra yerma. 

Todo y observándose sin cesar, cada parte de Berlín creció por su cuenta, sin tener en cuenta su otra mitad. Todos los servicios fueron duplicados. Ambas zonas de Berlín,  rivalizaban a fin de exponer  las virtudes de ambos sistemas políticos: esta lucha se traducía urbanística y arquitectónicamente. La gran avenida comercial y de la luz de Kurfürstendamm, en el Berlín occidental, bordeada de comercios de lujo y vitrinas expuestas en medio de las aceras, cuya animación no cesaba de noche, fue contestada por la Karl-Max-Allee, una avenida descomunal bordeada por bloques neoclásicos, semejantes a severos palacios, muy semejantes, que albergaban viviendas de alquiler, y que, curiosamente, recordaba las amplias y frías avenidas que grandes arquitectos racionalistas dibujaron como imágenes de las ciudades del futuro, entregadas al tráfico rodado; tráfico que, en la depauperadas Berlín oriental, apenas existía.

La reunificación de Alemania tuvo unas consecuencias inmediatas en Berlín. Volvió a ser la capital alemana. Pero carecía de todas las infraestructuras necesarias: sedes gubernamentales, alojamientos para funcionarios, embajadas. Éstas, que existían en la Alemania anterior a la Guerra, y se ubicaban en el centro, bordeando el río Spree, en un área marcada por el muro, habían quedado destruidas por los bombardeos y los derribos que sucedieron al final de la contienda. Así, solo quedaron en pie tres embajadas (entre éstas, la española), aunque maltrechas y ennegrecidas.

Lo primero que cabía hacer era derribar el muro. Pese a las protestas de quienes sostenían que éste ya hacía parte de la historia y debía ser preservado, al menos en parte (un tramo de un centenar de metros, convertido en una especia de escultura minimalista cuyas pintadas se han preservado y restaurado, que atrae a todos los turistas, se ha mantenido), su destrucción  dejó una amplia cicatriz abierta, sin urbanizar ni edificar, en medio de la ciudad, que interrumpía la antigua trama urbana.

El plan del nuevo Berlín, a cargo de Josef Paul Kleihues (muy criticado, según algunos críticos, por su grandiosidad y sometimiento a esquemas clasicistas que recordaban en exceso al Gran Berlín de Speer),  tenía tres objetivos: volver a restaurar una única trama, pese a que cada parte, en el este y el oeste,  había crecido independientemente; reconstruir algunos espacios que habían constituido el corazón del Berlín anterior a la guerra (Postdasmer Platz, Puerta de Branderburgo), como si la historia no hubiera marcado la ciudad y nuevos centros no hubieran surgido; y crear las infraestructuras necesarias de una capital política (parlamento, sedes institucionales,  dependencias administrativas), junto con una red unificada de transportes que conllevaba la creación de estaciones de metro y una grandiosa estación central intermodal  en la que confluyeran líneas de metro, de autobuses y de trenes (obra del  equipo Gerkan, Marg  & Partners, inaugurada en 2006, cuya descomunal cubierta de acero y vidrio es considerada como una obra maestra de ingeniería que interpreta las grandes bóvedas de cañón acristaladas de las estaciones del siglo XIX). El proyecto era titánico. El coste incalculable. La crisis económica provocada por la revitalización y transformación de la economía de la antigua Alemania Oriental ha frenado el imparable crecimiento de Berlín. Se piensa, hoy, que la reconstrucción de Berlín no concluirá hasta 2025.

Es cierto que algunos de estos proyectos de reconstrucción se habían iniciado en los años ochenta, en el Berlín Occidental, con motivo del 750 aniversario de la fundación de la ciudad, dentro del marco de lo que se denominó Internationale Bauaustellung (IBA 1987): una muestra permanente de nueva arquitectura. Arquitectos como Aldo Rossi, Peter Eisenmann o Alvaro Siza construyeron bloques de viviendas que, en ocasiones, no han envejecido demasiado, pese al colorista  estilo de los años ochenta que remedaba irónicamente estilos del pasado.

Berlín se convirtió en la meca de los arquitectos. Una capital tenía que ser levantada de nuevo. Todo estaba por rehacer. Las decisiones sobre qué hacer con las ruinas, y el pasado, se tenían que tomar. Una ciudad destruida, pero que había revivido, podía quedar destruida de nuevo, quizá para siempre. Pero había poco tiempo para pensar. Los primeros frutos de la reunificación tenían que ser visibles pronto. Berlín volvía a ser la capital de Europa.

Sin embargo, un problema inesperado –y aun no totalmente resuelto- ha marcado, para bien y para mal, la transformación y el resurgir de Berlín: el desconocimiento de los actuales propietarios de los terrenos afectados, que ha frenado la reurbanización del vacío dejado por el derribo del muro.  ¿Por qué este “vacío legal” ha sido al mismo tiempo beneficioso y perjudicial? Aunque la aureola Berlín como ciudad favorable a los artistas más innovadores se está nublando hoy, debido al aumento del alquiler de los estudios, y la multiplicación de galerías dedicadas al arte contemporáneo más ostentoso y caro, aún sigue siendo en Europa la tierra prometida para artistas plásticos y músicos emergentes. La razón estriba en el gran número de locales industriales y pisos vacíos, particularmente aptos para estudios, locales de ensayo y centros “alternativos”, que pueden ser alquilados –u ocupados- a buen precio (o gratis). Este hecho positivo es consecuencia de la muy particular situación inmobiliaria berlinesa, derivada aún de la división que el muro estableció. A fin de levantar  éste, las autoridades comunistas del Berlín Oriental expropiaron terrenos y viviendas. Tras la unificación, y antes de poder urbanizar los terrenos baldíos, una vez derribado el muro, se han tenido que devolver las propiedades privadas expropiadas. Pero decenas de años han pasado desde la construcción del muro. Los  propietarios  han fallecido; los herederos desconocen a menudo los bienes de los que disponían las familias. Aquéllas que lograron escapar de Berlín Este, además, no han dejado documentos sobre los terrenos que poseían. Los poderes públicos actuales tienen entonces que dejar pasar años, antes de poder disponer de tales solares. Mientras no se resuelven estos problemas, marcados por la dificultad en encontrar los antiguos propietarios, la municipalidad de Berlín, en una decisión innovadora y sorprendente, ha permitido que todas las construcciones abandonadas en litigio pudieran ser ocupadas temporalmente: por ejemplo, por creadores, a precios módicos, con la condición de que fueran preservadas (y devueltas cuando los propietarios fueran hallados o el tiempo de cesión hubiera prescrito, lo que está empezando a ocurrir hoy). En algunos casos, incluso, antiguas fábricas, abandonadas y ocupadas, convertidas en centros de creación, han sido finalmente preservadas para siempre. Estos quizá sean los mejores  logros urbanísticos de Berlín, tras la caída del muro. Así, destaca Radial System, una antigua estación de extracción de agua, de finales del s. XIX, rehabilitada y reconvertida en 2006 en un centro de arte público por el arquitecto berlinés Gerhard Spangenberg, posiblemente la mejor obra de arquitectura actual de Berlín.

La meca de los grandes arquitectos contemporáneos ha sido en ocasiones su tumba. La reconstrucción de los tres grandes centros históricos (la Puerta de Brandenburgo, y las plazas de Potsdam y de Leipzig), revela claros y sombras. Las titánicas obras –frenadas por la crisis económica- permiten descubrir edificios notables (la sede del DG Bank, de F. Gehry, de 2001, bien adaptado al entorno, sin parecer una simple copia del pasado), pero los espacios adolecen de los problemas que afectan la arquitectura contemporánea: la incapacidad de los edificios, siempre concebidos como obras  únicas, de integrarse en un conjunto.  Las plazas, que mantienen las trazas de las plazas originales, se convierten en un muestrario, más o menos afortunado, de edificios  que, todo y respetando alturas y volúmenes parecidos, parecen pulpos en un garaje: “componen” una involuntaria cacofonía visual. Por otra parte, Berlín ya no es la ciudad que era antes de la Guerra. Ha vivido cincuenta años dividida. Se abrieron distintos centros en cada parte, que siguen activos.  Los antiguos espacios centrales no han recuperado el protagonismo. Son lugares o “no-lugares”  (que incluyen grandes centros comerciales y hoteles, a cargo de empresas privadas, en los que ha primado a veces el carácter espectacular y un excesivo volumen, como en el Centro Sony,  de Helmut Jahn, de 2000) visitados por los turistas, mas la vida se halla en otros lugares de la ciudad.

La construcción de los edificios políticos administrativos (con la polémica –entre acusaciones de plagio- restauración del Parlamento y la construcción de una cúpula de vidrio, a cargo de Norman Foster, en 1999), y de las embajadas (entre las que destaca la embajada de los Países Bajos, del arquitecto holandés Rem Koolhaas, por una vez insólitamente contenido, ganadora del Premio Europeo de Arquitectura Mies van der Rohe, de 2005) ha permitido urbanizar  amplias zonas abandonadas del centro de Berlín. Mas la concentración de edificios públicos y administrativos, en medio de zonas verdes, sin comercios algunos, ha  creado zonas carentes de vida fuera de las horas de oficina, que solo los grupos de turistas, de nuevo, animan.

Los espacios más humanos, empero, se hallan en antiguos barrios como Prenzlauer Berg,  y Kreuzberg. Durante años abandonados para la emigración, turca, principalmente, han sido rehabilitados sin que la población haya sido desplazada, ni se hayan derribado innecesariamente edificios. Tiendas de moda, cafés, restaurantes,  centros de ocio y galerías de arte contemporáneo (en calles como Oranienburger Strasse, en el barrio de Mitte) alternan con un comercio tradicional modesto (por ejemolo, en Oranien Strasse, en el barrio de Kreuzberg); el tejido social y urbano se ha enriquecido sin desgarrarse excesivamente. Del mismo modo, la rehabilitación de una parte del barrio de Kreuzberg, muy deteriorado porque limitaba con el único paso fronterizo  de Checkpoint Charlie (hoy envilecido más, si cabe, por figurantes disfrazados de soldados de Alemania del Este que simulan controles y arrestos y que hacen las delicias de unos turistas que creen vivir siniestras estampas del pasado) también ha permitido integrar edificios notables en los huecos de una trama urbana preservada al máximo. En estos casos, se ha logrado devolver a la vida barrios empobrecidos y desertizados.

La restauración de la trama urbana berlinesa no ha concluido. Berlín sigue siendo la ciudad con un centro  con más solares vacíos de Europa.  Es, por tanto, la ciudad más amenazada por la especulación urbanística, y con más futuro. Pero la rehabilitación integral de algunos barrios permite albergar la esperanza que Berlín no se va a convertir en Shanghai, y que la recuperación de la capitalidad, con el inevitable séquito de imponentes edificios públicos que representan el poder de la nueva Alemania, no se hace ni se hará definitivamente a costa de la vida dignificada de los barrios, en la que se tejen antiguas y nuevas profesiones y funciones.   

Agradezco a los artistas Luis Fernández Pons y Jasmina Llobet,y los arquitectos  Marc Marín y Thomas Stellmach toda la información recibida y los recorridos  “transversales” por Berlín.



Bibliografía:

Michael Imhof y León Krempel: Berlin, new architecture: a new guide to new buildings from 1989 to today, Michael Imhof Verlag, 2009. Guía útil para conocer los edificios más prestigiados recientes,  publicada por vez primera en 2004, reeditada y actualizada.

Claire Colomb: Staging the New Berlin: Place Marketing and the Politics of Urban Reinvention Post-1989 (Planning, History and Environment Series), Routledge, Londres, 2011: una visión crítica de la reconstrucción de Berlín, abocada a veces más hacia el turismo que a los ciudadanos, cuidando antes la imagen que la función.

Alain Resnais (1922): Toute la mémoire du monde (Toda la memoria del mundo) (1956)



Célebre documental de Alain Resnais (una obra primeriza que le dio a conocer) sobre la Biblioteca Nacional Francesa (BNF), en su antigua sede de la calle de Richelieu, en París

viernes, 23 de marzo de 2012

Michel Gondry (1963): Oui, Oui (1983-1992), Ma maison (Mi casa) (1990)


Oui-Oui "Ma Maison" (réalisé par Michel Gondry) por ben_g2

Michel Gondry (1963): Björk, Bachelorette (1997)

Museos en Berlín



Neues Museum
Foto: Tocho, julio de 2011


(Versión de un texto publicado en la revista Altaïr: Berlín. Siempre en vanguardia, nº 76, 2012, ps. 50-59).
Agradecimientos a Pepe Verdú, y a Marc Marín.

Berlín no posee monumentos antiguos, catedrales góticas, palacios barrocos, parques salpicados de falsas ruinas románticas, como Roma, Londres  o París, ni deslumbrantes muestras de la más delirante arquitectura del siglo XX, como los rascacielos de Chicago y Nueva York. Berlín es una ciudad relativamente moderna, convertida en la capital de un estado en el siglo XIX, arrasada hasta sus cimientos hace setenta años, y levantada de nuevo.

Pero Berlín posee el mayor número de grandes museos, de muy distinto tipo, que quepa imaginar. Un visitante podría pasar varios días pisando la calle solo para desplazarse de museo en museo; y, aún así, apenas tendría la necesidad de recorrer la ciudad, pues  cinco de los grandes museos se hallan concentrados en la llamada Isla de Museos, situada, en efecto, en una isla del río Spree.

Museos públicos y privados (Colección Boros expuesta en un bunker), generalistas (Kulturforum ) y monográficos (Museo Käthe Kollwitz, dedicado a la mejor autorretratista del siglo XX; Museo del movimiento expresionista Brücke), dedicadas a las artes del remoto pasado (Museos Pergamon, Neues, Altes, Bode) y del presente más actual (Hamburger Bahnhof, Neue Nationalgalerie dedicada al arte del  s. XX) , occidentales y de otras culturas, orientales y “primitivas” (Museo Etnológico, Museo de Arte Asiático), exclusivamente alemanes (Altes) e internacionales (Gemäldegalerie), artísticos (artes, artesanía y diseño industrial: Museo Bröhan, Bauhaus-Archiv), históricos (Museo de la Historia Germánica, Memorial del Muro de Berlín), científicos y etnográficos;  museos con colecciones permanentes y centros de exposiciones temporales (Martin-Gropius-Bau); la oferta cubre casi todas las manifestaciones del quehacer humano: signos de grandeza, o de bajeza, de horror (Topología del Terror, Museo del Muro, Memorial del Muro, Museo de la Stasi); museos que cantan el ingenio, el buen hacer, la creación humana, o que expían la destrucción (Museo Judío, Memorial de los Judíos Asesinados en Europa).

Berlín quiso dominar del mundo,  conquistándolo y saqueándolo a finales del siglo XIX y en la primera mitad del s. XX.  Lo logró, aunque no necesariamente por medio de la violencia: hoy, el mundo se refugia en los museos, los centros de creación, los espacios, en ocasiones, ocupados (Radialsystem,  o los antiguos talleres de reparación de trenes de la RAV, en Revaler Strasse), las bibliotecas, los archivos, las universidades, las salas de concierto (admirables los edificios de Hans Scharoun), edificios y conjuntos de grandes arquitectos del siglo XX (Le Corbusier, Gropius ), de Berlín; Berlín, convertida, para muchos, en una de las ciudades más atractivas y económicas de Europa, más libre y en las que la creación está menos legislada.

Esta concentración de bienes artísticos no es casual, aunque sorprende, porque se efectuó tardíamente y en poco tiempo, habiendo quedado, por otra parte, afectada por la historia alemana del siglo XX: la destrucción de Berlín y de una parte de los bienes que atesoraba, como el bombardeado y quemado Museo dedicado a la ciudad mesopotámica de Tell Halaf (cuyas grandes estatuas de basalto, intactas, que representaban a dioses y reyes, fueron llevadas de Siria a Berlín para protegerlas supuestamente de la incuria, y estallaron durante un bombardeo en 1943, aunque han podido ser reconstruidas parcialmente hoy), y la partición y ocupación de la ciudad durante cincuenta años, por parte de las cuatro potencias victoriosas, con la consiguiente división de los bienes artísticos; algunos, tomados como botines de guerra, desaparecieron para siempre, aunque descubrimientos y devoluciones recientes (como el tesoro arqueológico de Schliemann) no impiden soñar que tesoros siguen escondidos en almacenes o desvanes .

Cuando Berlín se convirtió en la capital de un imperio unificado, en 1871, la mayor parte del mundo no occidental (África  y Extremo Oriente) estaba ya en manos británicas y francesas. La creación de colonias europeas –aparte de las colonias iberoamericanas, fundadas en el s. XVI- había empezado a finales del siglo XVIII. Alemania necesitaba colonias si quería rivalizar con las grandes potencias occidentales. Solo quedaba el Próximo  Oriente, en manos de un decadente Imperio Otomano, cuya disgregación se aceleraba por las rivalidades internas entre turcos y árabes a los que solo la religión unía.  Alemania se alió al Imperio Otomano, para apuntalarlo, obteniendo a cambio la posibilidad de explorarlo y explotarlo. Las tierras y culturas citadas en la Biblia, como Asiria y Babilonia, ambas semitas –y, por tanto, poco apreciadas por los turcos-, estaban a disposición de los alemanes.  El mismo emperador financió expediciones que tenían como fin obtener piezas arqueológicas con las que dotar los recién creados museos, dignos de una nueva capital imperial mundial. Berlín tenía que competir con el Museo del Louvre de París y el Museo Británico en Londres. Las ruinas de Asur, la capital del Imperio Asirio, y de Babilonia, una de cuyas puertas, y cuyo paseo procesional, delimitado por altos muros recubiertos de ladrillos vitrificados con relieves de animales sagrados babilónicos, libraron sus riquezas transportadas a Berlín. Por otra parte,  El Próximo Oriente antiguo  también había acogido a pequeños reinos, como el reino de Tell Halaf, a colonias griegas de la costa jonia (como Halicarnaso o Mileto, algunos de cuyos principales monumentos fueron también trasladados y remontados en lo que se convertiría en el Museo de Pérgamo), y a reinos orientales marcados por la cultura helenística, como Pérgamo, uno de cuyos grandes altares sacrificiales dedicados a todos los dioses, recubiertos de pesados relieves que narran las luchas entre divinidades, fue también llevado a Berlín y remontado (primando, desdichadamente, la visión de los relieves y no la forma íntegra del altar): todos libraron piezas excepcionales.

La afluencia de obras, casi todas de culturas antiguas procedentes de colonias o de territorios controlados y explorados por los alemanes, llevó a la creación, en el centro de Berlín, de la llamada Isla de los Museos, centrada alrededor del Museo Pérgamo. Se construyeron cinco museos dedicados a colecciones arqueológicas y de arte alemán.

 Desde la reunificación alemana (que se suponía iba a doblar los presupuestos del estado) y de las colecciones (divididas, tras la Segunda Guerra Mundial entre la Alemania Federal –que construyó sus propios museos berlineses- y la Alemania oriental),  la Isla de los Museos, que habría sufrido durante la Guerra, y no había podido ser restaurada adecuadamente durante la Guerra Fría (los edificios aun no rehechos, ennegrecidos, siguen marcados por huellas de metralla), ha sido enteramente replanteada.

Varios museos ya han sido completados. Destaca el Altes Museum, ubicado en un edificio neoclásico de K.F. Schinkel (muy dañado durante la Guerra, y reconstruido en 1966), construido alrededor de una rotonda que alberga una colección de estatuario greco-latina, dedicado a las colecciones clásicas.

Sin embargo, por ahora la joya de la corona es el Neues Museum, abandonado desde el final de la guerra, tras un incendio. Ha sido salvado, siguiendo un criterio admirable, por el arquitecto inglés David Chipperfield: las heridas no se han borrado. Dedicado al arte egipcio, como lo había sido antes de la Guerra, y a la arqueología celta y del norte de Europa (con los fondos del antiguo Museo de la Prehistoria) –la unión de las colecciones egipcia y celta no da lugar a una nueva colección armónica, empero-,  se muestra como una obra de arqueología moldeada por el tiempo y la historia: un envoltorio que no camufla sus heridas, y  entre cuyas paredes vuelve a brillar el arte egipcio del periodo amarniense: las exangües máscaras funerarias de yeso  de Akhenaton y su familia, así como el deslumbrante busto de su esposa Nefertiti , encapsulado, en su fascinante ensimismamiento, en una pequeña rotonda.  

La inteligencia con las que se han planteado la reconstrucción y ampliación del edificio (Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea Mies van der Rohe 2011) y el despliegue de las colecciones, quizá también destaque en la laboriosa restauración de la pieza central de la isla de los Museos, iniciada este año, según un proyecto que el arquitecto O.M. Ungers, fallecido en 2000, no ha visto completado: el Museo Pérgamo. Cuando las faraónicas obras concluyan (hacia el año 2015), el Museo –muy necesitado de una reconversión y actualización museográfica- estará enteramente dedicado al arte oriental antiguo. Seguirá presentando una buena colección de arte mesopotámico, desde el IV milenio hasta las invasiones árabes en el s. VII dC, pasando por Asiria, Babilonia, el imperio hitita y los reinos siro-cananeos, en la que las imponentes murallas y la puerta de Babilonia, en el centro del museo, no dejarán de fascinar a los visitantes (pese a que son muestras de un arte mesopotámico tardío, técnicamente irreprochable, pero algo frío o chillón), guiándolos por un recorrido a través de los orígenes de la cultura.

Desde el Museo Pérgamo, una serie de paseos cubiertos enlazarán todos los museos de arte antiguo de la isla, configurándolos como las distintas estancias de un gran conjunto, salpicado de jardines, plazas  y paseos, abiertos a todos los transeúntes, dotado de una nueva entrada, aún por edificar.  El sueño del paseo procesional de Babilonia se extenderá a todo el centro cultural de Berlín. Todas las vías confluirán hacia el Museo Pérgamo, como si la historia naciera en él, convertido en el centro de la ciudad, en su origen.

Bibliografía:

BILSEL, Can: Antiquity on Display. Regimes of the Authentic in Berlin´s Pergamon Museum, Oxford University Press, 2012: una historia de cómo el museo ha construido un sueño, ligado al gusto colonialista de Europa por Oriente, y no una reconstrucción fidedigna de monumentos.



CHIPPERFIELD, D., FRAMPTON, K., KEATES, J.: Neues Museum, Berlin, Walther Konig, Colonia, 2010: una presentación y evaluación de los criterios de restauración aplicados en este museo. Con fotografías de la fotógrafa y artista Candida Hofer.

jueves, 22 de marzo de 2012

Frédéric Back (1924): The Man Who Planted Trees/L´homme qui plantait des arbres (El hombre que plantaba árboles) (1987)



Basado en un relato corto del novelista francés Jean Giono, publicado en 1953.
Oscar al mejor cortometraje de animación en 1987

Votado como la tercera mejor película de animación de la historia

miércoles, 21 de marzo de 2012