Obra sobre el espacio contemporáneo (Room with My Soul Left Out, Room That Does Not Care, 1984), de Bruce Nauman, en el Museo de Arte Contemporáneo de Berlín (Hamburger Bahnhof)
Foto: Tocho, julio de 2011
(Versión de un artículo publicado en la revista Altaïr: "Berlín, siempre en vanguardia", nº 76, 2012, ps. 82-89)
Quienquiera conocer Berlín no tiene que viajar. Necesita solo
teclear en Internet (o desplazarse a la tienda de videos más cercana). La
película de ciencia ficción Aeon Flux
(Karyn
Kusama , 2005),
enteramente rodada en la capital alemana, refleja bien la impresión que
arquitectura berlinesa contemporánea produce. El film se hubiera tenido que
rodar, significativamente, en Brasilia, la innovadora capital de Brasil fundada
hace cincuenta años en medio de un altiplano desértico. Pero ni siquiera el
tamaño, el vacío, el carácter “abstracto” de ésta, así como la imposibilidad de abarcarla, de
recorrerla, fueron suficientes para evocar la urbe del futuro. El carácter
inquietante de ésta quedaba mejor representado por la nueva Berlín de formas
“autistas” de vidrio y hormigón. El nuevo crematorio (1999), entre un ritmo
implacable de pilares, de los arquitectos Axel Schultes y Charlotte Frank, y el
hermético velódromo cubierto y semi-enterrado (1997), del arquitecto francés
Dominique Perrault, dos de los
principales enigmáticos y duros escenarios
de la película, símbolos del olvido (cargado de dramáticas connotaciones),
y de una carrera hacia adelante, evocan
bien la nueva y renacida ciudad que Berlín quiere encarnar.
En 1989 empezó una nueva historia para Berlín. La ciudad, en
parte grandiosamente ampliada y modificada por Albert Speer, el arquitecto del
Tercer Reich, entre 1937 y 1943, y arrasada hasta los cimientos durante y al
final de la Segunda Guerra Mundial (se han levantado nueve colinas
artificiales, entre ellas, la Colina del Diablo, en Grunewald, con los
descombros amontonados), fue ocupada por las potencias vencederas, y luego
dividida en dos zonas enfrentadas: Berlín Este, a cargo de la Unión Soviética y
luego de la Alemania oriental, y Berlín Oeste, en manos franco-anglo-norteamericanas,
concebido como un escaparate de la Alemania Federal capitalista, ubicado en el
corazón de la Alemania Oriental comunista. Ante la constante huida de
ciudadanos del Este hacia el Berlín Oriental, un alto y continuo muro de
hormigón, levantado en 1961 por la Alemania Oriental, vigilado por torres de vigía y defendido por
alambradas y perros en el lado oriental, selló física y mentalmente la
división. Unos pocos puntos fronterizos permitían el paso controlado de una
zona a otra de Berlín. Berlín oriental se asentaba en lo que fue el centro
histórico, monumental y cultural, de la capital del Reich; Berlín occidental,
por el contrario, heredó parques y barrios periféricos. El centro del Berlín de
la preguerra, cercano al muro, y, por tanto, convertido en una zona periférica
del Berlín Oriental, quedó amputado de
sus barrios residenciales más lejanos, que formaron parte del Berlín Occidental.
El muro apenas seguía la trama urbana, por otra parte
desfigurada por los bombardeos y los incendios. Calles, bloques, la red de
metro quedaron interrumpidos sin contemplaciones. Una zona baldía, de seguridad, impedía llegar
a los pies del muro en el Berlín Oriental. Las casas cercanas fueron
desalojadas y tapiadas. Mientras, en la parte occidental (que creció a espaldas
del muro), las viviendas que miraban al muro fueron despoblándose. Una inmensa
franja, abandonada, entregada a las malas hierbas entre ruinas y edificios
vacíos recorría toda la ciudad, como una amplia grieta en un muro, o una tierra
yerma.
Todo y observándose sin cesar, cada parte de Berlín creció
por su cuenta, sin tener en cuenta su otra mitad. Todos los servicios fueron duplicados.
Ambas zonas de Berlín, rivalizaban a fin
de exponer las virtudes de ambos
sistemas políticos: esta lucha se traducía urbanística y arquitectónicamente.
La gran avenida comercial y de la luz de Kurfürstendamm, en el Berlín
occidental, bordeada de comercios de lujo y vitrinas expuestas en medio de las
aceras, cuya animación no cesaba de noche, fue contestada por la Karl-Max-Allee,
una avenida descomunal bordeada por bloques neoclásicos, semejantes a severos
palacios, muy semejantes, que albergaban viviendas de alquiler, y que,
curiosamente, recordaba las amplias y frías avenidas que grandes arquitectos
racionalistas dibujaron como imágenes de las ciudades del futuro, entregadas al
tráfico rodado; tráfico que, en la depauperadas Berlín oriental, apenas
existía.
La reunificación de Alemania tuvo unas consecuencias
inmediatas en Berlín. Volvió a ser la capital alemana. Pero carecía de todas las
infraestructuras necesarias: sedes gubernamentales, alojamientos para
funcionarios, embajadas. Éstas, que existían en la Alemania anterior a la
Guerra, y se ubicaban en el centro, bordeando el río Spree, en un área marcada
por el muro, habían quedado destruidas por los bombardeos y los derribos que
sucedieron al final de la contienda. Así, solo quedaron en pie tres embajadas
(entre éstas, la española), aunque maltrechas y ennegrecidas.
Lo primero que cabía hacer era derribar el muro. Pese a las
protestas de quienes sostenían que éste ya hacía parte de la historia y debía
ser preservado, al menos en parte (un tramo de un centenar de metros,
convertido en una especia de escultura minimalista cuyas pintadas se han
preservado y restaurado, que atrae a todos los turistas, se ha mantenido), su
destrucción dejó una amplia cicatriz
abierta, sin urbanizar ni edificar, en medio de la ciudad, que interrumpía la
antigua trama urbana.
El plan del nuevo Berlín, a cargo de Josef Paul Kleihues
(muy criticado, según algunos críticos, por su grandiosidad y sometimiento a
esquemas clasicistas que recordaban en exceso al Gran Berlín de Speer), tenía tres objetivos: volver a restaurar una
única trama, pese a que cada parte, en el este y el oeste, había crecido independientemente; reconstruir
algunos espacios que habían constituido el corazón del Berlín anterior a la
guerra (Postdasmer Platz, Puerta de Branderburgo), como si la historia no
hubiera marcado la ciudad y nuevos centros no hubieran surgido; y crear las
infraestructuras necesarias de una capital política (parlamento, sedes
institucionales, dependencias administrativas),
junto con una red unificada de transportes que conllevaba la creación de
estaciones de metro y una grandiosa estación central intermodal en la que confluyeran líneas de metro, de
autobuses y de trenes (obra del equipo Gerkan, Marg
& Partners, inaugurada en 2006, cuya descomunal cubierta de acero y
vidrio es considerada como una obra maestra de ingeniería que interpreta las
grandes bóvedas de cañón acristaladas de las estaciones del siglo XIX).
El proyecto era titánico. El coste incalculable. La crisis económica provocada
por la revitalización y transformación de la economía de la antigua Alemania
Oriental ha frenado el imparable crecimiento de Berlín. Se piensa, hoy, que la
reconstrucción de Berlín no concluirá hasta 2025.
Es cierto que algunos de estos proyectos de reconstrucción
se habían iniciado en los años ochenta, en el Berlín Occidental, con motivo del
750 aniversario de la fundación de la ciudad, dentro del marco de lo que se
denominó Internationale Bauaustellung (IBA 1987): una muestra
permanente de nueva arquitectura. Arquitectos como Aldo Rossi, Peter Eisenmann
o Alvaro Siza construyeron bloques de viviendas que, en ocasiones, no han
envejecido demasiado, pese al colorista
estilo de los años ochenta que remedaba irónicamente estilos del pasado.
Berlín se convirtió en la meca de los arquitectos. Una
capital tenía que ser levantada de nuevo. Todo estaba por rehacer. Las
decisiones sobre qué hacer con las ruinas, y el pasado, se tenían que tomar.
Una ciudad destruida, pero que había revivido, podía quedar destruida de nuevo,
quizá para siempre. Pero había poco tiempo para pensar. Los primeros frutos de
la reunificación tenían que ser visibles pronto. Berlín volvía a ser la capital
de Europa.
Sin embargo, un problema inesperado –y aun no totalmente
resuelto- ha marcado, para bien y para mal, la transformación y el resurgir de
Berlín: el desconocimiento de los actuales propietarios de los terrenos
afectados, que ha frenado la reurbanización del vacío dejado por el derribo del
muro. ¿Por qué este “vacío legal” ha
sido al mismo tiempo beneficioso y perjudicial? Aunque la aureola Berlín como
ciudad favorable a los artistas más innovadores se está nublando hoy, debido al
aumento del alquiler de los estudios, y la multiplicación de galerías dedicadas
al arte contemporáneo más ostentoso y caro, aún sigue siendo en Europa la
tierra prometida para artistas plásticos y músicos emergentes. La razón estriba
en el gran número de locales industriales y pisos vacíos, particularmente aptos
para estudios, locales de ensayo y centros “alternativos”, que pueden ser
alquilados –u ocupados- a buen precio (o gratis). Este hecho positivo es
consecuencia de la muy particular situación inmobiliaria berlinesa, derivada
aún de la división que el muro estableció. A fin de levantar éste, las autoridades comunistas del Berlín
Oriental expropiaron terrenos y viviendas. Tras la unificación, y antes de
poder urbanizar los terrenos baldíos, una vez derribado el muro, se han tenido
que devolver las propiedades privadas expropiadas. Pero decenas de años han
pasado desde la construcción del muro. Los
propietarios han fallecido; los
herederos desconocen a menudo los bienes de los que disponían las familias. Aquéllas
que lograron escapar de Berlín Este, además, no han dejado documentos sobre los
terrenos que poseían. Los poderes públicos actuales tienen entonces que dejar
pasar años, antes de poder disponer de tales solares. Mientras no se resuelven
estos problemas, marcados por la dificultad en encontrar los antiguos propietarios,
la municipalidad de Berlín, en una decisión innovadora y sorprendente, ha
permitido que todas las construcciones abandonadas en litigio pudieran ser
ocupadas temporalmente: por ejemplo, por creadores, a precios módicos, con la
condición de que fueran preservadas (y devueltas cuando los propietarios fueran
hallados o el tiempo de cesión hubiera prescrito, lo que está empezando a
ocurrir hoy). En algunos casos, incluso, antiguas fábricas, abandonadas y
ocupadas, convertidas en centros de creación, han sido finalmente preservadas
para siempre. Estos quizá sean los mejores logros urbanísticos de Berlín, tras la caída
del muro. Así, destaca Radial System, una antigua estación de extracción de
agua, de finales del s. XIX, rehabilitada y reconvertida en 2006 en un centro
de arte público por el arquitecto berlinés Gerhard Spangenberg, posiblemente la
mejor obra de arquitectura actual de Berlín.
La meca de los grandes arquitectos contemporáneos ha sido en
ocasiones su tumba. La reconstrucción de los tres grandes centros históricos
(la Puerta de Brandenburgo, y las plazas de Potsdam y de Leipzig), revela
claros y sombras. Las titánicas obras –frenadas por la crisis económica-
permiten descubrir edificios notables (la sede del DG Bank, de F. Gehry, de
2001, bien adaptado al entorno, sin parecer una simple copia del pasado), pero
los espacios adolecen de los problemas que afectan la arquitectura
contemporánea: la incapacidad de los edificios, siempre concebidos como obras únicas, de integrarse en un conjunto. Las plazas, que mantienen las trazas de las
plazas originales, se convierten en un muestrario, más o menos afortunado, de
edificios que, todo y respetando alturas
y volúmenes parecidos, parecen pulpos en un garaje: “componen” una involuntaria
cacofonía visual. Por otra parte, Berlín ya no es la ciudad que era antes de la
Guerra. Ha vivido cincuenta años dividida. Se abrieron distintos centros en
cada parte, que siguen activos. Los
antiguos espacios centrales no han recuperado el protagonismo. Son lugares o
“no-lugares” (que incluyen grandes
centros comerciales y hoteles, a cargo de empresas privadas, en los que ha
primado a veces el carácter espectacular y un excesivo volumen, como en el
Centro Sony, de Helmut Jahn, de 2000)
visitados por los turistas, mas la vida se halla en otros lugares de la ciudad.
La construcción de los edificios políticos administrativos
(con la polémica –entre acusaciones de plagio- restauración del Parlamento y la
construcción de una cúpula de vidrio, a cargo de Norman Foster, en 1999), y de
las embajadas (entre las que destaca la embajada de los Países Bajos, del arquitecto
holandés Rem Koolhaas, por una vez insólitamente contenido, ganadora del Premio
Europeo de Arquitectura Mies van der Rohe, de 2005) ha permitido urbanizar amplias zonas abandonadas del centro de
Berlín. Mas la concentración de edificios públicos y administrativos, en medio
de zonas verdes, sin comercios algunos, ha
creado zonas carentes de vida fuera de las horas de oficina, que solo
los grupos de turistas, de nuevo, animan.
Los espacios más humanos, empero, se hallan en antiguos
barrios como Prenzlauer Berg, y
Kreuzberg. Durante años abandonados para la emigración, turca, principalmente,
han sido rehabilitados sin que la población haya sido desplazada, ni se hayan
derribado innecesariamente edificios. Tiendas de moda, cafés,
restaurantes, centros de ocio y galerías
de arte contemporáneo (en calles como Oranienburger Strasse, en el barrio de
Mitte) alternan con un comercio tradicional modesto (por ejemolo, en Oranien
Strasse, en el barrio de Kreuzberg); el tejido social y urbano se ha
enriquecido sin desgarrarse excesivamente. Del mismo modo, la rehabilitación de
una parte del barrio de Kreuzberg, muy deteriorado porque limitaba con el único
paso fronterizo de Checkpoint Charlie
(hoy envilecido más, si cabe, por figurantes disfrazados de soldados de
Alemania del Este que simulan controles y arrestos y que hacen las delicias de
unos turistas que creen vivir siniestras estampas del pasado) también ha
permitido integrar edificios notables en los huecos de una trama urbana
preservada al máximo. En estos casos, se ha logrado devolver a la vida barrios
empobrecidos y desertizados.
La restauración de la trama urbana berlinesa no ha
concluido. Berlín sigue siendo la ciudad con un centro con más solares vacíos de Europa. Es, por tanto, la ciudad más amenazada por la
especulación urbanística, y con más futuro. Pero la rehabilitación integral de
algunos barrios permite albergar la esperanza que Berlín no se va a convertir
en Shanghai, y que la recuperación de la capitalidad, con el inevitable séquito
de imponentes edificios públicos que representan el poder de la nueva Alemania,
no se hace ni se hará definitivamente a costa de la vida dignificada de los
barrios, en la que se tejen antiguas y nuevas profesiones y funciones.
Agradezco a los
artistas Luis Fernández Pons y Jasmina Llobet,y los arquitectos Marc Marín y Thomas Stellmach toda la
información recibida y los recorridos
“transversales” por Berlín.
Bibliografía:
Michael
Imhof y León Krempel: Berlin, new
architecture: a new guide to new buildings from 1989 to today, Michael
Imhof Verlag, 2009. Guía útil para conocer los edificios más
prestigiados recientes, publicada por
vez primera en 2004, reeditada y actualizada.
Claire Colomb: Staging the New Berlin: Place Marketing
and the Politics of Urban Reinvention Post-1989 (Planning, History and
Environment Series), Routledge, Londres, 2011: una visión crítica de la reconstrucción de Berlín,
abocada a veces más hacia el turismo que a los ciudadanos, cuidando antes la
imagen que la función.