martes, 24 de abril de 2012

Pulp: This House in Condemned (1995)

Richard Hawley (1967): Hotel Room (2005)

Chris Perry: Incident at Tower 37 (2009)

Una historia de la arquitectura española



Un pueblo costero al norte de Barcelona; pongamos que se llama Cabrils, o cualquier otro nombre. Tiene unos siete mil habitantes, un presupuesto insólitamente saneado -el único sin deudas en Cataluña-, y, como se comprueba con una vista aérea en Google Earth, un gran número de piscinas privadas. Casi ninguna vivienda unifamiliar -el tejido urbano se compone principalmente de adosados y chalets- carece de ella. El anterior consistorio ha logrado mantener el control sobre las cuentas públicas. Tras las recientes elecciones ha cambiado de color político. Hoy, está gobernado por el mismo partido que rige en Cataluña.

Se decide la construcción de una piscina pública de veinticinco metros, con "spa", equipamientos deportivos, vestuarios, etc.: un gran complejo deportivo (en un pueblo de la costa saturado de piscinas privadas).
Las bases del concurso público se redactan de tal modo que solo puede concurrir con ciertas garantías de éxito un equipo de profesionales. El presupuesto supera los dos millones asignados. No importa. Tras sucesivas modificaciones, el presupuesto triplica (la empresa concesionaria paga una parte del coste). Los técnicos del ayuntamiento tratan de parar reiteradas veces el proyecto. Finalmente, la empresa concesionaria negocia directamente con los responsables políticos, para sortear los impedimentos legales que sucesivamente los técnicos plantean. Las normas se aparcan.

La piscina se desdobla en una de veinte metros, y una segunda-un charco- con una profundidad apta para niños pequeños. Ningún nadador profesional o deportivo, ningún club de natación podrán utilizar la piscina grande, por carecer de medidas reglamentarias.

El equipamiento solo será rentable si se obtienen dos mil socios. De una población de siete mil.
Las piscinas públicas están a punto de inaugurarse.
Se calcula que la deuda se cubrirá en unos diecisiete años. Nadie sabe bien cómo se pagará.

El ayuntamiento de este pueblo costero ya es normal. Su déficit, inexistente hasta ahora, se ha desbocado. Pero dispone de unas piscinas municipales -que nadie necesita.

"La piscina coberta és el gran projecte del mandat de l'actual govern municipal."

Así nos va.

lunes, 23 de abril de 2012

(-El día de la-Rosa del arquitecto) Hawley Pratt (1911-1999): Prefabricated Pink (1967)



 23 de Abril: Sant Jordi, día de la rosa y el libro en Cataluña, edificante día de floricultura.

domingo, 22 de abril de 2012

Frans Masereel (1889-1972): La Cité (La ciudad) (1925)

















La ciudad, del dibujante y grabador de xilografías  belga Frans Masereel, editado en 1925, se ha publicado en España (Nordica Libros, Madrid, 2012).
Se trata de una colección de grabados urbanos que la crítica considera que componen una novela gráfica (sin palabras), una descripción de un día en la ciudad moderna.
Una sucesión de altas fachadas, dispuestas en múltiples planos que se pierden en la lejanía -taladradas de ventanas, todas iguales, en las que asoman figuras hastiadas, que no se miran aunque se muestren-, ahogan las vistas, en cuya parte inferior, una multitud, de personas, máquinas y animales, rebulle. Estampidas, escenas de violencia, interiores y callejeras, y la obsesiva presencia de muros infinitos e infinitas ventanas, que se asoman incluso a través de los ventanales de interiores, componen una imágenes verticales -erizadas de torres, flechas y altas chimeneas que vomitan una humareda-, saturadas de figuras anónimas, máquinas (automóviles, líneas aéreas de metro) y aeroplanos, incluso.
Los más ricos parecen buscar olvidar dónde viven en fiestas y bacanales bajo una infinidad de focos cuya luz taladra el espacio. Líneas vibratorias como rayos, que traducen la algarabía que no cesa, tienen la misma  presencia que las que tratan de cazar el zumbido de máquinas y personas.
Solo la última página muestra un cielo estrellado sobre la ciudad aquietada, de noche, en la que destaca un joven asomado a una buhardilla, que quizá sueño en el cielo que lo envuelve.

EL SIGNO DEL ARQUITECTO





El Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC) presentó en 2006 una pequeña muestra sobre el simbolismo del logotipo de la institución, que viajó posteriormente al Colegio de Arquitectos de las Islas Baleares en Palma de Mallorca.
El texto fue publicado en una hoja informativa, hoy desaparecida, que se recupera en esta entrada:


LA ROSA Y EL COMPÁS (O EL ARQUITECTO HERMAFRODITA)
El simbolismo del logotipo del Colegio de Arquitectos de Cataluña y de España


Vestido con una larga túnica y cubierto con un gorro de lana, propios de un mago caldeo, un hombre, de pie y de espaldas, traza, con un compás gigantesco de dos puntas abierto, sobre una pared exterior desconchada, cuya materia, ladrillos de barro toscos, se hace ostensible, figuras geométricas y naturalistas concéntricas: un conjunto de círculos, cuadrados y triángulos isósceles, dispuestos dentro de un círculo mayor que cubre toda la pared. En el círculo menor, aparecen dos figuras desnudas, un hombre y una mujer, Adán y Eva, quizá. Al fondo se divisa un castillo. A sus pies yacen algunos otros instrumentos de medición.
Este conocido grabado del alquimista Michael Maier, en el siglo XVII, desarrolla de manera naturalista lo que simbolizan los logotipos casi idénticos del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España y del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña.

Una expresión y una imagen identifican al colegio. Ambas remiten a realidades anteriores y denotan funciones no siempre coincidentes. Grafía e imagen gráfica están en contradicción.
El nombre de la institución que agrupa a los arquitectos es el de colegio. Esta palabra nos retrotrae a la Roma republicana e imperial. El término del latín collegium: éste era una institución romana –o etrusca- que significaba reunión de “colegas”, de delegados –de lego, delegar- unidos –cum-, servidores de un mismo ideario, juramento o ley –lex, de ahí el verbo lego-,  esto es, de personas que compartían ideas o aficiones, sólo al alcance de los miembros colegiales. Entre los collegia, destacaba, precisamente, el collegium fabrorum, esto es, la corporación de los constructores romanos que incluía a los tignarii o carpinteros que levantaban estructuras de madera, a los tectores que se ocupaban de recubrimientos y cubriciones, tejados –tecta- y estucos –tectoria-, los marmorii, etc. -En Roma no se distinguía claramente entre arquitectos, aparejadores, constructores y promotores: todos participaban en la ideación y la construcción de un edificio, sobre todo de relevancia-. El término architectus no era citado, pero las labores de diseño mental y gráfico, y construcción o supervisión de aquél quedaban englobadas dentro de las del faber, el artesano o el obrero –él que obra, hace (poieo, en griego), crea-. En tanto que especialistas de la madera, los miembros de este colegio se cuidaban de las construcciones, y especialmente de los incendios que asolaban frecuentemente. Los collegia eran instituciones religioso-asistenciales. Así, en cada collegium se rendía diariamente culto a su dios protector brindándole ofrendas. Al mismo tiempo, el collegium velaba para que sus miembros tuvieran un final digno, ayudando a la familia a celebrar el entierro. Sólo durante el Bajo Imperio, los collegia actuaron de mediadores entre el gobierno imperial y los constructores, recaudando los impuestos. Sin embargo, la adscripción a un collegium no parece que haya sido obligatoria y menos hereditaria. Desde luego, los miembros podían darse de baja en cualquier momento. Esta institución se disolvió con la quiebra de las instituciones imperiales, si bien, ya bajo dominación bárbara, se crearon gremios en el norte de Italia, en el siglo VI, de los que poco se sabe.

  El logotipo, por el contrario, evoca la Edad Media.