martes, 5 de junio de 2012

Kate Broadhurst, Emma-Rose Dade, Helen Dallat, Daisy Gould, Joseph Wallace: We Weren´t the First Ones (No fuimos los primeros) (2010)



 La historia de una casa y de la "casa" -las generaciones- que vivió en ella

¡Oh! siris (Mars Attacks)





Solo hace falta teclear la palabra "Sumeria" o "sumerio" en un buscador para descubrir que la cultura mesopotámica procede de los extraterrestres, y que los dioses mesopotámicos eran seres de otro planeta descendidos para aleccionar a los humanos.
Algunos grupos de heavy metal bien lo saben, y se esfuerzan en proclamar a voz de grito a los cuatro vientos.




Los amantes de la egiptología no podían quedarse atrás. Toda la cultura egipcia procede, cuanto menos, de Orión o de más allá. Osiris era un marciano (a menos que viniera de Sirius, que todo puede ser), sin duda: siempre se le representaba con la cara verde manzana.

La gran Alaska ya lo cantaba. Isis vino para anunciar el día de la Bestia.




Estas luminosas teorías, afortunadamente, no se han quedado en el espacio virtual. Se explican en el ámbito académico, con gran alegría de los seguidores de las antiguas Crónicas Marcianas.

Así, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, reputada por sus rigurosas clases técnicas, orientadas siempre a formar a arquitectos-constructores, se dio una alegría hace un año.

Acogió una asignatura optativa de Metarquitectura y Cosmología (sic), del estudioso Miguel Sánchez-Sánchez. Se basaba en una tesis doctoral, recientemente leída en dicha Escuela, y merecedora de la calificación Aprobado. Cum Laude, hoy presentada y divulgada en diversas conferencias con prestigiosos presentadores (Carlos Ferrater, Josep Muntañola, etc.).


En ésta, se analiza la pirámide de Keops, a fin de mostrar que todos los saberes del mundo, pasado y futuro, estaban contenidos en su juego de proporciones. La pirámide sería como una enciclopedia y un conjunto de profecías. La historia y el porvenir de la humanidad contenidos en las números empleados para ubicar y conformar la pirámide. La pirámide sería incluso un monumento que recordaría la destrucción del Gran Diluvio. Una gran esfera dorada, que simbolizaría el ojo de Horus, y proyectaría los rayos del sol hacia el orde entero, habría estado apoyada en la cumbre de la pirámide, como una pelota sobre el hocico de una foca circense.
Desde luego, los egipcios debían de ser un pueblo poco común. Habrían sabido del Diluvio, en una tierra en la que no llueve jamás. Sus saberes, por otra parte, no habrían sido superados. Al parecer, la Atlántida tendría alguna relación con esta pirámide sabia. 
No sé si los Templarios, también.

 Esta tesis ha merecido algún comentario por parte de estudiosos. Por ejemplo: http://blogs.elcorreo.com/magonia/2012/06/04/piramidiotologia-cum-laude-por-la-universidad-de-politecnica-de-cataluna/

 ¿Quién dijo que a la arquitectura catalana solo le preocupan los tapajuntas?

Estamos en órbita. La escuela, paranormal. Nunca mejor dicho.

Paul Schuitema (1897-1973): Rond de Maasbruggen (1938)



Obra maestra del cine documental urbano del diseñador gráfico, cartelista, fotógrafo y documentalista holandés Schuitema.

lunes, 4 de junio de 2012

Beach House: Myth (2012) / House on the Hill (2006)

La noción de espacio en la Grecia antigua


Los griegos antiguos desconocían el espacio uniforme, ilimitado, "abstracto". Por el contrario, el espacio estaba siempre relacionado con los cuerpos y, en particular, con el ser humano. Por eso, adquiría tonos y cualidades dependiendo de la posición y el humor del individuo.
Platón, de acuerdo con el imaginario espacial de la Grecia antigua, consideraba que el espacio era un receptáculo en el que se ubicaban los seres vivos. No se concebía en ausencia de éstos, sin éstos; no existía independientemente de lo que contenía.
Así, Platón afirmaba (Ti., 52) que existían tres realidades: el ser, inmutable e invisible, ubicado en el cielo, ajeno a la mudable cotidianeidad; "el devenir", esto es, una realidad que nace, en un lugar, y que está siempre en movimiento hasta que desaparece; se trata de la vida terrenal. Para poder manifestarse, ésta requiere una tercera realidad: chooros, el espacio.
El espacio, entonces, es concebido como la intersección entre el ser y el devenir, lo ideal y lo terrenal. El espacio es el "lugar" donde lo intangible se hace tangible, donde el ser etéreo cobra "cuerpo", se materializa o se "encarna". El espacio es la pista donde el ser "aterriza", y se convierte en un ser viviente, vital y, necesariamente, condenado a desaparecer.
El espacio posee cualidades opuestas: "en sí", es invisible, inconcebible, pero se descubre cuando acoge a un ser vivo. Está irremediablemente unido a los cuerpos. Nace y se manifiesta con ellos, pues sin vida no hay espacio (vital).
Chooros se traduce por espacio, pero no traduce lo que el término espacio evoca para nosotros. Chooros debería traducirse más bien por intervalo -tal es la traducción literal: un intervalo espacial entre dos seres, o entre dos posiciones de un mismo ser. Éste necesariamente está en movimiento, poseído por el movimiento, o la vibración, la pulsión vital. El espacio de los muertos no existe.
El verbo chooreo significa hacer sitio, retirarse: el espacio es lo que se descubre, y se funda, cuando uno toma las distancias, y se aleja de lo que observa. En este momento, es cuando la extensión (limitada a, o por nuestra vista) se descubre. El espacio es así lo que se ofrece a la vista mientras uno está en movimiento; y el movimiento más favorable al reconocimiento espacial es el movimiento de retirada, que permite reflexionar sobre, y darse cuenta, del espacio en el que y con el que vivimos. El espacio aparece cuando nos alejamos de él. Los humanos tienen todos "su" espacio, o su "lugar" (topos): éste es el ámbito en el que gustan retirarse, ámbito al que acceden cuando emprenden un movimiento de introspección. Éste da lugar a una reflexión, a una vuelta sobre su consideración, que se descubre como si se viera por vez primera. Y no podía ser de otro modo: sin este retroceso, físico y espiritual, el espacio es inconcebible: no existe (para nosotros).

Algunos helenistas, como Jesús Carruesco, piensan que los griegos debían de ser conscientes de la relación entre chooros y choros, pese a que ambas palabras tienen distintas raíces. Choros era un coro, no tanto o no solo de cantores, cuanto de danzantes: choros era también el lugar dónde danzaban. El canto y la danza se practicaban en ceremonias religiosas. Éstas consistían en procesiones. Los ceremoniantes desfilaban, y sus desplazamientos trazaban caminos, o seguían caminos que unían santuarios.  Desfilaban y al mismo tiempo entonaban cánticos. El espacio por el que se movían, o el espacio que abrían, que determinaban, era un espacio religioso: el espacio donde lo invisible se manifestaba -gracias a los himnos, las plegarias, los gestos y las máscaras que imploraban que lo invisible, las divinidades se mostraran a los ojos de los humanos.
El espacio estaba, así, íntimamente unido a lo sagrado. El choros tenía un papel fundamental en el teatro -que consistía en una acción sagrada, en la que se ponía en juego la relación entre dioses y héroes (o humanos). El choros era un colectivo ubicado en el choros: choros era tanto un grupo de figurantes como el lugar que ocupaban. El coro representaba a la ciudad. Reflexionaba lo que acontecía en la escena. Aconsejaba, opinaba, se manifestaba. El coro no estaba en el centro de la acción, sino que si situaba en un espacio fronterizo entre el espacio de la magia (teatral) y el de los espectadores. Desde este punto privilegiado podía tener un buen conocimiento de lo que ocurría y de lo que iba a ocurrir. El coro era el lugar donde la verdad se descubría. El coro no tenía sentido fuera de la acción. 
El espacio, en Grecia, era concebido como un área de juego: una escena donde se ponían en marcha los acontecimientos que marcaban la vida de los hombres. Esas acciones eran prototípicas: mostraban acciones y pasiones "en estado puro", "más grandes que la vida", más "verdaderas". Se erigían como modélicas, como un espejo particularmente nítido dónde se reflejaba lo que acontecía en la vida cotidiana. La escena era el lugar de la vida verdadera, de la vida que el arte (del teatro y la danza) representa o crea.

De este modo, el espacio de los humanos, el chooros era un choros: el gran teatro del mundo. No es casual que los griegos pensaran que el ser humano era un títere.
Pero esta consideración no tenía porqué ser negativa. Los humanos escenificaban su propia vida; la interpretaban, jugaban con ella; jugaban a ser humanos. Se tomaban la vida con la seriedad con la que se juega, y se desfila: ceremoniosamente, sabiendo que, al final de la "escena", aguardaba la salida.
El teatro, así, era el modelo de la vida, y de su espacio vital. Todo acontecía en la escena. Nada de lo que no se "produjera" o aconteciera en la escena (el chooros) podía existir "de verdad".
El espacio, así, no podía ser una abstracción; era demasiado vivido o sentido. No tenía sentido sin la presencia, sin las acciones de los actores, o de los humanos. Del mismo modo que un teatro, o unas escena, vacíos, son particularmente deprimentes, porque parecen lugares muertos, la vida estaba esencialmente ligada a la escena. La vida, es decir el movimiento, las acciones de los héroes y los hombres, solo podían existir en el chooros; es decir, el choros: la escena -o el escenario- del mundo; el mundo entendido como una escena al que los hombres, los seres vivientes dotan de sentido.  

Léase el apasionante ensayo de:
BOLLNOW, O.F.: Human Space, Hyphen Press, Londres, 2011 (1a ed. en alemán, 1963)

Agradezco todas las reflexiones de Jesús Carruesco


Victoria Garriga (AV62Arquitectos), sobre Bagdad






 Entrevista a Victoria Garriga sobre el recientemente ganado concurso para la rehabilitación del barrio suní de Al-Adhimiya, en Bagdad (Iraq)