sábado, 18 de agosto de 2012
The Three Stooges (1922-1970): The Carpenters (Los carpinteros) (1936)
No se pierdan tampoco Disorder in the Court (Desorden en el juzgado) (1936):
jueves, 16 de agosto de 2012
Benoit Felici (1984): L´incompiuto italiano (Italia incompleta) (2011)
Agradezco a Jorge Nudelman (Catedrático de Teoría, Facultad de Arquitectura de Montevideo, Uruguay) la información sobre este documental -que podría referirse a cualquier país mediterráneo, sobre todo a España, también.
Véase la página web de este documental (de 32 minutos de duración, del que el presente fragmento solo muestra unos catorce): http://www.unfinished-italy.com/
Casas voladores: la casa de María en Loreto
Saturnino Gatti: El traslado de la Casa de María, s. XV
(Redactado el 15 de agoto, día de la Asunción)
Las obras de arquitectura son materiales. Pesan, están ancladas, al menos depositadas y atadas, a la tierra, y perduran en el tiempo, aunque el tiempo dure un día o una noche. Delimitan un espacio, pensado para la vida del ser humano,, en el que éste puede refugiarse, asentarse.
Los prototipos de las obras de arquitectura, las obras arquitectónicas ideales, inciden en uno de los dos rasgos fundamentales: el movimiento descendente hacia las entrañas de la tierra, o el ascendente, hacia las nubes. Así, las arquitectura se constituye a imagen de la cueva (unida a la tierra, invisible desde el exterior), o de los edificios aéreos, suspendidos sobe las nubes. La arquitectura "real" media entre estos dos polos: conjuga el enraizamiento y la elevación. Las cuevas aparecieron en los orígenes del mundo. Son obra de las dioses de la tierra, de las diosas-madre: las cuevas son su vientre. Las arquitecturas aéreas, por su parte, señalan el dominio de los dioses superiores, que no se dignan a mezclarse con los mortales.
Los edificios aéreos existen en muchas culturas. Son conocidos el templos aéreo de Delfos -Delfos era la Gran Matriz del Mundo-, construidos con plumas a instigación de Apolo; el palacio levantado -literalmente levantado, depositado en lo alto- por el patrón de los arquitectos, el apóstol Tomás, o tantas construcciones en el cielo descritas en leyendas y fábulas, a menudo orientales. Desde luego, en todas las culturas, los dioses moran en las cumbres o en palacios apoyados en la bóveda celestial.
Como Laputa, la ciudad aérea descrita por Swift, las construcciones en el cielo representan un ideal, o una utopía: un modelo de espacio habitable deseable, pero quizá inalcanzable; por tanto, siempre anhelado.
Uno de los edificios aéreos más recientes se halla en Loreto, en Italia. Se trata de la Casa de la Virgen María. Fue trasladada desde Nazareth por los ángeles (o por el ángel de la Anunciación), y depositada primero en Tarseto (en Dalmacia), y luego en lo alto de un risco, cuya ladera estaba cubierto de laureles: Loreto. Allí la casa renació; y renació el mundo.
María sufrió la ascención (o asunción). La separación de la tierra no le era extraña. Su casa no podía ser la de na humana. Tenía, pues, que poder volar.Esta condición acentuaba el carácter sobrenatural -pero próximo a los hombres- de María y de su espacio.
La casa fue depositada en un paraje parecido a Delfos. El laurel era una planta apolínea. Laurel era lo que la Pitia, la sacerdotisa de Apolo, mascaba para elevarse. Antes de convertirse en el hogar de Apolo, Delfos fue la morada de la diosa-madre Gea. Posteriormente, ya con Apolo, el templo era guardado por Hestia, la diosa griega del hogar.
Cristo, hijo de María, fue representado -o concebido- como un nuevo Apolo. El traslado de la casa de María de Narareth a Loreto, el lugar donde su hijo, Apolo-Cristo, renació, significaba la renovación, la reactualización del espacio habitable. La casa de Maria se constituía como un nuevo centro que organizaba, que centraba el espacio -un espacio lejos del islam, pues los ángeles trasladaron la casa de María por los aires cuando Nazareth cayó en manos de los Mamelucos, en el siglo XII. El nuevo Nazareth era Loreto. Jesús renacía en Loreto. La casa común, el espacio de los humanos, se reformaba alrededor de la casa de María, que alumbraba de nuevo a la humanidad, simbolizada por su hijo que asumía la condición y los pesares de los humanos.
Pocas veces la arquitectura ha sido capaz de simbolizar el destino humano.
lunes, 13 de agosto de 2012
Cómo se interpretan restos arqueológicos (casas y deshechos)
Los huesos de animales son más preciados que las estructuras arquitectónicas en los yacimientos arqueológicos. En los inicios de las excavaciones se eliminaban. Afeaban el conjunto. Eran considerados basura: no eran los arqueólogos buscaban.
Hoy son una fuente de información básica sobre la vida en las ciudades del pasado. Son buscados afanosamente. Sin éstos, los restos arqueológicos, por espléndidos que parezcan, son letra muerta. En Mesopotamia, por otra parte, los restos de adobe, derruidos, informes, no pueden ni siquiera contar con su encanto para seducir al visitante.
En los yacimientos sumerios (en el sur de Iraq), desde el cuarto milenio aC, los asentamientos están cubiertos de huesos animales. Gracias a éstos, se puede intuir los modos de vida de los habitantes de pueblos y ciudades. Los animales (ovejas y cabras, principalmente) eran atesorados por varios motivos: daban leche, carne y lana. Esto es, alimentaban a la ciudad y, quizá a ciudades vecinas, servían también para pagar impuestos ( a templos, principalmente así como a casas nobles o principescas), así como para ofrendar a los dioses, y por fin, permitían la elaboración de tejidos para cubrir necesidades básicas y para comerciar. Los animales utilizados para la lana se sacrificaban tardíamente; los que se domesticaban por la carne eran matados relativamente pronto, salvo las hembras; por su parte, los machos eran eliminados muy pronto si lo que interesaba eran tener animales para obtener leche. El estudio de los huesos permite saber la edad y el sexo del animal, aunque a veces es difícil distinguir entre cabras y ovejas: se puede así descubrir a qué edad fue sacrificado el animal y, por tanto, especular sobre las razones del sacrificio.
El esqueleto de un animal, en principio, se mantiene entero. Es el tiempo y el clima los que acaban por hacer desaparecer ciertos huesos, o los desperdigan. Mas, si en ciertos lugares se halla un gran número de un determinado tipo de hueso se puede suponer que su presencia es consecuencia del traslado intencionado de ciertas partes animales. Esto podría ser debido, no al azar, sino que la existencia de un tipo de huesos -y no del esqueleto entero- sería el testimonio de un banquete, o de comidas reiteradas o habituales: estaríamos ante los restos de viandas ingeridas, lo que ofrecería datos de gran valor sobre el tipo de alimentación, el comercio e, incluso la estructura social: se podría averiguar qué se ingería, qué clase social ingería las viandas -los trozos "más sabrosos" denotarían, posiblemente, la existencia de clases o casas acomodadas- y, por fin, también pueden revelar la existencia de algún tipo de administración que gestionaba sacrificios y distribución de alimentos, cárnicos, en este caso.
Se puede también intuir cuántas personas eran necesarias para la manipulación y el transporte de la carne, obteniendo datos sobre la estructura social de la ciudad. Unos simples huesos revelan cómo se vivía, qué relaciones de poder se establecían y, quizá incluso, qué imagen se tenía de la vida, qué se esperaba de ella. El tipo y el tamaño de las estructuras arquitectónicas pueden, entonces, corroborar las hipótesis sobre la estructura y la vida social en una ciudad. Los huesos, las basuras son el testimonio que la vida se desarrollaba en las estructuras arquitectónicas. La vida se consume y produce, siempre deshechos. Éstos, durante mucho tiempo, no han querido verse.
Hoy son una fuente de información básica sobre la vida en las ciudades del pasado. Son buscados afanosamente. Sin éstos, los restos arqueológicos, por espléndidos que parezcan, son letra muerta. En Mesopotamia, por otra parte, los restos de adobe, derruidos, informes, no pueden ni siquiera contar con su encanto para seducir al visitante.
En los yacimientos sumerios (en el sur de Iraq), desde el cuarto milenio aC, los asentamientos están cubiertos de huesos animales. Gracias a éstos, se puede intuir los modos de vida de los habitantes de pueblos y ciudades. Los animales (ovejas y cabras, principalmente) eran atesorados por varios motivos: daban leche, carne y lana. Esto es, alimentaban a la ciudad y, quizá a ciudades vecinas, servían también para pagar impuestos ( a templos, principalmente así como a casas nobles o principescas), así como para ofrendar a los dioses, y por fin, permitían la elaboración de tejidos para cubrir necesidades básicas y para comerciar. Los animales utilizados para la lana se sacrificaban tardíamente; los que se domesticaban por la carne eran matados relativamente pronto, salvo las hembras; por su parte, los machos eran eliminados muy pronto si lo que interesaba eran tener animales para obtener leche. El estudio de los huesos permite saber la edad y el sexo del animal, aunque a veces es difícil distinguir entre cabras y ovejas: se puede así descubrir a qué edad fue sacrificado el animal y, por tanto, especular sobre las razones del sacrificio.
El esqueleto de un animal, en principio, se mantiene entero. Es el tiempo y el clima los que acaban por hacer desaparecer ciertos huesos, o los desperdigan. Mas, si en ciertos lugares se halla un gran número de un determinado tipo de hueso se puede suponer que su presencia es consecuencia del traslado intencionado de ciertas partes animales. Esto podría ser debido, no al azar, sino que la existencia de un tipo de huesos -y no del esqueleto entero- sería el testimonio de un banquete, o de comidas reiteradas o habituales: estaríamos ante los restos de viandas ingeridas, lo que ofrecería datos de gran valor sobre el tipo de alimentación, el comercio e, incluso la estructura social: se podría averiguar qué se ingería, qué clase social ingería las viandas -los trozos "más sabrosos" denotarían, posiblemente, la existencia de clases o casas acomodadas- y, por fin, también pueden revelar la existencia de algún tipo de administración que gestionaba sacrificios y distribución de alimentos, cárnicos, en este caso.
Se puede también intuir cuántas personas eran necesarias para la manipulación y el transporte de la carne, obteniendo datos sobre la estructura social de la ciudad. Unos simples huesos revelan cómo se vivía, qué relaciones de poder se establecían y, quizá incluso, qué imagen se tenía de la vida, qué se esperaba de ella. El tipo y el tamaño de las estructuras arquitectónicas pueden, entonces, corroborar las hipótesis sobre la estructura y la vida social en una ciudad. Los huesos, las basuras son el testimonio que la vida se desarrollaba en las estructuras arquitectónicas. La vida se consume y produce, siempre deshechos. Éstos, durante mucho tiempo, no han querido verse.
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Arte antiguo,
El sueño de una sombra
domingo, 12 de agosto de 2012
La caída del imperio de Ur III
El Imperio Acadio (2300-2150 aC) era demasiado extenso. El último soberano se había atrevido a compararse con los dioses. Este acto de impiedad solo podía pagarse con la muerte y la pérdida de su reino. La venganza celestial fue implacable: azuzó a una tribu, venida de las montañas, los Guti, que se precipitaron sobre las tierras bajas de Mesopotamia. Las ciudades, otrora independientes, se sublevaron. La capital del imperio, Acad, fue saqueada hasta tal punto que las ruinas, quizá cerca o incluso bajo la moderna ciudad de Bagdad, no se han desenterrado aún.
El gobierno de los Guti fue efímero. El rey de la ciudad de Lagash se levantó en armas y expulsó a los habitantes de las montañas, despreciados por los moradores urbanizados del llano. Pero fue la ciudad de Ur la que recobró el protagonismo. Sus reyes lograron recuperar los territorios sureños del imperio acadio. La lengua acadio dejó de ser utilizada en los textos escritos en favor del sumerio (una lengua, empero, que ya casi no se hablaba). Precisamente porque ya no era una lengua de uso diario fue escogida para poner por escrito todos los documentos. Éstos debían de ser difícilmente comprensibles; y, por tanto, esotéricos, dotados de un significado que debía parecer profundo puesto que no estaba al alcance de la mayoría.
La puesta por escrito de cuántos edictos, decisiones, transacciones se llevaban a cabo, institucionales o públicos, y privados, se ejecutaban o se pronunciaban, caracteriza el llamado Imperio de Ur III (2150-1990 aC). Decenas de miles de tablillas de arcilla escritas en cuneiforme han sido halladas. La mayoría son minuciosos documentos administrativos. Algunos estudiosos han afirmado que la caída de este nuevo y efímero imperio, a principios el segundo milenio aC, fue debido a los excesos de la burocracia. El imperio se ahogó en sus propios "papeles".
El Imperio de Ur III poseyó una organización política distinta a las que se habían dado anteriormente. El poder estaba en manos de un rey que, en alguna ocasión, también estuvo tentado de igualarse con los dioses, como el rey Shulgi. La economía estaba principalmente en manos públicas. Las actividades privadas no eran desconocidas ni estaban prohibidas, pero empalidecían ante las grandes obras públicas. El gobierno emprendió la construcción de grandes infraestructuras (desde vías de comunicación, hasta grandes santuarios, por ejemplo. Los célebres zigurats, pirámides escalonadas características de la arquitectura mesopotámicas, fueron edificados por vez primera en tiempos del Imperio de Ur III), financiadas por créditos privados (otorgados por algo parecido a bancos, que prestaban a intereses cada vez más elevados).
Las obras eran construidas por trabajadores cuyo nivel social disminuía en comparación con el de la corte y los grandes terratenientes prestamistas. Sin embargo, la corona trataba de ofrecer ayudas asistenciales a fin que la sociedad no se desmoronase (ayudas que podrían haber limado las voluntades empresariales privadas), lo que contribuyó al cada vez mayor endeudamiento del imperio.
La población aumentaba. Las exigencias en bienes de las ciudades (y, en particular, de los grandes santuarios) también. La tierra tenía que ser cultivada cada vez más intensivamente. La red de canales de regadío, hasta entonces casi innecesarios, se creó o se extendió. Pero las sales remontaban con los riegos incesantes. La tierra se empobreció.
Los préstamos no podían devolverse. Los intereses se multiplicaron. Las ayudas, sobre todo agrícolas, cesaron.
El Imperio de Ur III estalló.
Ocurrió hace cuatro mil años. El sur de Mesopotamia (hoy en Iraq) aún no ha levantado cabeza.
PS: Ni lo hará tras la devastación y el envenenamiento de la tierra y las aguas durante la última invasión.
El gobierno de los Guti fue efímero. El rey de la ciudad de Lagash se levantó en armas y expulsó a los habitantes de las montañas, despreciados por los moradores urbanizados del llano. Pero fue la ciudad de Ur la que recobró el protagonismo. Sus reyes lograron recuperar los territorios sureños del imperio acadio. La lengua acadio dejó de ser utilizada en los textos escritos en favor del sumerio (una lengua, empero, que ya casi no se hablaba). Precisamente porque ya no era una lengua de uso diario fue escogida para poner por escrito todos los documentos. Éstos debían de ser difícilmente comprensibles; y, por tanto, esotéricos, dotados de un significado que debía parecer profundo puesto que no estaba al alcance de la mayoría.
La puesta por escrito de cuántos edictos, decisiones, transacciones se llevaban a cabo, institucionales o públicos, y privados, se ejecutaban o se pronunciaban, caracteriza el llamado Imperio de Ur III (2150-1990 aC). Decenas de miles de tablillas de arcilla escritas en cuneiforme han sido halladas. La mayoría son minuciosos documentos administrativos. Algunos estudiosos han afirmado que la caída de este nuevo y efímero imperio, a principios el segundo milenio aC, fue debido a los excesos de la burocracia. El imperio se ahogó en sus propios "papeles".
El Imperio de Ur III poseyó una organización política distinta a las que se habían dado anteriormente. El poder estaba en manos de un rey que, en alguna ocasión, también estuvo tentado de igualarse con los dioses, como el rey Shulgi. La economía estaba principalmente en manos públicas. Las actividades privadas no eran desconocidas ni estaban prohibidas, pero empalidecían ante las grandes obras públicas. El gobierno emprendió la construcción de grandes infraestructuras (desde vías de comunicación, hasta grandes santuarios, por ejemplo. Los célebres zigurats, pirámides escalonadas características de la arquitectura mesopotámicas, fueron edificados por vez primera en tiempos del Imperio de Ur III), financiadas por créditos privados (otorgados por algo parecido a bancos, que prestaban a intereses cada vez más elevados).
Las obras eran construidas por trabajadores cuyo nivel social disminuía en comparación con el de la corte y los grandes terratenientes prestamistas. Sin embargo, la corona trataba de ofrecer ayudas asistenciales a fin que la sociedad no se desmoronase (ayudas que podrían haber limado las voluntades empresariales privadas), lo que contribuyó al cada vez mayor endeudamiento del imperio.
La población aumentaba. Las exigencias en bienes de las ciudades (y, en particular, de los grandes santuarios) también. La tierra tenía que ser cultivada cada vez más intensivamente. La red de canales de regadío, hasta entonces casi innecesarios, se creó o se extendió. Pero las sales remontaban con los riegos incesantes. La tierra se empobreció.
Los préstamos no podían devolverse. Los intereses se multiplicaron. Las ayudas, sobre todo agrícolas, cesaron.
El Imperio de Ur III estalló.
Ocurrió hace cuatro mil años. El sur de Mesopotamia (hoy en Iraq) aún no ha levantado cabeza.
PS: Ni lo hará tras la devastación y el envenenamiento de la tierra y las aguas durante la última invasión.
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