lunes, 3 de septiembre de 2012
"Biennale de Arquitectura" , Venecia (Italia), 2012: aciertos y bochornos
"Common Ground": éste el el lema o tema de la "Biennale" de Arquitectura de Venecia de 2012 que David Chipperfield, el comisario general, ha escogido. Cada arquitecto o artista seleccionado, cada pabellón nacional, tienen que tratarlo o reflejarlo.
Las interpretaciones han sido variadas, enunciadas algunas por el mismo comisario: lo que los arquitectos comparten -destacando un ideario común, una labor en común, el trabajo en colaboración, frente a la presencia y la labor proyectual solitaria del arquitecto juzgado como (o que se considera) un genio-; características de edificios; espacios comunes, interiores o exteriores, públicos; edificios comunitarios; comunidades; problemas y soluciones urbanísticas o arquitectónicas comunes; pero también lo que las artes (cine, pintura, escultura) de una misma época, o de épocas distantes, comparten. Se trata, en fin, de estudiar la arquitectura como un lugar de encuentro de ideas, maneras de hacer y de vivir, como una obra que resulta de la conjugación de esfuerzos, idearios, conocimientos, expectativas. Como el fruto de una trama horizontal que liga creadores y receptores, del pasado y del presente, incluso. Los preguntas acerca de de las fuentes, de la influencia de otras artes, también se plantean.
El tema puede o no tener interés, ser agudo o banal: son las maneras de abordarlo que tienen que juzgarse.
Los pabellones norteamericano, británico, japonés o francés, por ejemplo, muestran exposiciones que consisten en versiones sugerentes del tema: la labor en común de arquitectos y colectivos, conocedores y aficionados, ante un problema grave (como los destrozos causados por una hecatombe o una catástrofe natural, un tsunami, por ejemplo) o menor -cuya solución mejora la vida y el humor de los ciudadanos; confrontación de puntos de vista de profesionales y profanos -a quienes se pregunta y en ocasiones se escucha- a la búsqueda de una solución consensuada, etc. En la mayoría de los casos, la arquitectura cede el protagonismo, con acierto, al urbanismo o al arte.
Otros pabellones, u otras propuestas individuales, por el contrario, ofrecen lecturas peculiares del tema. Así, el espacio común según el arquitecto alemán Hans Kollhoff, autor del plan general de Berlín, es él mismo: él es el centro, autor y obra. Su exposición comprende proyectos suyos (de los que, en ocasiones, ofrece un sinfín de maquetas iguales, quizá temiendo que la idea no se imprima suficientemente en las mentas) de arquitectos influenciados por él y de alumnos suyos, en los que se percibe un aire común, y se destaca la influencia del maestro en seguidores y discípulos, y su "conocimiento", como se indica, del pasado. Otras exposiciones, como la de Zaha Hadid, siguen una senda similar: muestran, gracias a maquetas en ocasiones a tamaño natural, obras suyas (proyectos de cubiertas, principalmente) y otras (en maquetas diminutas) de arquitectos anteriores que Hadid considera pueden ser evaluados a la luz de su (Hadid) obra, obras cuyas soluciones formales son el precedente de la obra de Hadid -y quizá por eso merecen ser apreciadas.
No era la única muestra que destacaba la figura del arquitecto como guía -que implica la presencia de personas a su alrededor, que comparten sus ideales, o los asumen: la aportación de Herreros se centra en la maestría del arquitecto que domina un numeroso y variado grupo de especialistas en su taller. Éste se convierte en el espacio común, bajo el mando del arquitecto responsable.
Rafael Moneo explica que un arquitecto solo puede construir en una ciudad que conoce bien y que ama. Por eso expone solo proyectos realizados en Madrid (Bankinter, Estación de Atocha, Fundación Thyssen, Museo del Prado), como si fuera la única urbe en la que pudiera proyectar y construir. Lástima que una decena de metros antes, en otro rincón, se expone un proyecto suyo para una ciudad suiza.
Pocos edificios aislados; sin embargo, la última obra de Renzo Piano, un afilado rascacielos piramidal en Londres, organiza una muestra: todo el perfil de la ciudad está dominado por la imponente figura del rascacielos, como si diera sentido al cielo londinense, incluso -o sobre todo- cuando penetra en las nubes bajas.
Un pabellón se desmarca del tema general. Parece incluso criticarlo: el pabellón de España. El breve texto de presentación anuncia una actitud próxima a la del torero, o del Quijote. Los arquitectos españoles saben cómo construir; saben dar lo mejor de sí mismos, hacer los mejores proyectos posibles. Actúan individualmente, sin ser individualistas, porque saben qué tienen que hacer. Aportan luz; son faros que guían. precisamente, la lámpara que echa luz, en el cuadro Guernica, de Picasso, constituye el logotipo del pabellón. Este enfoque se ilustra con varias propuestas que, en efecto, nada tienen que ver entre sí. Destaca una: un proyecto, de Aranda, Pigem & Vilalta, de una taza de váter retráctil: el asiento se esconde en el depósito. Una comuna: una singular interpretación del tema del lugar común.
Esta singularidad también se encuentra en una propuesta, también española (comisario: Fernández-Galiano), para la muestra central. Consiste en diminutas maquetas blancas, semi-escondidas en cajas negras bajas, de destacados proyectos de jóvenes arquitectos españoles, que persiguen mostrar el genio español. Los proyectos prácticamente no se ven. Pero eso no importa, porque lo que cuenta es la voz de jóvenes arquitectos españoles en paro. Unos seis o siete, a los que se les ha vestido de enfermero -o de enfermo- (bata blanca, protectores de zapatos como los que se utilizan en la UVI), con el rostro tapado por una máscara veneciana blanca, aguardan a los posibles espectadores para discutir acerca de la crisis. Nadie viene, nadie pasa, más bien la escasa gente da un rodea y pasa de largo. Los jóvenes arquitectos se aburren, cabeza gacha, sentados sobre las cajas negras, o dormitan estirados en cualquier rincón de la Bienal. Una excelente metáfora.
Arquitectos españoles vestidos de enfermeros echados en las esquinas
Pabellones imprescindibles: Estados Unidos, Reino Unido, Francia (por el documental último), Japón, Grecia (el mejor, de lejos): maquetas de interiores, a menudo desordenados, nada embellecidos, escarbadas en cubos o paralelepípedos de conglomerado, de distinta altura, dispuestos tan cerca los unos de los otros que solo abren estrechos pasos entre si, como en una ciudad densa, azorada por ruidos, pitidos, chirridos, runrunes, sirenas, discusiones a voz de grito, a todo volumen: Atenas, en su belleza y suciedad, encanto y turbulencias, admirablemente evocada, sin miramientos ni condescendencia.
Maquetas de papel y bolígrafo de Area Architecture Research en el pabellón griego
Pabellón griego: exposición y maquetas de conglomerado y cartón.
Prescindibles: Serbia, Austria, Egipto, Polonia, Suiza, Hungría, España
Exposiciones recomendables: excelente entrevista a Álvaro Siza Vieira, proyectada en la muestra de dibujos suyos en el Palacio Querini Stampalia (Álvaro Siza Vieira. Viagem sem programa); muestra sobre jóvenes arquitectos árabes en Ca´Asi (Young Arab Architects)
La instalación de Siza Vieira, en los jardines de la Bienal -una especie de laberinto que evoca la trama de callejuelas veneciana, en la que calles y plazas, escuetamente arboladas, se suceden sin interrupción, como si de un paso que se abre y se contrae se tratara- es quizá la mejor obra expuesta.
Pabellón o instalación de Siza Vieira
La muestra sobre las nuevas ciudades, tras la Segunda Guerra Mundial, y hoy en día, y los ideales que las instruían o las alimentan (en países como Arabia Saudí, China o Brasil), en el Pabellón Central, es aleccionadora: o terrorífica.
Espléndida muestra de vidrios del arquitecto Carlo Scarpa para el taller de vidrio artístico Venini, en los años treinta y cuarenta, en la Fundación Cini (Carlo Scarpa. Venini 1932-1947).
Exposiciones prescindibles: The Piranesi Variations, de Peter Eisenmann, en el Pabellón Central: un ejercicio incomprensible -y caro: una de las maquetas es de oro (las maquetas del pabellón griego son de papel con dibujos a bolígrafo)- sobre las fronteras entre la arquitectura y el urbanismo, sobre leyes compositivas y motivos, a partir de un conocido grabado de Piranesi dedicado al Campo de Marte Romano.
Fotos: Tocho, agosto-septiembre de 2012
Grant Orchard (director) and Sue Goffe (productora): A Morning Stroll (2011)
Gracias a Blanca Pujals por este excelente cortometraje de animación, especialmente apto para un lunes por la mañana.
Seleccionado para los Oscar 2012.
Véase la web del estudio: http://www.studioaka.co.uk/#/work-amorningstroll
martes, 28 de agosto de 2012
La ciudad sumeria, 2
El filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940), y el sociólogo Georg Simmel (1858-1918), explicaban que, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, el crecimiento desmesurado de algunas ciudades occidentales como Berlín, convertidas en metrópolis o megápolis, cambió radicalmente la visión del mundo y las estructuras sociales. La urbanización desaforada y el tamaño excesivo de las urbes dieron pie a un nuevo mundo.
Se discute acerca de la grandes aportaciones de la cultura mesopotámica, y de las relaciones entre aquéllas asociadas al Próximo oriente antiguo. La escritura, la realeza, la ciudad, el cálculo, el panteón organizado, las leyes, etc. son todos ellos innovaciones o descubrimientos atribuidos a pueblos del sur de Mesopotamia (llamados tradicionalmente sumerios y hoy más bien sumero-acadios, o babilónicos). Los propios mitos mesopotámicos, al menos las versiones escritas conservadas, datadas de principios del segundo milenio aC, explican que estas técnicas fueron halladas por humanos excepcionales -la escritura- o fueron dones o regalos del cielo. Eran, así, conscientes de su aportación, o de las acciones o productos culturales que generaron o de los que supieron sacar un gran provecho.
Se podría pensar quizá que, entra serie de aportaciones, la ciudad, la gran ciudad, fue, no solo una instauración mesopotámica, sino la más importante, pues tuvo que cambiar el imaginario humano, las estructuras sociales y económicas, y la visión del mundo.
Estas ciudades, surgidas durante el quinto milenio aC, como Uruk, Tell Brak, Eridu (una ciudad santa, poco poblada, sin embargo), no constituyeron hechos o hitos aislados, sino que tejidos redes de comunicación que modificaron y organizaron decisivamente el territorio.
Con la ciudad la humanidad se escindió: la noción de frontera, con todo lo que implica, se instauró, entre los ciudadanos y los "otros", "bárbaros", campesinos, ganaderos, "pueblerinos". dentro de la ciudad, el mismo espacio se escindió de nuevo, así como la organización social. No sólo ésta se estratificó entre monarcas y sacerdotes, militares, productores de bienes, comerciantes, etc., sino que hombres y mujeres posiblemente formaran grupos distintos, cada uno con su propio espacio. El espacio más recóndito de la casa quedó en manos de las mujeres, mientras que los hombres poseían tanto los espacios de intercambio entre el hogar y la ciudad, cuando los espacios de circulación de ésta. La organización de panteones fue útil -quizá necesaria- para el buen gobierno de la ciudad.
Ésta extendió su influencia sobre el territorio; dominios se subordinaron a otros. La existencia de centros de poder exigió portavoces, y textos puestos por escrito. La memoria, la construcción del pasado posiblemente cambiaran con la escritura y el cálculo. La misma noción o percepción del tiempo. El pasado adquirió un prestigio -el pasado era lo que inspiraba o guiaba a los sumerios- que es posible no tuviera antes. El pasado era lo que quedaba inscrito. En textos y monumentos. La misma noción de monumento -muy humana- está unida a la existencia de la ciudad.
Ésta aparece como un organismo que se desarrolla horizontalemente y se infiltra. Requiere redes de comunicación, postas, guardias, mensajeros, transportistas. La ciudad depende del campo, y del resto de las ciudades. Éstas se especializan. La visión del mundo se trocea. El mundo ya no es uno; sino que se percibe u se organiza en función de intereses o necesidades. Lo invisible, el más allá, lo que se halla detrás del horizonte pasa a ser parte del mundo urbano, pues éste lanza sus redes por todo el orbe. Trazar vías, delimitar, parcelar, implica poner el mundo al servicio del hombre, domesticarlo. Dentro del espacio se recortan parcelas urbanizadas y de poder. El resto del mundo pasa a ser lo otro, con el que se puede negociar y que se quiere conquistar o reducir.
Los clanes familiares se rompen. Los lazos de sangre empalidecen ante los sociales o laborales.
Es cierto, sin embargo, que la ciudad mesopotámica aun no estuvo dividida por barrios organizados por clases sociales, sino que distintas clases cohabitaban en barrios amuralladas que juntos constituían la ciudad.
La visión se alteró. Por un lado quedó ceñida a un espacio muy pequeño, entre paredes -las del taller, del barrio- y, por otro, extendió hasta el horizonte. Los mitos cuentas esta apertura del mundo, y el juego entre la ciudad y lo infinito, que la aparición de la ciudad, determinó.
La imaginación fue un arma que la ciudad potenció -y controló.
Somos, verdaderamente, hijos de la revolución urbana, una revolución que no fue solo física sino sobre todo mental. El mundo, o su percepción, cambió, así como la visión de los demás.
Se discute acerca de la grandes aportaciones de la cultura mesopotámica, y de las relaciones entre aquéllas asociadas al Próximo oriente antiguo. La escritura, la realeza, la ciudad, el cálculo, el panteón organizado, las leyes, etc. son todos ellos innovaciones o descubrimientos atribuidos a pueblos del sur de Mesopotamia (llamados tradicionalmente sumerios y hoy más bien sumero-acadios, o babilónicos). Los propios mitos mesopotámicos, al menos las versiones escritas conservadas, datadas de principios del segundo milenio aC, explican que estas técnicas fueron halladas por humanos excepcionales -la escritura- o fueron dones o regalos del cielo. Eran, así, conscientes de su aportación, o de las acciones o productos culturales que generaron o de los que supieron sacar un gran provecho.
Se podría pensar quizá que, entra serie de aportaciones, la ciudad, la gran ciudad, fue, no solo una instauración mesopotámica, sino la más importante, pues tuvo que cambiar el imaginario humano, las estructuras sociales y económicas, y la visión del mundo.
Estas ciudades, surgidas durante el quinto milenio aC, como Uruk, Tell Brak, Eridu (una ciudad santa, poco poblada, sin embargo), no constituyeron hechos o hitos aislados, sino que tejidos redes de comunicación que modificaron y organizaron decisivamente el territorio.
Con la ciudad la humanidad se escindió: la noción de frontera, con todo lo que implica, se instauró, entre los ciudadanos y los "otros", "bárbaros", campesinos, ganaderos, "pueblerinos". dentro de la ciudad, el mismo espacio se escindió de nuevo, así como la organización social. No sólo ésta se estratificó entre monarcas y sacerdotes, militares, productores de bienes, comerciantes, etc., sino que hombres y mujeres posiblemente formaran grupos distintos, cada uno con su propio espacio. El espacio más recóndito de la casa quedó en manos de las mujeres, mientras que los hombres poseían tanto los espacios de intercambio entre el hogar y la ciudad, cuando los espacios de circulación de ésta. La organización de panteones fue útil -quizá necesaria- para el buen gobierno de la ciudad.
Ésta extendió su influencia sobre el territorio; dominios se subordinaron a otros. La existencia de centros de poder exigió portavoces, y textos puestos por escrito. La memoria, la construcción del pasado posiblemente cambiaran con la escritura y el cálculo. La misma noción o percepción del tiempo. El pasado adquirió un prestigio -el pasado era lo que inspiraba o guiaba a los sumerios- que es posible no tuviera antes. El pasado era lo que quedaba inscrito. En textos y monumentos. La misma noción de monumento -muy humana- está unida a la existencia de la ciudad.
Ésta aparece como un organismo que se desarrolla horizontalemente y se infiltra. Requiere redes de comunicación, postas, guardias, mensajeros, transportistas. La ciudad depende del campo, y del resto de las ciudades. Éstas se especializan. La visión del mundo se trocea. El mundo ya no es uno; sino que se percibe u se organiza en función de intereses o necesidades. Lo invisible, el más allá, lo que se halla detrás del horizonte pasa a ser parte del mundo urbano, pues éste lanza sus redes por todo el orbe. Trazar vías, delimitar, parcelar, implica poner el mundo al servicio del hombre, domesticarlo. Dentro del espacio se recortan parcelas urbanizadas y de poder. El resto del mundo pasa a ser lo otro, con el que se puede negociar y que se quiere conquistar o reducir.
Los clanes familiares se rompen. Los lazos de sangre empalidecen ante los sociales o laborales.
Es cierto, sin embargo, que la ciudad mesopotámica aun no estuvo dividida por barrios organizados por clases sociales, sino que distintas clases cohabitaban en barrios amuralladas que juntos constituían la ciudad.
La visión se alteró. Por un lado quedó ceñida a un espacio muy pequeño, entre paredes -las del taller, del barrio- y, por otro, extendió hasta el horizonte. Los mitos cuentas esta apertura del mundo, y el juego entre la ciudad y lo infinito, que la aparición de la ciudad, determinó.
La imaginación fue un arma que la ciudad potenció -y controló.
Somos, verdaderamente, hijos de la revolución urbana, una revolución que no fue solo física sino sobre todo mental. El mundo, o su percepción, cambió, así como la visión de los demás.
Le Corbusier y Jean Genet en el Raval (de Barcelona): una muestra de los fondos del MACBA
1.- Le Corbusier y GATCPAC: Plan Maciá, años treinta
Resto: Brassaï, serie Grafitti, años treinta
Ambos conjuntos se exponen juntos en el MACBA, Barcelona
Dice el texto de presentación de la muestra sobre Le Corbusier, Jean Genet y Brassai en el casco antiguo de Barcelona en los años treinta:
"La superposición de las respectivas experiencias de Le Corbusier y Jean Genet en la ciudad de Barcelona a principios de la década de 1930 invita a considerar una modernidad próxima en espacio y tiempo. Le Corbusier visitó Barcelona y recorrió su centro urbano con el objetivo de diagnosticarlo y reformarlo. La propuesta del Pla Macià para una "Nueva Barcelona" aplicaba, en consecuencia, un principio higienista que aspiraba a erradicar la degradación social. Contrariamente, Jean Genet, que deambuló por el Barrio Chino poco después de que lo hiciera Le Corbusier, comulgó con los aspectos más abyectos de la calle. Su novela Diario del ladrón, publicada en 1949, rendía cuentas del tiempo transcurrido en Barcelona, así como en otras ciudades europeas. De modo que tanto la modernidad asociada al racionalismo, comprometida con un saneamiento físico y moral, como aquella otra que explora lo informe y lo marginal coincidieron en el tiempo y en el espacio de aquella Barcelona. Las implicaciones estéticas de estas formas de vida quedan, en esta presentación de la Colección MACBA, ligadas a condiciones urbanas. El diorama del Pla Macià que preside esta sección delimita el escenario de estas tensiones. Pero la visión que anunciaba el diseño de una ciudad moderna y la ambiciosa destrucción que implicaba no llegaron a realizarse. La Guerra Civil truncó los planes de esta reforma urbana."
El texto es interesante. Contrapone dos visiones de la ciudad. ¿Se contraponen? o ¿se excluyen?
El llamado Plan Maciá de le Corbusier (arquitecto que preconizaba interior desnudos para los demás pero que gustaba de los oscuros y almohadillados interiores de raso de los burdeles de París) para Barcelona, de los años treinta no se llevó a cabo. Sarcásticamente, se podría decir que se ejecutó parcialmente gracias a las destrucciones de los bombardeos por mar y aire italianos y alemanes de la Guerra Civil. El barrio de Bellvitge, levantado en los setenta, sería un bastardo suyo.
El proyecto hubiera acabado con la ciudad. Se borraba todo rastro de la historia, las marcas del paso de los hombres y los años, inscritos en muros y suelos.
El casco antiguo era vaciado en parte, la ciudad uniformada, agrandada por barrios compuestos por bloques idénticos dispuestos de tal modo a no delimitar nunca calle alguna, y ensombrecido por tres gigantescos rascacielos, dispuestos como pantallas, casi más anchas que altas, justo en la orilla del puerto. Los llegada de la luz solar conseguido por las "purgas" en el tejido urbano de la ciudad antigua hubieran quedado anulados por la sombra amenazante de los rascacielos que, por otra parte, hubieran formado la barrera más impenetrable entre la ciudad y el mar que quepa imaginarse. Toda Barcelona se hubiera convertido en un anticipo del área del Forum, construido entre el hoy y hoy en día.
Barcelona se hubiera vuelto una ciudad moderna, quizá, es decir en una ciudad sin memoria, algo parecido las ciudades dormitorio construidas en los años cincuenta y setenta.
Ni Jean Genet ni Brassai (que nunca estuvo en Barcelona) hubieran podido hacer nada.
Que el Plan Maciá siga apareciendo como el paradigma de la modernidad sorprende. Que se siga exponiendo, como si de una obra maestra se tratara, sin las debidas acotaciones, comparándolo con las obras maestras de Brassai, o los pasos de Genet, aún más.
El Valle de los Caídos se oculta justamente. La Ciudad Caída se muestra a la luz del día como un ejemplo notable de aproximación a la historia. A sangre y fuego
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