miércoles, 10 de octubre de 2012

Gonzalo Herralde (1949) & Studio PER (Pep Bonet, Cristian Cirici, Lluis Clotet, Òscar Tusquets) (1965-1983): Mi terraza (1973)



Agradezco a Elías Torres la información sobre este documental que desconocía.
Es ampliamente descrito en la excelente publicación:

TORRES, Elías (dir.): Proyectos I y II. Ejercicios y lecciones. Curso 2009-2010, Universitat Politècnica de Catalunya, Barcelona, 2012, ISBN: 978-84-7653-904-0, que incluye también una versión del texto de la entrada anterior El Cíclope y la ciudad.
Destacan dos textos inéditos de Félix de Azúa: Despedida y cierre (I, y II)

El Cíclope o la ciudad

Aunque Ulises intuía que no tenía que adentrarse en la isla en la que su nave había naufragado, la falta de alimentos y las adversas condiciones le obligaban a explorar lo que parecía un islote desértico y selvático, si no fuera por algunas columnas de humo que aquí y acullá despuntaban.
Junto con algunos compañeros, Ulises se alejó de la playa. Pronto, en medio de un abrupto acantilado, halló una cueva en cuyo interior se almacenaban alimentos. No bien hubieran entrado, unos pasos que retumbaron les infundieron terror; apenas tuvieron tiempo para esconderse. Un gigante con un solo ojo -o con tres- entró, junto con un rebaño de ovejas, y tapió la boca de la cueva con una roca que ningún humano podía desplazar. Fue entonces cuando el Cíclope descubrió a Ulises y a sus compañeros.

En el imaginario griego antiguo, bien ilustrado en los textos de Homero (la Odisea), la isla de los Feacios, gobernada sabiamente desde una ciudad fundada según el rito adecuado, y bien planificada, dotada de todos los elementos sagrados y profanos que constituían una urbe (templos, asambleas, viviendas: las tres estructuras que, según Platón, constituían una ciudad ideal) se oponía a la isla del Cíclope y a su morada.

El Cíclope no era humano: gigante, deforme, dotado de uno o de tres ojos. No cultivaba la tierra; era un pastor, no un agricultor; vivía aislado en una cueva; desconocía el arte de construir pueblos y ciudades, de crear comunidades; como las bestias salvajes, ingería carne cruda. Sabía encender fuego, mas éste no simbolizaba el hogar.
El Cíclope pertenecía al orden de la naturaleza; no había sido educado, civilizado; las características de su propio cuerpo y su manera de comportarse eran la prueba visible de su pertenencia al mundo salvaje, ajeno a las pautas del espacio civilizado.

Los griegos también oponían Ítaca, la isla y la ciudad del mismo nombre de Ulises, a la cueva del Cíclope. Al mismo tiempo, en ausencia de Ulises, el desorden que se había adueñado de Ítaca, en la que campaban a sus anchas los pretendientes de Penélope, esposa de Ulises, -que desconocía si éste seguía vivo tras su partida, veinte años antes, a la guerra de Troya-, la acercaba al mundo ciclópeo.
El espacio del Cíclope, entonces, era el paradigma del espacio del que el ser humano tenía que apartarse. Poseía todos los rasgos inversos a los del mundo del espacio urbano, urbe que había aplacado y ordenado la caótica disposición física y moral del espacio del gigante.

En los cuentos populares, el ogro es la figura antitética del padre. Devora a sus propias criaturas. Vive en el fondo del bosque. Constituye una permanente amenaza y un recordatorio de lo que puede ocurrir si dejamos que la ciudad se disuelva en el desorden. El primer ogro fue el Cíclope, y su isla, la imagen del espacio de la naturaleza aún no regulada, o del mal.

Queda preguntarse de qué lado se halla la ciudad moderna.,

Neil Young (1945): Motor Town (1981)



 A punto de publicar su treintisieteavo álbum.
Una tema para recordar

The Vaccines: Ghost Town (2012)

martes, 9 de octubre de 2012

Joan Backes: Home (Las casas en los cuentos de los hermanos Grimm) (2000-2012)

























Joan Backes es una artista norteamericana contemporánea, nieta de arquitecto, que desde hace unos doce años, levanta instalaciones, adaptadas al entorno, con materiales procedentes de éste (madera, hojas, etc.), consistentes en casas, como las que le describían en su familia, las que construía y con las, de niña, jugaba en el jardín, semejantes a las moradas de los crueles cuentos de los hermanos Grimm.

Casa de madera, de cañas, de hojas, de papel, de cartón -como las que se levantan en arrabales, o centros urbanos, misérrimos- de tubos de neón, de plumas, en la que destacan, no gruesos muros, sino tan solo los límites que apenas permiten distinguir a aquéllas del bosque circundante.

Sus casas, frágiles, y abiertas, que recuerdas viviendas primigenias o primitivas, delimitan espacios, a menudo abiertos, que exponen el interior al exterior, como si la casa fuera un espacio recoleto y frágil, incierto, a la merced de la intemperie, o fundidas con el entorno. Casas que hablan, quizá, del fugaz lugar del ser humano en el mundo.

lunes, 8 de octubre de 2012

Cat Power (1972): Dark End of the Street (2008) / Kingsport Town (1999)

Arte y Deseo, o -al grano- el Salón Erótico de Barcelona, 2012


Eros era el dios del deseo en la Grecia antigua (Cupido se llamaba en Roma). Hijo de Afrodita (Venus) estuvo toda la vida a la búsqueda de la que le faltaba: su media naranja. Quería completarse, edificarse. Su búsqueda era creativa. Acabaría conformándose hasta alcanzar la (imposible) perfección, la unidad (rajada desde la noche de los tiempos cuando Zeus mandó separar a los humanos, hasta entonces completos puesto que dotados de dos sexos, en dos géneros, incompletos y, por tanto, necesitados el uno del otro.
La creación a la que ser humano, azuzado por Eros, aspira, es similar a la del artista o el poeta. Recordemos que hacer, obrar, crear, en griego, se decía poieo, y que poiesis significaba creación: humana -o procreación- y artesanal o artística. El poeta, que creaba con el verbo, era el prototipo del artista, sobre todo cuando Eros le inspiraba, alentándose a componer versos amorosos.

Arte y Eros están unidos. El mito de la primera pintura también evoca la conjunción de lo erótico y lo artístico. Como su prometido partía a la guerra, una joven de Corinto mandó a su padre, un ceramista que cubriera el muro sobre el que, a la luz de una vela, durante una cena íntima, se proyectaba el perfil de su amado, con una capa de barro para, a continuación siluetar y recortar con precisión el contorno de la testa amada. Fue el primer relieve.
Una historia que corre de parejo con la de Narciso, enamorado de su imagen reflejada en las quietas aguas de un lago, fascinado por su autorretrato posado sobre una superficie espejada.

Así que nada es más lógico que el próximo Salón Erótico de Barcelona se anuncie con un mítico cuadro rojo y rajado de... ¡Lucio Fontana!, el gran pintor italiano de los años cincuenta. Su serie llamada Buchi (Agujeros, u Orificios) también habría sido la mar de adecuada.
Quizá, ya en esta vena, el año que viene se escoja a un retrato en traje de faena -suscinto traje, casi invisible- de Cicciolina pintada por su esposo, el gran Jeff Koons, el pintor más caro de la historia.

Para que luego se diga que el arte moderno no llega a la calle. Y no sugiere nada.