domingo, 4 de noviembre de 2012

4th Riwad Biennale, Ramala, 2012: Maj Abdel Hamid (1988): Hourglass (2012)




Una obra maestra en la Bienal de Ramala (Palestina):  IV Riwad Biennale. Qalandiya International, varias localidades palestinas, entre ellas Ramala y Jerusalén, 1-15 de noviembre de 2012

Tres relojes de arena, de tamaños distintos, en los que un polvo gris se cuela, y a veces, se detiene, de una burbuja a otra.

Se titula Hourglass. El artista es Majd Abdel Hamid (Damasco, 1988). Se expone en The International Academy of Art, Al-Bireh (Palestina)

La arena es, en verdad, cemento reducido a polvo, extraído de bloques del Muro de Separación levantado por el gobierno de Israel ante los Territorios Palestinos de la Franja Oriental entre 2002 y hoy en día.
En ocasiones, algún grano de mayor tamaño frena o detiene la caída. El tiempo se inmoviliza. Nunca discurre del mismo modo.

Amer Da'boub (Jordania) - Mayye Zayed (Egipto) - Omar Rachedi (Algeria) - Omar Ahmad (Egipto) - Youmna Habbouche (Líbano): نسمة خريف (Brisa otoñal, 2008)


Autumn Breeze - نسمة خريف - Animation 2D Short Film from Mayye Zayed on Vimeo.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Bagdad en Ramala (Palestina): crónica desde detrás de la barrera / Inauguración de la muestra sobre Baghdad en la Casa Harb de Ramala, 4 de noviembre de 2012




Fiesta de la entrega de premios a la creación joven en la Bienal de Ramala, noviembre de 2012










City of Mirage: Baghdad, from Wright to Venturi, 1953-1983, en Ramala (Palestina)
Fotos: Tocho, noviembre de 2012

Un visado de Iraq y la petición de no sellar el pasaporte (a fin de evitar el rechazo en un país árabe como Siria o Iraq), como me ocurría esta tarde, no constituyen los mejores salvoconductos para entrar en Israel. El aeropuerto de Tel Aviv, invadido por centenares, quizá miles (la masa se extiende por salas y salas de acogida) de turistas religiosos, cristianos, judíos, principalmente, norteamericanos, franceses e italianos. Forman una marea humana que impide avanzar hacia el control de aduanas que, al final te detiene. Doble interrogatorio. ¿Ramala? ¿Iraq? ¿Por qué? una y otra vez, ¿por qué? Los policías no miran a la cara. Hacen como que no te preguntan.

El taxi se dirige hacia Jerusalén por la autopista. Tierras limpias, cuidadas, salpicadas por un exceso de casas de piedra blanca que van ganando las colinas, como si se tratara de colonias en los Territorios Ocupados. De pronto, un desvío a la derecha. Toda la basura invisible en Israel parece haber sido abocada al otro lado de una alta y arrugada barrera de alambres cuyas púas retienen jirones de telas sucias y plásticos cuarteados por el sol.  La senda, estrecha y mal asfaltada. Dando un giro, se cuela, a través de un túnel angosto que más parece un desagüe, por debajo de la autopista. Luego, asciende, siempre ente barreras alambradas. El paisaje está excesivamente construido. Los pueblos palestinos se cubren de torres de pisos. A lo lejos, extensas manchas blancas de colonias judías rayan las carenas.
Ramala.
Acoge la bienal de arte a la que se suma este año un congreso sobre arquitectura moderna en los países árabes. 
Primera fiesta nocturna. Entrega de premios a creadores jóvenes: vídeo-artistas, compositores y músicos de música electrónica. Tiene lugar en el jardín de la fundación de un palestino, regresado a Ramala, que hizo fortuna en los Emiratos Árabes. Financia una gran parte de la Bienal, así como el centro cultural que próximamente se construirá según un proyecto de un equipo de arquitectos jóvenes españoles.
Poca luz, de noche, en Ramala. Pero el tráfico es intenso. Coches nuevos, cuya compra el gobierno palestino incentiva. El crecimiento económico es uno de los más rápidos del mundo.   
¿Espejismo o total desconocimiento?
La fiesta no se distingue para nada de una fiesta en Nueva York, salvo por la comida, mucho más sabrosa, y la variedad de vinos, palestinos, franceses, italianos, algún libanés, tibiamente recibido. Estudiantes y profesionales jóvenes. Ni un pañuelo, ni un fular, ni un hiyab en la cabeza. Jóvenes urbanos decididos a superar las barreras. Saben que hablan el mismo idioma que muchos jóvenes de Tel Aviv, principalmente. Las barreras se tambalean si nadie les hace caso.
Pero sí que existe una diferencia: casi ningún investigador o profesor de otros países árabes ha podido o querido venir al congreso: ya sea porque, al no existir relaciones entre Israel y estos países, los estudiosos de éstos no pueden llegar a Ramala -ya que no cabe otra opción que entrar en Israel-, ya sea porque, como estudiosos egipcios, no aceptan venir mientras Israel ocupe territorios palestinos: sería, afirmar, dar luz verde a la ocupación. El resultado es que la preparación del congreso se convierte en una tarea hercúlea. Quizá sean de otra época, a la que ya no pertenecen jóvenes de Ramala. 

Mañana, por la noche, se inaugura una versión de la exposición sobre arquitectura moderna internacional en Bagdad, presentada en el Colegio de Arquitectos de Cataluña en Barcelona, en 2008, y hoy itinerante. Se expone en Boston. Y en Ramala, al mismo tiempo. Los documentos se han duplicado y vuelto a imprimir.
Una villa de principios del siglo XX, Casa Harb, cedida por un rico propietario, cuando Ramala era una estación balnearia, cerrada y abandonada, de paredes de piedra blanca, y techo a dos aguas de tejas traídas de Marsella, con un jardín de tierra y arbolado ante la fachada, ha sido limpiada y adecentada para acoger la exposición. Paredes encaladas, ventanas alargadas de madera pintada de marfil, pequeñas alacenas cerradas por puertas discretamente labradas y suelos de pequeños azulejos salpicados de blanco, azul gris y verde traslúcido. Ni siquiera en el Centro de Arquitectura de Nueva York parecía tan bien adaptada al espacio. Mañana será la primera vez en casi un siglo que se podrá visitar esta villa. Quizá, a partir de ahora, se convierta en un centro de arte o, mejor, un espacio de acogida para estudiantes. De ambos lados de la barrera.


INAUGURACIÓN
























viernes, 2 de noviembre de 2012

Laurie Anderson (1947): City Song (1984)

El dios-sol en Mesopotamia: El sol y la organización del espacio




Se ha comentado a menudo la tan distinta consideración del sol en tres de las culturas antiguas mediterráneas. Mientras que el sol, bajo distintas manifestaciones, pero siempre representado con un ojo bien abierto omnipresente -se llame Ra u Horus- simbolizaba la figura del dios creador, Helios en Grecia fue una divinidad menor hasta que se asoció con Apolo -un dios principal-, convirtiéndose en una hipóstasis apolínea, o una exteriorización de algún poder o virtud del dios de la arquitectura, la música y la poesía, el hijo predilecto de Zeus: Apolo.
La consideración del sol en Mesopotamia fluctúa entre la adoración egipcia y la minusvaloración griega. Utu, que así se llamaba el dios-sol en Súmer (más conocido por su nombre acadio, Shamash, sobre todo porque fue adquiriendo importancia en Babilonia), era una divinidad relativamente menor, a quien se le dedicaron escasos himnos.
Sin embargo, Utu (cuyo nombre significa, literalmente, sol -ud era sol en sumerio, palabra que los acadios leyeron utu, y que se impuso en los textos) era hijo del dios-luna, Nanna -la divinidad principal de la ciudad de Ur-, y de la diosa Ningal: la gran diosa de los juncos y las cañas de las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, es decir, la diosa de las aguas primordiales (una función lógica, en tanto que hija de Enki, el dios de las Aguas originarias, y dios de la ordenación del mundo, y de la arquitectura. Que el sol fuera el hijo de la luna responde a la creencia que en los inicios fue la noche, y que la luz diurna despuntó tras la noche oscura. Esta conexión del sol con su anverso se acentúa con la presencia de la hermana del Sol: la diosa Ereshkigal, que era la gran diosa del inframundo.
Esta asociación con los poderes nocturno explica que Utu fuera un dios justiciero: sus dominios no eran tanto el mundo visible, cuanto el invisible: el mundo subterráneo, donde su fulgor, su aguda vista escudriñaba en las almas y decidía su sino. El sol era temido: nada se podía ocultar ante su óculo. El toro era su emblema, una figura usual en las tumbas por su función calculadora de las acciones humanas.

De algún modo, Utu era un destructor. Quienes no aguantaban su dura mirada caían fulminador. Este carácter implacable se simbolizaba con el útil que Utu manipulaba: una sierra de acerados dientes. Con ésta, que siempre blandía, cortaba de cuajo las montañas del Zagros, abriendo agudas gargantas que dejaban pasar sus rayos cuando el día despuntaba por el este: Utu era el Señor de las Montañas -cantaba un himno-abría vías, delimitaba, con profundos cortes, sendas y parcelas: las montañas cobijaban los enemigos de las urbes. Mas cuando Utu emergía por las cumbres, las hondas heridas que infligía a las montañas eran como un castigo que reducía el poder y la amenaza que encarnaban.

El dardo de sus ojos trazaba deslumbrantes líneas por el espacio, rectas como los cortes de la sierra. El emblema de Utu -con el que siempre se le representaba- resonaría en el signo de un dios griego muy posterior: el cuchillo afilado de Apolo.

Apolo también se abría camino entre los bosques tupidos: aserraba montaña.  Apolo era un temible dios destructor. Puso fin a la naturaleza incontaminada, desordenada. Sus andares y sus gestos abrieron brechas en el mundo: estableció límites, organizó perdurablemente el mundo gracias a los nítidos tajos que efectuaba, que facilitaban el tránsito de humanos -y del sol, que pronto se convertiría en su faz resplandeciente y en los rayos de su corona.
Apolo, al igual que Utu era un dios de la justicia. Nada escapaba a su ojo expectante. La  justicia que impartía llegaba hasta los confines del mundo gracias a las rutas que trazaba, que abría.

Utu -como más tarde Apolo- fue un dios urbanista. El desordenado mundo por el que no se podía circular, el espacio caótico dónde no se podía morar ni orientarse fue esclarecido gracias a la acción del sol que trajo la justicia al mundo.

La arquitectura, como ya se ha comentado, se simboliza por unos ejes rectos que estructuran el mundo.  Los juncos, sobre los que la madre de Utu reinaba, representaban bien, por su fino tallo recto, la justicia. Éstos eran símbolos de rectitud, virtud que Utu y, más tarde Apolo, asumieron, poniendo fin al desorden imperante. Cortaron de raíz, de cuajo, lo que impedía que la luz alumbrara justamente el mundo.
 

Mavis Staples (1938): House in Order (1993)

Mavis Staples (1939): Downward Road (2010)