lunes, 5 de noviembre de 2012

Ramala (Palestina): segunda crónica desde detrás de la barrera, 5 de noviembre de 2012. Arquitectura y política

RAMALA










CENTRO HISTÓRICO DE BIRZEIT, CABE RAMALA, Y CASAS DE ARTISTAS RESTAURADAS POR RIWAQ (GRUPO DE RESTAURACIÓN DEL PATRIMONIO PALESTINO), EN LAS QUE ARTISTAS BELGAS INVITADAS HAN CREADOS OBRAS PARA EL SITIO 














RAMALA







SIMPOSIO: MODERNITY, ARCHITECTURE AND URBAN LIFE IN THE ARAB REGION, 4TH RIWAQ BIENNALE. QALANDIYA INTERNATIONAL, RAMALA (PALASTINA), 4 de noviembre de 2012 (actividad paralela a la Bienal de arte)




Restauraciones de construcciones otomanas (edificios públicos y privados) en Hajjah y Jamma´in










Asentamientos (colonias) israelís (Ariel, Beit Eil, etc.) en territorio palestino












Muros y alambradas cerca de Ramala




Control de carretera israelí imprevisto


Fotos: Tocho, noviembre de 2012


"Fun!"; "fun, fun, fun!"; "I ´ve never had such fun!".
La palabra "divertido" es una de las que más repite la juventud universitaria (artistas, arquitectos, profesores, etc.) palestina en Ramala: culta, laica, perfectamente trilingüe, formada en Palestina, y en Londres, Los Ángeles o Nueva York. Ni un pañuelo en la Bienal, ni joyas doradas, salvo en "la calle", donde se estila el hiyab o el pañuelo azul o rojo, con orejas de Bugs Bunny que se alzan y descienden hipnóticamente, como alas que alzan el vuelo, al caminar, combinado con pantalones pitillo o mallas negras y bambas Converse, sandalias trenzadas tachonadas de Svarowsky, o zapatos de tacón vertiginoso con los que ni Kathe Moss, sobria, podría.
"Divertido" no es la primera palabra que acude a la mente de uno referida a Palestina. La mayoría de las carenas, que dominan tierras fértiles, están aserradas por colonias israelíes: rodeadas de muros, con accesos controlados por guardias armados, cámaras y altas torres de control, que recuerdan vagamente a minaretes de hormigón, asestadas de armas que apuntan en todas direcciones, y en las que los palestinos que no trabajan allí no tienen acceso. Se componen de mansiones, todas iguales, dispuestas mirando al valle o al llano donde se apelmazan pueblos palestinos. Gozan de piscinas -en una tierra árida, escasa de agua- ya que la ley permite a los israelíes excavar pozos más hondos que a los palestinos; algunos palestinos sostienen que, aun cuando no tienen agua suficiente, pueden disfrutar desde abajo, de los cuerpos de los colonos saltando desde trampolines. Las colonias están impolutas; la basura es echada en los pueblos palestinos, al igual que productos tóxicos vertidos por las fábricas de las colonias (la polución, visual y real,  se agrava con la dejadez en las carreteras y campos palestinos, manchados por plásticos azules apagados). Las colonias están unidas a Jerusalén, no importa dónde se ubiquen, por autovías bien asfaltadas, trazadas con tiralíneas pese al paisaje abrupto, por el que pueden circular los palestinos, siempre que no estén cerradas. Las carreteras palestinas traquetean entre obstáculos. Los accesos a Jerusalén están permanentemente abiertos para los colones; un sinnúmero de controles, a veces volantes, dificultan el desplazamiento de los palestinos u obligan a recorridos lentos, largos y sinuosos.
Las mansiones, bien orientadas, de varias plantas, a veces con torreones vagamente achinados, suelen asemejarse a chalets suizos, de madera oscura, con tejados a dos aguas, que sorprenden en estos parajes de tierra roja que a duras penas destaca entre el pedregal blanquecino, y un gran número de torres otomanas en ruinas, levantadas con las piedras circundantes (difícilmente restaurables pues podrían convertirse en torres de vigiía, según la policía israelí). Olivos  -y abetos al pie de las colonias, para acentuar el carácter nórdico o alpino- son casi las únicas plantas que crecen en estas tierras.

Los asentamientos son, al parecer, el precio que Palestina pagó, en los acuerdos de Oslo de finales de los noventa, para que Arafat, por el aquel entonces líder de la OLP, pudiera instalarse en Ramala. Palestina está dividida en tres zonas: la zona A, que comprende las ciudades, en manos palestinas, una zona B cedida al gobierno palestino, pero que puede ser recuperada por el israelí, y una zona C controlada por Israel, que comprende las mejores tierras, considerada como una franja fronteriza de seguridad por aquel país.

Son colonias o asentamiento sin estatuto bien definido; pero algunas tienen ya un cementerio; no se sabe si las viviendas pueden legarse; se pueden vender, en principio a cualquier comprador, siempre que la comunidad lo acepte.
Los colonos no son necesariamente fanáticos religiosos o patriotas; a veces son tan solo israelíes que no pueden pagar los altísimos precios de las viviendas en Israel, en pueblos y ciudades sobrepoblados, ya que el gobierno solo autoriza nuevas construcciones en la Orilla Oeste, en territorio palestino. Algunos colonos acaban por no ocupar sus viviendas, inquietos por la presencia del Muro, que les aleja de Israel: las colonias más pequeñas, en efecto, se hallan detrás del Muro de separación.
Colonias como Ariel se acaban de dotar de una universidad –lo que convierte la colonia en una ciudad permanente-, algo que muchos universitarios y profesores de la Universidad de Tel Aviv rechazan firmemente.

Quienes conocieron la primera Intifada, en los años ochenta, y que hoy rondan los cincuenta años, están desengañados por el gobierno de la Autoridad Palestina, que consideran que ha cedido demasiado, o se ha comprometido en exceso con el gobierno de Israel. Consideran que Ramala es una ilusión (es una ciudad-estado, sin duda), que las ciudades de Hebrón (en la que viven colonos) e incluso Nablús, amén de los pueblos, viven en condiciones muy difíciles, con desplazamientos limitados o impedidos, sin poder, salvo con un permiso expedido excepcionalmente, acceder a Jerusalén. Piensan que la Autoridad Palestina debería ejercer una oposición mucho más dura. Los estudiantes palestinos estudian la arquitectura de Jerusalén a base de imágenes, pues la entrada a la ciudad les está en principio vetada.

Los jóvenes (profesionales y universitarios) de Ramala, sobre todo, explican que apenas conocieron la Intifada. Son conscientes que Ramala, pletórica de vida, energía y dinero, es una capital ilusoria, pero también el lugar dónde se puede tener una perspectiva distinta de la situación, donde se pueden contar otras historias, buscar nuevas explicaciones y soluciones. Creen que la lucha que Hamás sostiene en Gaza no lleva a nada; que, por el contrario, las constante negociación, junto con un férreo control a fin de evitar enfrentamiento, ha logrado que Ramala se asiente y prospere desde 2006, cuando los últimos enfrentamientos.

Ramala. ¿Ramala? La imagen que tenía era la de una ciudad asaltada, bombardeada y asediada durante tres meses en 2002, durante la segunda Intifada; la ciudad donde Arafat fue probablemente envenenado, donde los principales edificios oficiales fueron destruidos. Hoy, supera en vida y energía a Beirut,  y quizá sea la próxima capital del  Medio Oriente -superando a Tel Aviv y Teherán-, culta, rica, laica y pletórica de actividades culturales, ayudada por ingentes donaciones de palestinos millonarios exiliados, y fondos internacionales.

Lo que sobre todo practican los jóvenes es, por un lado, la ironía, y por otro, miran más lejos. Afirman que no ven las colonias. Éstas no existen; no son reconocidas; son invisibles: un opositor queda en nada cuando no se le reconoce como una figura con entidad. No se negocia, no se habla, no se piensa en el colono. Éste se encuentra en el vacío, el silencio, y cada vez más lejos de Israel.
Desde luego, hace falta valor y tener confianza en uno mismo para no ver la multitud de rajas blancas y rojas que coronan las carenas, incluso las que rodean Ramala.
Por otra parte, la ironía es un arma terrible. El muro, las alambradas –ni Iraq posee tantas alambradas-, las torres de control, los puestos fronterizos, los vehículos militares, se reducen a juguetes. Son los artistas sobre todo que convierten a este despliegue militar en soldados de plomo. Lejos de verlos como obstáculos, se juzgan como palancas, o como guijarros en el camino que las imágenes y los textos convierten en incidentes ridículos. El enemigo” se ve así ridiculizado, convertido en un títere sin sentido, expuesto a la burla pública. Puede disparar a matar, pero es lo único que le queda, afirman. Nadie les obedece porque nadie les ve o les concede importancia alguna.

Los jóvenes no son ilusos ni inconscientes. Saben, porque la viven o la padecen como sus padres, de la opresión o, mejor dicho, de la infinita grisura, de las molestias interminables de la burocracia; no se hacen ilusiones. Piensan que ningún gobierno en Israel, de derechas o de izquierdas, al igual que el gobierno norteamericano, excesivamente presionado por multimillonarios israelíes, cambiará, ni que la situación, el actual estatuto palestino e israelí cambiará en exceso si se confía ciegamente en la política. Así, la subvierten, dejándola desnuda, con la leve y acercada ironía o con la mirada que solo ve el horizonte, pues solo éste merece ser contemplado. El resto, son obstáculos que se sobrepasarán. O no.

Pero esto no les quita el sueño. Porque tienen y no tienen sueños; sueños que no son sueños. No sueñan con vivir mejor algún día; sino ahora. Y piensan que no vivirán peor que sus padres; que la mirada, una nueva mirada es necesaria, pues la mirada es la que dirige la acción.

domingo, 4 de noviembre de 2012

4th Riwaq Biennale, Ramala (Palestina): Khaled Jarrar (1976): Fútbol (2012)


Football from Khaled Jarrar on Vimeo.



El fútbol es un juego de equipo. Ayuda a crear o a mantener una comunidad por un mismo deseo de juego. En ocasiones, el balón escapa. Lanzado al aire, pasa por encima del altísimo muro de hormigón que el gobierno de Israel está levantando desde 2002 para evitar la entrada de palestinos. Ningún niño se arriesga a saltar el muro. Sería confundido con un suicida-bomba y matado desde una torre de vigilancia. La pelota se pierde. El juego se interrumpe. La comunidad se disuelve.
El balón que Khaled Jarrar ha modelado no rueda ni se alza. Es de hormigón. Nunca se perderá. Nunca dará juego. Es una losa. Como una bala de piedra.

El juego seguiría si el muro no existiera. Desde el lado palestino, Jarrar inicia la destrucción del muro que su tío fue obligado a levantar.
El acto no es una denuncia, cuenta Jarrar. No tiene "intencionalidad" política. Los artistas siempre actúan sobre o reflejan su entorno. Jarrar, como los palestinos, está envuelto por el muro: éste es su entorno, la realidad que lo envuelve, con la que topa diariamente; su paisaje.