¿Qué se puede leer, en verano, si no cuentos para evadirnos del presente (ardiente)?
A falta del inicio de una nueva misión arqueológica, en Egipto esta vez, por motivos obvios, los que participamos en la misión de Qasr Shamamok, en el norte de Iraq, podemos desplazarnos a Egipto de manera más certera, con la imaginación.
Antes de que Kheops llegara a ser faraón y causara la ruina de Egipto y desorden en el gobierno, cuenta Herodoto (II, 122-123), reinó Rampsinito (una figura basada quizá en el mucho más tardío Ramses III, tan rico y aficionado a las obras de arquitectura como su doble ficticio), que poseía una fabulosa fortuna en plata, y financió la construcción de la fachada (el pilón) y de dos obeliscos del templo dedicado a Hefesto (el dios griego de la forja, hábil en la fabricación de objetos metálicos, de plata, seguramente).
Temiendo perder la fortuna, Rampsinito encargó a su arquitecto el proyecto de una cámara en la que depositaría el tesoro. El arquitecto ideó una estancia abovedada, construída con grandes sillares de piedra, que selló cuidadosamente, salvo uno, que dejó suelto. Ningún albañil podía extrañarse. ¿Acaso las tumbas más reales no disponían de puertas falsas y de pesadas piedras giratorias que bloqueaban secretos pasadizos?
El arquitecto, sintiendo que la última hora llegaba, reunió a sus hijos y les confió el secreto. Aquella misma noche, se deslizaron hacia la cámara, extrajeron el sillar sin mortero con facilidad, y cogieron cuantos tesoros pudieron. Cada noche actuaron del mismo modo. Rampsinito se dio cuenta que su fortuna menguaba cada día que pasaba, mas viendo que los sellos no habían sido rotos, e incapaz de descubrir cómo el ladrón, que no dejaba huella, entraba en la cámara, dispuso negros cepos entre el muro y las grandes tinajas llenas de plata. Por la noche, a oscuras, uno de los hijos del arquitecto quedó atrapado. Sabiendo que no podría liberarse, pidió a su hermano que lo decapitara. Por la mañana, el faraón mandó que el cuerpo del ladrón fuera colgado en lo alto de la muralla, y que los guardias dispuestos bajo el cadáver estuvieran atentos si alguien se detenía ante el difunto y expresaba alguna emoción.
Pero la esposa del arquitecto, en cuanto su hijo le contó lo que había tenido qué hacer, se enfureció y lo ordenó que recuperara el cuerpo. El hijo, vestido de arriero, cargó dos odres llenos de vino de uva -que no de dátil- sobre una mula y avanzó lentamente hasta dónde colgaba el cuerpo de su hermano. Al llegar ante los guardias, disimuladamente, soltó el cordón que cerraba uno de los odres; el vino se desparramó a borbotones. Maldiciendo su suerte, y pegando el animal, logró que los guardias trataran de calmarlo y le ayudaran a recoger una parte del vino que corría por la calle. En agradecimiento, el arriero les regaló vino. Se sentaron a un lado, y siguieron bebiendo, hasta que los guardias cayeron borrachos, momento en que el arriero, aprovechando el descuido, descolgó el cuerpo de su hermano, lo escondió en un odre y lo cargó sobre la mula.
Cuando los guardias, avergonzados, acudieron a palacio, el faraón mandó que los ejecutaran, al mismo tiempo que se admiraba de la astucia y la destreza de los ladrones (¿no eran, acaso, hijos de arquitectos, capaces de doblar la resistencia de la materia y de idear los proyectos más descabellados?).
Entonces, el faraón ordenó a su hija predilecta que se vistiera de prostituta, entrara en un burdel, y solicitara a todos los clientes -atraídos por la belleza y la novedad de la hija del faraón- que le contaran, murmurando al oído, la mayor de las villanías que hubieran cometido.
Habiendo oído acerca de una nueva y esplendorosa prostituta y de sus excitantes deseos, el hijo del arquitecto violó una tumba, serró un brazo del cadáver y se dirigió al burdel, pidiendo ser atendido por la nueva recluta. Poco antes de salir, confió su secreto mejor guardado, pero, mientras la hija del faraón trataba de retenerlo, como su padre le había ordenado, y llamaba a los guardias, el hijo del arquitecto, aprovechando la confusión, le tendió el brazo desmembrado, que la joven retuvo, y se escabulló.
Fascinado de nuevo por las maquinaciones del ladrón, el faraón se rindió. Mando proclamar, en serio esta vez, que perdonaba al criminal y le ofrecía la mano de su hija. Sabía que, desde entonces, a su hija no le faltaría nada. El hijo del arquitecto sabría cómo sortear los envites del destino.
Desde entonces, esta historia se ha propagado; ¿cuántos escritores, como Pausanias, por ejemplo, no la han contando adaptándola a distintas circunstancias?
Para Joan Borrell, Albert Imperial, Marc Marín y Eric Rusiñol. hemos tenido todos que aplazar un año el sueño de hallar cámaras sepulcrales por recónditos desiertos, llenas, sin duda, de tesoros y alacranes.
sábado, 3 de agosto de 2013
viernes, 2 de agosto de 2013
Historia de dos ciudades: Mahón y Ciudadela (Menorca), según el obispo Severo (s. V)
Verano; calor; islas mediterráneas; lecturas, breves y claras, ligeras, veraniegas: por ejemplo, la carta-encíclica del obispo Severo.
Éranse dos ciudades en la isla de Menorca: Iammona (Ciudadela) y Magona (Mahón). Estamos a finales del imperio romano de Occidente, a principios del siglo V. La isla es segura, pero la península ibérica está asolada por los vándalos. Unos sesenta años más tarde caería Roma.
Magona estaba habitada mayoritariamente por judíos; Iammona, por cristianos. Aunque los judíos, en esta época, podían alcanzar ciertos cargos públicos de importancia en el imperio romano cristianizado, lo cierto era que Magona era vista como una mujer viuda, sabia, mayor que había perdido atractivos, mientras que Iammona era una novia engalanada. La lluvia era dulce, sabía a miel, en esta ciudad; era como el maná caído en el desierto. No hace precisar a qué olía Magona. Los judíos eran aceptados en Iammona, pero epidemias se desataban cuando llegaban; mientras Iammona acogía solo a animales domésticos, víboras y escorpiones eran habituales en Magona, donde granizaba, mientras que en Iammona el sol lucía como una esfera de oro sobre la iglesia.
Lejos, en los confines del imperio, en Jerusalén, había acontecido el segundo mayor descubrimiento de la cristiandad, tras el hallazgo de la santa cruz: las reliquias del primer mártir, san Esteban. El presbítero Orosio las guardó y las trajo por mar hacia Hispania, mas una tormenta y la inseguridad en la península había aconsejado que se depositaran en Menorca; en concreto, en Magona.
En cuanto los cristianos de Iamonna supieron del destino final de las santas reliquias, partieron prontamente y atravesaron la isla. Durante ocho días, se desató una guerra civil. La sinagoga fue derribada hasta los cimientos, y sobre ésta fue edificada una basílica. Los primeros judíos fueron apresados. Mas, las conversiones masivas, alentadas por el obispo Severo, que narró en una célebre cata-encíclica la historia, pusieron fin a lo que podía haber acabado con na masacre. Nadie murió. La conversión de los judíos de Menorca anunciaba la conversión de los israelitas, y la llegada a la Tierra Prometida.
Pero el carácter tan distinto de Magona y Iammona no se disipó. Por eso, Mahón se escuda tras persianas de librillo verde oscuras, siempre cerradas o entreabiertas, como ojos rajados suspicaces, mientras Ciudadela se abre alegremente a la mar.
El verano despierta esas extrañas historias.
Calor.
El texto de Severo se halla en latín, español, catalán e inglés.
Véase: http://www.larramendi.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000158
Éranse dos ciudades en la isla de Menorca: Iammona (Ciudadela) y Magona (Mahón). Estamos a finales del imperio romano de Occidente, a principios del siglo V. La isla es segura, pero la península ibérica está asolada por los vándalos. Unos sesenta años más tarde caería Roma.
Magona estaba habitada mayoritariamente por judíos; Iammona, por cristianos. Aunque los judíos, en esta época, podían alcanzar ciertos cargos públicos de importancia en el imperio romano cristianizado, lo cierto era que Magona era vista como una mujer viuda, sabia, mayor que había perdido atractivos, mientras que Iammona era una novia engalanada. La lluvia era dulce, sabía a miel, en esta ciudad; era como el maná caído en el desierto. No hace precisar a qué olía Magona. Los judíos eran aceptados en Iammona, pero epidemias se desataban cuando llegaban; mientras Iammona acogía solo a animales domésticos, víboras y escorpiones eran habituales en Magona, donde granizaba, mientras que en Iammona el sol lucía como una esfera de oro sobre la iglesia.
Lejos, en los confines del imperio, en Jerusalén, había acontecido el segundo mayor descubrimiento de la cristiandad, tras el hallazgo de la santa cruz: las reliquias del primer mártir, san Esteban. El presbítero Orosio las guardó y las trajo por mar hacia Hispania, mas una tormenta y la inseguridad en la península había aconsejado que se depositaran en Menorca; en concreto, en Magona.
En cuanto los cristianos de Iamonna supieron del destino final de las santas reliquias, partieron prontamente y atravesaron la isla. Durante ocho días, se desató una guerra civil. La sinagoga fue derribada hasta los cimientos, y sobre ésta fue edificada una basílica. Los primeros judíos fueron apresados. Mas, las conversiones masivas, alentadas por el obispo Severo, que narró en una célebre cata-encíclica la historia, pusieron fin a lo que podía haber acabado con na masacre. Nadie murió. La conversión de los judíos de Menorca anunciaba la conversión de los israelitas, y la llegada a la Tierra Prometida.
Pero el carácter tan distinto de Magona y Iammona no se disipó. Por eso, Mahón se escuda tras persianas de librillo verde oscuras, siempre cerradas o entreabiertas, como ojos rajados suspicaces, mientras Ciudadela se abre alegremente a la mar.
El verano despierta esas extrañas historias.
Calor.
El texto de Severo se halla en latín, español, catalán e inglés.
Véase: http://www.larramendi.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000158
martes, 30 de julio de 2013
La esfinge y la ciudad
1-2: Museo del Acrópolis, Atenas ; 3-4: Museo Nacional de Arqueología, Atenas; 5-6: Museo Cerámico: Atenas
Fotos: Tocho, marzo de 2013.
…. Y la Esfinge huyó al desierto de Egipto dónde quedó
petrificada. Era su castigo, cuenta una leyenda tardía.
Tiempo atrás, la esfinge era un monstruo femenino, un ser
híbrido con una cara de mujer sobre un cuerpo de león alado terminado con una
cola serpenteante. Su figura y sus acciones
tenían una augusta y fiera descendencia. La esfinge era, ora hija del
monstruo viperino Equidna, madre también del León de Nemea (contra el que
Heracles lucharía), ora nieta suya e hija de la Quimera, otro monstruo con
testa de león cuyas fauces echaban fuego.
El rey Layo quedó prendado de Crisipo, un joven príncipe de
un reino vecino, cuya educación le fue encomendada. Después de que lo raptara y
lo violara, su padre, Pélope –en cuyo honor Heracles instituyó los Juegos
Olímpicos-, lanzó una maldición contra los varones del linaje real de Tebas, y
asentó a la esfinge ante las puertas de la ciudad.
El hijo de Layo y la reina Yocasta fue la primera víctima de
la maldición. En efecto, antes de que Edipo –que significa Pies Hinchados, lo que
denota que pronto Edipo andaría más, sus andanzas causarían el mal- naciera, un
oráculo anunció que causaría la desgracia de sus padres. Apenas alumbrado, fue
confiado a unos pastores para que lo abandonaran en el bosque, pero éstos lo
confiaron al rey de Corinto, o lo cuidaron. Edipo creció, supo que había sido
adoptado, inquirió a Apolo, el dios de las profecías, acerca de su suerte, y
supo que mataría a su padre y se esposaría con su madre. Huyo de Corinto. Sus pasos le llevaron hacia
Tebas. En camino, un anciano le bloqueaba el paso. Furioso, sin quererlo, le
asentó un golpe fatal.
La esfinge, que moraba en un alto que dominaba la ciudad,
devoraba a los viajeros y detenía a quienes querían entrar o salir de Tebas.
Les lanzaba una pregunta: un acertijo, un enigma (término que deriva del griego
ainos: palabra cargada de sentido,
por tanto fábula, cuento, que los cuentos cuentan verdades). La esfinge moraba
fuera de la ciudad. No tenía cabida en ella. Simbolizaba los valores de la
barbarie, opuestos a los de la ciudad. El encuentro con Edipo era inevitable:
ambos se encararon, se miraron. Edipo se vio reflejado en la esfinge. Se reconoció.
No sabía quién era, en verdad. El encaramiento con la esfinge fue el primer
paso para el fatal descubrimiento de sí mismo. Ambos eran el espejo del otro. Por
eso pudo descifrar los enigmas que la esfinge planteaba. Se trataba de
cuestiones básicas sobre el cosmos y el ser humano. La esfinge inquiría sobre
la condición del hombre y del mundo. Preguntas que solo Edipo, o un filósofo,
podía responder: “¿qué es un ser que es a la vez progenitor y hermano de otro?”;
y: “¿quién es quién nace con cuatro miembros, vive con dos y declina con tres?”.
Una figura de pies retuertos, capaz por tanto de explorar vías “alternativas”,
nunca holladas, singulares, y de enfrentarse a peligros físicos y “existenciales”,
podía responder: el día y la noche, por un lado, y anthropos (el ser humano), por otro. Resuelto el misterio, la
esfinge se precipitó al vacío, o huyó al desierto, el espacio dónde los hombres
no podían vivir.
Edipo pudo entonces entrar en Tebas, cuyo rey acababa de ser
asesinado, y recibir el premio por haber librado a la ciudad del monstruo:
recibir la mano de la reina Yocasta –su madre.
El resto de la historia es conocido. Los oráculos divinos
siempre se cumplían. Edipo, como la esfinge, no cabía en la ciudad. Se arrancaría los ojos –lo que le llevaría a
otear el mundo con la más aguda y certera mirada interior-, y huiría como si
fuera un apestado, un chivo expiatorio o pharmakos,
llevándose consigo el mal que introdujo en la ciudad. Era un doble de
laesfinge. Su partida refundó la ciudad, liberada.
LAURENT MARESCHAL (1975): THE CASTLE (EL CASTILLO, 2010-2011)
Laurent Mareschal es un artista francés instalado a menudo en Israel.
Este vídeo, muy recomendable, que forma parte de una reciente video-instalación, muestra como niños árabes y hebreos, en una escuela primaria, juegan juntos construyendo castillos de arena, necesariamente efímeros.
Véase la obra en: http://vimeo.com/43422780
Indico legalmente la dirección del vídeo The Castle, pues al ser una filmación Vimeo Premium, es imposible "colgarla".
Esta obra fue proyectada en el festival de video-arte LOOP en Barcelona en junio de 2012
Véase también esta filmación comentada de la obra:
http://www.ntd.tv/en/news/world/middle-east-/-africa/20111020/67024-artworks-with-a-message.html
lunes, 29 de julio de 2013
PIER PAOLO PASOLINI (1922-1975): LE MURA DI SANA (LOS MUROS DE SANA, 1970-1971)
Agradezco a Linterna Mágica la información sobre este extraordinario documental sobre el sentido de la arquitectura.
CLAUDIA SCHNEIDER (1970): EL FERVOR DE LA ESPERANZA (2007)
Claudia Schneider no necesita apoyo alguno (como seguro tampoco lo necesita Joan Borrell, en la entrada anterior); por el contrario, su inclusión en Tocho sí apoya a este blog.
Arquitecta hispano-alemana y mezzo-soprano (canta en todas las obras de Carles Santos, y es miembro del Liceo de Barcelona, quizá la mejor de España, con un repertorio que incluye a Purcell y a compositores contemporáneos); fue becaria de la Universidad Politécnica de Cataluña en la Sección de Estética (UPC-ETSAB) en 1996.
De nuevo, música y arquitectura.
Con la desaparición de la sección de estética de la escuela de arquitectura de Barcelona se pierde, quizá, el encuentro con talentos, que no necesitan de escuela alguna, como Claudia Schneider.
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