lunes, 16 de diciembre de 2013

CHARLES DEMUTH (1883-1935): LOS MONUMENTOS MODERNOS URBANOS (1919-1932)










My Egypt






































Si no fuera por la extraordinaria acuarela que representa a una desvencijada escalera interior de madera, con dos tramos en inestable equilibrio (Museo de Arte Moderno, Nueva York), y que denota la admiración que el artista sentía por su amigo Marcel Duchamp, por Mi Egipto, otra acuarela (la sexta de la selección aquí mostrada) con la efigie de silos henchidos, semejantes a columnas egipcias masivas, coronados por un cuerpo que recuerda un frontón, que recrea, precisamente, en clave moderna, la pujanza de la arquitectura faraónica -descubierta tras el  impacto de la tumba de Tutankhamon-, y por que las imágenes de los paisajes suburbanos industriales norteamericanos, limpios y desolados, coinciden con o evocan los recuerdos de las películas de los años treinta y cuarenta -que han forjado el imaginario europeo de la ciudad, el espacio y los modos de vida norteamericanos-, quizá Charles Demuth hubiera pasado desapercibido para un europeo.

Acuarelista especializado en bodegones y en escenas de cabaret y carnavalescas, hoy un tanto olvidadas u olvidables, entre 1919 y 1933, tras largas estancias en París, y el conocimiento en directo del Orfirmo (una modalidad del cubismo, pletórico de luz, fundado y practicado por Robert Delaunay), Charles Demuth, amigo de los pintores norteamericanos Charles Sheeler y John Marin -también calificados de Preciosistas-, retrató una y otra vez los tejados puntiagudos encajados, entre cables y escaleras metálicas, como piezas de una vidriera, las altas y nerviosas chimeneas domésticas e industriales, los gruesos depósitos de agua oxidados, los postes telegráficos y la infinita red de cables eléctricos que tensan y rayan el cielo azul metálico, es decir una especie de ciudad celestial, posada sobre la ciudad de los hombres, su ciudad natal, Lancaster, necesariamente desierta, contemplada desde la tierra. En ocasiones, se diría que la ciudad es una nave, un velero pautado por mástiles y cables que, quizá por la deformación cubista o la multiplicidad de puntos de vista, se inclinan como si la tierra los sacudiera o los cables afilados astillaran tejados a dos aguas, frontones y terrazas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

JIMMY PICKER ( 1949): A SUNDAE IN NEW YORK (DOMINGO EN NUEVA YORK, 1982)



Oscar al mejor cortometraje en 1984.

CHARLES SIMONDS (1935): DWELLINGS (MORADAS, 1970-2013)























Érase un tiempo en que la tierra, antes que por los seres humanos, estaba poblada por los Little People, el Pueblo Menudo. Eran semi-nómadas. Moraban en cuevas y hondonadas, abrigos naturales, concavidades rehundidas en montes y acantilados. Pero llegó la hora de los hombres predadores. Conquistaron el mundo. Construyeron ciudades que fueron gangrenando el espacio. Los Little People menguaron; y desaparecieron, o se refugiaron en las fallas de la tierra. Ya nadie los volvió a ver.
Las ciudades que los hombres levantaron crecieron, y se resquebrajaron. Los edificios se arruinaban y decaían; la hierba crecía de nuevo entre las placas de hormigón.
Un creador pensó que los Little People podrían, quizá, levantar de nuevo la cabeza. Por si eso ocurriera, Charles Simonds, un artista ¿conceptual? norteamericano, empezó a modelar, en y a partir de 1970, diminutas ciudades de barrio en las grietas de los muros, los desconches, las regatas mal tapiadas y, al resguardo del viento y la lluvia, las quicios de las ventanas rehundidas de altos edificios en ciudades o, como si fueran nidos, bajo las campanas metálicas de las chimeneas que almenan los mansiones de metrópolis como Nueva York, París, Londres, Berlín o Shanghai. Así, los Little People podrían de nuevo cobijarse. Sus ciudades fugaces volverían mientras las urbes humanas se hundirían -o se están hundiendo.
Las moradas y las urbes de Simonds están hechas de adobe. Pasan desapercibidas, y se mantienen lo que la lluvia, el viento y los transeúntes  permiten. Se inspiran en la arquitectura de los Pueblo, tríbus nativas del sur de los Estados Unidos que vivían en edificios construidas en las grandes concavidades de las paredes rocosas de los abruptos tajos que cortan la gran meseta arbolada de Mesa Verde.

Simonds construye estas ciudades temporales e invisibles desde hace cuarenta y tres años. Hoy ya no se le considera un vándalo urbano. Por eso, algunas se han refugiado, lejos de la vista de los humanos, en rincones de edificios públicos. Así, si uno se asoma por el hueco de escalera del Museo Whitney de Nueva York, descubre, con sorpresa, si agudiza la vista, en una pequeña repisa esquinada, decenas de metros más abajo, una mota de barro, casi un resto de una obra olvidada, en la que, fijándose bien, se intuyen diminutas casas que brotan de la tierra, una promesa de vida en el museo, cuando los visitantes partes y las luces enmudecen.

Nota: Dwellings, un cortometraje documental sobre el trabajo de Simonds, de 1972, fue incluido el domingo 24 de octubre de 2010 en este blog Tochoocho.

Véase también otro documental sobre el trabajo de este artista, Dwellings-Winter, de 1974, en el portal legal Ubuweb, así como la página web del artista.

Este artista ha expuesto en Barcelona, en 1994 y, recientemente, en Bilbao. Pero las ciudades de los Little People solo tienen sentido cuando no se exponen a la vista, precisamente, cuando pasan desapercibidas -y se descubren si se mira atentamente y se piensa en las grietas de nuestras ciudades. Es entonces cuando los Little People acuden acaso en nuestra ayuda.

sábado, 14 de diciembre de 2013

THE HAXAN CLOAK (BOBBY KRLIC, 1985): EXCAVATION (2013)

Bustos egipcios tardíos (Walters Art Museum, Baltimore)











Fotos: Tocho, Joan Borrell (Baltimore, Noviembre de 2013)

La imagen humana en el Egipto faraónico -efigies, que no retratos individualizados expresando sentimientos o emociones, de monarcas y dignatarios- apenas varió en tres mil años de historia. Rostros lisos, con rasgos vagamente africanos, de mirada fija, labios sensuales y  expresión serena o indiferente a las contingencias humanas. La edad, indefinida, aunque casi siempre jóvenes, salvo algunos bustos de ancianos, casi, el rostro ajado por arrugas, aunque indiferente ante los envites del tiempo, denotando superioridad sobre el avance inclemente de éste.
Sin embargo, se suele afirmar que las efigies tardías, sobre todo todo de época ptolemaica, todo y la perfección técnica, no son sino ejercicios virtuosísticos carentes de grandeza. Una repetición mecánica y algo patética de los logros del Imperio Antiguo; una voluntad, carente de sentido, de recuperar un hálito, una fe en la divinidad faraónica, definitivamente perdida. Al mismo tiempo, la influencia helenística destiñe en los rostros cada vez más individualizados, que pierden así el noble desapego a las peculiaridades, miserias y contingencias humanas.
El Museo de Arte Walters, de Baltimore, posee una buena colección de antigüedades mediterráneas. Entre éstas, destaca la colección egipcia, notable, precisamente, en bustos ptolemaicos, de tamaños diversos. Entre éstos, sobresale el que se considera luna de las obras maestras de la "retratística" egipcia. Este busto, de piedra negra, de tamaño natural, domina, con sus óculos negros (perdidas las incrustaciones), a los visitantes. Pertenece a otro mundo.
Otros bustos, más pequeños, también son el testimonio del descubrimiento de la humanidad por parte del imperio declinante, ciertamente, sin que esta caída pida la conmiseración de los humanos sino que les revela lo que son (somos). Sí son humanos en su aceptación lúcida y triste de nuestra condición.
Quizá debiéramos pensar que, muy al contrario de los juicios recibidos, las efigies ptolemaicas establecen la transición de los divino a lo humano, expresan, de algún modo, una cierta encarnación de lo divino. La noción de lo humano que se expresa no denota, empero, hastío o desprecio, desengaño, burla o condescendencia, sino serenidad no exenta de tristeza, sosiego y comprensión plena de la humanidad. Saben lo que somos y lo aceptan, asumen dicha condición.