Quizá sea la fotógrafa norteamericana Bernice (o Berenice) Abbott la primera que, tras varios en París, en contacto con Man Ray, retrató la ciudad de Nueva York según un plan establecido: Nueva York vista como la República platónica. un trabajo seriado, en parte encargado por la municipalidad, que se anticipó al tipo de enfoque artístico de los años sesenta.
Por un lado, los rascacielos y las obras de ingeniería, vistas desde la calle, o desde el cielo, pujantes maquinarias perfectas, deshabitadas, libres de las turbulencias de la vida, casi ideales, ascendiendo o extendiéndose sin que las nubes ni los ríos las detengan; luego, en un nivel inferior, la calle: paseantes, habitantes, comerciantes, vendedores, transportistas ufanándose a la sombra de los rascacielos o tras las umbrías pérgolas metálicas de las vías elevadas de trenes y metropolitanos aéreos; una ciudad atestada de signos y mercancías a través de la cual los habitantes, que han creado esta multiplicidad de imágenes y objetos -los cuales reflejan a las ciudadanos-, se abran paso con dificultad, una ciudad reflejada casi siempre horizontalmente, en la que los rascacielos aparecen, como murallas aserradas, a lo lejos, entre nubes y humo; y, por fin, un tercer y último nivel, casi a nivel de la acera o la calzada, que retrata, en imágenes de las que los afilados rascacielos desaparecen, como formas inalcanzables, inconcebibles, a los desheredados, echados a y en la calle; el nivel más bajo en el que paradójicamente, se descubre al fin el rostro humano, el verdadero rostro de la ciudad.
Hoy Berenice Abbott, quizá apagada durante unos años, recuperada por el Jeu de Paume de París, en 2012, y próximamente en el Centro Barbican de Londres, vuelve a aparecer como quien mejor supo traducir la vida y la piedra de una metrópoli.