Así como la piedra y el mármol evocan la eternidad, la arcilla suscita imágenes sobre el destructor paso del tiempo. La obra de arcilla se desmorona rápidamente.
En Mesopotamia central y sureña, en el mundo sumero-acadio, la piedra escaseaba. Por el contrario, la arcilla, procedente de las riberas del Tigris y el Éufrates, y del fondo de las marismas del delta de los ríos, abundaba.
La riqueza de las marismas era tal que fueron divinizadas. Eran el Abzû, las aguas de la Sabiduría, y su carne, el barro, fue la materia con la que se moldeó a los primeros seres humanos y se les construyo refugios.
El ladrillo de adobe -y de terracota, en algunos casos (la falta de madera impedía obtener fuegos suficientes para cocer ladrillos de barro) fue el elemento básico, y casi único, de construcción. Algunos estudiosos lo han comparado con letras o con notas, con los que componer edificios.
Pese a la poca durabilidad del adobe, éste no fue despreciado. Por el contrario, era visto como el fundamento de la arquitectura.
Ladrillo, en sumerio, se decía
sig4. El signo cuneiforme correspondiente tenía varias lecturas. Destacaban cuatro: muro de ladrillo, edificio, ciudad. y Kulla, el dios de los ladrillos engendrado por Enki, el dios de magia y la arquitectura a partir del barro extraído del fondo de su madre, la diosa-madre Abzû,
Un ladrillo era pues una metonimia de una obra. Un ladrillo era una ciudad. Aunque no todos los edificios hubieran sido construidos con ladrillos de adobe, la importancia del adobe era tal que su sola mención evocaba toda una ciudad. Un ladrillo ya era un muro, la estructura básica de un edificio, el origen de una urbe. Todos estos elementos, del aparejo a la ciudad, estaban ya presentes en la figura de un ladrillo cuya forma geométrico introducía los ejes y las formas geométricas fundamentales con los que organizar y compartimentar el espacio.
La relación entre ambos términos era tan estrecha que los mesopotámicos consideraban que los ladrillos habían engendrado a la ciudad. Ésta estaba contenida en ciernes en aquél. Un ladrillo era una semilla. Su sola presencia o mención anunciaba lo que estaba por venir, un edificio o una ciudad. Entre los distintos tipos de ladrillo, destacaba el ladrillo del destino, un tipo de objeto de difícil equiparación hoy, pero que debía ser una pieza que garantizaba que la obra iniciada llegaría a buen puerto, se desarrollaría a partir de dicho ladrillo. El ladrillo o el adobe era, pues, un ente vivo que alumbraba una construcción que protegería a los humanos, hijos también del adobe, un materia viva puesto que procedía del vientre de la diosa-madre.
En verdad, el limitado ciclo vital del adobe no era un problema. Un adobe evocaba la vida, el nacimiento y la muerte- frente a la piedra que, al no variar, evocaba más bien la ausencia de hálito vital, es decir, la muerte.