Acceso
Ámbito Uno: la casa proyectada
Ámbito Dos: la casa construida
Ámbito tres: la casa protegida
Ámbito Cuatro: la casa vivida
Ámbito Cinco: sala de proyección
Fotos: Tocho, septiembre de 2016
Dirección del museo: Pilar Vélez
Dirección de la exposición: Pedro Azara
Asesoramiento: María Antonia Casanovas
Documentación: María Antonia Casanovas, Isabel Fernández, Pedro Azara, Marc Marín
Diseño del montaje: Albert Imperial & Pedro Azara, con Marina Bellver, Marc Marín y Jordi Juanola
Filmaciones, proyecciones y recreaciones virtuales: Felipe de Ferrari y 0300 tv / Marc Marín, Joan Borrell, Jordi Juanola, Albert García-Alzorriz, Jacopo Meneghin
Diseño gráfico: Quim Pintó (PFP, disseny gráfic)
Construcción del montaje: Croquis
CASAS DE BARRO
PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICÍÓN DE OBRA
“(…) llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.”
(Bertolt Brecht)
para mostrar al mundo cómo era su casa.”
(Bertolt Brecht)
“ojaló que el
ladrillo que a puro riesgo traje
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
(Mario Benedetti)
Los mitos lo cuentan y los hallazgos arqueológicos lo
confirman. El barro crudo, junto con elementos vegetales, y el barro cocido han
sido, en casi todas las culturas, los materiales de creación y construcción más
usuales. Los mismos dioses que modelaron los primeros seres humanos con barro fueron
los que les construyeron los primeros refugios con el mismo material y les
enseñaron a trabajar éste. Barro y terracota dado lugar a útiles, fetiches y
refugios. El color, la textura y la maleabilidad del barro lo asociaron a la
carne. La necesaria unión de tierra, agua, aire y fuego, los cuatro elementos
básicos, ha permitido que la cerámica sea considerada un material valioso.
El imaginario del barro es complejo. Por un lado el barro
resulta de la pudrición de elementos –el lodo tiene una imagen negativa,
asociada al mal- pero por otro se resarce o se redime cuando se convierte en un
material “edificante”. Su color negro, opaco, su falta de consistencia o su
consistencia blanda, repulsiva, evoca la descomposición, la muerte; pero, sin
embargo, estas cualidades son propias de lo informe, lo primigenio, que acepta
cualquier formación y deformación, por lo que se convierte en la materia misma
de la creación, la causa primera de la misma. Diosas-madre, primigenias como
Nammu, en Mesopotamia, asociadas a las aguas matriciales de las marismas del
delta del Tigris y el Éufrates, no tenían ninguna forma antropomórfica ni
teriomórfica reconocible, sino que eran
el lodo divinizado, fértil y fecundo. Antiguamente, y aun hoy en algunas
ladrillerías artesanas supervivientes, el barro con el que se moldeaban piezas
de adobe, se obtenía con una mezcla de arcilla, arena (o elementos vegetales) y
agua que se dejaba “pudrir” durante semanas en una charca o un recipiente a fin
de obtener una materia moldeable. Los hornos necesarios para la cocción se
ubicaban en la periferia de los núcleos habitados, cerca de los cementerios, en
cuyas tumbas se ofrendaban piezas de cerámica, por lo que ésta se ha asociado
tanto a la vida cuanto a la rigidez de muerte. El ruido que la cerámica produce
al ser golpeaba es sordo, muy distinto del tintineo de los recipientes de metal
que usaban o exhibían como bienes los seres vivos.
La cerámica se distingue de la mezcla de agua, arcilla
depurada y arena o fibras vegetales que otorgan consistencia, que constituye el
adobe, por la cocción que lo rigidiza. Así, la forma aplicada al barro perdura.
Éste gana dureza y pierde flexibilidad. Vence al tiempo pero no se adapta a él.
Fábulas cuentan los sueños rotos que la cerámica despierta cuando su aparente
solidez se quiebra de y por un golpe. Mientras que la madera se amolda a las
presiones y la piedra levanta murallas indestructibles, el adobe y la
terracota, más cálidos que la fría y muda piedra, se desmoronan o se agrietan.
Sin embargo, su aparente modestia o pobreza han evitado que las piezas
cerámicas sean deseadas como los materiales preciosos por lo que han escapado
al saqueo y la destrucción intencionada. Se trata de un material modesto, fácil
de usar, siempre al alcance de la mano. Si la terracota exige la connivencia
con el fuego, no siempre fácil de lograr (de ahí que los ceramistas hayan sido
juzgados como hechiceros, cercanos a los herreros, y a los demonios), el adobe,
con el que se puede levantar un techo protector en poco tiempo, no requiere
fuerza ni especial destreza. Un muro de tapia, o un ladrillo de adobe, pueden
requerir tiempo, ya que la fabricación enteramente manual de una pieza de barro
secado al sol o cocido en un horno requiere casi dos meses, y solo se puede
moldear durante unos pocos meses al año, cuando el calor y la sequedad del
suelo son elevados, pero no exige fuerza ni agudeza.
De obra es una exposición monográfica que destaca algunos de los
usos más comunes de la cerámica en la construcción en el Mediterráneo, desde la
antigüedad hasta nuestros días. Las primeras grandes construcciones conocidas
tanto de arcilla cuanto de cerámica ocurrieron en Mesopotamia –donde la piedra
escaseaba- y en el Egipto antiguo antes de que el arquitecto Imhopeh, en la
primera mitad del tercer milenio aC, descubriera o empleara por vez primera sillares
de piedra en el recinto funerario de Saqqara en sustitución de ladrillos. Los
primeros ladrillos existen desde hace once mil años. Se han hallado en la
ciudad de Jericó, en el Levante del Mediterráneo oriental, ladrillos de adobe
de forma oblonga. Ésta resultaba de la presión de la mano. Por otra parte,
imitaban la forma de los cantos de río con los que se levantaban las primeras
chozas. Presentaban una cara aplanada en la que con un dedo se practicaban
hendiduras que permitían que el mortero (barro) se agarrara mejor a las piezas.
Se empleaban, al igual que los guijarros, para levantar construcciones de
planta circular. Estos primeros ladrillos fueron reemplazados por piezas
moldeadas de planta rectangular o cuadrada hacia el sexto milenio aC. Antes del uso de moldes regulares, durante el
séptimo milenio aC, dos estrechas planchas de madera servían para aplanar las
caras de ladrillos estrechos y muy largos moldeados a mano. En un primer
momento, el molde se utilizaba para acabar de conformar ladrillos conformados a
mano y darles un mismo tamaño, por lo que la cara superior solía estar abombada
lo que dificultaba el encaje de las piezas. Los ladrillos plano-convexos se
disponían inclinados a cuarenta y cinco grados. Posteriormente, los ladrillos
fueron enteramente fabricados con un molde de madera rellenado de barro, un
trabajo más lento que el anterior pero con unos resultados superiores. Las
caras paralelas permitían una mejor distribución. Los ladrillos de forma
geométrica se apilaban fácilmente. Su invención cambió el arte de la
construcción y el imaginario espacial. Los edificios pudieron modularse,
construirse a partir de volúmenes rectos, y ampliarse sin grandes cambios,
prolongando los muros cuando fuera necesario, lo que, en cambio, no podía
lograrse en construcciones de planta circular. Grecia levantó monumentos de
mármol, pero Roma volvió a la construcción de obra, una técnica que los árabes
asumieron y divulgaron.
El vitrificado, que exige una segunda cocción a fin que el
recubrimiento de sílice cristalice, se descubrió en Mesopotamia a mediados del
segundo milenio aC. Se sigue practicando hoy comúnmente como recubrimiento de
azulejos. Aportó a las construcciones el
color y el brillo propio de los metales y las piedras y los mármoles pulidos,
unos materiales más costosos y difíciles de manejar. Pues el adobe, que no
requiere cocción, y la cerámica vitrificada o no, a través del ladrillo, las
placas de terracota y los enlucidos de arcilla, simplificaron y abarataron la
construcción gracias a la producción seriada hecha con moldes.
Las deficiencias energéticas del vidrio, el hormigón y el
metal en arquitectura, y los nuevos procesos constructivos cerámicos que no
exigen una mano de obra especializada, han logrado que, hoy, la cerámica, hasta
entonces considerada anticuada e inadaptada a altos edificios de planta libre, sea
considerada de nuevo como un material poco costoso que facilita que la
arquitectura halle su lugar en la tierra y constituya espacios habitables y
humanos.
De obra expone unas
trescientas piezas cerámicas constructivas, mágicas o decorativas (tres
funciones indispensables para lograr espacios habitables), antiguas, clásicas y
modernas. Han sido escogidas por su belleza y por su capacidad de evocar
imágenes de espacios adaptados a las necesidades humanas; objetos de barro y de
terracota manufacturados, piezas casi siempre singulares pese a la existencia
de moldes, que revelan qué imágenes los hombres se han hecho de su entorno
construido. Las obras escogidas no constituyen un muestrario de materiales de
construcción sino que son recuerdos de casas desaparecidas, supervivientes
capaces aún de evocar, de rememorar el hogar perdido. Son piezas que han
vivido, que tienen una historia de casas construidas, abandonadas o derribadas,
historias que las piezas actuales industriales no podrán contar porque nos
asusta lo que denota la huella imborrable del paso del tiempo. Formaron (parte
de) un hogar. Piezas que no tenían sentido aisladas y desconectadas sino solo
en relación con otras obras similares a fin de levantar muros y techos
protectores, para ofrecer cobijos. Cada pieza formaba parte de un espacio
habilitado para la vida humana y es un testimonio de las relaciones, armoniosas
o a la defensiva, del ser humano con el exterior, capaz de recrear la tierra,
una tierra apta para la vida, con tierra, o de enterrarla.