jueves, 15 de septiembre de 2016

De obra. Cerámica aplicada a la arquitectura (Museo del Diseño, Barcelona, septiembre de 2016-enero de 2017): una visita de la exposición. Textos e imágenes


Acceso



























Ámbito Uno: la casa proyectada










































Ámbito Dos: la casa construida























Ámbito tres: la casa protegida















Ámbito Cuatro: la casa vivida























Ámbito Cinco: sala de proyección







Fotos: Tocho, septiembre de 2016

Dirección del museo: Pilar Vélez
Dirección de la exposición: Pedro Azara
Asesoramiento: María Antonia Casanovas
Documentación: María Antonia Casanovas, Isabel Fernández, Pedro Azara, Marc Marín
Diseño del montaje: Albert Imperial & Pedro Azara, con Marina Bellver, Marc Marín y Jordi Juanola
Filmaciones, proyecciones y recreaciones virtuales: Felipe de Ferrari y 0300 tv / Marc Marín, Joan Borrell, Jordi Juanola, Albert García-Alzorriz, Jacopo Meneghin
Diseño gráfico: Quim Pintó (PFP, disseny gráfic)
Construcción del montaje: Croquis



CASAS DE BARRO

PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICÍÓN DE OBRA

“(…) llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.”

 (Bertolt Brecht)                                                        

“ojaló que el ladrillo que a puro riesgo traje
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
a mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa.”
(Mario Benedetti)

Los mitos lo cuentan y los hallazgos arqueológicos lo confirman. El barro crudo, junto con elementos vegetales, y el barro cocido han sido, en casi todas las culturas, los materiales de creación y construcción más usuales. Los mismos dioses que modelaron los primeros seres humanos con barro fueron los que les construyeron los primeros refugios con el mismo material y les enseñaron a trabajar éste. Barro y terracota dado lugar a útiles, fetiches y refugios. El color, la textura y la maleabilidad del barro lo asociaron a la carne. La necesaria unión de tierra, agua, aire y fuego, los cuatro elementos básicos, ha permitido que la cerámica sea considerada un material valioso.
El imaginario del barro es complejo. Por un lado el barro resulta de la pudrición de elementos –el lodo tiene una imagen negativa, asociada al mal- pero por otro se resarce o se redime cuando se convierte en un material “edificante”. Su color negro, opaco, su falta de consistencia o su consistencia blanda, repulsiva, evoca la descomposición, la muerte; pero, sin embargo, estas cualidades son propias de lo informe, lo primigenio, que acepta cualquier formación y deformación, por lo que se convierte en la materia misma de la creación, la causa primera de la misma. Diosas-madre, primigenias como Nammu, en Mesopotamia, asociadas a las aguas matriciales de las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, no tenían ninguna forma antropomórfica ni teriomórfica reconocible,  sino que eran el lodo divinizado, fértil y fecundo. Antiguamente, y aun hoy en algunas ladrillerías artesanas supervivientes, el barro con el que se moldeaban piezas de adobe, se obtenía con una mezcla de arcilla, arena (o elementos vegetales) y agua que se dejaba “pudrir” durante semanas en una charca o un recipiente a fin de obtener una materia moldeable. Los hornos necesarios para la cocción se ubicaban en la periferia de los núcleos habitados, cerca de los cementerios, en cuyas tumbas se ofrendaban piezas de cerámica, por lo que ésta se ha asociado tanto a la vida cuanto a la rigidez de muerte. El ruido que la cerámica produce al ser golpeaba es sordo, muy distinto del tintineo de los recipientes de metal que usaban o exhibían como bienes los seres vivos.
La cerámica se distingue de la mezcla de agua, arcilla depurada y arena o fibras vegetales que otorgan consistencia, que constituye el adobe, por la cocción que lo rigidiza. Así, la forma aplicada al barro perdura. Éste gana dureza y pierde flexibilidad. Vence al tiempo pero no se adapta a él. Fábulas cuentan los sueños rotos que la cerámica despierta cuando su aparente solidez se quiebra de y por un golpe. Mientras que la madera se amolda a las presiones y la piedra levanta murallas indestructibles, el adobe y la terracota, más cálidos que la fría y muda piedra, se desmoronan o se agrietan. Sin embargo, su aparente modestia o pobreza han evitado que las piezas cerámicas sean deseadas como los materiales preciosos por lo que han escapado al saqueo y la destrucción intencionada. Se trata de un material modesto, fácil de usar, siempre al alcance de la mano. Si la terracota exige la connivencia con el fuego, no siempre fácil de lograr (de ahí que los ceramistas hayan sido juzgados como hechiceros, cercanos a los herreros, y a los demonios), el adobe, con el que se puede levantar un techo protector en poco tiempo, no requiere fuerza ni especial destreza. Un muro de tapia, o un ladrillo de adobe, pueden requerir tiempo, ya que la fabricación enteramente manual de una pieza de barro secado al sol o cocido en un horno requiere casi dos meses, y solo se puede moldear durante unos pocos meses al año, cuando el calor y la sequedad del suelo son elevados, pero no exige fuerza ni agudeza.

 De obra es una exposición monográfica que destaca algunos de los usos más comunes de la cerámica en la construcción en el Mediterráneo, desde la antigüedad hasta nuestros días. Las primeras grandes construcciones conocidas tanto de arcilla cuanto de cerámica ocurrieron en Mesopotamia –donde la piedra escaseaba- y en el Egipto antiguo antes de que el arquitecto Imhopeh, en la primera mitad del tercer milenio aC, descubriera o empleara por vez primera sillares de piedra en el recinto funerario de Saqqara en sustitución de ladrillos. Los primeros ladrillos existen desde hace once mil años. Se han hallado en la ciudad de Jericó, en el Levante del Mediterráneo oriental, ladrillos de adobe de forma oblonga. Ésta resultaba de la presión de la mano. Por otra parte, imitaban la forma de los cantos de río con los que se levantaban las primeras chozas. Presentaban una cara aplanada en la que con un dedo se practicaban hendiduras que permitían que el mortero (barro) se agarrara mejor a las piezas. Se empleaban, al igual que los guijarros, para levantar construcciones de planta circular. Estos primeros ladrillos fueron reemplazados por piezas moldeadas de planta rectangular o cuadrada hacia el sexto milenio aC.  Antes del uso de moldes regulares, durante el séptimo milenio aC, dos estrechas planchas de madera servían para aplanar las caras de ladrillos estrechos y muy largos moldeados a mano. En un primer momento, el molde se utilizaba para acabar de conformar ladrillos conformados a mano y darles un mismo tamaño, por lo que la cara superior solía estar abombada lo que dificultaba el encaje de las piezas. Los ladrillos plano-convexos se disponían inclinados a cuarenta y cinco grados. Posteriormente, los ladrillos fueron enteramente fabricados con un molde de madera rellenado de barro, un trabajo más lento que el anterior pero con unos resultados superiores. Las caras paralelas permitían una mejor distribución. Los ladrillos de forma geométrica se apilaban fácilmente. Su invención cambió el arte de la construcción y el imaginario espacial. Los edificios pudieron modularse, construirse a partir de volúmenes rectos, y ampliarse sin grandes cambios, prolongando los muros cuando fuera necesario, lo que, en cambio, no podía lograrse en construcciones de planta circular. Grecia levantó monumentos de mármol, pero Roma volvió a la construcción de obra, una técnica que los árabes asumieron y divulgaron.
El vitrificado, que exige una segunda cocción a fin que el recubrimiento de sílice cristalice, se descubrió en Mesopotamia a mediados del segundo milenio aC. Se sigue practicando hoy comúnmente como recubrimiento de azulejos. Aportó a las construcciones  el color y el brillo propio de los metales y las piedras y los mármoles pulidos, unos materiales más costosos y difíciles de manejar. Pues el adobe, que no requiere cocción, y la cerámica vitrificada o no, a través del ladrillo, las placas de terracota y los enlucidos de arcilla, simplificaron y abarataron la construcción gracias a la producción seriada hecha con moldes.
Las deficiencias energéticas del vidrio, el hormigón y el metal en arquitectura, y los nuevos procesos constructivos cerámicos que no exigen una mano de obra especializada, han logrado que, hoy, la cerámica, hasta entonces considerada anticuada e inadaptada a altos edificios de planta libre, sea considerada de nuevo como un material poco costoso que facilita que la arquitectura halle su lugar en la tierra y constituya espacios habitables y humanos.
De obra expone unas trescientas piezas cerámicas constructivas, mágicas o decorativas (tres funciones indispensables para lograr espacios habitables), antiguas, clásicas y modernas. Han sido escogidas por su belleza y por su capacidad de evocar imágenes de espacios adaptados a las necesidades humanas; objetos de barro y de terracota manufacturados, piezas casi siempre singulares pese a la existencia de moldes, que revelan qué imágenes los hombres se han hecho de su entorno construido. Las obras escogidas no constituyen un muestrario de materiales de construcción sino que son recuerdos de casas desaparecidas, supervivientes capaces aún de evocar, de rememorar el hogar perdido. Son piezas que han vivido, que tienen una historia de casas construidas, abandonadas o derribadas, historias que las piezas actuales industriales no podrán contar porque nos asusta lo que denota la huella imborrable del paso del tiempo. Formaron (parte de) un hogar. Piezas que no tenían sentido aisladas y desconectadas sino solo en relación con otras obras similares a fin de levantar muros y techos protectores, para ofrecer cobijos. Cada pieza formaba parte de un espacio habilitado para la vida humana y es un testimonio de las relaciones, armoniosas o a la defensiva, del ser humano con el exterior, capaz de recrear la tierra, una tierra apta para la vida, con tierra, o de enterrarla.