El título de una obra es una clave. Da pistas sobre el posible significado de aquélla. Permite abordar su interpretación, tener la esperanza que la obra será comprensible, que se podrá acceder a su "mensaje", que se podrá abrir (como si la clave fuera una llave que desvelara los secretos encerrados en tras la obra. La obra sería una cueva de los tesoros, una caja fuerte de siete llaves. Gracias al título cabría la posibilidad de ir levantando el o los leves que impiden llegar hasta el
sancta sanctorum, las riquezas de significados que la obra atesora.
Los títulos, sin embargo, no siempre han sido otorgados -como si fuera un nombre propio que personalizara una obra, le diera identidad, individualidad, permitiéndole ser reconocida entre todas las obras- por el artista. Críticos, historiadores, coleccionistas, la tradición incluso han impuesto a veces un título que ha perdurado. Algunos artistas, sabiendo los juegos a los que un título dan lugar, han jugado a confundir al espectador, otorgando títulos al azar, títulos aparentemente lógicos aunque enigmáticos, como hacía, por ejemplo, Magritte, que gustaba jugar con la credulidad y las expectativas de los espectadores, que deberían romperse la cabeza tratando de encontrar qué relación mantiene el título, siempre poético y misterioso, con la obra, tan extraña como su título.
Algunos obras modernas y contemporáneas se titulan, insólitamente,
Sin título (S/T). Sin título, como han observado muchos teóricos, no indica que la obra no tenga título. Éste existe: está escrito en la ficha de la obra: el título "es"
Sin título. Por tanto,
Sin título quiere decir alguna cosa sobre la obra, revelar algún aspecto escondido, no evidente "a primera vista".
Sin título nos indica que no tenemos qué esperar nada de la interpretación de la obra. Ésta no guarda ningún secreto. No es que no podamos reflexionar sobre ella. Es que no tenemos que hacerle preguntas. No tenemos que cuestionarla, interrogarla. Forzarla a comunicar lo que no quiere contar, lo que quizá no posea. Podemos y tenemos que hacernos preguntas, pero respetando el mutismo de la obra.
Ante una obra titulada
Sin título, debemos quedarnos quietos. Debemos aceptar su presencia. Reconocerla. Pero no hay diálogo posible, solo aceptación de la alteridad de la obra que no quiere entrar en contacto con nosotros. Está en su derecho. Lo que signifique se lo guarda para ella. La obra no es portadora de mensajes que deba divulgar. Antes bien, se cierra. No se niega a mostrarse, pero rehusa abrirse. Sabe que cuando su secreto ha sido alcanzado -o violado- su presencia pasará desapercibida. Ya no se expondrá como una esfinge.
Una esfinge hace preguntas, pero no acepta ninguna. Una esfinge nos cuestiona, nos desestabiliza. Por lo que tenemos que reafirmarnos, aceptando quienes somos. El "cuestionamiento" al que nos somete una esfinge nos permite darnos cuenta de lo que somos, de donde estamos y a qué estamos abocados.
Las obras titulados
Sin título son las obras con más presencia, que nos obligan a presentarnos, a mostrarnos ante ellas, en silencio, como si la obra nos dominara -como si nos asegurara que existimos, que estamos aquí, que tenemos un lugar propio.
No podemos obviar las obras con este título. Son como una piedra en un zapato. Nos molestan. Nos obligan a darnos cuenta de cada paso que emprendemos. Son altos en el camino. Que instauran momentos cuando nos preguntamos sobre nosotros mismos. Las obras tituladas
Sin título son espejos en los que nos miramos y nos reconocemos. Estas obras nos instauran, nos constituyen. Son hijos suyos, creaciones suyas. Nos hacen humanos.