lunes, 12 de diciembre de 2016

LUDOVICO EINAUDI (1955): THE TOWER (LA TORRE, 2013)

TINO SEGHAL (1976): CARTE BLANCHE (CARTA BLANCA, 2016)

Palacio de Tokio (Museo de Arte Contemporáneo) de París. Cola ante la entrada. Dentro, tras el control de seguridad, una segunda cola aún más lenta ante un umbral lejano que encuadra un espacio muy iluminado. Es la única indicación que a lo lejos tras el umbral, se halla una exposición. No se anuncia título, texto ni cartelas salvo un tarjetón con letras diminutas, perdidas en un mar de signos, que se puede recoger en la entrada. Los informadores responden con evasivas.
Aguardas un buen rato. Los visitantes entran de uno o de dos en dos cada vez que un niño viene a buscarlos. Llega el turno. Un niño moreno te guía. Andamos muy lentamente en salas inmensas blancas y desnudas bajo una luz deslumbrante. Ante ti, caminan o están de píe inmóviles los visitantes que te precedían. Conversan o escuchan casi en silencio. Las salas acogen a unas pocas personas perdidas en el laberinto de galerías y pasadizos. El niño te interroga sobre "el progreso": qué es, qué te parece, qué valor posee. A poco, de detiene ante una joven y le comunica tus respuestas. Emprendes de nuevo la marcha. Caminas lentamente, un paseo punteado por largas pausas. La joven, negra, te sigue preguntando y, esta vez, le preguntas. Dialogas mientras te desplazas sin saber hacia dónde te diriges. Cuando parece que te orientas hacia una puerta -de salida-, giras inesperadamente y te encuentras ante una nueva y alargada estancia tan vacía como las anteriores. Ante una pregunta tuya, la joven se retira discretamente, y una madre brasileña acude de no se sabe dónde -se podría haber confundido con una espectadora (nada indica que no lo sea)-, te responde y te acompaña. Discutes sobre arte y memoria. El recorrido es cada vez más intrincado por el que progresas casi a ciegas. Parece no haber salida. Se diría que das vueltas, como si volvieran sobre tus pasos. La discusión no cesa hasta que un señor de pelo cano de pronto se coloca a tu lado. La madre ha desaparecido sin que te hayas dado cuenta. Te anuncia que la obra de titula "¿El progreso?", y que los cuatro interlocutores, un niño, una adolescente, una madre, y un anciano, te acompañan y te guían. Tu último interlocutor te cuenta su vida y sus recuerdos, todo lo que ha dejado. Todos los interlocutores son extranjeros. El anciano te lleva hasta una puerta. Te da la mano y te cede el paso. Ya no está a tu lado.
Dejas el laberinto de estancias, bajas por una escalera y accedes a unas salas desmesuradas donde unas personas están quietas. Algunas dialogan. De pronto unas cuantas se ponen en movimiento en silencio. Están coordinadas. Corren, saltan, brincan, giran sobre si mismas. Se detienen. Quedan de pie o se sientan en el suelo. Una mujer joven oriental te mira te mira se acerca y cuenta una triste historia de su vida.
En este otro mundo al que has descendido, la historia se repite.
Fuera, la cola prosigue

La obra del británico Tino Seghal no se puede adquirir, coleccionar, documentar, fotografiar: no está prohibido realizar fotografías. Ocurre que no hay nada qué retratar. La obra no existe físicamente (Carta blanche -el invisible título de la obra, entre el teatro, la "performance" y la danza-, en francés, también puede significar hoja en blanco: hoja donde solo se proyectan ideas que no se inscriben), solo en la mente y la memoria del espectador. Ni siquiera es seguro que se trate de una obra. No tiene límites visibles temporales y espaciales, no se puede saber en qué consiste, qué comprende,  Solo se materializa si el visitante entra en el juego. Compuesta por diálogos -no escritos, espontáneos-, interpretada por paseantes, las diferencias entre actores y visitantes se desdibujan. No se encuentran textos indicaciones, imágenes. Todo es posible. Nada está prefijado.
Fascinante.




viernes, 9 de diciembre de 2016

¿Por qué una imagen?

A poco de la muerte de un familiar con el que se ha podido compartir parte de una vida, se descubre, con angustia y sorpresa, que su imagen se pierde. Los rasgos se diluyen. Se querría retener aquélla. Al cabo de un mes casi no se le recuerda nítidamente. El proceso es imparable, como si se quisiera fijar un fresco recién desenterrado que el viento y la luz difuminan hasta que ya solo queda un muro en blanco.
Las imágenes -los retratos-, por insustanciales, desencadenados y quietos que sean, son imprescindibles. De pronto, se siente la necesidad imperiosa de hallar, de guardar, de preservar y exponer fotografías del difundo de joven y sobre todo de poco antes de la desaparición. Fotos y dibujos del rostro, centrados en la mirada, como si se quisiera que siguiera mirándonos, con el o la que se pudiera cruzar una mirada.
La imagen existe porque somos morrales, porque tenemos conciencia de nuestra condición, porque la memoria -que nos mantiene en vida- es incapaz de evocar y retener imágenes para siempre. El arte es un medio para luchar, siquiera por un tiempo tan solo, contra el olvido que es la muerte.
 Los dioses no necesitan retratos. Viven siempre rodeados de sus seres queridos para la eternidad. El retrato es solo un pálido reflejo de la realidad, pero ésta sólo perdura viva alli donde no llegamos los mortales. De algún modo, la imagen nos hace inmortal -si bien solo cobra entidad cuando desaparecemos.

KING CRIMSON (& GREG LAKE, 1947-2016): PICTURES OF A CITY (1970)

https://m.youtube.com/watch?v=52OJpbySifU

Greg Lake, antes de los excesos de Emerson, Lake & Palmer

jueves, 8 de diciembre de 2016

Copiémonos los unos a los otros

El novelista Vázquez Montalbán aceptó el veredicto y pagó una fuerte suma de dinero como multa hace años.

Luis Racionero, por el aquel entonces director de la Biblioteca Nacional replicó, sin embargo, unos años más tarde, que había practicado "intertextualidad" cuando se descubrió que había copiado un libro sobre cultura de la Grecia antigua.

Aprendices. Hoy, un rector universitario afirma que si copió es porque es humano. "Todos cometemos errores". ¿Quién podría juzgarlo?

Explicación muy útil para profesores -que ya no deberemos corregir exámenes, trabajos ni tesis- y a los alumnos. Todos somos humanos. Qué importa si se copia.

"El rector de la universidad pública Rey Juan Carlos sostiene que copiar y pegar párrafos no es plagio

Su portavoz admite que copió y pegó el libro del catedrático Miguel Ángel Aparicio"

 


THE WEEKND (ABEL MAKKONEN TESFAYE, 1990): MONTREAL (2013)

S/T

El título de una obra es una clave. Da pistas sobre el posible significado de aquélla. Permite abordar su interpretación, tener la esperanza que la obra será comprensible, que se podrá acceder a su "mensaje", que se podrá abrir (como si la clave fuera una llave que desvelara los secretos encerrados en tras la obra. La obra sería una cueva de los tesoros, una caja fuerte de siete llaves. Gracias al título cabría la posibilidad de ir levantando el o los leves que impiden llegar hasta el sancta sanctorum, las riquezas de significados que la obra atesora.
Los títulos, sin embargo, no siempre han sido otorgados -como si fuera un nombre propio que personalizara una obra, le diera identidad, individualidad, permitiéndole ser reconocida entre todas las obras- por el artista. Críticos, historiadores, coleccionistas, la tradición incluso han impuesto a veces un título que ha perdurado. Algunos artistas, sabiendo los juegos a los que un título dan lugar, han jugado a confundir al espectador, otorgando títulos al azar, títulos aparentemente lógicos aunque enigmáticos, como hacía, por ejemplo, Magritte, que gustaba jugar con la credulidad y las expectativas de los espectadores, que deberían romperse la cabeza tratando de encontrar qué relación mantiene el título, siempre poético y misterioso, con la obra, tan extraña como su título.  

Algunos obras modernas y contemporáneas se titulan, insólitamente, Sin título (S/T). Sin título, como han observado muchos teóricos, no indica que la obra no tenga título. Éste existe: está escrito en la ficha de la obra: el título "es" Sin título. Por tanto, Sin título quiere decir alguna cosa sobre la obra, revelar algún aspecto escondido, no evidente "a primera vista".

Sin título nos indica que no tenemos qué esperar nada de la interpretación de la obra. Ésta no guarda ningún secreto. No es que no podamos reflexionar sobre ella. Es que no tenemos que hacerle preguntas. No tenemos que cuestionarla, interrogarla. Forzarla a comunicar lo que no quiere contar, lo que quizá no posea. Podemos y tenemos que hacernos preguntas, pero respetando el mutismo de la obra.
Ante una obra titulada Sin título, debemos quedarnos quietos. Debemos aceptar su presencia. Reconocerla. Pero no hay diálogo posible, solo aceptación de la alteridad de la obra que no quiere entrar en contacto con nosotros. Está en su derecho. Lo que signifique se lo guarda para ella. La obra no es portadora de mensajes que deba divulgar. Antes bien, se cierra. No se niega a mostrarse, pero rehusa abrirse. Sabe que cuando su secreto ha sido alcanzado -o violado- su presencia pasará desapercibida. Ya no se expondrá como una esfinge.
Una esfinge hace preguntas, pero no acepta ninguna. Una esfinge nos cuestiona, nos desestabiliza. Por lo que tenemos que reafirmarnos, aceptando quienes somos. El "cuestionamiento" al que nos somete una esfinge nos permite darnos cuenta de lo que somos, de donde estamos y a qué estamos abocados.
Las obras titulados Sin título son las obras con más presencia, que nos obligan a presentarnos, a mostrarnos ante ellas, en silencio, como si la obra nos dominara -como si nos asegurara que existimos, que estamos aquí, que tenemos un lugar propio.
No podemos obviar las obras con este título. Son como una piedra en un zapato. Nos molestan. Nos obligan a darnos cuenta de cada paso que emprendemos. Son altos en el camino. Que instauran momentos cuando nos preguntamos sobre nosotros mismos. Las obras tituladas Sin título son espejos en los que nos miramos y nos reconocemos. Estas obras nos instauran, nos constituyen. Son hijos suyos, creaciones suyas. Nos hacen humanos.