Pero existen interiores sin comunicación exterior que no son celdas ni cárceles. La apertura, en esos casos, la brinda la lectura. Gracias a ésta, otros mundos se insertan en el espacio interior. Las páginas del libro son ventanas que dan acceso no tanto al exterior, sino a universos que se hallan más allá de los límites de la estancia, al tiempo que aquéllos pueden traer sus bondades -formas, colores, olores y sonidos- al corazón del espacio. La lectura tiene el poder de suscitar la evocación o aparición de esos mundos en el centro de un espacio cerrado y recoleto.
La lectura invita a la evasión. Sin embargo, ésta se lleva a cabo desde el interior. Gracias a la lectura se vive en dos mundos: el habitual, conocido, visible, tangible, y el mundo que la imaginación recrea. Pero en ningún caso, el lector, recogido, pierde "de vista" dónde ésta -ni quién es. El viaje es interior. la lectura invita al recogimiento. Se lee en silencio -desde la edad media, posiblemente. Proust escribía que la lectura llevaba a parajes conocidos pero olvidados en el interior de uno mismo. El viaje que se emprende es de vuelta: una vuelta sobre uno mismo.
Madame Bovary, sin embargo, empedernida lectura de novelas rosas que le permitían vivir pasiones y en lugares apasionantes a los que nunca tendría acceso, leía para olvidar donde se encontraba y qué lugar ocupaba. En ningún caso, pretendía sentirse segura en un interior desde el cual oteaba, incluso exploraba otros mundos, sabiendo que siempre podría regresar a buen puerto.
Madame Bovary inauguró otra manera de leer: no para aprender o profundizar, sino para olvidar; olvidar el entorno, el espacio doméstico, los usos y las costumbres propios de espacios cerrados. Mientras que Don Quijote leía para salir al exterior pero volvía al acabar la lectura, Madame Bovary solo deseaba leer sin cesar -y vivir lo que leía. Su mundo interior no cabía entre las paredes de las estancias en las que moraba, por anchas que fueran.
La experiencia de Madame Bovary se vive hoy con las máquinas de realidad virtual, cada vez más comunes. Se utilizan en interiores, ya sea para partir hacia parajes ilusorios, ya sea para entrar en contacto con seres ilusorios en la misma estancia.
La realidad virtual impide el ejercicio de introspección. De hecho, la realidad virtual se utiliza como método para olvidarse de uno mismo, y de dónde uno se encuentra. Parte del presupuesto que el espacio propio no existe o es percibido negativamente. La realidad virtual niega la consideración del lugar, del espacio propio. No permite que nos demos cuenta de dónde estamos, que reflexionemos sobre nuestro entorno. El espacio interior -doméstico, sobre todo- es juzgado como un espacio negativo, del que se tiene que salir. Ya no nos relacionamos con el mundo, ni con los demás. Nos aislamos, es decir, nos encerramos. La realidad virtual convierte el espacio interior en una cárcel -de la que solo se puede escapar con la ficción de la realidad virtual. Que ésta sea tan deseada implica que no nos sentimos a gusto con nuestro mundo, que no hemos sabido hacernos con el mundo, no hemos habilitado el mundo, no sabemos habitarlo. Ya solo queda el escapismo. El olvido; es decir, la muerte.