Austen Henry Layard
Winsor McCay
Jean Guiraud (Moebius)
La historia empieza en Mesopotamia.... de nuevo
Si un político y arqueólogo fantasioso, Austen Henry Layard, no hubiera recreado, en una célebre ilustración, la ciudad neo-asiria de Nimrud en la que excavaba, con el gran palacio del emperador Asurbanipal mirando al Eúfrates, a mitad del siglo XIX, posiblemente el dibujante de historietas norteamericano Winsor McCay -recientemente reconocido como un artista a parte entera por el Museo Nacional de Arte. Centro Reina Sofía de Madrid- no hubiera dibujado sorprendentes ciudades babilónicas a principios del siglo XX, avanzadas a su tiempo, que inspiraron, en los años setenta, al dibujante francés Jean Giraud, apodado Moebius, admirador de McCay, cuyas metrópolis fantásticas están en el origen de los escenarios de las películas de ciencia ficción Blade Runner y la Guerra de las Galaxias, a finales de los 70 y principios de los 80, que han marcado desde entonces el imaginario urbano moderno y han sido una fuente de inspiración arquitectónica, benéfica o no.
lunes, 11 de diciembre de 2017
domingo, 10 de diciembre de 2017
Un nuevo dios sumerio: Gozer
Los sumerólogos arquearán las cejas o se inquietarán: ¿un nuevo dios sumerio?
¿Quién ha oído hablar del dios Gozer, descubierto en 1984, hace ya treinta y tres años, pero aún no plenamente incorporado en el panteón sumerio?
Gozer, sin embargo, existía hace ya seis mil años. Lo adoraron incluso los hititas, lejos del país de los sumerios.
Su templo se hallaba en Babilonia. coronaba un altísimo zigurat, lo que no debería extrañarnos. Los templos no podían tocar el mismo suelo que pisaban los mortales. Seguía la ubicación y la tipología de los templos mesopotámicos.
Quizá cabría precisar más.
Su emplazamiento, mas concretamente, se encontraba en Nueva Babiloniaa
Es decir, en la ciudad de Nueva York. Gozer era un dios viajero.
El templo coronaba un rascacielos de los años 30, cabe a Central Park, en el número 55 de Central Park West, construido por su fiel sacerdote, el arquitecto Ivo Shandor.
El regreso a la tierra de Gozer, tras haber sido derrotado, milenios ha, por la temible diosa dragona Tiamat, diosa de las aguas primordiales que anegó el fuego de Gozer, anunciaba el fin del mundo. Aún así, dos dragones, que escupían fuego por las fauces, flanqueaban a Gozer.
Por suerte, allí estaban los Cazafantasmas.
Hasta finales del siglo XX, el templo y el dios eran ignorados porque hubo que esperar la mítica película Ghostbusters, de Ivan Reitman, para que, por fin, se descubriera esta omnipotente y fiera divinidad, dios -o ¿diosa? Gozer se encarnaba en el cuerpo de una mujer, un doble de Ziggy Stardust, uno de los avatares de David Bowie: los dioses orientales siempre han sido "ambiguos" (son "orientales, al fin y al cabo), al contrario que los recios dioses greco-latinos- de los rayos y los truenos, poco amigable con quienes se acercaban con escasas muestras de respeto.
¡Ah, si Gozer pudiera volver a manifestarse!
¿Quién ha oído hablar del dios Gozer, descubierto en 1984, hace ya treinta y tres años, pero aún no plenamente incorporado en el panteón sumerio?
Gozer, sin embargo, existía hace ya seis mil años. Lo adoraron incluso los hititas, lejos del país de los sumerios.
Su templo se hallaba en Babilonia. coronaba un altísimo zigurat, lo que no debería extrañarnos. Los templos no podían tocar el mismo suelo que pisaban los mortales. Seguía la ubicación y la tipología de los templos mesopotámicos.
Quizá cabría precisar más.
Su emplazamiento, mas concretamente, se encontraba en Nueva Babiloniaa
Es decir, en la ciudad de Nueva York. Gozer era un dios viajero.
El templo coronaba un rascacielos de los años 30, cabe a Central Park, en el número 55 de Central Park West, construido por su fiel sacerdote, el arquitecto Ivo Shandor.
El regreso a la tierra de Gozer, tras haber sido derrotado, milenios ha, por la temible diosa dragona Tiamat, diosa de las aguas primordiales que anegó el fuego de Gozer, anunciaba el fin del mundo. Aún así, dos dragones, que escupían fuego por las fauces, flanqueaban a Gozer.
Por suerte, allí estaban los Cazafantasmas.
Hasta finales del siglo XX, el templo y el dios eran ignorados porque hubo que esperar la mítica película Ghostbusters, de Ivan Reitman, para que, por fin, se descubriera esta omnipotente y fiera divinidad, dios -o ¿diosa? Gozer se encarnaba en el cuerpo de una mujer, un doble de Ziggy Stardust, uno de los avatares de David Bowie: los dioses orientales siempre han sido "ambiguos" (son "orientales, al fin y al cabo), al contrario que los recios dioses greco-latinos- de los rayos y los truenos, poco amigable con quienes se acercaban con escasas muestras de respeto.
¡Ah, si Gozer pudiera volver a manifestarse!
sábado, 9 de diciembre de 2017
OLIVIER BOGÉ (1981): ICARUS´DREAM (EL SUEÑO DE ÍCARO, 2014)
Ícaro era hijo de Dédalo, el mítico arquitecto del laberinto cretense, por encargo de Minos, el rey de Creta, donde el Minotauro, un ser híbrido mitad humano, mita toro, hijastro de Minos (hijo de la reina Parsifae, esposa de Minos, y de un toro descomunal, hijo de Poseidón, dios de los mares), fue encerrado.
Dédalo era también el patrón de los arquitectos tanto en la Grecia antigua cuanto en la Europa cristiana medieval.
Sobre este músico de jazz francés, véase su página web
viernes, 8 de diciembre de 2017
DUKE ELLINGTON (1899-1974) & JOAN MIRÓ (1893-1983) EN LA FUNDACIÓN MAEGHT (SAINT PAUL DE VENCE, 1966)
Parece improbable asociar al músico norteamericano de jazz Duke Ellington con el pintor Joan Miró.
Sin embargo, el encuentro sí se produjo, en un concierto en una terraza de la Fundación Maeght, en Saint-Paul-de-Vence, proyectada por el arquitecto José-Luis Sert (arquitecto igualmente del estudio que Miró tuvo en Palma de Mallorca, construido por aquellos mismos años, a finales de los años 50), cuyos jardines y terrazas comprenden esculturas y cerámicas al aire libre del artista, así como un laberinto dotado de estatuas y fuentes, proyectado por Sert y Miró.
El día del concierto, precisamente, Miró se hallaba en la Fundación, y el encuentro, al parecer amable e interesado, tuvo lugar durante un paseo por las terrazas y los jardines de aquélla.
Duke ELLINGTON & Joan MIRO - 1966 from LES INTROUVABLES EN CINÉMA on Vimeo.
La noche anterior, Duke Ellington y Ella Fitzgerald (1917-1996) actuaron en el festival de jazz de la cercana Jean-les-Pins.
Sin embargo, el encuentro sí se produjo, en un concierto en una terraza de la Fundación Maeght, en Saint-Paul-de-Vence, proyectada por el arquitecto José-Luis Sert (arquitecto igualmente del estudio que Miró tuvo en Palma de Mallorca, construido por aquellos mismos años, a finales de los años 50), cuyos jardines y terrazas comprenden esculturas y cerámicas al aire libre del artista, así como un laberinto dotado de estatuas y fuentes, proyectado por Sert y Miró.
El día del concierto, precisamente, Miró se hallaba en la Fundación, y el encuentro, al parecer amable e interesado, tuvo lugar durante un paseo por las terrazas y los jardines de aquélla.
Duke ELLINGTON & Joan MIRO - 1966 from LES INTROUVABLES EN CINÉMA on Vimeo.
La noche anterior, Duke Ellington y Ella Fitzgerald (1917-1996) actuaron en el festival de jazz de la cercana Jean-les-Pins.
jueves, 7 de diciembre de 2017
Como en Bizancio
El poder de una imagen reside en sus mirada. Los ojos de los retratados, que nos siguen mientras rondamos la imagen, nos pueden seducir, atrapar o lanzar el mal de ojos. Los ojos pueden aterrar.
Por tanto, la mejor manera de neutralizar su poder consiste en cegar la imagen (como si la ceguera causada fuera a cegar la persona en carne y hueso).
Así se evitaba el mal -o se evitaba que nos atrapara- que una figura podía causar en el Imperio bizantino.
No solo en Bizancio...
Un paradójico sentido homenaje al poder y las fascinación de la imagen en la Barcelona de hoy mismo.
No fuera que le entregáramos nuestra alma.
Y tomáramos los votos.
Destruir o no destruir
Un día después de ser nombrado alcalde de Barcelona, el miércoles 15 de marzo de 1899, el doctor Bartolomé Robert, médico y político, impartió en el Salón de Cátedras del Ateneo Barcelonés una célebre conferencia titulada "La raza catalana" en el que "se enunciaban los caracteres diferentes de dicha raza bajo el punto de vista mental". Los estudios se fundamentaban sobre mediciones de cráneos que determinaban la superioridad de esta raza.
Esta conferencia y la polémica que suscitó son conocidas.
Los métodos y objetivos no eran distintos de los que los poderes coloniales practicaban en África y los científicos antisemitas europeos (alemanes y franceses, sobre todo) de extrema derecha, que defendían la supremacía de la raza aria (es decir, germánica, entroncada con la raza de la Grecia antigua) sobre razas inferiores, como la mediterránea, por ejemplo.
Al morir, los poderes públicos decidieron erigirle un imponente monumento, inicialmente proyectado por el arquitecto Doménech Montaner pero finalmente levantado por el escultor Josep Llimona.
Tras la Guerra Civil, el nuevo consistorio fascista decidió desmantelar -pero no destruir- el grupo escultórico.
Tras la muerte del dictador Franco, personalidades barcelonesas como el arquitecto Oriol Bohigas defendieron la necesidad de reponer este monumento cuya inauguración, tras la reconstrucción de algunas partes perdidas, aconteció a mediados de los años ochenta. Aún sigue en pie en el emplazamiento escogido.
El ayuntamiento de Barcelona actual ordenó hace un tiempo la retirada de un (insignificante) busto del anterior rey de España y se discutió acerca de la conveniencia de la retirada o de la cubrición de un gran óleo que representa a "la Reina Regente y al rey Alfonso XIII en el salón de plenos municipal.
La reciente pública exposición de una estatua escuestre de bronce que representaba al dictador Franco, dañada pese a estar guardada en almacenes municipales, acabó con su destrucción.
Un grupo escultórico de Clará, que mostraba a un vencido o un muerto en combate, una alusión a la victoria falangista durante la Guerra Civil, fue también desmantelado hace unos años.
Ante la disparidad de criterios -se mantiene un monumento en un caso, y se retira o se destruye una escultura, en otro-, ¿qué actitud adoptar?
La mayoría de esas obras son de artistas conocidos, incluso respetados (por su arte).
No parece que sean razones estéticas las que han dictaminado la suerte de esas obras. Tampoco queda claro que se deban destruir obras mediocres o malas, pero es posible que las reservas de los museos no puedan almacenar cualquier creación.
Los motivos son obviamente políticos.
Todas las obras del pasado exaltan al poder civil o religioso. ¿Se deben destruir cuando este poder desaparece o es cuestionado? Es lo que ocurre aquí o en Afganistan.
¿Deberíamos derribar las pirámides (que tratan de divinizar a un humano) -una propuesta que ha existido alguna vez?
Podemos pensar que existen ideologías ligadas a tiempos remotos que ya no inciden en nuestro nuestro y que, por tanto, sus símbolos han perdido cualquier incidencia política, quedando tan solo la forma en la que ciertas ideas fueron expresadas. En este caso, al menos, se juzga la expresión y no lo expresado; se juzga cómo un determinado contenido se ha materializado. Cualquier contenido puede expresarse, se decía en la Grecia antigua, pues su plasmación transfigura, cambia el sentido del contenido. Por inaceptable o insostenible que fuera en la "vida real", su plasmación artistica lo convierte en un tema fascinante. Es por este motivo que no son de recibo las destrucciones de obras del marqués de Sade, de Flaubert o de Baudelaire. Su expresión convierte un exabrupto en un motivo digno de estudio o admiración. Lo que no es posible en el mundo real tiene cabida en el mundo de la ficción y, desde allí se muestra, a veces como un espejo en el que descubrimos nuestros prejuicios.
Es cierto, sin embargo, que no todas las obras pueden exponerse sin contextualizarlas ni sin advertencias, precisamente porque su contenido, y la manera de exponerlo, pueden acercar a aquél de modo que el espectador pueda tener la sensación que la obra ha abandonado el mundo del arte para integrarse en el mundo real. Eso significa que ciertas obras deben o pueden ir acompañadas o precedidas de datos y comentarios que advierten o, mejor dicho, acotan y aclaran lo que se va a percibir, sin, por eso, influir en el juicio personal.
La obra no se retira o se destruye; lo que se destruye es la ignorancia que impide valorar una obra como obra y no como una directa expresión de una opinión o una ideología que puede afectarnos. Todo lo que acontece en el mundo del arte tiene que quedar en el espacio del arte, abierto al mundo, pero manteniendo las formas, evitando invadir el mundo real. Del mismo modo, desde el mundo real no se debería cruzar el umbral y actuar como si aun se estuviera en el mundo profano.
Por mediocre que sea, ningún monumento merece ser retirado ni destruido, salvo si es manifiestamente un error formal, aunque su dudosa calidad quizá deba ser dejada a la evaluación del futuro. Es el futuro es que retiró las obviamente mediocres torres con las que Bernini asaetó la fachada principal del Panteón romano. Su desaparición nunca se ha visto como una pérdida, sino como un error que pudo ser subsanado -como erróneo, plásticamente, fue el banal retrato que Picasso dedicó a Stalin (una obra prescindible no por el tema sino por la forma de plasmarlo. La mayoría de los retratos de Julio César son admirables, y no se destruyen o se esconden, aunque el personaje fuera posiblemente uno de los primeros genocidas en occidente cuando la guerra de las Galias -cuya narración, sin embargo, constituye un monumento literario, que aún hoy inspira admiración y es un modelo de relato)
Pero incluso de obras de tercera se pueden extraer lecciones -sobre la vanidad, los cambios de gusto o de criterio o, tan solo, sobre la dificultad de crear. Pues, si solo pudieran existir obras maestras, ¿cuántas salvaríamos?
Esta conferencia y la polémica que suscitó son conocidas.
Los métodos y objetivos no eran distintos de los que los poderes coloniales practicaban en África y los científicos antisemitas europeos (alemanes y franceses, sobre todo) de extrema derecha, que defendían la supremacía de la raza aria (es decir, germánica, entroncada con la raza de la Grecia antigua) sobre razas inferiores, como la mediterránea, por ejemplo.
Al morir, los poderes públicos decidieron erigirle un imponente monumento, inicialmente proyectado por el arquitecto Doménech Montaner pero finalmente levantado por el escultor Josep Llimona.
Tras la Guerra Civil, el nuevo consistorio fascista decidió desmantelar -pero no destruir- el grupo escultórico.
Tras la muerte del dictador Franco, personalidades barcelonesas como el arquitecto Oriol Bohigas defendieron la necesidad de reponer este monumento cuya inauguración, tras la reconstrucción de algunas partes perdidas, aconteció a mediados de los años ochenta. Aún sigue en pie en el emplazamiento escogido.
El ayuntamiento de Barcelona actual ordenó hace un tiempo la retirada de un (insignificante) busto del anterior rey de España y se discutió acerca de la conveniencia de la retirada o de la cubrición de un gran óleo que representa a "la Reina Regente y al rey Alfonso XIII en el salón de plenos municipal.
La reciente pública exposición de una estatua escuestre de bronce que representaba al dictador Franco, dañada pese a estar guardada en almacenes municipales, acabó con su destrucción.
Un grupo escultórico de Clará, que mostraba a un vencido o un muerto en combate, una alusión a la victoria falangista durante la Guerra Civil, fue también desmantelado hace unos años.
Ante la disparidad de criterios -se mantiene un monumento en un caso, y se retira o se destruye una escultura, en otro-, ¿qué actitud adoptar?
La mayoría de esas obras son de artistas conocidos, incluso respetados (por su arte).
No parece que sean razones estéticas las que han dictaminado la suerte de esas obras. Tampoco queda claro que se deban destruir obras mediocres o malas, pero es posible que las reservas de los museos no puedan almacenar cualquier creación.
Los motivos son obviamente políticos.
Todas las obras del pasado exaltan al poder civil o religioso. ¿Se deben destruir cuando este poder desaparece o es cuestionado? Es lo que ocurre aquí o en Afganistan.
¿Deberíamos derribar las pirámides (que tratan de divinizar a un humano) -una propuesta que ha existido alguna vez?
Podemos pensar que existen ideologías ligadas a tiempos remotos que ya no inciden en nuestro nuestro y que, por tanto, sus símbolos han perdido cualquier incidencia política, quedando tan solo la forma en la que ciertas ideas fueron expresadas. En este caso, al menos, se juzga la expresión y no lo expresado; se juzga cómo un determinado contenido se ha materializado. Cualquier contenido puede expresarse, se decía en la Grecia antigua, pues su plasmación transfigura, cambia el sentido del contenido. Por inaceptable o insostenible que fuera en la "vida real", su plasmación artistica lo convierte en un tema fascinante. Es por este motivo que no son de recibo las destrucciones de obras del marqués de Sade, de Flaubert o de Baudelaire. Su expresión convierte un exabrupto en un motivo digno de estudio o admiración. Lo que no es posible en el mundo real tiene cabida en el mundo de la ficción y, desde allí se muestra, a veces como un espejo en el que descubrimos nuestros prejuicios.
Es cierto, sin embargo, que no todas las obras pueden exponerse sin contextualizarlas ni sin advertencias, precisamente porque su contenido, y la manera de exponerlo, pueden acercar a aquél de modo que el espectador pueda tener la sensación que la obra ha abandonado el mundo del arte para integrarse en el mundo real. Eso significa que ciertas obras deben o pueden ir acompañadas o precedidas de datos y comentarios que advierten o, mejor dicho, acotan y aclaran lo que se va a percibir, sin, por eso, influir en el juicio personal.
La obra no se retira o se destruye; lo que se destruye es la ignorancia que impide valorar una obra como obra y no como una directa expresión de una opinión o una ideología que puede afectarnos. Todo lo que acontece en el mundo del arte tiene que quedar en el espacio del arte, abierto al mundo, pero manteniendo las formas, evitando invadir el mundo real. Del mismo modo, desde el mundo real no se debería cruzar el umbral y actuar como si aun se estuviera en el mundo profano.
Por mediocre que sea, ningún monumento merece ser retirado ni destruido, salvo si es manifiestamente un error formal, aunque su dudosa calidad quizá deba ser dejada a la evaluación del futuro. Es el futuro es que retiró las obviamente mediocres torres con las que Bernini asaetó la fachada principal del Panteón romano. Su desaparición nunca se ha visto como una pérdida, sino como un error que pudo ser subsanado -como erróneo, plásticamente, fue el banal retrato que Picasso dedicó a Stalin (una obra prescindible no por el tema sino por la forma de plasmarlo. La mayoría de los retratos de Julio César son admirables, y no se destruyen o se esconden, aunque el personaje fuera posiblemente uno de los primeros genocidas en occidente cuando la guerra de las Galias -cuya narración, sin embargo, constituye un monumento literario, que aún hoy inspira admiración y es un modelo de relato)
Pero incluso de obras de tercera se pueden extraer lecciones -sobre la vanidad, los cambios de gusto o de criterio o, tan solo, sobre la dificultad de crear. Pues, si solo pudieran existir obras maestras, ¿cuántas salvaríamos?
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