domingo, 4 de marzo de 2018

Hogar (alta fidelidad)

Pero, ¿quién puede vivir en una casa sin una "moqueta capaz de conducir y activar la señal wifi a medida que se camina por las estancias", sin "fundas de sofá que reconozcan a quien se sienta para mostrarle los mensajes", "felpudos que avisan a los padres si el niño ha llegado a casa", o "toallas que revelan la contraseña wifi para poder conectarse" -no queda claro si en la ducha o en...?

¿Cierta obsesión con el wifi, acaso?

¿Cómo hemos podido vivir sin "un horno al que preguntar cuanto tiempo falta para que el pollo esté listo", un "congelador al que pedir que haga más hielo que vienen amigos", o una "nevera que permite comprobar si quedan yogures cuando se está en el supermercado" -es muy complicado mirar antes de salir a hacer la compra-, "poner la lavadora desde la oficina para tender la ropa al llegar a casa" -una actividad un tanto enigmática-, o "encargar zumos desde una captura de pantalla".

No nos preocupemos: "la inteligencia artificial y la realidad virtual escapan del móvil para colonizar cada rincón del hogar". La profecía augura casi una invasión militar o de microbios.

Menos mal que existe un Congreso Mundial de Móviles en Barcelona, con propuestas tan fundamentales, para despejar el futuro.
Lástima que nadie invente un móvil que planche la ropa solo -activado desde el baño, sin duda, o desde el microondas que tiende la ropa.

Mientras, la mayoría de las ciudades no saben qué hacer con la basura y no tienen agua corriente ni alcantarillado. 

La función del arte (según Marcel Proust)

El novelista francés Marcel Proust escribe, en El tiempo recobrado (la última parte de A la búsqueda del tiempo perdido), que la verdadera obra de arte es aquella que fija las impresiones del pasado, que describe el pasado, una acción, un hecho del pasado, tal como era, gracias a que una impresión o sensación actual -la percepción de un sonido, un olor, un color, por ejemplo- conecta con una impresión pasada, olvidada por nosotros pero almacenada en nuestra memoria, que se activa gracias a esa conexión involuntaria, y permite descubrir las riquezas del pasado de las que no nos habíamos dado cuenta. De este modo, el tiempo se suspende, el presente y el pasado se funden, el presente permite que el pasado se presente y se muestre tal como es, una esencia que no supimos captar en su momento y que, hoy, descubrimos porque ya no podemos actuar o intervenir en el pasado sino tan sólo disfrutarlo por un momento.


Proust sostiene que sólo el pasado es real, y que somos incapaces de descubrir la realidad en el presente porque tenemos demasiadas cosas que hacer y no podemos prestar atención a todas las sensaciones que nos llegan, sensaciones que nos descubren parcelas de la realidad, sensaciones que no se pierden sin embargo sino que se almacenan en la memoria a la espera que una sensación en el futuro conecte con ellas, las despierte, las active y les permita darnos cuenta de la realidad en su plenitud, con todos sus olores, colores y sabores, densa y saturada, una realidad que, sin embargo, ya no existe.

Por eso, escribir o construir sobre el pasado, utilizando incluso elementos del pasado que se juntan con elementos del presente, permite que el pasado revele su riqueza y dé sentido al presente.

Para T. S. a quien agradezco esas sugerencias

sábado, 3 de marzo de 2018

Edificación

En numerosas culturas antiguas, la arquitectura sagrada y palaciega ha sido considerada como una imagen del universo. La disposición de los edificios que componen un recinto, su distribución interior, puede reproducir la planimetría celeste. En la India védica, anterior al budismo, incluso, la planificación urbana y la disposición de los principales equimamientos reproduce -o reproducía- una desmesurada figura antropomórfica estirada sobre la tierra: el cuerpo del dios Purusha, u Hombre primordial, que aceptaba unirse a la tierra, la diosa material y maternal Prakrti, y sacrificarse para que, de sus miembros y órganos, brotaran ordenadamente los edificios. En el Egipto faraónico, el sol transitaba diariamente por el cielo y el mundo de los muertos gracias al circuito al que invitaba la elongada disposición de los distintos recintos que configuran un templo. Si la renovación del mundo, en el Cristianismo, se mantiene hasta el final de los tiempos, es gracias al sacrificio, la crucifixión, del hijo de la divinidad, sacrificio que la planta del templo cristiano recuerda.El mundo, en ocasiones, incluso, se ceñía a la extensa construcción de un palacio, como ocurría en China. fuera de sus límites reinaba el caos y la noche. La ordenación del mundo estaba en manos de los constructores, a imitación del gran Arquitecto.

El teatro griego se relacionaba no tanto con el universo -las andanzas de cuyos dioses y héroes, sin embargo, escenificaba- sino con los humanos. El teatro era un aprendizaje de la vida. Una lección difícil que implicaba asumir sin temor afectos y desafectos, entusiasmos y decepciones, alegrías y amarguras. Asunción que habría sido siempre posible, ante los envites de la fortuna, que impedía que el ser humano, considerado el sueño de una sombra, pudiera tomar las riendas de su vida en mano, si las obras de teatro, a partir de la identificación de los espectadores, con la suerte (o el infortunio) de los héroes en escena, con quienes sufrían y de quienes se compadecían, no hubieran permitido sentir, a pequeñas dosis, soportables, y que fortalecían el alma, adiestrándola a resistir "heroica" o estoicamente ante el horror con el que se enfrentaban los personajes de la obra, dolor y redención, sensaciones o afectos que blindaban el alma cuando debiera enfrentarse posteriormente y en cualquier momento, de manera siempre inesperada, a situaciones parecidas pero "reales". El teatro era un educador anímico para soportar sin derrumbe, lo que la vida destinaba a cada espectador.

Cabría preguntase si la arquitectura no podría cumplir una función parecida. No fortalecería el alma ante las catástrofes, sino que enseñaría a vivir en el mundo. Nuestro comportamiento, nuestra manera de ser y de estar, nuestra posición en y ante el mundo -un mundo inabarcable y posiblemente hostil- podría estar alentado por la manera como nos ubicamos en los espacios ordenados y compartimos, por como éstos nos condicionan pero también nos ofrecen pautas para saber cómo y dónde vivir. El mundo, sin la ordenación de la arquitectura, sin las lecciones "edificantes" de la arquitectura, quizá pareciera un espacio inhóspito, no apto para la vida; un lugar donde la vida no podría prender. Del mismo modo que una maqueta nos permite proyectarnos en el espacio y vernos ya viviendo en una determinada casa que imaginamos, que vemos, gracias a la maqueta, la arquitectura, que es un modelo del mundo, nos permitiría ubicarnos, encontrarnos y nos daría una lección de cómo vivir. La función de la arquitectura sería, en efecto, "edificadora": fortalecería nuestros ligámenes con el mundo. 
 

jueves, 1 de marzo de 2018

BIG THIEF: MYTHOLOGICAL BEAUTY (BELLEZA MITOLÓGICA, 2017)



Sobre este grupo norteamericano, véase su página web

El sueño de una sombra

"¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es? ¡Sueño de una sombra
es el hombre"

(Píndaro, Pítica IX, 95-96

miércoles, 28 de febrero de 2018

CHRIS MARKER (1921-2012): CITY OF DREAMS (LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS, 1989)




City of Dreams es el título del tercer capítulo de la serie televisiva The Owl´s Legacy (El legado de la lechuza -la lechuza es el emblema de la diosa Atenea, protectora de la ciudad de Atenas), producida por la Fundación Onassis, sobre trece valores o aportaciones de la cultura griega clásica al mundo moderno.
Esta serie nunca se divulgó dadas las opiniones y la forma de comunicarlas del cineasta.

El mundo como obra de arte

El mito o alegoría de la caverna que Platón redactó en el séptimo libro de la República describe el universo como una caja negra poblada de proyecciones que los seres humanos, ignorantes de lo que se proyecta, confunden con la realidad. Fascinados por el teatro de sombras chinescas que acontece ante sus ojos, no desvían la mirada para saber lo que causa esas imágenes en movimiento.
Si pudieran descubrir lo que acontece a sus espaldas caerían en la existencia de unos titiriteros (Platón utiliza la palabra taumaturgos que, en griego, significaba productor de thauma -maravillas, golpes de efecto, actos de magia, siendo un taumaturgo un prestidigitador, que produce figuras de la nada) que manejan marionetas ante un foco de luz (una hoguera siempre encendida). El fuego proyecta la sombra de aquéllas contra la pared de la sala de proyecciones que es el mundo, dando la impresión que éste está poblado únicamente de sombras: entes y seres bi-dimensionales y sin consistencia, entidades similares a las habitantes del mundo de los muertos: espectros y fantasmas.

El mundo visible es una cárcel (desmooterion, Rp. 517b): Platón así lo define. Pero también lo califica de sede (edra) de las apariciones (phainomenos, de phainos: aparición luminosa, deslumbrante)) visibles (ophis), que compara con una habitación o casa (oikema) de representaciones (aphomoiooma, de apo omoiooo: lejos de lo mismo, de la misma naturaleza: designa lo que se parece pero no "es", lo que "es" otra cosa pese a las apariencias).
El mundo es, pues, un gran teatro (o un teatrillo), una desmesurada sala de espectáculos, en la que unos titiriteros crean y manejan sombras que los humanos confundimos con seres de carne y hueso.

El mundo es una creación artística: un lugar poblado de imágenes creadas por artistas, la casa de las representaciones que se confunden con -o que sustituyen a- modelos de los que no se tiene constancia. El modelo con el se compara o equipara el mundo es una sala de fiestas (un teatro, una sala de proyecciones). Lo que existe en primer lugar es este espacio donde se producen (en el doble sentido de la palabra: acontecen, pero también se crean) maravillas, una "fábrica de creación", a partir de la cual se determina el mundo.
El mundo es una imagen o réplica del teatro. Lo primero es el teatro. Éste no imita a la realidad, sino que la funda, y la vida imita al arte. El artista crea el mundo, primero como invención que luego deviene lugar común. Platón quizá minusvalorase a los artistas y los actores, pero les concedía un poder ejemplar: crear un mundo que pareciera una obra de arte.