sábado, 31 de marzo de 2018
La destrucción del palacio mesopotámico de Mari (Siria) (IV-III milenios aC)
"Le plus ancien palais antique de l’humanité a été détruit par l’organisation djihadiste Etat islamique. Il se situe dans la cité antique de Mari, construite il y a 2 900 ans dans la vallée de l’Euphrate, dans l’actuelle Syrie. A partir de 2014, Mari a été l’une des premières villes syrienne à être occupée par l’organisation Etat islamique.
Pour la première fois, des photos publiées par la Direction des antiquités syrienne montrent des sols éventrés et des traces d’excavations au bulldozer et aux explosifs. Le trafic d’objets d’arts et d’artefacts archéologiques est une des principales sources de revenus pour l’Etat islamique. Unique, l’édifice devait bientôt être placé au Patrimoine mondial de l’Unesco.
Pedro Azara, membre de la mission archéologique internationale de Tell Massaikh, avait filmé les lieux en 2010 et nous a autorisé à reprendre ses images." (Asia Balluffier)
En savoir plus sur:
http://www.lemonde.fr/syrie/video/2018/03/30/voici-le-plus-ancien-palais-de-l-humanite-recemment-detruit-par-l-etat-islamique_5278725_1618247.html#ez506vc6OvsygU9u.99
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JUAN BATLLE PLANAS. EL GABINETE SURREALISTA (MUSEO DE ARTE ABSTRACTO, CUENCA, MAYO-OCTUBRE DE 2018)
Tras once años de espera, y el pase por tres instituciones que acabaron desistiendo, por razones económicas o desconocidas (La Fundación La Pedrera, El Museo Nacional de Arte Catalán, ambos en Barcelona, y un par más de fundaciones y centros aun dubitativos), la fundación Juan March inaugura el 19 de mayo en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca la exposición dedicada al artista surrealista argentino -el primer surrealista en este país-, de origen catalán -pero desconocido en España-, autor de algunos de los mejores "collages" del arte del siglo XX, en los años treinta y cuarenta, y de composiciones únicas, muy personales, entre Torres García y Klee.
La exposición, de pequeño formato, mostrará unas cuarenta y cinco obras (dibujos, "collages" y "guaches") junto con libros de poetas y novelistas ilustrados por el artista, procedentes de colecciones argentinas y una colección española.
La exposición -una primicia en Europa- se mostrará también en el Museo-Fundación March en Palma de Mallorca.
Se editará un catálogo que querría convertirse en una publicación de referencia sobre esta artista -cuya obra empieza a ser conocida fuera de América del Sur, tras compras por el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, y su inclusión en una exposición sobre el dibujo surrealista en el Museo de Arte Moderno de los Ángeles, y su probable inclusión en una gran exposición sobre Surrealismos que la Tate Modern de Londres prepara para de aquí dos o tres años.
Agradecimientos a Silvia Batlle, Giselda Batlle y Rolando Schere,
así como a Àlex Susanna y Arturo Ramón
Dirección de la Fundación: Manuel Fontán
Comisario: Pedro Azara
Coordinación: Celina Quintas
Montaje: Tiziano Schürch & Pedro Azara
Catálogo: Marta Morales
viernes, 30 de marzo de 2018
Gólgota
Los estudiosos no dudan que existió, entre otros muchos profetas apocalípticos que predicaban en Palestina, un profeta llamado Jesús que pretendía la reforma del judaísmo. Aunque el Islam no reconoce la crucifixión y muerte de Jesús, la tradición cristiana afirma que fue prendido, juzgado y ajusticiado por orden romana a fin de contentar a los sacerdotes del Templo, hecho que hoy no se cuestiona, aunque la narración evangélica inserta los posibles hechos históricos en una trama mítica, habitual en la antigüedad, especialmente en Egipto, el Medio Oriente y la India, por ejemplo.
Las representaciones de la crucifixión muestran, al pie de la cruz, una calavera.
Ésta no solo es un signo del destino del crucificado, sino que también designa el lugar donde acontece la acción: el monte del Cráneo o Gólgota -una palabra de origen arameo, pasada al hebreo, que procede de un término, también arameo, que significa rodar (y también cráneo)-, y que alude a la forma redonda o roma del montículo.
Éste no se ha encontrado. No se sabe dónde se ubicaba. La tradicional localización, al pie del Sepulcro, remonta al siglo IV, y une la muerte y la resurrección de Cristo en un mismo emplazamiento.
El cráneo, sin embargo, no es solo un signo que denota el lugar y lo que allí acontece. No se trata de un cráneo cualquiera, sino de la calavera de Adán. Ésta, descubierta tras el diluvio, fue colocada en este preciso lugar por Shem, hijo de Noé, una figura que, según una tradición islámica, fue resucitado por Cristo para que pudiera dar fe del arca de Noé.
La relación entre Adán y Cristo, y entre Adán y el diluvio, es simbólicamente rica. Cristo muere para rescatar a los hombres, para librarlos del pecado mortal que les afecta desde la primera falta cometida por Adán: la ingesta de una manzana del árbol de la sabiduría cuyo tronco evoca el fuste de la cruz-. En tanto que primer hombre, Adán representa a toda la humanidad. Cristo muere debido a la mortal condición humana, y con su resurrección lavará las faltas de los hombres que podrán, a su vez, resucitar en cuerpo y alma al final de los tiempos. El diluvio, del que Noé y Shem son testigos, y del que son supervivientes, fue un castigo que el Padre de Cristo impuso a los hombres. Tras el diluvio, la tierra fue lavada. Las faltas -y sus causantes, los hombres- desaparecieron. La muerte de Cristo y la sangre que versa es un segundo diluvio, que lava los pecados cometidos por Adán, rescatados una primera vez por Noé y Shem.
Es decir, la crucifixión no tiene sentido si no acontece allí donde Cristo resucita, que es lugar donde Adán fue enterrado, y devuelto a la vida por Shem, con su testimonio sobre el Arca, la nave que salvó, que redimió a los hombres que pudieron salvarse del mal cometido.
Gólgota es la calavera de Adán y es el lugar donde Cristo se convierte en calavera antes de recobrar carne y espíritu, y devuelva a la vida a Adán o los adanes que somos.
jueves, 29 de marzo de 2018
Antigüedades
La caída de un conocido y joven anticuario en Barcelona por traficar con obras de procedencia dudosa y con fondos con un destino incierto -o demasiado cierto-, recuerda de nuevo los problemas que rodean la venta de obras arqueológicas.
Si bien ya hubo reyes en la antigüedad que coleccionaban, fascinados, o por motivos políticos, obras de épocas anteriores, el interés por la arqueología, en Occidente, no empieza hasta el Renacimiento. El descubrimientto casual de la Domus Aurea, el palacio de Nerón en Roma que había sido enterrado por sus sucesores para borrar su memoria, en el siglo XVI, y las primeras excavaciones en la misma ciudad de Roma, asentada en un campo de ruinas, despertó el interés por el arte antiguo y fue el inicio de las primeras colecciones nobles, reales y papales, en busca de modelos de perfección, de testimonios de la grandeza del pasado, objetos de admiración y emulación, y lecciones éticas sobre la fugacidad de la gloria.
Salvo en contadas excepciones -algún viaje a Oriente, en territorios en manos árabes o turcas-, las colecciones se componían con obras (estatuas, frescos, mosaicos, bronces, cerámicas) derribadas, halladas en el suelo, semi-enterradas o enterradas -nunca a gran profundidad- en yacimientos en territorios pertenecientes a un mismo reino o imperio. Las primeras misiones arqueológicas científicas, en Pompeya y Herculano, iniciadas en el siglo XVIII, también acontecieron en lugares pertenecientes a una corona, esta vez española.
Los estudios sistemáticos y el traslado de obras fuera de sus países o regiones no empezaron hasta la primera mitad del siglo XIX, con las primeras guerras y los primeros dominios coloniales. La obtención y el traslado de bienes hallados en Grecia (perteneciente al imperio otomano hasta el siglo XIX), el Medio Oriente, África, y el Sudeste asiático, por ejemplo, se lograba con la aprobación de poderes locales a los que se engañaba a menudo. Pensemos en cómo fueron llevados los relieves del Partenón a Londres.
Hoy en día, cualquier hallazgo arqueológico, por ínfimo que sea, debe permanecer en el país de origen. La exportación de piezas arqueológicas está prohibida desde los años ochenta -en algunos casos desde los años setenta. Algunos países, como Turquía y Egipto reclaman la devolución del patrimonio, y países cómo Grecia impiden la exposición conjunta de obras en colecciones públicas, legalmente adquiridos, y de colecciones privadas, cuya procedencia no está siempre bien documentada.
Las piezas arqueológicas en venta, hoy, son aquéllas que han sido obtenidas hace más de cuarenta o cincuenta años, y cuya adquisición legal puede ser certificada. Es decir, que solo se puede comerciar con obras que los propietarios que las adquirieron o heredaron antes de los años 70 u 80, ponen en venta por distintos motivos -herencias, necesidad de liquidez, por ejemplo-. La cantidad y calidad de obras arqueológicas disponibles legalmente es, por tanto, pequeña.
Sin embargo, se pueden falsificar documentos, inventar propietarios del pasado inexistentes, certificar que las obras fueron adquiridas antes de los años 70, amen de fabricar copias o falsos.
Las obras de cerámica son difícilmente falsificables. Una sencilla prueba de termoluminiscencia permite averiguar la fecha de la última cocción, en un horno o debido a un incendio. Los bronces son más fáciles de datar ya que las proporciones de metales usadas en la antigüedad no son las actuales y varían según los yacimientos. Las obras en piedra, en cambio, son un problema: no se pueden fechar mediante análisis, salvo si se puede documentar el uso de máquinas o instrumentos inexistentes en la época en que la obra fue supuestamente tallada. Este prueba, no obstante, requiere microscopios electrónicos no siempre al alcance, y las pruebas, no siempre concluyentes, son muy costosas. solo el ojo del estudioso puede discernir, mas el juicio es subjetivo, si el estilo de la obra corresponde al estilo que se pretende imitar.
Los museos públicos ya no suelen, salvo excepciones y siempre con problemas legales, adquirir obras arqueológicas. Las colecciones apenas crecen. Sin embargo, museos norteamericanos han sido obligados a devolver recientemente obras adquiridas a finales del siglo XX a Italia, Grecia y Turquía, so pena de ya no poder organizar exposiciones con préstamos internacionales.
Y, sin embargo, el mercado se expande. Ventas por internet, bajo mano, crecen. Las recientes guerras en el Medio oriente, han facilitado la existencia de nuevas obras expoliadas -algunos yacimientos han quedado destruidos-, camufladas como obras en colecciones antiguas desconocidas.
Pese a los controles de la Interpol, las piezas arqueológicas siguen siendo una fuente de ingresos inagotable. Anticuarios en Ginebra y Nueva York son sistemáticamente perseguidos sin que se logre hallar o demostrar nada: sus oficinas son espacios inmaculados Un vigilante del museo de Palmira (Siria), ofrecía bajo mano, en 1995, vender pequeñas obras de las vitrinas. Las terracotas africanas Nok, entre los siglo XI y V aC, descubiertas clandestinamente a finales de los años 80, hicieron la fortuna de vendedores y coleccionistas, antes de que se pudiera parar este expolio. Hoy ya no quedan terracotas Nok en Nigeria.
Y un día, ya no quedaran trazas del pasado. Este día, posiblemente, perderemos nuestra condición humana.
Si bien ya hubo reyes en la antigüedad que coleccionaban, fascinados, o por motivos políticos, obras de épocas anteriores, el interés por la arqueología, en Occidente, no empieza hasta el Renacimiento. El descubrimientto casual de la Domus Aurea, el palacio de Nerón en Roma que había sido enterrado por sus sucesores para borrar su memoria, en el siglo XVI, y las primeras excavaciones en la misma ciudad de Roma, asentada en un campo de ruinas, despertó el interés por el arte antiguo y fue el inicio de las primeras colecciones nobles, reales y papales, en busca de modelos de perfección, de testimonios de la grandeza del pasado, objetos de admiración y emulación, y lecciones éticas sobre la fugacidad de la gloria.
Salvo en contadas excepciones -algún viaje a Oriente, en territorios en manos árabes o turcas-, las colecciones se componían con obras (estatuas, frescos, mosaicos, bronces, cerámicas) derribadas, halladas en el suelo, semi-enterradas o enterradas -nunca a gran profundidad- en yacimientos en territorios pertenecientes a un mismo reino o imperio. Las primeras misiones arqueológicas científicas, en Pompeya y Herculano, iniciadas en el siglo XVIII, también acontecieron en lugares pertenecientes a una corona, esta vez española.
Los estudios sistemáticos y el traslado de obras fuera de sus países o regiones no empezaron hasta la primera mitad del siglo XIX, con las primeras guerras y los primeros dominios coloniales. La obtención y el traslado de bienes hallados en Grecia (perteneciente al imperio otomano hasta el siglo XIX), el Medio Oriente, África, y el Sudeste asiático, por ejemplo, se lograba con la aprobación de poderes locales a los que se engañaba a menudo. Pensemos en cómo fueron llevados los relieves del Partenón a Londres.
Hoy en día, cualquier hallazgo arqueológico, por ínfimo que sea, debe permanecer en el país de origen. La exportación de piezas arqueológicas está prohibida desde los años ochenta -en algunos casos desde los años setenta. Algunos países, como Turquía y Egipto reclaman la devolución del patrimonio, y países cómo Grecia impiden la exposición conjunta de obras en colecciones públicas, legalmente adquiridos, y de colecciones privadas, cuya procedencia no está siempre bien documentada.
Las piezas arqueológicas en venta, hoy, son aquéllas que han sido obtenidas hace más de cuarenta o cincuenta años, y cuya adquisición legal puede ser certificada. Es decir, que solo se puede comerciar con obras que los propietarios que las adquirieron o heredaron antes de los años 70 u 80, ponen en venta por distintos motivos -herencias, necesidad de liquidez, por ejemplo-. La cantidad y calidad de obras arqueológicas disponibles legalmente es, por tanto, pequeña.
Sin embargo, se pueden falsificar documentos, inventar propietarios del pasado inexistentes, certificar que las obras fueron adquiridas antes de los años 70, amen de fabricar copias o falsos.
Las obras de cerámica son difícilmente falsificables. Una sencilla prueba de termoluminiscencia permite averiguar la fecha de la última cocción, en un horno o debido a un incendio. Los bronces son más fáciles de datar ya que las proporciones de metales usadas en la antigüedad no son las actuales y varían según los yacimientos. Las obras en piedra, en cambio, son un problema: no se pueden fechar mediante análisis, salvo si se puede documentar el uso de máquinas o instrumentos inexistentes en la época en que la obra fue supuestamente tallada. Este prueba, no obstante, requiere microscopios electrónicos no siempre al alcance, y las pruebas, no siempre concluyentes, son muy costosas. solo el ojo del estudioso puede discernir, mas el juicio es subjetivo, si el estilo de la obra corresponde al estilo que se pretende imitar.
Los museos públicos ya no suelen, salvo excepciones y siempre con problemas legales, adquirir obras arqueológicas. Las colecciones apenas crecen. Sin embargo, museos norteamericanos han sido obligados a devolver recientemente obras adquiridas a finales del siglo XX a Italia, Grecia y Turquía, so pena de ya no poder organizar exposiciones con préstamos internacionales.
Y, sin embargo, el mercado se expande. Ventas por internet, bajo mano, crecen. Las recientes guerras en el Medio oriente, han facilitado la existencia de nuevas obras expoliadas -algunos yacimientos han quedado destruidos-, camufladas como obras en colecciones antiguas desconocidas.
Pese a los controles de la Interpol, las piezas arqueológicas siguen siendo una fuente de ingresos inagotable. Anticuarios en Ginebra y Nueva York son sistemáticamente perseguidos sin que se logre hallar o demostrar nada: sus oficinas son espacios inmaculados Un vigilante del museo de Palmira (Siria), ofrecía bajo mano, en 1995, vender pequeñas obras de las vitrinas. Las terracotas africanas Nok, entre los siglo XI y V aC, descubiertas clandestinamente a finales de los años 80, hicieron la fortuna de vendedores y coleccionistas, antes de que se pudiera parar este expolio. Hoy ya no quedan terracotas Nok en Nigeria.
Y un día, ya no quedaran trazas del pasado. Este día, posiblemente, perderemos nuestra condición humana.
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