miércoles, 4 de septiembre de 2019
JIRÍ BARTA (1948): KRYSAR (THE PIED PIPER, EL FLAUTISTA, 1986)
THE PIED PIPER (Krysař), 1986, Directed by Jirí Barta from Not Available on Vimeo.
Obra maestra del cine de animación, estrenada en el Festival de Cine de Cannes (Francia), de uno de los mejores cineastas de animación checos y del mundo.
IVO MALEC (1925-2019): LIGNES ET POINTS (LÍNEAS Y PUNTOS, 1965)
Este compositor contemporáneo franco-croata, que trabajaba más con ruidos que con notas, falleció ayer.
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Modern Art,
música y arquitectura
Autor, creador
Autor y creador son sinónimos. Designan al responsable de una obra de arte. Cabría preguntarse, sin embargo, por el significado exacto de cada palabra. No pueden existir varias palabras con un significado idéntico. Algún matiz debe existir, un matiz que quizá sea importante.
Autor y creador son palabras de origen latino.
Autor viene del latín auctor. Auctor no significa en primer lugar autor, tal como entendemos esta palabra, sino que se traduce por garante. Un auctor responde por un hecho o un acto. Da fe de su realización, su importancia, su necesidad. La obra o la acción no tienen sentido, no existen si el auctor no certifica que han tenido lugar. El auctor tiene la potestad de certificar o anular existencias. Él es el origen de lo que acontece.
Auctor está emparentado con el verbo latino augeo. Éste se traduce por acrecentar. Es decir, en principio, designa un gesto que tiene como fin dar más peso, relevancia, presencia, a algo que ya existe. No es, propiamente, un engendrador, sino un modificador. Sin embargo, este significado, que otorga solo una cierta importancia al auctor, no se corresponde con lo que el verbo augeo implica. Éste se refiere al aumento, no de cosas, sino de seres. Por tanto, augeo designa el acto de acrecentamiento de vida: se traduce, en verdad, por crear o procrear.
Mas, en este caso, ¿qué diferencia existe entre el autor y el creador?
Crear (creo), en latín, es sinónimo de crecer (cresco): se pueden traducir por crear o, con más precisión, procrear. Creo se refiere al momento alumbramiento, cresco a las consecuencias del mismo: al posterior desarrollo que solo acontece tras la creación. Lo que se crea y lo que crece son tanto seres cuanto fuerzas. La importancia, el poder también surgen y se acrecientan.
Ambos designan actos diríamos que naturales, casi involuntarios.
El autor, contrariamente al creador, en latín -y esta diferencia quizá también se de en nuestras lenguas modernas-, está imbuido de autoridad. Responde de lo que hace. Está facultado para crear. La creación es suya, y solo suya. Se responsabiliza de lo que ha hecho. Es consciente de sus actos y sus consecuencias. Está imbuido de un poder de decisión, de vida y muerte, sobre lo que ha creado o procreado. Es un padre o una madre, y la obra es hija suya. Ha actuado en libertad, con plenos poderes, sabiendo qué y porqué actúa. Augeo no designa tanto un acto espontáneo sino un acto reflexivo, que mide y ha medido las consecuencias de sus actos, plenamente asumidos. Y la obra resultante viene respaldada por la autoridad del autor, una figura augusta, es decir sabia, responsable.
Seguramente, la palabra auctor se refiere más a los dioses y a los héroes que a los humanos, que no saben lo que hacen. Tan solo quienes auguran el futuro -los augures-, en contacto con los dioses, pueden ser considerados autores: idean, se anticipan a la realidad, son proyectistas y visionarios: son poetas y arquitectos.
Un auctor es un creador con pleno dominio de sus poderes que ejerce lúcida y libremente, legitimado por la autoridad que emana de él.
Autor y creador son palabras de origen latino.
Autor viene del latín auctor. Auctor no significa en primer lugar autor, tal como entendemos esta palabra, sino que se traduce por garante. Un auctor responde por un hecho o un acto. Da fe de su realización, su importancia, su necesidad. La obra o la acción no tienen sentido, no existen si el auctor no certifica que han tenido lugar. El auctor tiene la potestad de certificar o anular existencias. Él es el origen de lo que acontece.
Auctor está emparentado con el verbo latino augeo. Éste se traduce por acrecentar. Es decir, en principio, designa un gesto que tiene como fin dar más peso, relevancia, presencia, a algo que ya existe. No es, propiamente, un engendrador, sino un modificador. Sin embargo, este significado, que otorga solo una cierta importancia al auctor, no se corresponde con lo que el verbo augeo implica. Éste se refiere al aumento, no de cosas, sino de seres. Por tanto, augeo designa el acto de acrecentamiento de vida: se traduce, en verdad, por crear o procrear.
Mas, en este caso, ¿qué diferencia existe entre el autor y el creador?
Crear (creo), en latín, es sinónimo de crecer (cresco): se pueden traducir por crear o, con más precisión, procrear. Creo se refiere al momento alumbramiento, cresco a las consecuencias del mismo: al posterior desarrollo que solo acontece tras la creación. Lo que se crea y lo que crece son tanto seres cuanto fuerzas. La importancia, el poder también surgen y se acrecientan.
Ambos designan actos diríamos que naturales, casi involuntarios.
El autor, contrariamente al creador, en latín -y esta diferencia quizá también se de en nuestras lenguas modernas-, está imbuido de autoridad. Responde de lo que hace. Está facultado para crear. La creación es suya, y solo suya. Se responsabiliza de lo que ha hecho. Es consciente de sus actos y sus consecuencias. Está imbuido de un poder de decisión, de vida y muerte, sobre lo que ha creado o procreado. Es un padre o una madre, y la obra es hija suya. Ha actuado en libertad, con plenos poderes, sabiendo qué y porqué actúa. Augeo no designa tanto un acto espontáneo sino un acto reflexivo, que mide y ha medido las consecuencias de sus actos, plenamente asumidos. Y la obra resultante viene respaldada por la autoridad del autor, una figura augusta, es decir sabia, responsable.
Seguramente, la palabra auctor se refiere más a los dioses y a los héroes que a los humanos, que no saben lo que hacen. Tan solo quienes auguran el futuro -los augures-, en contacto con los dioses, pueden ser considerados autores: idean, se anticipan a la realidad, son proyectistas y visionarios: son poetas y arquitectos.
Un auctor es un creador con pleno dominio de sus poderes que ejerce lúcida y libremente, legitimado por la autoridad que emana de él.
martes, 3 de septiembre de 2019
Templo (la palabra de dios) . ¿Qué es un templo?
La palabra templo viene del latín templum (en griego, temenos). Pero templum no significa templo. Un templum no es una construcción, ni se trata de ninguna realidad material. Un templum es una forma ideal: se trata de un espacio acotado en el cielo que la varilla del augur -un sacerdote o un mago latino o etrusco- traza en el aire. La dirección del vuelo de un pájaro, cuando cruza este rectángulo virtual, interpretada por el augur, es una señal que indica lo que los dioses capitolinos han decidido.
En los templos no entran quienes no creen en los dioses, los profanos (en temas religiosos): literalmente se quedan a las puertas de los templos, ante (pro) los fanos (un sustantivo antiguo, pero que el Diccionario de la Real academia Española aún incluye).
Fanum, en efecto, significa templo, en latín.
El fano es un lugar donde se acude los días fastos (días laborables, que no festivos, ciertamente, días que podríamos pensar son nefastos, pero días en los que la suerte nos aguarda).
En los fanos se escucha la palabra de los dioses. Los dioses nos hablan, o fablan (otro término antiguo aún vigente, sin embargo). Los dioses no cesan de contarnos fábulas: hechos que solo los dioses conocen y que nos pueden parecer irreales o imaginarios porque no los podemos ver, de los que solo tenemos noticias verbales. Los dioses fabulan, cuentan hechos memorables acerca de ellos mismos, cuentan gestas de los héroes, gracias a las que alcanzan la fama, hechos que acontecen fatalmente.
En el Antiguo Testamento, Dios creó el mundo gracias a su verbo. Se ha dicho que una de las diferencias entre los dioses paganos (greco-latinos) y los orientales, es la importancia que unos conceden a la imagen visual, cuando se muestran con todo su esplendor apolíneo o venuseo, frente a quienes, invisibles, pero no inaudibles, solo se dejan oir. El verbo los caracteriza y define. Son voces.
Pero, en Roma, la palabra fas, que está en el origen de esta serie de palabras -fano, fasto, fabula, fama, fatal-, es la "expresión de la voluntad divina" (Félix Gaffiot), designa la ley divina que funda el derecho que preside la organización del mundo, que funda el derecho: palabra recta que ordena o rectifica la creación. Los dioses greco-latinos también eran facundos, tenían la palabra fácil, que determinaban los hechos (en francés, les faits, facti, en latín), la factura (factura, en latín, significa construcción) del universo.
Y la factura de un fano, necesariamente bien "ordenado" -compuesto según las órdenes divinas- era la máxima expresión del poder de la fabla divina. La arquitectura expresaba la ordenación del cosmos, pues los fanos (los templos), fabulosos (es decir, inconcebibles para la horma humana), se facturaban como se había conformado el universo, fabulando.
En los templos no entran quienes no creen en los dioses, los profanos (en temas religiosos): literalmente se quedan a las puertas de los templos, ante (pro) los fanos (un sustantivo antiguo, pero que el Diccionario de la Real academia Española aún incluye).
Fanum, en efecto, significa templo, en latín.
El fano es un lugar donde se acude los días fastos (días laborables, que no festivos, ciertamente, días que podríamos pensar son nefastos, pero días en los que la suerte nos aguarda).
En los fanos se escucha la palabra de los dioses. Los dioses nos hablan, o fablan (otro término antiguo aún vigente, sin embargo). Los dioses no cesan de contarnos fábulas: hechos que solo los dioses conocen y que nos pueden parecer irreales o imaginarios porque no los podemos ver, de los que solo tenemos noticias verbales. Los dioses fabulan, cuentan hechos memorables acerca de ellos mismos, cuentan gestas de los héroes, gracias a las que alcanzan la fama, hechos que acontecen fatalmente.
En el Antiguo Testamento, Dios creó el mundo gracias a su verbo. Se ha dicho que una de las diferencias entre los dioses paganos (greco-latinos) y los orientales, es la importancia que unos conceden a la imagen visual, cuando se muestran con todo su esplendor apolíneo o venuseo, frente a quienes, invisibles, pero no inaudibles, solo se dejan oir. El verbo los caracteriza y define. Son voces.
Pero, en Roma, la palabra fas, que está en el origen de esta serie de palabras -fano, fasto, fabula, fama, fatal-, es la "expresión de la voluntad divina" (Félix Gaffiot), designa la ley divina que funda el derecho que preside la organización del mundo, que funda el derecho: palabra recta que ordena o rectifica la creación. Los dioses greco-latinos también eran facundos, tenían la palabra fácil, que determinaban los hechos (en francés, les faits, facti, en latín), la factura (factura, en latín, significa construcción) del universo.
Y la factura de un fano, necesariamente bien "ordenado" -compuesto según las órdenes divinas- era la máxima expresión del poder de la fabla divina. La arquitectura expresaba la ordenación del cosmos, pues los fanos (los templos), fabulosos (es decir, inconcebibles para la horma humana), se facturaban como se había conformado el universo, fabulando.
lunes, 2 de septiembre de 2019
Cíclopes
Homero, en La Odisea, pone en evidencia las diferencias entres las sociedades urbanizadas de su tiempo, como el propio reino de Ulises, en la isla de Ítaca -incluso bajo la amenaza de quienes pretenden su corona-, y la barbarie que reina en las islas de los Cíclopes. Homero enuncia una y una las diferencias, marcando negativamente todas las características de la vida ciclópea. El que los aquéllos comieran carne cruda era un evidente signo de bestialidad, acentuada por su aspecto físico: un solo ojo les otorgaba un aspecto inhumano: eran monstruos, aunque supieran hablar. Pero que vivieran solos, fuera de toda comunidad también era una prueba de que no habían alcanzado la civilización. Las islas en las que moraban eran metáforas de su voluntario aislamiento. Nadie podía acercárseles.
"Desde allí continuamos [cuenta Ulises] la navegación con ánimo afligido, y llegamos a la tierra de los Cíclopes soberbios y sin ley: quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus. No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres, y no se cuidan los unos de los otros (οὐδ᾽ ἀλλήλων ἀλέγουσιν)."
(Homero: La Odisea, IX, 105-115)
Los Cíclopes tienen familia: mujeres e hijos; pero no trabajan la tierra. viven aislados en lo alto de riscos. Rehuyen los valles donde los griegos, al pie de las alturas (dedicadas a los dioses), abrían espacios comunes, ágoras, donde poder intercambian bienes e ideas, donde las diferencias se exponían y se resolvían mediante la palabra. Los cíclopes no respetaban la palabra, no tenían leyes.
Pero el rasgo que más los alejaba de los seres civilizados era que no se cuidaban mutuamente. Apenas les llegaban extranjeros, penosamente llegados por mar, ya sea por voluntad propia, ya sea tras un naufragio, los Cíclopes los apresaban y los devoraban: así trató el Cíclope Polifemo a Ulises (u Odiseo) y a sus compañeros. Los Cíclopes no tenían piedad. No sabían ponerse en el lugar del otro. Vivían encerrados en sí mismos, siempre a la defensiva. No aceptaban otros modos de vida, otras maneras de pensar. El cuidado de quien lo necesita, de quien llega pidiendo ayuda, no les incumbía. De hecho, el rechazo era tan violento que mataban a todos los que osaban abordar sus tierras.
Los Cíclopes no cuidaban a los demás: alegoo, en griego, significa preocuparse. Se relaciona con el sustantivo algos, dolor físico- y el verbo algeoo: sufrir, sentir un dolor físico, pero también moral. Algeoo es estar apenado, turbado, sentir en carne propio el dolor ajeno; sentir dolor ante el dolor de los demás; un dolor que no lo remedia medicamento alguno, sino un gesto, un gesto de bienvenida, la apertura a los demás, a fin de que al cuidarlos, cese la angustia de ver en qué estado se encuentran. El sufrimiento es mutuo. Encierra a quien lo padece en sí mismo. Quien sufre es incapaz de abrirse, de dar y de recibir. El dolor es una puerta cerrada. Los ojos, los brazos se recogen, la figura toda se encoge. No puede preocuparse por nadie.
Este rasgo, la incapacidad de sentir lo que los otros sienten y de tratar de poner cura es precisamente lo que distingue a los cíclopes, a los monstruos, de los humanos.
Homero lo escribió hace dos mil ochocientos años.
"Desde allí continuamos [cuenta Ulises] la navegación con ánimo afligido, y llegamos a la tierra de los Cíclopes soberbios y sin ley: quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus. No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres, y no se cuidan los unos de los otros (οὐδ᾽ ἀλλήλων ἀλέγουσιν)."
(Homero: La Odisea, IX, 105-115)
Los Cíclopes tienen familia: mujeres e hijos; pero no trabajan la tierra. viven aislados en lo alto de riscos. Rehuyen los valles donde los griegos, al pie de las alturas (dedicadas a los dioses), abrían espacios comunes, ágoras, donde poder intercambian bienes e ideas, donde las diferencias se exponían y se resolvían mediante la palabra. Los cíclopes no respetaban la palabra, no tenían leyes.
Pero el rasgo que más los alejaba de los seres civilizados era que no se cuidaban mutuamente. Apenas les llegaban extranjeros, penosamente llegados por mar, ya sea por voluntad propia, ya sea tras un naufragio, los Cíclopes los apresaban y los devoraban: así trató el Cíclope Polifemo a Ulises (u Odiseo) y a sus compañeros. Los Cíclopes no tenían piedad. No sabían ponerse en el lugar del otro. Vivían encerrados en sí mismos, siempre a la defensiva. No aceptaban otros modos de vida, otras maneras de pensar. El cuidado de quien lo necesita, de quien llega pidiendo ayuda, no les incumbía. De hecho, el rechazo era tan violento que mataban a todos los que osaban abordar sus tierras.
Los Cíclopes no cuidaban a los demás: alegoo, en griego, significa preocuparse. Se relaciona con el sustantivo algos, dolor físico- y el verbo algeoo: sufrir, sentir un dolor físico, pero también moral. Algeoo es estar apenado, turbado, sentir en carne propio el dolor ajeno; sentir dolor ante el dolor de los demás; un dolor que no lo remedia medicamento alguno, sino un gesto, un gesto de bienvenida, la apertura a los demás, a fin de que al cuidarlos, cese la angustia de ver en qué estado se encuentran. El sufrimiento es mutuo. Encierra a quien lo padece en sí mismo. Quien sufre es incapaz de abrirse, de dar y de recibir. El dolor es una puerta cerrada. Los ojos, los brazos se recogen, la figura toda se encoge. No puede preocuparse por nadie.
Este rasgo, la incapacidad de sentir lo que los otros sienten y de tratar de poner cura es precisamente lo que distingue a los cíclopes, a los monstruos, de los humanos.
Homero lo escribió hace dos mil ochocientos años.
domingo, 1 de septiembre de 2019
FERRANT CRUIXENT (1976): URBAN SURROUND (2007)
Nota: Escucha legal
Ferran Cruixent, de Barcelona, es uno de los músicos españoles cultos contemporáneos -con obras acústicas y electrónicas- más importantes.
Ha compuesto con el supercomputador (uno de los más potentes de Europa) Mare Nostrum, de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC, Barcelona), obra de próximo estreno en Barcelona.
Cultura y dogma
La Bienal se clausurará el 31 de octubre.
El pabellón recibe unos cien visitantes diarios -extranjeros, sobre todo, y españoles (en particular, catalanes)- entre semana, y unos mil los fines de semana. Incluso en este tórrido agosto.
Los visitantes pueden responder a una encuesta y escribir sus impresiones en un cuaderno:
SENZA PAROLE! SEMPLICEMENTE TOCCANTE! [conmovedor, en italiano]
Molto bella e ben spiegata, da vedere.
Molto interessante e stimulante. Credo che il messaggio sta claro ma sopratutto vero.
Molto interesante e... profetica
Excellent
Grazie
Dekujeme Vám [Gracias, en checo]
Es un pabellón muy especial, destaca del resto
Excelent exposició
Felicitats nois! L´heu clavat. M´ha encancat
(....)
VISCA CATALUNYA LLIURE
Catalunya Lliure.
No pararem la lluita
Es de vergonya no hi ha res en català. Decepció total"
Notas:
Los idiomas de la Bienal son el italiano y el inglés.
El tema de la exposición documental es una "reflexión" sobre la "iconoclastia" y la "iconodulia" -la destrucción y la adoración de imágenes- que se da hoy en día en Cataluña, al igual que en otras partes del mundo, ayer y hoy, desde el fervor que suscita la piedra negra de La Meca y los pasos de Semana Santa, hasta la destrucción de las imágenes naturalistas en Palmira (Siria), Mosul (Iraq), Afganistán, y en Europa.
Atónitos ante ciertos comentarios que poco tienen que ver con la muestra....
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