miércoles, 11 de septiembre de 2019
ROBERT FRANK (1924-2019): PULL MY DAISY (1959)
Pull My Daisy from Altarwise on Vimeo.
El fotógrafo suizo, afincado en los Estados Unidos, Robert Frank, fallecido ayer, es quizá un artista de solo tres obras fundamentales: su libro de fotografías Los Americanos (1955), que retrata a vuelo la vida gris de los suburbios y los desclasados norteamericanos, sin el pintoresquismo, la singularidad del fotoperiodismo, sin encuadrar y exaltar los valores de quienes no han merecido atención alguno; el cortometraje Pull my Daisy (1959), su primera película, que aquí se muestra, que narra una historia cómica o absurda, la visita de un clérigo en casa de un ferroviario, en la Ciudad de Nueva York (que se cuela por las ventanas) ya ocupada por una banda de amigos artistas, en la que los diálogos son contados por una voz en off, que también describe y comenta la historia, un procedimiento novedoso que Woody Allen ha tenido en cuenta en muchas de sus películas; y el polémico y descarnado documental Cocksuker Blues sobre un gira de los Rolling Stones en los Estados Unidos a finales de los años sesenta (mostrado hace años en este blog), seguido de la portada del disco subsiguiente del grupo, Exile on Main Street -una de las más célebres del diseño gráfico-, cuyo coletazo fue la última filmación de Frank, un tardío videoclip, Plundered my Soul, para una canción descartada de aquel disco en su momento, y finalmente rescatada y publicada en 2010, atendiendo siempre al mismo principio: cazar lo no nunca ha sido tema de presa, lo que se ha deslizado sin llamar la atención, pero que revela lo que subyace debajo de las apariencias.
El fotógrafo suizo, afincado en los Estados Unidos, Robert Frank, fallecido ayer, es quizá un artista de solo tres obras fundamentales: su libro de fotografías Los Americanos (1955), que retrata a vuelo la vida gris de los suburbios y los desclasados norteamericanos, sin el pintoresquismo, la singularidad del fotoperiodismo, sin encuadrar y exaltar los valores de quienes no han merecido atención alguno; el cortometraje Pull my Daisy (1959), su primera película, que aquí se muestra, que narra una historia cómica o absurda, la visita de un clérigo en casa de un ferroviario, en la Ciudad de Nueva York (que se cuela por las ventanas) ya ocupada por una banda de amigos artistas, en la que los diálogos son contados por una voz en off, que también describe y comenta la historia, un procedimiento novedoso que Woody Allen ha tenido en cuenta en muchas de sus películas; y el polémico y descarnado documental Cocksuker Blues sobre un gira de los Rolling Stones en los Estados Unidos a finales de los años sesenta (mostrado hace años en este blog), seguido de la portada del disco subsiguiente del grupo, Exile on Main Street -una de las más célebres del diseño gráfico-, cuyo coletazo fue la última filmación de Frank, un tardío videoclip, Plundered my Soul, para una canción descartada de aquel disco en su momento, y finalmente rescatada y publicada en 2010, atendiendo siempre al mismo principio: cazar lo no nunca ha sido tema de presa, lo que se ha deslizado sin llamar la atención, pero que revela lo que subyace debajo de las apariencias.
El saludo
Negar el saludo se ha convertido en una práctica habitual en la política. ¿Qué implica este gesto?
La palabra saludo viene del latín saluto que significa visitar, acudir a una casa para honrar a su dueño. El saludo culmina y da sentido a un desplazamiento y, de algún modo, es un rito de paso que permite cruzar el umbral de una casa tras ser invitado a entrar. El saludo certifica el encuentro y la aceptación. La anunciación, la llegada de la buena nueva, que acontece en la casa de María -la casa es el lugar por excelencia del encuentro-, viene precedida por la salutación
Saludo viene tanto de salus cuanto de salvus, dos palabras latinas que significan lo mismo: bienestar, salud.
Salvus introduce un matiz: dicha salud implica entereza. A una persona saludable no le falta nada: su persona no está afectada -marcada, mutilada- por ningún accidente. Salvus viene del griego olos: olos significa entero y único: el ser o el ente olos es singular: lo tiene todo, no necesita nada. Por todo, lo que o quien goza de tal entereza, está solus (solo, que también deriva de olos): solus se traduce tanto por solo como por desierto. Bien es cierto que quienes están sanos pueden vivir sin estar o entrar en contacto con nada ni nadie. Son autosuficientes, gozan de todo lo necesario. Pero dicho aislamiento no produce frutos. Por eso, la buena salud necesita del saludo, del encuentro con los demás.
Saludar es desear salud. Es algo más: un saludo aporta la salud. Quien brinda el saludo, es decir, la salud, es tan saludable (tan amigable) que puede repartir saludos y salud. La salud le sobra. Tiene tanta que puede disponer de ella y repartirla, creando así lazos. Los saludos mantienen las comunidades en vida. Evitan los daños, las enfermedades. Esta generosidad solo está al alcance de los dioses (que son seres singulares). Por eso aquélla es santa. Salud y santidad son palabras vecinas también. Un santo no es un eremita. Por el contrario, va de puerta en puerta aportando salud. Un santo cuida, protege. A los santos se lees invoca cuando la salud declina. Saludarse es un gesto con el que se renuevan energías que permiten reponerse y recuperar la entereza, la confianza.
Si solo se pudiera practicar este arte hoy.
La palabra saludo viene del latín saluto que significa visitar, acudir a una casa para honrar a su dueño. El saludo culmina y da sentido a un desplazamiento y, de algún modo, es un rito de paso que permite cruzar el umbral de una casa tras ser invitado a entrar. El saludo certifica el encuentro y la aceptación. La anunciación, la llegada de la buena nueva, que acontece en la casa de María -la casa es el lugar por excelencia del encuentro-, viene precedida por la salutación
Saludo viene tanto de salus cuanto de salvus, dos palabras latinas que significan lo mismo: bienestar, salud.
Salvus introduce un matiz: dicha salud implica entereza. A una persona saludable no le falta nada: su persona no está afectada -marcada, mutilada- por ningún accidente. Salvus viene del griego olos: olos significa entero y único: el ser o el ente olos es singular: lo tiene todo, no necesita nada. Por todo, lo que o quien goza de tal entereza, está solus (solo, que también deriva de olos): solus se traduce tanto por solo como por desierto. Bien es cierto que quienes están sanos pueden vivir sin estar o entrar en contacto con nada ni nadie. Son autosuficientes, gozan de todo lo necesario. Pero dicho aislamiento no produce frutos. Por eso, la buena salud necesita del saludo, del encuentro con los demás.
Saludar es desear salud. Es algo más: un saludo aporta la salud. Quien brinda el saludo, es decir, la salud, es tan saludable (tan amigable) que puede repartir saludos y salud. La salud le sobra. Tiene tanta que puede disponer de ella y repartirla, creando así lazos. Los saludos mantienen las comunidades en vida. Evitan los daños, las enfermedades. Esta generosidad solo está al alcance de los dioses (que son seres singulares). Por eso aquélla es santa. Salud y santidad son palabras vecinas también. Un santo no es un eremita. Por el contrario, va de puerta en puerta aportando salud. Un santo cuida, protege. A los santos se lees invoca cuando la salud declina. Saludarse es un gesto con el que se renuevan energías que permiten reponerse y recuperar la entereza, la confianza.
Si solo se pudiera practicar este arte hoy.
martes, 10 de septiembre de 2019
Santo y sagrado
Santo y sagrado son, en general, sinónimos. ¿Era así en Roma?
Ya hemos escrito sobre sacer: recibe la calificación de sacer todo lo que está vetado, lo que no pertenece al espacio humano, sino al mundo de los dioses. Positivo o negativo, benéfico o maléfico, lo sacer escapa al control, a las leyes humanos. Fuera de toda norma, imposible de reducir, de acotar, lo sacer puede ser una pesadilla, y una fuente de daños físicos y morales. Todo lo que pertenece a los dioses, todo lo que depende de ellos, es imprevisible, y no tiene que justificar sus acciones ante los hombres. De ahí que lo sacer pudiera ser anulado o destruido, como un cuerpo ajeno.
Se ha escrito que, en cambio, sanctus califica algo -un ente, un ser, un espacio- benéfico. La relación con la significación que sanctus adquirió en el cristianismo sería evidente, no así la relación entre sacer y sagrado (aunque hoy también lo sagrado es inviolable: es decir no puede entrar en contacto impunemente con los hombres, y cualquier relación es conflictiva, problemática. Una hostia consagrada, que es la carne de la divinidad ofrecida en sacrificio -un término derivado de sacer- no se puede coger, ni se puede morder. Su ingesta requiere además una preparación anímica.
Sanctus, en verdad, es una propiedad de lo que ha quedado sancionado: santo y sanción son palabras emparentadas. En este caso, lo santo está sometido a la ley: definido, acotado por ésta. Lo santo tiene límites, tiene que ver con los límites: los que segregan lo sagrado.
Un espacio sagrado está vetado: nadie puede acercarse a él, y menos acceder a él, so pena de un daño irreparable: acceder a un espacio sagrado implicaría salir del espacio de los mortales y acceder al de los inmortales, siempre punible en cualquier cultura. El mundo de los dioses es inaccesible a los hombres.
Los límites, los muros del espacio sagrado, sin embargo, han sido levantados por los hombres, precisamente para impedir que el profano pudiera estar marcado por el encuentro con lo sagrado. Estos muros siguen disposiciones. Defienden el espacio sagrado, y nos defienden de su irradiación. Están sometidos a una sanción que defiende o prohibe el acceso. El muro, lo santo, es lo único que los hombres pueden contemplar. Si otearan lo que acontece, lo que se halla detrás de aquéllos, quedarían ciegos o caerían fulminados. La ley humana define lo santo (un trazado protector), la ley divina, en cambio, acota lo sagrado (lo que escapa a las acotaciones y definiciones humanas).
Ya hemos escrito sobre sacer: recibe la calificación de sacer todo lo que está vetado, lo que no pertenece al espacio humano, sino al mundo de los dioses. Positivo o negativo, benéfico o maléfico, lo sacer escapa al control, a las leyes humanos. Fuera de toda norma, imposible de reducir, de acotar, lo sacer puede ser una pesadilla, y una fuente de daños físicos y morales. Todo lo que pertenece a los dioses, todo lo que depende de ellos, es imprevisible, y no tiene que justificar sus acciones ante los hombres. De ahí que lo sacer pudiera ser anulado o destruido, como un cuerpo ajeno.
Se ha escrito que, en cambio, sanctus califica algo -un ente, un ser, un espacio- benéfico. La relación con la significación que sanctus adquirió en el cristianismo sería evidente, no así la relación entre sacer y sagrado (aunque hoy también lo sagrado es inviolable: es decir no puede entrar en contacto impunemente con los hombres, y cualquier relación es conflictiva, problemática. Una hostia consagrada, que es la carne de la divinidad ofrecida en sacrificio -un término derivado de sacer- no se puede coger, ni se puede morder. Su ingesta requiere además una preparación anímica.
Sanctus, en verdad, es una propiedad de lo que ha quedado sancionado: santo y sanción son palabras emparentadas. En este caso, lo santo está sometido a la ley: definido, acotado por ésta. Lo santo tiene límites, tiene que ver con los límites: los que segregan lo sagrado.
Un espacio sagrado está vetado: nadie puede acercarse a él, y menos acceder a él, so pena de un daño irreparable: acceder a un espacio sagrado implicaría salir del espacio de los mortales y acceder al de los inmortales, siempre punible en cualquier cultura. El mundo de los dioses es inaccesible a los hombres.
Los límites, los muros del espacio sagrado, sin embargo, han sido levantados por los hombres, precisamente para impedir que el profano pudiera estar marcado por el encuentro con lo sagrado. Estos muros siguen disposiciones. Defienden el espacio sagrado, y nos defienden de su irradiación. Están sometidos a una sanción que defiende o prohibe el acceso. El muro, lo santo, es lo único que los hombres pueden contemplar. Si otearan lo que acontece, lo que se halla detrás de aquéllos, quedarían ciegos o caerían fulminados. La ley humana define lo santo (un trazado protector), la ley divina, en cambio, acota lo sagrado (lo que escapa a las acotaciones y definiciones humanas).
ENRICO RAVA (1939) & JOE LOVANO (1952): ROMA (2019)
Sobre el saxofonista norteamericano Joe Lovano y el trompetista italiano Enrico Rava, véanse sus respectivas páginas webs.
Véase también el siguiente enlace legal.
viernes, 6 de septiembre de 2019
Lo sagrado
La noción de lo sagrado, en la antigüedad, poco tiene que ver con la moderna, decisivamente transformada por el cristianismo. Lo sagrado, ayer y hoy, bebe del mundo de los dioses, pero, hoy, lo sagrado es una característica sobrenatural y positiva. Lo sagrado escapa a la limitación, quizá a la mezquindad humanas.
En Roma, sin embargo, sacer-de donde viene la palabra sagrado-, significaba tabú, prohibido. Lo sacer era lo que no tenía nada que ver con lo humano. Lo sacer podía ser luminoso, benéfico, o terrible, maléfico. Lo sacer dependía exclusivamente de los dioses, lo que no siempre beneficiaba a los hombres. Éstos no podían competir con la omnipotencia y la voluntad divinas.
Sin entrar en las prolijas consideraciones del filósofo Agamben, el homo sacer (una figura del mundo Romano), el hombre sagrado o marcado por la sacralidad, no era un sacerdote, pero sí un ser humano del que uno debía apartarse, porque su presencia acarreaba un peligro para las limitadas funciones humanas. Literalmente, ya no pertenecía al acotado mundo de los hombres. El hombre sagrado dependía exclusivamente de los dioses, su voluntad estaba en las manos de éstos. Sagrado podía ser un criminal. Los dioses le habían llevado a cometer crímenes (cómo Edipo, o Rómulo, por ejemplo). Las leyes humanos no se lo podían aplicar. Dependía de leyes sobrenaturales, desconocidas por los hombres e inaplicables en y por la comunidad. Los hombres sagrados eran unos fuera de la ley (outlaw, en inglés, unos forajidos -situados fuera de las fores, las puertas de la ciudad-, unos proscritos: obligados, por escrito, al destierro, ubicados en tierra de nadie, sin contacto con ningún humano, desde entonces, unos excluidos).
Por tanto, al no formar parte de una comunidad, necesariamente regulada, al depender tan solo de los dioses que lo habían convertido en un criminal o un chivo expiatorio, que lo habían deshumanizado, relegándolo o situándolo fuera de las normas y convenciones humanas, al obedecer tan solo a los dioses, los hombres sagrados podían ser tratados como unos no-humanos: se les podía asesinar sin que quien los había matado pudiera ser castigado. Pero no podían ser sacrificados: el sacrifico es una ofrenda humana a los dioses. Los hombres, sin embargo, sólo podían ofrendar lo que les pertenecía. Los hombres sagrados, en cambio, ya estaban en las manos de los dioses. Se les ejecutaba, pues, pero no se les sacrificaba.
Los hombres sagrados no tenían cabida en el orden de la ciudad. Eran de ningún lugar. Trashumantes, emigrantes, condenados al eterno destierro, siempre rechazados. Nadie quería saber nada de ellos, como nadie quería un encuentro directo con los dioses, ya que la omnipotencia de éstos podía fulminar las limitadas facultades humanas. Los hombres sagrados eran unos muertos en vida. Ni siquiera servir como sustento sacrificial de los dioses. Ni en la tierra ni en el cielo, no tenían cabida.
En estos tiempos profanos, la sacralidad ha vuelto.
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