martes, 24 de septiembre de 2019

PETER LORD (1953): ADAM (1992)



Desde los inicios, el estudio de cine de animación con figuras de plastilina, filmado con la técnica de "stop motion", Aardman, ha sido insuperable.
Cortometraje premiado con un Oscar.

lunes, 23 de septiembre de 2019

El templo griego

Apenas desembarcaban en la tierra prometida (por el dios Apolo que les guiaba), los colonos griegos, tras dar las gracias al dios que les había llevado a buen puerto, se ufanaban en organizar el espacio que ocuparía la ciudad que se disponían a fundar.
Lo primero que realizaban, tras la erección de un altar dedicado a Apolo, era una primera división espacial. Acotaban espacios para los hombres, en las zonas bajas, y para los dioses, en algún altozano (la acrópolis o ciudad alta). Luego, la ciudad baja se parcelaba alrededor de un espacio central público.
Los dioses tenían un lugar en la ciudad. Pero estaban confinados. El espacio sagrado, alrededor del tiempo, era un espacio delimitado -o limitado. Así como los dioses mesopotámicos eran los dueños de la ciudad, a los dioses griegos solo se les concedía una parte de la ciudad; elevada, sin duda, pero acotada, y sin influencia en los negocios, comerciales y políticos que se traficaban en el centro de la ciudad.
Es cierto que los dioses podían estar en cualquier sitio. Aparecían y desaparecían a voluntad, disfrazos de personas conocidas, sin que los griegos a quienes se les aparecieran se dieran cuenta de que estaban hablando con una divinidad, salvo cuando ésta se esfumaba súbitamente sin dejar rastro alguno. Moraban en el Olimpo y en cada templo, en cada estatua de culto. Su presencia se multiplicaba en la tierra. Pero en la práctica, solo se les concedía el espacio del acrópolis, Esto no significaba que la ciudad baja careciera de templos: incluso el ágora acogía santuarios dedicados a los dioses del comercio y de la fabricación bienes de consumo (Hefesto, por ejemplo), y la ciudad estaba protegida por un círculo mágico punteado de santuarios metropolitanos. Pero esas concesiones no invalidaban que los dioses protectores de la ciudad y las principales divinidades tuvieran que contentarse con un espacio delimitado fuera del cual se extendía el espacio profano (que significa ante o delante del lugar de los fenómenos sobrenaturales).
Esta acotación, de algún modo, implicaba tanto una pérdida de poder o de influencia por parte de los dioses, como una cierta mirada condescendiente o distante por parte de los hombres. Ahora que a los dioses se les asentaba en lo más alto de los dioses, también se les negaba el poder sobre los espacios en los que los humanos vivían y comerciaban. De algún modo, la desacralización del mundo estaba en marcha, y la acotación de los dioses, fijados en un sitio dado, mermaba su influencia. Con los griegos, ya en el siglo VII aC, a los dioses se les fue relegando y apartando de los asuntos humanos.

Recomiendo la lectura del ensayo de Aida Míguez Barciela: Talar madera. Naturaleza y límite en el pensamiento griego antiguo, La Oficina, 2017

Agradecimiento a la arquitecta y profesora de Teoría (UPC-ETSAB), Mónica Sambade por la recomendación de este libro.

domingo, 22 de septiembre de 2019

La ciudad justa y la ciudad injusta (Hesíodo: Los Trabajos y los días, 225-248)

"Los que hacen una justicia recta a los extranjeros, como a sus conciudadanos, y no se salen de lo que es justo, contribuyen a que prosperen las ciudades y los pueblos. La paz, mantenedora de hombres jóvenes, está sobre la tierra, y Zeus que mira a lo lejos, no les envía jamás la guerra lamentable. Jamás el hambre ni la injuria ponen a prueba a los hombres justos, que gozan de sus riquezas en los festines. La tierra les da alimento abundante; en las montañas, la encina tiene bellotas en su copa y panales en la mitad de su altura. Sus ovejas están cargadas de lana y sus mujeres paren hijos semejantes a sus padres. Abundan perpetuamente en bienes y no tienen que navegar en naves, porque la tierra fecunda les prodiga sus frutos.
Pero a los que se entregan a la injuria, a la husca del mal y a las malas acciones, Zeus que mira a lo lejos, el Cronida, les prepara un castigo; y con frecuencia es castigada toda una ciudad a causa del crimen de un solo hombre que ha meditado la iniquidad y que ha obrado mal. El Cronión, desde lo alto del Urano. envía una gran calamidad: el hambre y la peste a la vez, y perecen los pueblos. Las mujeres no paren ya, y decrecen las familias. por voluntad de Zeus Olímpico; o bien les destruye el Cronión su gran ejército, o sus murallas, o hunde sus naves en el mar."

(Hesíodo: Los trabajos y los días, 225-248)

El poeta griego Hesíodo escribió este texto a mediados del siglo VII aC.

CHRISTIAN RIZZO (1965): UNE MAISON (UNA CASA, 2019. FRAGMENTO)

Teaser — une maison de Christian Rizzo (création 2019) / 39e Festival Montpellier Danse from montpellier danse on Vimeo.

El coreógrafo francés Christian Rizzo presenta en Barcelona un espectáculo de danza sobre los espacios interiores y exteriores de (o en) una casa y sobre las relaciones humanas en ella, más allá de las divisiones o compartimentaciones espaciales:


Fragmento de una entrevista:

"P: El título de la obra, Une maison [Una casa], ¿hace referencia a la arquitectura o a la intimidad de un hogar?
R: A la conexión entre ambas cosas, la arquitectura y lo que pasa dentro. Y también incluye la posibilidad de abrir este espacio al exterior.

P: Una casa muy habitada: ¡14 bailarines entre 22 y 60 años!
R: Quería crear la sensación de un espacio lleno y así poder mostrar el contraste con el vacío. La idea era pasar de tener una casa a ser casa."

viernes, 20 de septiembre de 2019

El diluvio (o cómo se pudo construir el Arca, en la que los humanos no tendrían cabida, sin levantar sospechas)

El padre de los dioses, An, el dios del Cielo, estaba cansado del constante tumulto que ascendía de la tierra, impidiéndole descansar en su palacio. Los seres humanos se habían multiplicado y no cesaban de agitarse, día y noche.
El dios de los Cielos reunió a los dioses en en conciliábulo y, tras deliberar, decidieron limitar severamente, el número de humanos. Para eso, lanzaron una plaga mortífera sobre la tierra.
Mas el hijo menor de An, el dios de las aguas, el mañoso Enki, conocedor de toda clase de trucos con los que solucionar, por las buenas o las malas, toda clase de problemas, decidió advertir a los hombres del peligro que corrían, y explicarles cómo sobrevivir a la amenaza. Los humanos eran sus criaturas: los había modelado con barro. No podía echarlos a perder. Así, cuando una inmisericorde sequía se abatió sobre la tierra, los humanos, aconsejados por el dios Enki, empezaron a dirigir todas sus oraciones hacia el dios de las tormentas quien, halagado, y apiadado, abrió finalmente las compuertas del cielo. Los humanos se salvaron. Y volvieron a crecer.
El dios del Cielo, entonces, volvió a reunir a los dioses en un cónclave, y decidió castigar a los hombres con una nueva y más grave plaga. De nuevo Enki intervino y halló la manera de que los hombres se sobrepusieran a este nuevo cataclismo. 
La situación se repitió tres veces.
Cuando la cuarta, el dios del Cielo, no solo planificó la más mortífera destrucción -que acabaría con todos los humanos- sino que exigió que ningún dios se dirigiera a aquéllos. Las órdenes del Cielo debían cumplirse. El dios Enki, esta vez, no podía traicionar al Cielo.
Pero el dios del cielo había exigido que nadie hablara con los humanos, pero no que no se hablara con otros seres o entes.
He aquí, entonces, que Enki se dirigió a los cañaverales, "soplándoles" lo que iba a ocurrir, justo en el momento en que Utnapishtim, un humano, navegaba por las marismas, rozando los juncos que, agitados por el viento, amplificaban los soplos. 
Es así como Utnapishtim supo qué iba a ocurrir y cómo debía actuar. Utnapishtim era un hombre sabio y prudente. Era un sacerdote al cuidado del templo de Enki, precisamente. Oyó que debía apartarse de la ciudad y construir un arca de madera calafeteada, tan grande como el mundo, en la que encerraría ejemplares de todos los animales, y representantes de todos los gremios, en cuanto cayeran las primeras gotas.
Pues el definitivo castigo divino iba a ser un diluvio que anegaría la tierra y ahogaría a todos los pobladores.
Mas, preguntó Utnapishtim, cómo podría ausentarse de la ciudad y desatender el templo, sin levantar sospechas.
Los juncos le contestaron que decía contar que había sido apartado de la vida comunitaria por una señal divina, a fin que no disfrutara de unos bienes que iban a caer del cielo. Explicaría que Enki lo odiaba: No mentiría; el término que se traduce por odiar también indica una señal mágica; que es lo que había ocurrido.
Los bienes iban a ser un verdadero maná: un tipo de galletas; alimentos dulces en abundancia.
La palabra que Enki utilizó era kukkum: un tipo de pastel. 
Pero kukkum, sin duda, sonaría como kukkûm: tinieblas.
Utnapishtim tampoco mentiría a sus conciudadanos. 
Pues en cuando las tinieblas se abatieron sobre la tierra, Adad, el dios de las tormentas avanzó, los dioses de la peste y de los infiernos, Erra y Nergal, abrieron las compuertas del cielo, y el dios de la guerra Ninurta hizo que los pantanos desbordaran. El diluvio, que duraría seis noches y siete días, se desató.


Agradezco al arquitecto Marc Marín, doctorando en arquitectura y arqueología del Próximo Oriente antiguo, estudioso de asiriología, en la Universidad de Filadelfia, el comentario sobre este punto esencial del Mito del Diluvio.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Fantasmagoría (Una imagen del hombre en la Grecia antigua)



Fotos: Tochoocho, Septiembre de 2019

Miguel Ángel sostenía que no esculpía sino que ayudaba a las estatuas a librarse de la materia que las aprisionaba.
Esta estatuilla griega, del siglo VI aC, no ha sido modelada por el tiempo, pero tampoco ha sido librada enteramente de la ganga material que la envuelve como un sudario.
Evoca a un joven -un kouros- que parece luchar contra un velo de mármol, un joven petrificado que intenta volver a la vida.
Efímeros: tal era la palabra que designaba a los mortales, en la Grecia antigua: seres evanescentes, que pasan y desaparecen. Títeres, en manos del destino, para Platón.
Este joven, sin embargo, parece luchar contra lo que lo ahoga. No se intuye, empero, si saldrá victorioso de su empeño, pero se diría que no se ha rendido -aún.
Una maravillosa y enigmática estatuilla marmórea, inconclusa, en la primera planta de las salas greco-romanas del Museo Británico de Londres.

Démeter




Foto: Tocho, septiembre de 2019

La novelista canadiense, que escribía en francés, Marguerite Yourcenar, señaló que el tiempo es el gran escultor.
Esta afirmación es particularmente cierta referida a la gran estatua de mármol que representa a la diosa griega de las cosechas, Démeter. Esta obra, del siglo IV aC, procedente del santuario de la diosa en Cnido (hoy Turquía), hallada a mitad del siglo XIX, fue compuesta en dos partes separadas: el cuerpo togado (cubierto por un peplo o una túnica), sentado en un trono, y la testa velada.
El tiempo fracturó miembros -antebrazos, pies-, rebajó el volumen del cuerpo y arrugó el peplo, pero no alteró la fina, casi traslúcida traducción del quieto rostro. Hoy, la estatua (o la diosa) aparece aún más serena -y distante, ensimismada, tras haber perdido a su hija Perséfone, raptada por Hades, el dios del inframundo-.
La efigie de Démeter, de Cnido, es sin duda, la obra maestra del arte helenístico y la mejor obra del Museo Británico de Londres.