Los griegos antiguos eran politeistas; creían en la "existencia" de múltiples divinidades, o al menos asumían su latente, invisible presencia. El cristianismo, en cambio, defiende, con ciertas dificultades, la existencia de un único dios, unicidad que a veces se tambalea no solo por las tres personas divinas, sino, como en el chiísmo, por la multitud de seres celestiales, desde los ángeles hasta los coros, los santos o la virgen María -con un tratamiento ambiguo, siendo una humana casi divinizada.
Sin embargo, quizá la diferencia principal resida en la manera cómo la o las divinidades se muestran a los humanos, y cómo son percibidas.
La divinidad cristiana era visible; su doble naturaleza, humana y divina, en un cuerpo humano, le permitía ser percibida como un mortal, indistinguible del resto de los humanos. Ni siquiera los milagros que practicaba eran muy distintos de los que los magos y taumaturgos llevaban a cabo.
Las divinidades paganas, griegas, en este caso, por el contrario, eran invisibles. Moraban, no en la tierra sino en el Olimpo -en el palacio de Zeus, o en palacios propios, algunos forjados por Hefesto-, separadas de los humanos, sin atenderlos ni interesarse por ellos, enfrascadas en sus asuntos, encerradas en un concilíabulo de dioses. Se pensaba que los dioses tenían forma humana -aunque nadie los hubiera visto tal como eran, pues, por naturaleza, eran invisibles-, mientras que la divinidad cristiana era, al mismo tiempo que un dios, un hombre a parte entera.
Sin embargo, un mismo sustantivo que designa un peculiar modo de mostración, se aplica a ambos tipos de divinidades: la transfiguración.
Esta palabra es una directa traducción del latín
transfiguro que, a su vez, traduce el griego metamorfosis. Este término significa forma desde dentro:
morphoo se traduce por formar, conformar, modelar, y
metamorphoo: modelar desde dentro: un ente o un ser cambia de forma a la vista de todos, en un mismo sitio; abandona una forma anterior y pasa a tener o a adquirir una nueva forma. Una metamorfosis implica, por tanto, un cambio de forma que, en tanto que
morphe también significa carácter, implica un cambio no solo de persona sino de personalidad: un metamorfoseado no guarda relación alguna con lo que era antes del cambio. El cambio es sustancial.
La transfiguración acontece al final de la vida terrenal de Jesucristo. De pronto abandona la persona de Jesús -como una mariposa abandona la crisálida, su condición anterior- para mostrarse como Cristo tan solo: es decir como una divinidad sin ninguna íntima unión con su persona humana. De ahí que, de pronto, Cristo se vuelve invisible: nadie logra aguantar el hiriente resplandor que emite. Ciega a quienes lo contemplan. Esta cambio sustancial dura unos instantes, pero ya anuncia lo que ocurrirá. Jesucristo deviene Cristo y se vuelve invisible. Desaparece de la vista de los fieles.
El término transfiguración se aplica a menudo también a la manera cómo se muestran los dioses griegos, por ejemplo en traducciones españolas de la
Ilíada, de Homero.. Pero el sustantivo transfiguración que emplean las traducciones modernas corresponde al griego
eidoo. Este verbo significa, literalmente parecer , hacer ver que. Los dioses griegos eran invisibles. Tenían que materializarse para entrar en contacto con los humanos. Adoptaban, entonces, la forma de un ser reconocible. Pero no se trataba de una metamorfosi o una transfiguración: esencialmente no cambiaban; solo cambiaba su aspecto, su apariencia; se disfrazaban de humanos. Gracias a este disfraz, que aminoraba su hiriente resplandor, los dioses griegos podían mostrarse a los ojos de los hombres.
Los dioses griegos y la divinidad cristiana, como en cualquier cultura, son seres invisibles debido a su irradiación. Ambos debían asumir una forma humana para poder dialogar con los hombres sin cegarlos o fulminarlos. Los dioses griegos hacían ver que eran, durante unos instantes, unos humanos: el disfraz humano amortiguaba la luz que emanaba de su cuerpo y permitirla verlos. Por el contrario, el dios cristiano era un hombre, amén de ser un dios. No tenía, por tanto, que esconder nada.
Sin embargo, ambos efectuaron una misma acción: se transfiguraron. La transfiguración, en el caso de los dioses griegos, les permitió hacerse visibles, pues dicha supuesta transfiguración solo alteró su apariencia, no su esencia: aparentemente, eran humanos; es decir, se mostraban como unos humanos. Sin embargo, la transfiguración de Jesucristo sí afecto su esencia. Abandonó su naturaleza humana, asumió solo la divina y, por tanto, se volvió invisible. Cegó a los discípulos. Dicha transformación también aconteció cuando resucitó, y cuando ascendió. Dejó de ser un hombre para manifestarse como un dios; es decir, como un ser que no se podía mostrar.
Los dioses griegos se acercaban, por un tiempo, a los humanos. El dios cristiano, en cambio, convivió con los humanos; fue un hombre; hasta que los abandonó. Conoció, vivió, padeció, en carne propia, la condición humana. Y ya no volvió.