lunes, 23 de diciembre de 2019

INÉS VIDAL FARRÉ (1972): NADAL (NAVIDAD, 2019)

"Neva sense tu,
i m'extranya,
i tinc els teus records,
que amb els meus ulls no he vist mai.
I veig els bous blancs
a la muntanya,
ara fa vuitanta anys,
petjades de fagina,
i sento cantar el gall.

Tu ets un infant,
descalç a l'era nevada,
i els bous bufen en t'esguardant,
i trenquen la manta gelada.
Veig la vaca mascarda,
volent morir al corral,
i padrí l'estira
fora, abans del temporal,
petjades sobtils de guineu
vora els sots lleugers dels teus peus.
I la teva jaqueta mullada,
quan et tiren neu els germans.

I els teus germans,
se'n van.
Sota la manta blanca.

Se'n van i tu marxes,
i soc al cementiri,
i les làpides són llibres,
i la meva vida un instant,
tu el tot a dintre meu,
un dolor agut,
una absència constant,
unes mans sota la neu,
que ja no em pentinaran,

Jeus sota el blanc i no hi ha petjades,
ni els voltors de Llastarri al meu voltant,
ni renillen les bèsties,
ni sé on estan.

Sota la neu hi ha terra,
ja no hi ha la guerra
del teu paisatge d'infant,
i sota la neu, quieta i pacient,
tu ens estàs esperant.

Bon Nadal"



Inés Vidal Farré, de familia de los Pirineos de Lérida, es una arquitecta instalada en Ibiza, formada en Barcelona,  y la mejor escritora en lengua catalana de los siglos XX y XXI. Todas sus novelas y cuentos han sido premiados y son de lectura imprescindible (para leer de día, nunca a medianoche....)

domingo, 22 de diciembre de 2019

La verdad y el fanatismo (según Nietzsche)

“Creer que se está en posesión de la verdad vuelve fanático”


(Friedrich Nietzsche: Platon. Écrits philologiques VIII, Les Belles Lettres, 2019)

sábado, 21 de diciembre de 2019

JEAN BARRAQUÉ (1928-1973): ESPACES IMAGINAIRES -SONATE POUR PIANO (ESPACIOS IMAGINARIOS - SONATA PARA PIANO, 1950-1952)



Jean Barraqué, uno de los mejores compositores franceses contemporáneos, estudiante para seminarista, depresivo y compañero de Michel Foucault -antes de una dura separación-, dejó más obras inconclusas que terminadas; vivió la trágica experiencia de muchos artistas modernos y contemporáneos (compositores y músicos, a menudo): la imposibilidad de componer armónicamente so pena de quedar excluido del cenáculo de artistas de referencia.
La melodía, en su célebre Sonata para piano, dificilísima de tocar, está constantemente acallada, castigada.

MORTON FELDMAN (1926-1987): PALAIS DE MARI (1986)



El compositor norteamericano Monton Feldman,  cada vez más fascinado por el Próximo Oriente, compuso esta obra a la vista de la sala dedicada a este palacio en el Departamento de Antigüedades Orientales del Museo del Louvre (Paris).
El palacio de Mari, excavado a principios del siglo XX, existió desde el cuatro milenio hasta que Babilonia lo destruyó en 1870 aC. Era el palacio más grande mesopotámico. pese a estar situado en el desierto siro-mesopotámico, reflejaba influencias sumerias (del sur de Mesopotamia).
Sus archivos de tablillas son una fuente valiosa sobre la vida y las relaciones de una estructura arquitectónica y de poder tan importantes.
El palacio se conservaba en buen estado -los cimientos de la parte central, hasta una altura de unos seis metros, creaban la ilusión de poder estar en el corazón de un palacio del próximo oriente antiguo- hasta que excavaciones ilegales, con bulldozer, durante la reciente guerra civil siria, han destrozado y devastado hasta tal punto las estructuras y el propio yacimiento que hoy ya no se puede estudiar. Ha desparecido para siempre.
Solo queda su versión musical.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Arte y censura: la crueldad de Aquiles

La tan detallada descripción de las heridas mortales que los héroes se infligen, la falta de compasión, los ataques a traición, por la espalda y, sobre todo, la ciega y despiadada violencia con la que Aquiles aniquila sus rivales, hundiendo la espada en la cara a quien, de rodillas, implora por su vida, decapitando a quien ha abandonado la batalla, y actuando como ni siquiera actúa un león hambriento, en medio de un baño de sangre -los carros, las armas, las armaduras están todas salpicadas de sangre que empapa el campo de batalla- han llevado recientemente a dudar de la idoneidad de La Ilíada de Homero.
La violencia casi hipnótica, la descripción de actos sangrientos que se repiten casi como un mantra, puede sorprender -y desde luego fascinar en la gradación del horror que no cesa.
Mas, ¿Aquiles es un asesino, una figura condenable, cuyas gesta no deberían contarse?

Bien es cierto que si se reprueba, condena o prohibe la explícita descripción de la violencia, pocas tragedias, clásicas o de Shakespeare se podrían representar, y novelas como Moby Dick o Cuando agonizo deberían censurarse. O casi todo el Antiguo Testamento (La crueldad de Yahvé no es inferior a la de Zeus). Quizá toda la literatura debiere prohibirse -la sutil perversidad de un Charlus, en A la búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, o el despiadado oportunismo de un Julien Sorel, en El Rojo y el Negro, de Stendhal, no son menos dolorosos y en apariencia injustificables que las mutilaciones de Aquiles, que pronto acaban con la vida de los héroes que apenas tienen tiempo de agonizar, incluso cuando tratan de recoger sus vísceras que se desparraman por la ancha herida mortal, mientras caen sobre la tierra, ahogados por el polvo.

Es posible que la crueldad casi incomprensible de Aquiles supere otras descripciones.
Pero Aquiles no era un personaje de ficción. Nosotros no creemos en su existencia, ni en la guerra de Troya tal como se narra, con la activa participación de dioses y héroes. Pero para un griego antiguo, lo que la Ilíada -y otros textos, perdidos- contaban acerca de esta guerra era cierto. Y, por tanto, se pensaba que Aquiles existió. La Ilíada, para un griego, no hacía más que contar lo que realmente aconteció.
Aún así, la Ilíada ¿es la historia verídica de un asesino, o de un sádico?
Aunque es cierto que , al menos en una ocasión, el destino se tuerce durante unos momentos, y parece que finalmente, los héroes se impondrán pese a lo que el destino ha decidido, Aquiles, como todos los héroes, no actúa voluntariamente. Es un juguete -una marioneta, diría Platón- en manos, no de los dioses -que es bien es cierto que toman partido por uno u otro bando y, por tanto, ayudan, o abandonan, a los héroes cuando éstos están en peligro de muerte o cuando van a triunfar (de las decisiones del destino)-, sino de las diosas del destino que se imponen incluso a los propios dioses olímpicos.
Son estas diosas que han decidido acerca del nacimiento, la "personalidad" y los actos de todos los héroes, entre los que destaca Aquiles. Aquiles no mata por voluntad propia, sino porque las dioses del destino han decidido que mate. ¿Por qué? Porque los dioses dirimen sus diferencias -sus ansias de poder, sus pasiones- a través de los mortales. Por eso, los dioses son tan humanos: no porque actúan "humanamente", sino porque manifiestan y justifican las pasiones humanas -que hacen padecer. Los héroes, como los humanos, no pueden oponerse a aquellas decisiones divinas, no pueden condenarlas o justificarlas, ni tienen porque hacerlo. El hado es ciego e incomprensible. Los hilos que maneja son invisibles. ¿A qué responden, qué persiguen? No se sabe. Los héroes, como todos los seres vivos, solo saben que tienen que morir, pero no saben cuándo. Les embargan las pasiones, que les iluminan o les ciegan, sin que pueden frenarlas. Son conscientes de que actúan movidos exclusivamente por fuerzas superiores. Asumen sus gestos y sus gestas, se vanaglorian de sus éxitos, pero bien saben que sin la ayuda del destino nada lograrían y que, en cualquier momento, el destino puede torcerse, puede decidir en contra del héroe victorioso, siempre a merced de que la negra muerte le cubra.
Aquiles es, así, el emblema del ser humano, a merced de la suerte pese a todas sus tentativas por oponerse al tiempo. El único consuelo que le queda -o le quedaba en la antigüedad-, es que los dioses no tienen mejor suerte. Las diosas del destino también hacían lo que querían con ellos.

No, la Ilíada no tiene que prohibirse (tiene que explicarse, hasta donde sea posible -la Grecia arcaica nos es muy lejana- sin menoscabo del placer que produce su lectura). Antes bien, debería ser de lectura recomendable, para saber, y asumir, lo que nos aguarda: que no es más que un pozo negro, más o menos cercano, que no podremos evitar. 







martes, 17 de diciembre de 2019

Jesucristo y los dioses griegos (la religión griega y la religión cristiana)

Los griegos antiguos eran politeistas; creían en la "existencia" de múltiples divinidades, o al menos asumían su latente, invisible presencia. El cristianismo, en cambio, defiende, con ciertas dificultades, la existencia de un único dios, unicidad que a veces se tambalea no solo por las tres personas divinas, sino, como en el chiísmo, por la multitud de seres celestiales, desde los ángeles hasta los coros, los santos o la virgen María -con un tratamiento ambiguo, siendo una humana casi divinizada.
Sin embargo, quizá la diferencia principal resida en la manera cómo la o las divinidades se muestran a los humanos, y cómo son percibidas.

La divinidad cristiana era visible; su doble naturaleza, humana y divina, en un cuerpo humano, le permitía ser percibida como un mortal, indistinguible del resto de los humanos. Ni siquiera los milagros que practicaba eran muy distintos de los que los magos y taumaturgos llevaban a cabo.

Las divinidades paganas, griegas, en este caso, por el contrario, eran invisibles. Moraban, no en la tierra sino en el Olimpo -en el palacio de Zeus, o en palacios propios, algunos forjados por Hefesto-, separadas de los humanos, sin atenderlos ni interesarse por ellos, enfrascadas en sus asuntos, encerradas en un concilíabulo de dioses. Se pensaba que los dioses tenían forma humana -aunque nadie los hubiera visto tal como eran, pues, por naturaleza, eran invisibles-, mientras que la divinidad cristiana era, al mismo tiempo que un dios, un hombre a parte entera.

Sin embargo, un mismo sustantivo que designa un peculiar modo de mostración, se aplica a ambos tipos de divinidades: la transfiguración.

Esta palabra es una directa traducción del latín transfiguro que, a su vez, traduce el griego metamorfosis. Este término significa forma desde dentro: morphoo se traduce por formar, conformar, modelar, y metamorphoo: modelar desde dentro: un ente o un ser cambia de forma a la vista de todos, en un mismo sitio; abandona una forma anterior y pasa a tener o a adquirir una nueva forma. Una metamorfosis implica, por tanto, un cambio de forma que, en tanto que morphe también significa carácter, implica un cambio no solo de persona sino de personalidad: un metamorfoseado no guarda relación alguna con lo que era antes del cambio. El cambio es sustancial.
La transfiguración acontece al final de la vida terrenal de Jesucristo. De pronto abandona la persona de Jesús -como una mariposa abandona la crisálida, su condición anterior- para mostrarse como Cristo tan solo: es decir como una divinidad sin ninguna íntima unión con su persona humana. De ahí que, de pronto, Cristo se vuelve invisible: nadie logra aguantar el hiriente resplandor que emite. Ciega a quienes lo contemplan. Esta cambio sustancial dura unos instantes, pero ya anuncia lo que ocurrirá. Jesucristo deviene Cristo y se vuelve invisible. Desaparece de la vista de los fieles.

El término transfiguración se aplica a menudo también a la manera cómo se muestran los dioses griegos, por ejemplo en traducciones españolas de la Ilíada, de Homero.. Pero el sustantivo transfiguración que emplean las traducciones modernas corresponde al griego eidoo. Este verbo significa, literalmente parecer , hacer ver que. Los dioses griegos eran invisibles. Tenían que materializarse para entrar en contacto con los humanos. Adoptaban, entonces, la forma de un ser reconocible. Pero no se trataba de una metamorfosi o una transfiguración: esencialmente no cambiaban; solo cambiaba su aspecto, su apariencia; se disfrazaban de humanos. Gracias a este disfraz, que aminoraba su hiriente resplandor, los dioses griegos podían mostrarse a los ojos de los hombres.

Los dioses griegos y la divinidad cristiana, como en cualquier cultura, son seres invisibles debido a su irradiación. Ambos debían asumir una forma humana para poder dialogar con los hombres sin cegarlos o fulminarlos. Los dioses griegos hacían ver que eran, durante unos instantes, unos humanos: el disfraz humano amortiguaba la luz que emanaba de su cuerpo y permitirla verlos. Por el contrario, el dios cristiano era un hombre, amén de ser un dios. No tenía, por tanto, que esconder nada.

Sin embargo, ambos efectuaron una misma acción: se transfiguraron. La transfiguración, en el caso de los dioses griegos, les permitió hacerse visibles, pues dicha supuesta transfiguración solo alteró su apariencia, no su esencia: aparentemente, eran humanos; es decir, se mostraban como unos humanos. Sin embargo, la transfiguración de Jesucristo sí afecto su esencia. Abandonó su naturaleza humana, asumió solo la divina y, por tanto, se volvió invisible. Cegó a los discípulos. Dicha transformación también aconteció cuando resucitó, y cuando ascendió. Dejó de ser un hombre para manifestarse como un dios; es decir, como un ser que no se podía mostrar.

Los dioses griegos se acercaban, por un tiempo, a los humanos. El dios cristiano, en cambio, convivió con los humanos; fue un hombre; hasta que los abandonó. Conoció, vivió, padeció, en carne propia, la condición humana. Y ya no volvió. 

lunes, 16 de diciembre de 2019

El ser humano (según los griego antiguos)

“No hay un ser más desgraciado que el hombre entre cuántos respiran y se mueven sobre la tierra.”

(Zeus, en Homero: la Iliada, canto XVII)