jueves, 9 de enero de 2020

BAD GYAL CHEZ CODERCH



 El vídeo de anuncio de la entrega de los próximos premios Gaudí, de cine catalán, protagonizado por la cantante de trap Bad Gyal, está rodado en la Casa Paricio, construida por el arquitecto Juan Antonio Coderch y amueblada por el diseñador industrial Miquel Milá, en Sant Feliu de Codines (Barcelona) en 1961.

¿Les suena Malamente?
La productora del vídeo Gaudir -La Web De Canadá- es, en efecto, la misma de varios videoclips de Rosalía



Agradezco a la profesora de Teoría de la UPC-ETSAB, Celia Marín, esta información.

El engaño en la Grecia antigua

Si no hubiera sido por un engaño casi herético -una falsa ofrenda a los dioses-, la guerra de Troya habría cumplido con su función: acabar con los mortales que se habrían aniquilado uno tras otro. El caballo de madera, que los griegos dieron a entender que lo ofrecían al cielo para obtener vientos clementes y favorables para abandonar el asedio y regresar a Grecia, pero que constituía una trampa mortal dentro de la cual se escondían guerreros ávidos de sangre, permitió la toma y destrucción de la ciudad, al parecer con la aprobación divina.
Toda la guerra de Troya se desarrolla, en la tierra y en el cielo, pautada por sucesivos engaños. También los dioses recurrían a artimañas. Hera hizo creer que quería a su esposo Zeus, seduciéndole con las joyas de Afrodita, para que el padre de los dioses, durante dos noches seguidas, dejara de interesarse y de intervenir en la contienda, favoreciendo uno u otro bando. De este modo, Hera pudo incidir en la batalla.
Los griegos necesitaban el arco de Heracles -primer destructor de Troya- si querían derrotar a los troyanos. Mas esta arma estaba en posesión de un héroe, Filoctetes, que sus propios compañeros habían abandonado en una isla desierta porque la herida que se había causado inadvertivamente con la flecha del arco de Heracles estaba tan infectada que hedía y Filoctetes no cesaba de lamentarse. Los griegos tenían que volver a la isla y obtener el arco que Filoctetes, lógicamente, se negaría a entregarles, después del cruel abandono que sufrió. De nuevo, un engaño permitió que el hijo de Aquiles se hiciera con el arma.

Pero la misma guerra de Troya se desencadenó por otro truco. El príncipe troyano Paris creyó haber raptado a Helena, la esposa del príncipe griego Menelao, lo que obligaría a todos los jefes griegos a unir esfuerzos y fatigas para recatar a Helena. Pero los dioses, en el último momento, sustituyeron a Helena, que llevaron a Egipto, por un doble hecho de humo que, una vez Troya destruida, se esfumó. La guerra que debí acabar con los humanos se desató por una cortina de humo.

Una guerra sin compasión, en la que no se respetaba ningún código de honor. Guerra descarnada, donde se evidenciaba la falta de principios de los hombres, dispuestos a todo para lograr sus fines: los ataques por la espalda, a traición, eran comunes. Los mismos dioses indicaban cómo proceder. Así, Patroclo murió, tras ser herido, por la espalda, por una divinidad. También Héctor falleció engañado por la diosa Atenea que le hizo creer que la victoria iba a ser suya para que se expusiera y no huyera ante Aquiles.

Si Odiseo (Ulises) logró  llegar con vida a su palacio de Itaca y volver a ocupar su trono, fue tras un sin número de engaños, desde el que usó para cegar al cíclope Polifemo y poder huir, hasta las mentiras y los disfraces a los que recurrió para confundir a los pretendientes -que asediaban a su esposa Penélope- que ocupaban su palacio.

El engaño, sostenía Homero, es el medio con el que los mortales y los inmortales se mantienen en vida a costa de los demás. La Ilíada, la Odisea y las tragedias griegas -impresiona el aplomo y la frialdad de la reina de Micenas Clitemnestra cuando, a la llegada de su esposo, Agamenón, le hizo creer que lo recibía con los brazos abiertos para poder sorprenderle mejor y acabar con su vida- son una descarnada presentación de la importancia del engaño en las relaciones personales y con los poderes invisibles.
No debe extrañarnos que Platón condenara tan duramente a Homero y a los trágicos -reconociendo, empero, las fascinación que provocaba la manera como los poetas contaban atrocidades.

martes, 7 de enero de 2020

Armas y palabras

"Si el único juez es la efusión de sangre, jamás terminará la discordia entre las ciudades de los hombres.
Así es como tantos obtuvieron su sepultura en la tierra de Príamo [donde tuvo lugar la guerra de Troya], cuando hubieran podido las palabras arreglar la querella"

(Eurípides: Helena, 1155-1160)

lunes, 6 de enero de 2020

GAËTAN BORDE Y OTROS: THE LEGEND OF THE CRABE PHARE (LA LEYENDA DEL CANGREJO FARO, 2015-2016)

The Legend Of The Crabe Phare from Crabe Phare on Vimeo.

Un trabajo de fin de carrera multipremiado.

LOPE DE VEGA (1562-1635): DE NINO Y SEMIRAMIS (RIMAS, CDXXXVII, 1602)

Semiramis fue una legendaria reina de Babilonia, ciudad que habría fundado. Esta figura, quizá basada en una reina neo-asiria que sí existió en el siglo IX aC, fue tratada primeramente por el historiador griego Herodoto (s. VI aC), y retomada por diversos autores -novelistas e historiadores- helenísticos y romanos, desde quizá el novelista pastoril Longo hasta el historiador o mitógrafo Diódoro Sículo.
Se trata de un personaje central en el descubrimiento o redescubrimiento del imaginario mesopotámico en Occidente. Sobre ella pivota el temprano conocimiento de una cultura perdida, que completa lo que la Biblia -que ofrece una imagen negativa de los imperios de Babilonia y de Asiria- narra, y que, al igual que la Biblia, incide en la fascinación y el rechazo occidental por el mundo oriental, quizá desde la invasión persa de Grecia y la destrucción de Atenas.

Varias tragedias manieristas y barrocas, de Calderón de la Barca (La hija del aire), por ejemplo, estuvieron dedicadas a esta figura, central también en innumerables óperas barrocas. La tragedia que Voltaire, ya en el siglo XVIII, le dedicó, acabó por imponer a esta reina, encarnación de la desmesura y depravación orientales, que tanto han afectado a la visión o el juicio occidental de la cultura mesopotámica.
La trama mítica o novelesca recoge las andanzas de una ambiciosa mujer, esposa de un general del emperador asirio Nino -quizá basado en una figura histórica- que reinaba en Nínive, que acabaría abandonando y denunciando a su esposo, antes de seducir, primeramente al emperador, y luego al hijo que tuvieron juntos, cometiendo incesto. Tras desembarazarse de las sombras de los varones relacionados con ella, se convertiría en emperatriz, fundaría o embellecería Babilonia, proyectaría los míticos jardines colgantes (que nunca existieron), y ampliaría el imperio tras conquistar la India y Egipto, antes de ascender a los cielos, convertida en paloma (el emblema de Afrodita) 
Pasaría en el imaginario occidental como el prototipo de la ambición desmesurada, de la falta de principios, y del lujo y la lujuria desenfrenados, una imagen, que la opera cultivó  y trasmitió -la opera era un arte particularmente adecuado para retratar una vida embriagada- que aún hoy pervive.

Un poema de Lope de Vega, en sus Rimas, da cuenta de la fascinación, mezclada con la repulsión, que Semiramis ha suscitado: 


De Nino y Semíramis

Soneto 187
   Al rey Nino, Semíramis famosa 
por último pidió de tantos dones
el cetro, que tan bárbaras naciones
redujo a paz y a sujeción forzosa.

   Rendida pues la mano victoriosa
a la lasciva, humillan sus blasones
los capitanes, y entre mil pendones
corona de laurel su frente hermosa.

   «Pasadle el pecho, dijo, pues ya reino,
con una flecha de una persa aljaba,
que no quiere el gobierno compañía».

   Perdiendo Nino, en fin, vida, honor, reino,
dijo muriendo: «Justamente acaba
con muerte vil quien de mujer se fía».

domingo, 5 de enero de 2020

La envidia de los dioses (y la suerte de los mortales)

Los humanos -los mortales- gozaban de muy poco crédito en la Grecia antigua -al igual que en Mesopotamia-: eran " sueños de sombras", "títeres" -como los calificaban Píndaro y Platón, por ejemplo- seres de corta y mísera vida que desembocaba, tras la muerte, en un mundo de sombras y fantasmas tan espantoso que hasta un héroe como Aquiles afirmaba, por "boca" de su espectro, que hubiera preferido ser campesino, con la espalda doblada sobre la árida tierra, a "vivir" en el infierno.
Tan solo algunos héroes de los primeros tiempos, gozaban, tras la muerte, de una plácida y luminosa vida en la Isla de los Bienaventurados, que ni siquiera Aquiles alcanzó. Otros héroes, como Sísifo, que desafiaron a los dioses, en cambio, acabaron en un lugar aún más tétrico que el Hades.

Los dioses, ellos, gozaban de una vida alejada de las penalidades humanas; distantes, lejanos, alimentados de ambrosía, conocían el nacimiento pero no la muerte, aunque hubo dioses gravemente heridos en la guerra de Troya -dioses sanados "milagrosamente" por otros dioses. Eso sí, incluso heridos, los dioses no sangraban. Podían ser castigados, encerrados, encadenados, pero no morían.

Por este motivo, sorprende que, a menudo, los griegos creyeran que las duras condiciones de la vida -enfermedades, muertes inopinadas o injustas, asesinatos, engaños, etc.- fueran el fruto de la envidia de los dioses que así castigaban a los mortales. La suerte de los humanos, no se sabe porque, era a veces preferible a la de los dioses.

"¡Tanto mal sufres cuanto bien tuviste en otro tiempo! Un dios te aniquila contrapesando tu felicidad de antaño", exclamaba el espectro de un príncipe troyano, tras su asesinato (Eurípides: Hécuba, 56-58)

Pero es posible que los griegos tuvieran razón.
El mismo dios cristiano quiso probar las mieles de la vida humana.

sábado, 4 de enero de 2020

Sacrificios humanos en la Grecia antigua

Si las ejecuciones eran legales en la Grecia antigua, no parece que los sacrificios humanos se practicaran en la época clásica.
Sin embargo, los textos referidos a la guerra de Troya abundan en la descripción de dicha práctica.
De hecho, tras un primer intento fracasado de llegar a Troya, los griegos logran partir de nuevo, esta vez con éxito, tras un primer sacrificio humano, de consecuencias casi interminables. El jefe de la expedición, Agamenón, tuvo que sacrificar a su hija Ifigenia para obtener un viento favorable que permitiera que las naves emprendieran el viaje.
El final de la guerra de Troya y los acontecimientos posteriores no consisten sino en una serie interminable de sacrificios humanos, detallados tanto en los textos cuanto en las artes plásticas. La Ilíada y las tragedias de Eurípides son una crónica sanguinolenta. Dichos sacrificios son requeridos por los dioses o por las costumbres, aunque a veces son actos vengativos, sanguinarios, no siempre realizados con el consentimiento divino -aunque en este caso, los ejecutores pagarán un precio, que puede ser la vida. Actos de una crueldad  insoportable como el asesinato del rey de Troya, Príamo, golpeándolo hasta morir con un arma horrísona: el cuerpo de su nieto aún en vida. La defensa de la honra exige sangre, así como el honor de los difuntos.
Tras la caída de Troya, las mujeres son entregadas a los héroes aqueos, como víctimas o como esclavas. Sus hijos, sacrificados. Aquiles recibe como botín a Casandra. Pero Aquiles está muerto. Es su túmulo, por tanto, el que la recibe, o su espectro. Por tanto, apenas Casandra es apartada de las ruinas de Troya, se la ejecuta sobre la tumba del héroe -responsable de un sinfin de matanzas y ejecuciones.
¿Documentan textos, escritos centenares de años más tarde que los acontecimientos que supuestamente retratan, sacrificios humanos que realmente tenían lugar en época micénica o en la "edad oscura" griega, o son historias inventadas?
Es imposible saberlo. La "verdad" de la realidad contada está en el propio texto, en las palabras escogidas y en la lógica de la narración. Pero cuesta creer que dichas prácticas no hubieran tenido lugar; habitualmente o no, no sé si se puede asegurar.
Pero parece que una vez que la cultura urbana se hubiera desarrollado e impuesto, a partir del siglo VIII, los sacrificios humanos desaparecieron -al menos como práctica habirtual. Aunque su recuerdo aún era tan perturbador que no cesó de rondar a los escritores -al parecer horrorizados por dichas prácticas, reales y recordadas, o inventadas.