Fotos (salvo las dos últimas, sacadas de una publicación, por la imposibilidad de retratar la obra en directo debido a los reflejos): Tocho, febrero de 2020.
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Al contrario que en Micenas, una breve inscripción hallada en las ruinas indica que éstas son o deberían ser de una ciudad llamada Tirinto, nombre citado en la Ilíada de Homero.
Tirinto, al igual que Troya y Micenas, descubierta y explorada por el rico alemán aficionado a la arqueología Heinrich Schliemann, a finales del siglo XIX, también se distingue de Micenas por su tamaño.
Se trata más de una fortaleza, complejamente defendida por altas y gruesas murallas "ciclópeas" -de unos diez metros de anchura- y estrechas rampas secretas que conducen fatalmente a los posibles atacantes a fosos rodeados de altos muros desde donde se les disparaba flechas, que defendía un palacio y un santuario micénicos, de la segunda mitad del segundo milenio.
Como Micenas, y Pilos, el definitivo abandono de Tirinto, a finales del segundo milenio, por razones aún aclaradas -cambio climático, revueltas, o la llegada de nuevas poblaciones (los llamados Pueblos del Mar y, posteriormente, los dorios -si es que esta llegada se produjo)-, sin que volviera a ser ocupado nuevamente, ha permitido que los restos no se hallen sepultados por nuevos niveles de ocupación. Al igual que las ciudades o palacios antes citados, Tirinto se alza en medio de un paisaje incontaminado, sin apenas asentamientos humanos cercanos.
En efecto, el museo de Tirinto se halla en el pequeño puerto de Nauplia, un tranquilo -en invierno- villorio marítimo, no muy lejos de Atenas.
El nuevo museo, ubicado en una mansión renacentista, contiene, como el Museo de Micenas, una extraordinaria colección de obras micénicas, de mediados del segundomilenio, muy bien presentadas, entre las que destacan, como en Micenas, estatuas y estatuillas femeninas, quizá de divinidades, un collar micénico compuesto por sellos cilindro mesopotámicos, y algún sello cilindro mesopotámico suelto, hallado en un hogar -lo que prueba a los intercambios comerciales y culturales entre la Grecia micénica y el impero neo-asirio-, y, sobre todo, un escudo de terracota, de uso representativo, del siglo VIII, cuando Grecia, tras la debacle micénica, se recuperó (o recuperó la escritura, y los asentamientos volvieron a crecer, ya organizados como ciudades), tres siglos más tarde, pintado con una escena de la Guerra de Troya: el fatal momento en que Aquiles mata a Pentesilea, la reina de las Amazonas, que han acudido en ayuda de los troyanos, y mientras la degolla, la mira a los ojos, cruza su mirada, y cae, demasiado tarde, perdidamente enamorado de la reina, un gesto humano casi imposible en Aquiles (salvo por los desgarradores lamentos por la muerte de su amigo o amante Patroclo).