viernes, 14 de febrero de 2020

Troya (Mito y realidad)











































Fotos del yacimiento y del museo -recientemente inaugurado-: Tocho, febrero de 2020


El acaudalado alemán Heinrich Schliemann, con la Ilíada en mano, buscando paisajes parecidos a los que Homero describió alrededor de Troya, halló, en la segunda mitad del siglo XIX, una colina artificial, en la entrada del estrecho de los Dardanelos, formada por una decena de niveles de ocupación, desde la Edad del Bronce hasta época romana.
Schliemann anunció que había desenterrado la mítica Troya -aunque las ruinas que halló no eran (o ya no eran) los de una ciudad portuaria. El mar se halla, hoy, a quilómetros de distancia, debido al avance de la tierra en el mar por los aluviones traídos por dos riachuelos que bordean las ruinas -tal como Homero lo describió, si bien los ríos homéricos eran mucho más caudalosos, destructivos incluso, que los que serpentean hoy.

Homero tenía pues razón -aunque Schliemann nunca dudó de la veracidad del texto homérico.

Se sabía que ya Alejandro y, mucho más tarde, a imitación del emperador macedonio, Julio César y, dos siglos más tarde, el emperador Adriano, acudieron a este lugar, aún no en ruinas, para honrar la supuesta tumba de Aquiles y la ciudad, origen de la historia griega, y de la propia ciudad de Roma. Creyeron haber recorrido la ciudad descrita por Homero.

¿Cómo se llamaba la ciudad cuyo amasijo de ruinas se despliegan en medio de un paisaje aún virgen?
¿Troya? ¿Ilión -de ahí el título de la Ilíada?
Textos cuneiformes hititas mencionan la existencia de una ciudad llamada Wilusa? ¿Era Ilión? ¿Dónde se encontraba esta ciudad? ¿Era la Troya que conocemos?

Ningún texto, ni siquiera una simple inscripción permite asegurar que las ruinas son las de una ciudad llamada Troya o Ilíón. Aunque personas de la antigüedad acudieron a este lugar creyendo que era la ciudad homérica.
¿Lo era?

Es indudable que la Troya descrita por Homero existió. La prueba está ante nuestros ojos. No son las ruinas, sino el texto de la Ilíada. La Troya homérica existe en el poema de Homero. Se trata de una ciudad que se puede recorrer (mentalmente), habitada, compuesta por, entre otros, templos, altares y palacios, y defendida por una muralla que podemos imaginar perfectamente. La descripción no recorre una ciudad imposible o ilusoria. La ciudad en la Ilíada está bien construida, perfectamente defendida, y centrada alrededor de palacios deslumbrantes. No se detecta ningún elemento que destruya la ilusión de realidad. La Troya homérica es una ciudad tan real como la que dio pie a las ruinas que visitamos hoy; pero aquella ciudad no se halla en la desembocadura de los Dardanelos, sino en el poema épico. A la Troya homérica -a Troya, simplemente- no le hace falta ninguna ruina tangible para poder existir y cobrar vida con cada nuevo recitado o cada nueva lectura, una vida incluso más intensa, más "cierta" o veraz, y mucho más duradera -una ciudad eterna, en verdad- que la que recorría la ciudad hoy en ruinas.
Es muy posible que Homero se basara en una o varias ciudades para construir Troya; es posible incluso que se basara en una ciudad llamada Troya.
Pero Troya, la Troya homérica, solo tiene en común el nombre con la Troya "tangible". En verdad, ni siquiera eso: la Troya en los Dardanelos ha perdido su nombre. Nada lo recuerda. Mientras la Troya homérica posee un nombre que todos recordamos hoy, un nombre que nos mueve incluso a transitar por el texto y por los restos.
La Troya homérica no necesita de ninguna Troya histórica para existir y ser recordada. Ocurre más bien lo contrario: buscamos una supuesta Troya a partir del texto, lo que constituye un error de principio. No hace falta viajar físicamente para recorrer las calles de Troya: solo hace falta leer los poderosos versos de Homero, y dejar que nuestra imaginación trabaje y nos haga "ver" lo que Homero nos designa.



lunes, 10 de febrero de 2020



















































Fotos: Tochoocho, febrero de 2020

Se sabe que el palacio micénico cuyas ruinas se desenterraron -y se siguen excavando (hace apenas un mes, se hallaron tumbas excepcionales, aún no visitables), entre los años cincuenta y ochenta-, que mira al mar Jónico, se llamaba, gracias a una inscripción, Pilos, el mismo nombre que el del palacio del rey Néstor, uno de los héroes sabios de la Ilíada homérica.

Néstor, el rey anciano, que ya no podía guerrear, pero que podía aconsejar, y que trató, en vano, de desactivar el feroz enfrentamiento entre Aquiles, que se sentía ultrajado, y Agamenón, implacable antes de caer de rodillas, sin éxito, ante Aquiles, para suplicarle que depusiera su rabia y su desprecio, y volviera a la contienda, dada por perdida por los griegos, sin la presencia de Aquiles.

En este caso, no se recurría al nombre de un lugar mítico para exaltar unas ruinas.
Pero algo de la tranquilidad de Néstor desprenden las ruinas, bien ordenadas, de piedra y adobe, del palacio.

No se sabe si este palacio es el que cita (o inspiró a) Homero, pero la planimetría, la buena conservación, la ubicación en el paisaje (incontaminado) desde el que se percibe a lo lejos el mar, al que se llega por una serpenteante estrecha carretera entre bosques (salpicados de tumbas cupulares micénicas), la presencia de escaleras en perfecto estado, de un hogar descomunal en un patio porticado, de innumerables copas, jarras y recipientes de vino y aceite, aún en su sitio, y de la insólita existencia de una bañera -quizá para usos rituales- sin un rasguño, hacen del palacio de Pilos la obra maestra de la arquitectura palaciega micénica.

El pequeño y nuevo museo arqueológico, en la fortaleza otomana que vela sobre la moderna Pilos, un diminuto y recoleto puerto, apenas visitado, incluso en verano, contiene unas pocas pero excelentes obras, desde estatuas romanas de los Dioscuros (Cástor y Pólux, hijos de Zeus, semidioses de la arquitectura), que reciben en la entrada, hasta pequeños fragmentos de frescos micénicos, de mediados del segundo milenio, con un perfil femenino, y un barco, procedentes del palacio.

Pilos bien vale un viaje a Grecia.

El origen


Los orígenes: las culturas ensimismadas, elegidas, buscan sus orígenes, siempre en un tiempo lejano, un tiempo antes del tiempo.
Un tiempo antes de las fronteras, las barreras, y los orígenes distintivos. Un tiempo ideal, en suma. Un tiempo perfecto para ser presentado como un modelo, y un origen, de cualquier manifestación cultural. Un origen que no se comparte, y que define y justifica todas las diferencias, reales o imaginarias, las exclusiones.
Así, una cueva paleolítica puede ser presentada como el origen de un arte nacional (opuesto y, sin duda, superior, a otras artes "nacionales").

Teoclastia

Resultado de imagen de Rafael Moneo sala Gaspar barcelona



La galería Theo (posteriormente, Sala Gaspar), en Barcelona, de los arquitectos Rafael Moneo y de un joven Elías Torres fue, desde su inauguración, en 1973, la mejor galería de arte desde el punto de vista arquitectónico,  y aún hoy, es una de las mejores obras de Moneo.
O era.
Su escalera, escenográfica, causaba admiración. En la segunda mitad de los setenta, era un espacio de estudio obligatorio.
Tras la destrucción de la galería Joan Prats, de José Luis Sert (una de sus últimas, y más sensible obras), también en Barcelona, le llega el turno de la galería Theo.
Y, luego...