viernes, 5 de junio de 2020
DAVID COQUARD-DASSAULT (1977): PERIPHERIA (2015)
Por fin se puede contemplar legalmente este mítico cortometraje (César al mejor cortometraje de animación), quizá el mejor jamás realizado sobre la ciudad moderna.
Sobre su director, francés, véase, por ejemplo, este enlace
jueves, 4 de junio de 2020
El ruido y la creación (en Mesopotamia)
El dios del cielo, An, se cansó de los humanos. Las criaturas que su hijo, el dios Enki, había modelado con barro, que poblaban la tierra, se habían convertido en un problema. El ruido que causaban que ascendía impedía que el dios del cielo descansara.
La decisión fue tomada tras un conciliábulo en el palacio de An: una serie de plagas se abatiría sobre la tierra para despoblarla. Como, tras cada plaga -sequías, hambrunas, epidemias-, la humanidad se recuperaba, el dios del Cielo dejó ir el peor de los males: un diluvio que, si no hubiese sido por un sacerdote de Enki, un Noé sumerio, que construyó un arca y se refugió en su interior con los mejores artesanos, y ejemplares de todos los animales, hubiera logrado los propósitos del dios del cielo: las aguas disolvían, en efecto, las figuritas de barro que somos.
Unos estudiosos han cuestionado que los hombres fueran ruidosos. Ruido sí ascendía desde la tierra. Mas, éste era la pulsión, el palpito de la tierra al que los hombres se habían acoplado. Esta íntima unión entre la madre tierra y los humanos acabó por inquietas -y suscitar los celos- del dios del Cielo. Los humanos, tan unidos a la tierra, debían desaparecer.
El ruido, sin embargo, podía tener otro origen, que aunara ambas interpretaciones.
Como analiza brillantemente el sumerólogo Piotr Michalowski, el célebre Poema de la creación (llamado Enuma Elish) babilónico, de finales del segundo milenio, narra los inicios del mundo. Éste surgió el día en que las dos divinidades primigenias se unieron. Ambas eras divinidades de las aguas: las aguas dulces de los ríos, y las salobres del mar. El dios Anzu y la "salada" diosa Tiamat mezclaron sus aguas, de cuyo seno fueron emergiendo los distintos dioses del empíreo. Aguas fecundas, pues.
Tiamat, en forma de serpiente descomunal, era una diosa madre.
Madre, en sumerio, se decía ummu (o ama): el sonido de la consonante eme evoca el balbuceo de un recién nacido. Tiamat era calificada de mumu. Un afortunado -quizá obvio- juego de palabras. Ocurre que ummu significa ruido. Tiamat era, entonces, una ruidosa diosa madre.
En Mesopotamia, el ruido era una consecuencia de la creación divina: una especia de zumbido, de aleteo, que anunciaba una próxima creación o procreación. Quizá un gemido de parto.
La creación divina se significaba por el rumor que desprendía.
Los hombres creaban en silencio. Los dioses, por el contrario, eran estentóreos. El silencio se asociaba -se asocia aún- a la muerte, o a la creación fugaz, a la creación incapaz de dar vida, un simple símil de vida, una falsa vida. El silencio simboliza la extinción de la vida. Por el contrario, el ruido, los gritos, son signos de vitalidad. El objetivo, la creación de vida, se ha alcanzado, cuando se produce un estallido de alegría.
Por eso, cuando los humanos empezaron a ser muy ruidosos, el dios del Cielo, An, se preocupó y se indignó. Los mortales intentaban comportarse como los inmorales, equipararse a ellos. El clamor, prerrogativa divina, parecía pasar a manos, en boca de los morales.
El diluvio iba a devolver el silencio de los cementerios a la tierra. Tierra de nuevo estéril, acallada, enmudecida. Tierra que ya no tendría nada que decir ni hacer. Tierra yerma.
A fe que el dios de los cielos estuvo a punto de acallarnos. Dejándonos sin palabras, recuperándolas.
Pero el Cielo sigue despierto y atento....
La decisión fue tomada tras un conciliábulo en el palacio de An: una serie de plagas se abatiría sobre la tierra para despoblarla. Como, tras cada plaga -sequías, hambrunas, epidemias-, la humanidad se recuperaba, el dios del Cielo dejó ir el peor de los males: un diluvio que, si no hubiese sido por un sacerdote de Enki, un Noé sumerio, que construyó un arca y se refugió en su interior con los mejores artesanos, y ejemplares de todos los animales, hubiera logrado los propósitos del dios del cielo: las aguas disolvían, en efecto, las figuritas de barro que somos.
Unos estudiosos han cuestionado que los hombres fueran ruidosos. Ruido sí ascendía desde la tierra. Mas, éste era la pulsión, el palpito de la tierra al que los hombres se habían acoplado. Esta íntima unión entre la madre tierra y los humanos acabó por inquietas -y suscitar los celos- del dios del Cielo. Los humanos, tan unidos a la tierra, debían desaparecer.
El ruido, sin embargo, podía tener otro origen, que aunara ambas interpretaciones.
Como analiza brillantemente el sumerólogo Piotr Michalowski, el célebre Poema de la creación (llamado Enuma Elish) babilónico, de finales del segundo milenio, narra los inicios del mundo. Éste surgió el día en que las dos divinidades primigenias se unieron. Ambas eras divinidades de las aguas: las aguas dulces de los ríos, y las salobres del mar. El dios Anzu y la "salada" diosa Tiamat mezclaron sus aguas, de cuyo seno fueron emergiendo los distintos dioses del empíreo. Aguas fecundas, pues.
Tiamat, en forma de serpiente descomunal, era una diosa madre.
Madre, en sumerio, se decía ummu (o ama): el sonido de la consonante eme evoca el balbuceo de un recién nacido. Tiamat era calificada de mumu. Un afortunado -quizá obvio- juego de palabras. Ocurre que ummu significa ruido. Tiamat era, entonces, una ruidosa diosa madre.
En Mesopotamia, el ruido era una consecuencia de la creación divina: una especia de zumbido, de aleteo, que anunciaba una próxima creación o procreación. Quizá un gemido de parto.
La creación divina se significaba por el rumor que desprendía.
Los hombres creaban en silencio. Los dioses, por el contrario, eran estentóreos. El silencio se asociaba -se asocia aún- a la muerte, o a la creación fugaz, a la creación incapaz de dar vida, un simple símil de vida, una falsa vida. El silencio simboliza la extinción de la vida. Por el contrario, el ruido, los gritos, son signos de vitalidad. El objetivo, la creación de vida, se ha alcanzado, cuando se produce un estallido de alegría.
Por eso, cuando los humanos empezaron a ser muy ruidosos, el dios del Cielo, An, se preocupó y se indignó. Los mortales intentaban comportarse como los inmorales, equipararse a ellos. El clamor, prerrogativa divina, parecía pasar a manos, en boca de los morales.
El diluvio iba a devolver el silencio de los cementerios a la tierra. Tierra de nuevo estéril, acallada, enmudecida. Tierra que ya no tendría nada que decir ni hacer. Tierra yerma.
A fe que el dios de los cielos estuvo a punto de acallarnos. Dejándonos sin palabras, recuperándolas.
Pero el Cielo sigue despierto y atento....
miércoles, 3 de junio de 2020
Un teatro en Barcelona (1708-1712) (Ferdinando Galli Bibiena, 1657-1743)
El arquitecto y escenógrafo boloñés Ferdinando Galli Bibiena llegó a Barcelona en 1708 para proyectar los decorados de los festejos de la boda del rey Carlos III.
Carlos III, fugaz rey de España, de origen austríaco, solo llegó a reinar en Barcelona, durante la Guerra de Sucesión que Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio Romano Germánico declararon a España a la muerte sin herederos del rey español Carlos II, para imponer un rey, francés o alemán, que impidiera la reunificación del imperio español: España, Milán, Nápoles, los Países Bajos y el Imperio Germánico.
Aunque Carlos III fue nombrado rey, abandonó a poco la corte española en favor de la germánica, por lo que finalmente, Luis XIV, rey de Francia, logró imponer a su candidato, su nieto Felipe V -y de su biznieto Luis I, que, falleciendo a los diecisiete años, reinaría menos de un año-, provocando un cambio de dinastía, de los hasta entonces Hausburgo germánicos, a los Borbones franceses.
Amén de escenografías para óperas estrenadas en Barcelona, Bibiena proyectó este desconocido teatro en Barcelona.
El trabajo de Bibiena en Barcelona debería dar lugar a una exposición.
lunes, 1 de junio de 2020
Señor o Señora (El sexo de Yahvé)
Debatir sobre el sexo de los ángeles es sinónimo de elucubrar sobre futilidades.
¿Y sobre el sexo de Dios?
Los dioses paganos tenían sexo -y lo practicaban. Tanto, con tantas parejas, del género que fuera, y de tantas formas, que algunos pensadores griegos los repudiaron. Los dioses griegos no eran de recibo precisamente porque caían presos de pasiones -cuando no hubieran tenido que desear nada, siendo seres perfectos, con todas las necesidades cubiertas, y todo a mano, en todo caso. Las persecuciones a las que Zeus sometía a sus aterradas parejas, dioses y diosas, héroes y heroínas, llevaron a algunas al suicidio o a la metamorfosis, a la desfiguración, para dejar de ser un "objeto" de deseo. Pues ¡ay! de quien se negaba a entregarse a un dios o una diosa. En Mesopotamia, Gilgamesh rechazó a la diosa Inanna, diosa del deseo (y de la violencia), precisamente porque sabía bien la suerte de quienes se habían rendido. Pero Gilgamesh pagó caro su resistencia. Perdió a su amigo y amante Enkidu.
Yahvé, por el contrario, parecía no tener sexo en el Antiguo Testamento (que Dios Padre tenga un Hijo, en el Nuevo Testamento, no aclara la situación). La prohibición de representarlo acentuaba su indefinición. Ni siquiera estaba claro que tuviera un cuerpo humano o antropomórfico. Aunque nunca se metamorfoseó en una animal -una práctica a la que, por el contrario, dioses griegos y mesopotámicos, como Zeus y Enki, eran asiduos, convertidos ambos en toros, por ejemplo-, bien es cierto que se le representaba o simbolizaba, precisamente, por medio de un toro.
Si Yahvé era una figura antropomórfica, parece que era bajo la forma de un varón. Al menos, en el texto de Isaías, Yahvé se presenta como el esposo de su prometida, la ciudad de Jerusalén. La imagen metafórica no permite determinar el género de Yahvé, aunque la tierna relación entre la divinidad y su ciudad se describiera en términos de esponsales.
Sin embargo, una frase de Isaías, precisamente, sacude su profecía (42, 14): el texto incluye un monólogo de Yahvé:
"Estaba mudo desde mucho ha,
había ensordecido, me había reprimido.
Como parturienta grito,
resoplo y jadeo entrecortadamente"
El texto en hebreo no deja lugar a dudas. El verbo כַּיּוֹלֵדָ֣ה significa "dar a luz". Es cierto que también significa "convertirse en padre", lo que parecería la traducción más correcta. Pero los dolores de parto que siente Yahvé excluyen esa traducción.
Esta frase no ha pasado desapercibida. Comentaristas han destacado que el Libro de la consolación de Israel, del Detero-Isaías, incluido en el Libro de Isaías, presenta a Yahvé dotado de algunos rasgos femeninos, como si asumiera funciones propias de la diosa Asherat que, hasta mediados del primer milenio, fue considerada "la Diosa del Cielo", la esposa de Yahvé.
Del mismo modo, en este texto, Yahvé se comporta tanto como una figura masculina como femenina, asumiendo ambas características y ambos valores.
Este desdoblamiento de Yahvé no es singular. El libro de la Sabiduría presenta a Yahvé discutiendo con una figura femenina, la diosa de la Sabiduría, una figura ambigua que es y no es Yahvé, una figura de la misma "entidad" que Yahvé.
Yahvé no solo modeló vasijas de barro, como un perfecto artesano, como lo describe el Deutero-Isaías, sino que también tuvo un hijo con Eva: Caín, a quién protegió, pese al crimen que éste cometió.
Pero en estos casos, Yahvé se comportaba más como un dios convencional.
Su grandeza, y singularidad, es que fue, no asexual, sino varón y hembra, o dios y diosa, al mismo tiempo, sin que ninguno de sus géneros sobresaliera o se impusiera.
IVAM a por todas
CRISIS EN EL MUSEO VALENCIANO
Dimite todo el consejo asesor
del IVAM
Se
justifica a causa de la decisión de la Consejería de no renovar el contrato de
José Miguel García Cortés y convocar un nuevo concurso público por la nueva ley
del museo
01/06/2020
10:46 | Actualizado a 01/06/2020 11:09
La crisis ha vuelto a
instalarse en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, IVAM. El museo
valenciano estuvo sumido en la desorientación durante los años del PP; y ahora,
tras unos años de calma y con adecuada programación, vuelve a ser noticia, mala
noticia. Hoy, el consejo asesor del IVAM ha comunicado por carta a la
consejería de Educación y Cultura que dimite en bloque. La causa que aluden es
la decisión de no renovar automáticamente el contrato del actual
director, José Miquel García. Al respecto, consejería y personal del IVAM
difieren en las argumentaciones sobre las razones de no renovar este contrato.
Todo comenzó el pasado
21 de mayo cuando el consejero Vicent Marzà comunicó a Cortés que no
se renovaría el contrato de dirección, que finaliza en septiembre y que
contempla una prórroga de dos años. Los servicios jurídicos justificaron la
imposibilidad de llevar a cabo esta renovación en base a la nueva Ley del IVAM,
aprobada en 2018, que contempla que el director debe elegirse por concurso y
que dicha plaza queda ahora dividida en director y gerente (que hasta ahora
aglutinaba una misma figura). Por este motivo se estaría abriendo el proceso
para en septiembre poder elegir nuevo director o directora. Desde la consejería
también se explicaba la necesidad de impulsar un “nuevo rumbo” para un museo
cuyo presupuesto casi se ha doblado en pocos años.
José Miguel García
Cortés ha criticado duramente la decisión de la consejería, pues
interpreta que se ha obviado el Código de Buenas Prácticas al haber sido
anunciado antes de que pasara por el Consejo Rector del IVAM, que se reunirá esta
semana. Afirma que la consejería no ha sido capaz de “valorar exclusivamente
las razones profesionales” y que se ha dejado llevar “por cuestiones políticas
o personales”. El actual director del IVAM lleva seis años en el cargo, fue
nombrado por la última administración del PP en la Generalitat Valenciana. Su
gestión ha sido muy bien valorada al frente del museo en estos años, también
por parte de la consejería.
La situación de crisis
que se lleva arrastrando desde hace días se ha agravado hoy por la decisión de
los miembros del consejo asesor -los expertos en arte Lola Jiménez Blanco,
Marta Gili, Pedro Azara, David Pérez y Álvaro Pons- de presentar su dimisión
mediante una carta que han hecho llegar a la consejería. Una decisión que
agrava la situación de un museo que, a juicio de su director, “la consejería
quiere desmantelar”. No es esta la versión de la propia consejería, que
defiende que el actual director “puede volver a presentarse al concurso”;
opción que José Miguel Cortés ha descartado completamente.
En la carta remitida hoy
a la consejería por el consejo asesor se afirma que “las decisiones políticas
unilaterales, conocidas por la prensa, que plantean el cese y la sustitución
del actual equipo directivo, constituyen no solo un incumplimiento del Código
de Buenas Prácticas en la cultura valenciana, de obligado cumplimiento para la
administración, sino subsidiariamente también del Código de Buenas Prácticas de
ámbito estatal y del Código deontológico del ICOM para los museos”. Añaden que
“dichas decisiones suponen, fundamentalmente, una vulneración de la
independencia de la institución, que debe decidir su futuro y funcionamiento
desde el Consejo Rector”.
El aún director del museo también ha hecho
pública una carta en la que señala que “estoy convencido de que el IVAM se
hubiera ahorrado todo este doloroso proceso si se hubiese evitado caer en
actitudes impositivas y se hubiese contado con todos los sectores, ya que el
proyecto del IVAM no es un proyecto particular”.
El consejero, pese a que ésta no es su función, pretende, amparándose en un decreto ley al parecer inexistente, o que ha nadie ha visto -porque no lo ha mostrado nunca, pese a diversos requerimientos-, echar al director del IVAM -porque no lo consideraría afín a su régimen.
Es curioso que un miembro del jurado, ya constituido, el director del Centro Reina Sofía de Madrid, pudo renovar su cargo tras un primer periodo pese a que su situación legal era la misma que se aduce en este caso: la existencia de un decreto ley invisible, tan invisible que no pudo aplicarse al director del Museo de Madrid -pero que velaría por la aplicación de dicho decreto que no se aplicó en su caso.
El director del IVAM tiene suerte: la Inquisición solía condenar a la hoguera.
https://apuntmedia.es/va/noticies/cultura/la-dimissio-en-bloc-del-consell-assessor-de-l-ivam-per-l-eixida-de-l-actual-director-agreuja-la-crisi
https://apuntmedia.es/va/noticies/cultura/la-dimissio-en-bloc-del-consell-assessor-de-l-ivam-per-l-eixida-de-l-actual-director-agreuja-la-crisi
domingo, 31 de mayo de 2020
La Luna en Babilonia: ¿un origen del monoteísmo?
Cuando el emperador persa Ciro el Grande conquistó la ciudad de Babilonia, puso fin a casi mil quinientos años de historia. Babilonia ya no sería nunca una ciudad independiente. Dos siglos más tarde, Alejandro la destruyó y Babilonia desapareció.
Ciro puso fin también al reinado del emperador babilónico Nabonido, y a una reforma del panteón babilónico encabezado por Marduk, en favor del dios de la luna, Sin, convertido en el único dios.
Tras la toma de Babilonia, Ciro permitió a los presos de esta ciudad que retornaran a sus ciudades de orígenes. Los sacerdotes del templo de Jerusalén, que el emperador babilónico Nabucodonosor II había llevado presos a Babilonia cincuenta años antes, tras destruir el Templo, fueron autorizados a abandonar la ciudad. Poco tiempo después, de regreso de Babilonia, ya en Jerusalén, los sacerdotes del Templo decretaron que Yahvé no era solo el dios más importante, sino el único dios.
Sin, una contracción de Zu.en, significaba Señor de la Sabiduría. En el sur de Mesopotamia,. en las ciudades sumerias, Sin era no solo un dios principal, sino el dios creador, al que la ciudad de Ur, entregada a Sin, rendía culto.
Sin -Nanna, en sumerio- era un dios cercano a los hombres. Representado por un toro, cuyas astas, aún hoy, se miran en la luna creciente, era una divinidad de la fecundidad, ligado a las aguas marismeñas, las aguas de los orígenes, aguas que surcaban las barcas en forma de creciente de luna. Hijo del dios de las aguas del cielo y de los vientos -que sacuden las nubes y hacen llover-, Enlil, era el padre del sol (Utu -en sumerio-, o Shamah -en acadio-). El sol nacía de la luna, como el día se levantaba de la noche. En los orígenes érase la oscuridad.
Sin, empero, no nacía de nadie -pese a ser hijo de Enlil: como la luna, nacía de sí mismo, tras un tiempo en que desaparecía. era cuando la luna recorría el inframundo, mandando sobre sobre los muertos.
Sin controlaba el espacio, pero también el tiempo; sus apariciones y desapariciones, sus crecimientos y decrecimientos, pautaban el tiempo. El destino -el paso del tiempo, el futuro hacia el que apuntaba- estaba en sus manos (o sus cuernos). De ahí que a Sin se le inquiría, como un dios oracular que era, el porvenir. Los hombres, el cosmos estaban suspendidos a Sin.
Tan lejos como la ciudad de Harán (hoy en Anatolia), más allá de las montañas del Tauro -precisamente-, cruzando los límites del mundo, se rendía también culto a Sin. Era, tras Ur, la ciudad más importante enteramente entregada a a la Luna. Es allí hacia donde Abraham se dirigió cuando abandonó la ciudad de Ur.
Cuando el último emperador Nabónido decretó que Sin era el único dios, no estaba exaltando a un dios menor ni oscuro, sino al dios de la luz -la luz de la luna, que no ciega como la del sol, ra la luz verdadera. Este culto monoteísta fue de corta durada, empero.
Por el contrario, la conversión de Yahvé, un dios ligado a los toros, también, en un único dios, sí prosperó.
Se debate si Yahvé se miró en Sin
Ciro puso fin también al reinado del emperador babilónico Nabonido, y a una reforma del panteón babilónico encabezado por Marduk, en favor del dios de la luna, Sin, convertido en el único dios.
Tras la toma de Babilonia, Ciro permitió a los presos de esta ciudad que retornaran a sus ciudades de orígenes. Los sacerdotes del templo de Jerusalén, que el emperador babilónico Nabucodonosor II había llevado presos a Babilonia cincuenta años antes, tras destruir el Templo, fueron autorizados a abandonar la ciudad. Poco tiempo después, de regreso de Babilonia, ya en Jerusalén, los sacerdotes del Templo decretaron que Yahvé no era solo el dios más importante, sino el único dios.
Sin, una contracción de Zu.en, significaba Señor de la Sabiduría. En el sur de Mesopotamia,. en las ciudades sumerias, Sin era no solo un dios principal, sino el dios creador, al que la ciudad de Ur, entregada a Sin, rendía culto.
Sin -Nanna, en sumerio- era un dios cercano a los hombres. Representado por un toro, cuyas astas, aún hoy, se miran en la luna creciente, era una divinidad de la fecundidad, ligado a las aguas marismeñas, las aguas de los orígenes, aguas que surcaban las barcas en forma de creciente de luna. Hijo del dios de las aguas del cielo y de los vientos -que sacuden las nubes y hacen llover-, Enlil, era el padre del sol (Utu -en sumerio-, o Shamah -en acadio-). El sol nacía de la luna, como el día se levantaba de la noche. En los orígenes érase la oscuridad.
Sin, empero, no nacía de nadie -pese a ser hijo de Enlil: como la luna, nacía de sí mismo, tras un tiempo en que desaparecía. era cuando la luna recorría el inframundo, mandando sobre sobre los muertos.
Sin controlaba el espacio, pero también el tiempo; sus apariciones y desapariciones, sus crecimientos y decrecimientos, pautaban el tiempo. El destino -el paso del tiempo, el futuro hacia el que apuntaba- estaba en sus manos (o sus cuernos). De ahí que a Sin se le inquiría, como un dios oracular que era, el porvenir. Los hombres, el cosmos estaban suspendidos a Sin.
Tan lejos como la ciudad de Harán (hoy en Anatolia), más allá de las montañas del Tauro -precisamente-, cruzando los límites del mundo, se rendía también culto a Sin. Era, tras Ur, la ciudad más importante enteramente entregada a a la Luna. Es allí hacia donde Abraham se dirigió cuando abandonó la ciudad de Ur.
Cuando el último emperador Nabónido decretó que Sin era el único dios, no estaba exaltando a un dios menor ni oscuro, sino al dios de la luz -la luz de la luna, que no ciega como la del sol, ra la luz verdadera. Este culto monoteísta fue de corta durada, empero.
Por el contrario, la conversión de Yahvé, un dios ligado a los toros, también, en un único dios, sí prosperó.
Se debate si Yahvé se miró en Sin
sábado, 30 de mayo de 2020
JACQUES TOURNEUR (1904-1977): A FACE BEHIND THE MASK (UN ROSTRO TRAS UNA MÁSCARA, 1938)
"Clicar" sobre uno de los dos enlaces para ver este inquietante cortometraje del maestro del cine, el franco-norteamericano Jacques Tourneur
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