domingo, 3 de enero de 2021

Madera y piedra en arquitectura

 La historia  -o la leyenda- de la arquitectura cuenta que las primeras construcciones fueron vegetales -yerbas, ramas, hojas, troncos- antes de que se erigieran con piedras -brutas y luego talladas. 

El mito de los primeros templos de Apolo en Delfos, de laurel, plumas, cera y finalmente piedra- y las primeras historias griegas y romanas de la arquitectura así lo corroboran.

Sin embargo, los Malgaches (Madagascar) utilizan desde tiempos inmemoriales indistintamente la piedra y la madera; o, mejor dicho, destinan cada uno de esos materiales a una función específica.

En Grecia, la piedra era un material funerario. Las grandes estatuas antropomórficas, de kuroi y de korés, estaban talladas en piedra. La razón estribada no solo en la durabilidad de la piedra, casi eterna, sino que, contrariamente a la madera y el bronce, la piedra es un material frío, que no resuena cuando se golpea, como si fuera un cadáver. Dicho material evocaba bien el mundo -el Hades- en el que se habían adentrado para siempre las psiques -las almas, o los dobles desencarnados- de los difuntos, a las que las estatuas de piedra devolvían un soporte material, un cuerpo que, a diferencia de un cuerpo vivo, no podía emitir sonido alguno ni moverse.

Esta imagen de la piedra, propia del mundo funerario, es la que impera entre los Malgaches -y posiblemente en otras culturas antiguas: la madera, cálida pero putrescible, se empleaba para la construcción de las moradas de los mortales. La piedra, por el contrario, estaba destinada a la última morada, la casa de los muertos, sobre todo de varones: su dureza simbolizaba la entereza y el vigor del varón.

Esta imagen y este uso tan distintos de la piedra y la madera quizá aclare el "misterio" de las construcciones paleolíticas de Gobekli Tepe (en Turquía): grandes construcciones de piedra tallada y esculpida, anteriores al neolítico, en una época en que la sedentarización definitiva no se había dado: construcciones posiblemente destinadas a evocar a los antepasados. Los vivos, en cambio, deberían recogerse aún en cabañas de madera.

Del mismo modo, la erección, en todo el mundo, de grandes monolitos de piedra, durante la Edad del Bronce, hincados por toda la tierra, delimitaba espacios consagrados a los muertos. Los vivientes aún se hallaban a la intemperie o en frágiles y temporales construcciones de madera, cálidas, sonoras bajo el viento, y evanescentes.    

sábado, 2 de enero de 2021

Monumentos

“El ser humano sin monumento es la barbarie, el monumento sin el hombre es la decadencia”

(R. Debray: La confusión de los monumentos, 1999)

JULIE MEHRETU (1970): CIUDADES Y ARQUITECTURAS

 
































Julie Mehretu, pintora y grabadora etíope, instalada en Nueva York, compone telas desmesuradas en las que se superponen, en un mismo lugar, las densas capas de la historia de una ciudad: el espacio -los distintos sustratos, desde los niveles subterráneos geológicos hasta los remates de altas construcciones- y el tiempo -las distintas temporalidades, la gran historia de la geología hasta las breves crónicas de los ciudadanos- que conforman un territorio urbano. cada nivel, cada plano constituye una huella visible, pese a las huellas que se suceden en un mismo lugar. 

Las vistas no son estáticas, sino que son los desplazamientos por una ciudad los que captan detalles arquitectónicos y urbanos que se van entretejiendo con las trazas de vehículos, luces y paseantes al desfilar. El mismo cielo -las nubes, los rayos del sol- dibujan móviles y fugaces tramas que Julie Mehretu capta y fija. Desde la  indiferencia del cielo lejano, hasta las revueltas, todos los movimientos van dando vida, y deforman, la perfecta trama urbana, en ciudades en conflicto, sobre todo, como Bagdad -de la que Merehtu retrata tanto la ciudad circular de los orígenes hasta un bunker subterráneo de Saddam Hussein-, Damasco, Jerusalén o El Cairo. 

La mirada de Julie Merehtu no se detiene en la superficie, sino que, como el ojo de un ave de presa se adentra en la convulsa trama de ciudades en permanente cambio o alteración.

Una exposición antológica recorre los Estados Unidos; debería próximamente recabar en el Museo Whitney de Nueva York 

viernes, 1 de enero de 2021

El ser humano ante las ruinas

 “El ser humano no es más que un edificio derrumbado, un resto del pecado y de muerte, y su amor tibio, su fe decaída, su caridad obtusa y sus sentimientos incompletos, sus pensamientos insuficientes, su corazón roto, todo en él no es más que  ruinas.”

 (F.-R. Chateaubriand: El genio del cristianismo, 1802)

Ruinas

 “Todos los hombres están secretamente atraídos por las ruinas. Este sentimiento está relacionado con la fragilidad de nuestra naturaleza, con una secreta conformidad entre estos monumentos destruidos y la rapidez de nuestra existencia.”

(François-René Chateaubriand: El genio del cristianismo, 1802) 

Año Nuevo (la fiesta del año nuevo o Akitu en Babilonia, I milenio aC)

 


Imagen enviada por la Dra. Mariagrazia Masetti-Rouault (historiadora de las religiones y arqueóloga, EPHE, Sorbona, París), a quien agradecemos este recordatorio

Cuando el equinoccio, en el mes de Nisannu (Nisán, en hebreo, hoy), en marzo-abril, el mes del Año Nuevo mesopotámico, tenía lugar la celebración del Akitu (de una palabra sumeria que significa siega de cebada), con el que se imploraban a los dioses una cosecha abundante.
Fiesta agrícola, el Akitu ya tenía lugar en Sumeria, en el cuarto milenio aC, pero su desarrollo en Babilonia, en el primer milenio, llevó a que la celebración, presidida por el rey el sumo sacerdote del dios de la ciudad, el dios Marduk, se alargara, perfectamente codificada, durante doce días. Se celebró hasta la época imperial romana.
La ceremonia honraba al dios de Babilonia y a su hijo Nabu. A lo largo de los días, el rey y la tierra se purificaban. El sumo sacerdote humillaba al rey para lavarlo de sus males, se sacrificaba una cabra que se echaba al río Eúfrates para que el agua lavara las faltas que el cadáver asumía, se tallaban efigies en madera que eran quemadas llevándose los últimos males y, sobre todo, se llevaba a cabo una procesión, durante la cual las estatuas de los dioses Marduk y Nabu eran lavadas, revestidas y paseadas entre el templo del Akitu (un templo construido para esta fiesta anual, construido en el lugar donde el dios Marduk derrotó a la diosa Tiamat, monstruo de las infértiles aguas salobres) y el Esagila (el templo principal de Babilonia, coronado por un zigurat -que dio lugar al mito de la torre escalonada de Babel-, dedicado a Marduk). 
A lo largo de las festividades, el rey y la tierra se renovaban, desprendiéndose de lo que empañaba el año que moría. Esta purificación y renovación se acentuaba a través del recitado, por el rey, del llamado Poema de la Creación (Enuma Elish) que contaba, en un lenguaje exaltado, que cantaba las excelencias de Marduk, la creación del mundo que culminaba con la victoria del dios de Babilonia sobre los poderes de la noche, victoria que se esperaba se repitiera cuando en inicio del año nuevo. El largo poema escenifica dicha creación así como el triunfo de Marduk, al mismo tiempo que lo garantizaba.
Doce días más tarde, el mundo volvía a su estado primigenio, puro y fértil como el primer día de la creación, cuando el tiempo destructor no había empezado aún su oficio.

Qué Marduk triunfe de nuevo en 2021 tras los males del Año que ha fenecido.  


"Señor, cuya cólera nadie iguala,
Señor, rey lleno de gracia, señor de las tierras,
que ha bendecido a los grandes dioses,
Señor, que derrota al violento con la mirada,
Señor de los reyes, luz de los hombres,
Que repartes los destinos,
Oh Señor, Babilonia es tu sede,
La ciudad santa de Borsipa, tu corona,
Los cielos son tu cuerpo...
Abrazas al fuerte con tus brazos,
Les concedes la gracia con tu mirada,
hazles ver la luz para que
proclamen tu grandeza.
Señor de las tierras, luz de los Igigi (los dioses primigenios),
que pronuncias las bendiciones,
¿quién no cantaría tu potencia?
¿quién no hablaría de tu majestad, y alabaría tu dominación?
Señor de las tierras, que vive en Eudul (¿?),
que levanta al caído;
Ten piedad de tu ciudad, Babilonia
Vuelve tu faz hacia el Esagila, tu templo,
Concede la libertad a los que habitan en
Babilonia, la pupila de tus ojos"

(Secreto del Esagila)

jueves, 31 de diciembre de 2020

De la influencia de los guisantes en la catedrales góticas: Una historia natural de la arquitectura (Pabellón del Arsenal, París, 2020-2021)

Histoire naturelle de l´architecture es una exposición, actualmente en el Pavillon de l´Arsenal de París, cerrada inevitable aunque temporalmente, que se puede recorrer a través de una visita guiada filmada.
 
Esta muestra, basada en una celebrada tesis doctoral del arquitecto suizo formado en Lausana y en Zurich, y actualmente instalado en París, Philippe Rahm,, ofrece una nueva mirada a la historia de la arquitectura. 
Plantea que, antes que las creencias, la economía y la política -razones que han dominado la lectura del arte y la arquitectura en los últimos decenios- es el clima y sus fluctuaciones, naturales y artificiales, los elementos naturales los que determinan la evolución, los cambios de las formas y de su composición. 

Así como el cultivo de los cereales determinó la aparición de las ciudades en el Próximo Oriente (una tesis controvertida, ya que se dieron casos de cultivos sin ciudades), una nueva concepción mística de la luz y de su relación con la opacidad de la materia, el nacimiento de una burguesía crecientemente separada de la corte, no estaría en el origen de la desmaterialización de las catedrales góticos, sino que el feliz cultivo de los guisantes, signo y causa de prosperidad (dada la fragilidad del guisante, solo una sociedad cultivada y "bienestante" podía apreciarlos y cultivarlos), causado por un mayor control de los elementos y mejoras en la agricultura, habría mejorado sustancialmente la alimentación y, por tanto, la condición física de los albañiles, llevando a la construcción de edificios imposibles de levantar (una explicación quizá un tanto simple...)