La historia -o la leyenda- de la arquitectura cuenta que las primeras construcciones fueron vegetales -yerbas, ramas, hojas, troncos- antes de que se erigieran con piedras -brutas y luego talladas.
El mito de los primeros templos de Apolo en Delfos, de laurel, plumas, cera y finalmente piedra- y las primeras historias griegas y romanas de la arquitectura así lo corroboran.
Sin embargo, los Malgaches (Madagascar) utilizan desde tiempos inmemoriales indistintamente la piedra y la madera; o, mejor dicho, destinan cada uno de esos materiales a una función específica.
En Grecia, la piedra era un material funerario. Las grandes estatuas antropomórficas, de kuroi y de korés, estaban talladas en piedra. La razón estribada no solo en la durabilidad de la piedra, casi eterna, sino que, contrariamente a la madera y el bronce, la piedra es un material frío, que no resuena cuando se golpea, como si fuera un cadáver. Dicho material evocaba bien el mundo -el Hades- en el que se habían adentrado para siempre las psiques -las almas, o los dobles desencarnados- de los difuntos, a las que las estatuas de piedra devolvían un soporte material, un cuerpo que, a diferencia de un cuerpo vivo, no podía emitir sonido alguno ni moverse.
Esta imagen de la piedra, propia del mundo funerario, es la que impera entre los Malgaches -y posiblemente en otras culturas antiguas: la madera, cálida pero putrescible, se empleaba para la construcción de las moradas de los mortales. La piedra, por el contrario, estaba destinada a la última morada, la casa de los muertos, sobre todo de varones: su dureza simbolizaba la entereza y el vigor del varón.
Esta imagen y este uso tan distintos de la piedra y la madera quizá aclare el "misterio" de las construcciones paleolíticas de Gobekli Tepe (en Turquía): grandes construcciones de piedra tallada y esculpida, anteriores al neolítico, en una época en que la sedentarización definitiva no se había dado: construcciones posiblemente destinadas a evocar a los antepasados. Los vivos, en cambio, deberían recogerse aún en cabañas de madera.
Del mismo modo, la erección, en todo el mundo, de grandes monolitos de piedra, durante la Edad del Bronce, hincados por toda la tierra, delimitaba espacios consagrados a los muertos. Los vivientes aún se hallaban a la intemperie o en frágiles y temporales construcciones de madera, cálidas, sonoras bajo el viento, y evanescentes.