viernes, 26 de marzo de 2021
Bagdad, 1953-1983
miércoles, 24 de marzo de 2021
El claustro (dar vueltas)
Nicolás Rubió Tuduri & Raimundo Duran Reynals: Monasterio de la Virgen Real de Pedralbes, 1922-1936, 1950. Filial del Monasterio de Montserrat, y sede de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta, desde cuyo claustro ha sido autorizada esta mañana la retransmisión de la clase de la asignatura de Teoría de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona -que los estudiantes han tenido que seguir a través del ordenador.
Fotos: Tocho, marzo de 2021
Peripatético: en griego antiguo, quien pasea dando vueltas.
Es así como se denominaban a los discípulos de Aristóteles, quienes seguían sus enseñanzas mientras deambulaban alrededor del pórtico que rodeada al Liceo, en Atenas, donde el filósofo impartía sus lecciones.
El Liceo: un centro de estudio cercano al santuario de Apolo Lykeios, o Apolo el lobo; el lobo, símbolo de inteligencia, que halla su camino gracias a sus luces, pero implacable en su avance, destruyendo los obstáculos que frenan el alcance de los fines que persigue. El lobo, que no cesa de rondar hasta lograr sus propósitos.
El Liceo resuena en una tipología arquitectónica que articula las distintas estancias de un nuevo centro de saber, cuando los centros tradicionales desaparecieron, tras la caída del Imperio Romano Occidental a finales del siglo V: el claustro de los monasterios que desde la Alta Edad Media, quizá desde el siglo IX, preservaron el conocimiento de los saberes de la antigüedad.
Como su nombre indica, un claustro es un espacio de clausura, cerrado. Pero el encierro que causa y simboliza solo es físico, pues la limitación del movimiento desordenado, que parece no saber hacia dónde ir, al que el claustro obliga, invita al recogimiento, a la liberación espiritual.
Ningún elemento ornamental ni escultórico distrae o detiene. El ritmo de los arcos y los columnas pauta, como una partitura, y acompaña el deambular, la cabeza gacha, ensimismada. El claustro, de estricta geometría invita a perderse en los pensamientos, a adentrarse en uno mismo.
El claustro se recorre pensativamente. A medida que se dan vueltas lentamente, poco a poco se logra aclarar los problemas que nos embargan, los obstáculos que nos detienen o nos preocupan. El claustro es el perfecto lugar para la meditación. Se piensa mientras se camina, porque se camina, en pos de la resolución de un conflicto. Un claustro no desata el eureka, la brillante y feliz idea, sino el lento y seguro descubrimiento de la verdad. Poco a poco, la luz brota -y ya no se extingue. Los descubrimientos a los que el claustro por el que se transita invita son perdurables. Las vueltas, los giros, desatascas los problemas en apariencia irresolubles. El tranquilo pero perseverante movimiento giratorio ahonda hasta que se alcanza una solución meditada.
Los claustros son lugares ideales, en estos tiempos en los que los encuentros y los diálogos están suspendidos, para reflexionar y reflejar o comunicar tanto los logros cuanto el proceso, los circunloquios que han permito llegar al fondo de un problema.
Cuando las aulas están cerradas, y los estudiantes encerrados en sus estancias, sentados ante la pantalla de un ordenador, el claustro, como el del Monasterio de la Virgen Real de Pedralbes, en Barcelona, perteneciente a la Orden de Malta -un organismo con la consideración de un estado-, es donde se puede levantar una clase que se retransmite a medida que se va rodeando, una y otra vez, el espacio que más da qué pensar.
Gracias al monasterio antes citado por esta enriquecedora e inesperada experiencia
Con la ayuda y la colaboración de Maribel Díaz, Oscar Poggi y el prior del monasterio, a quien agradecemos la liberalidad concedida
martes, 23 de marzo de 2021
“Streaming”....
Sí, sí, sí, soy antiguo; mesopotámico, incluso, pero....
Las clases presenciales vuelven lentamente....
¡Albricias!
Mas, en el aula solo caben 30% de los estudiantes, en contacto directo con el profesor.
El 60% restante se distribuye en dos otras aulas, y sigue
la clase por televisión, sin poder intervenir.
Sí, es cierto, la pantalla es muy grande, pero si tienes que sentarte en según qué plazas ves al profesor allí a lo lejos como la cabeza de un tentetieso.
Si yo fuera estudiante ¿iría a la escuela a las ocho y media de la mañana para ver la tele como en la sala de un casal de la “tercera edad”? ¿No me quedaría en casa en pijama o en batín siguiendo la clase por el ordenador?
En cierto, es cierto, ya casi no tengo veinte años, por lo que me cuesta entender el encanto de la pantalla.
Mas, siendo un profano, ¿qué me aporta calentar la silla para ver la tele?
Seguro que tiene unas ventajas maravillosas que se me escapan, pero....
NFT (Arte digital, u: Original y copia)
Desde que el ensayista alemán Walter Benjamin publicó su célebre ensayo sobre la obra de arte en la época de la reproducción mecánica en los años 30 del siglo pasado, se ha impuesto la creencia que el arte anterior se componía de obras únicas, lo que las dotaba de una cierta "magia", una "aureola", que las distinguía de los objetos seriados, mientras que en el siglo XX, dichas obras habrían sido sustituidas por imágenes producidas mecánicamente, carentes de luminosidad, pero fácilmente alcanzables, sin ya el carácter exclusivo del que disfrutaban obras de épocas anteriores.
Esta lectura del arte era falsa, salvo si intervenimos el postulado.
Las obras antiguas se realizaban mayoritariamente por medios mecánicos -los bronces, las estampas, los grabados- y con moldes -todas las terracotas antiguas son efigies producidas en serie, más cercanas al recuerdo que al fetiche. Las estatuas y los relieves se copiaban una y otra vez, al igual que las pinturas.
Por el contrario, la fotografía analógica, que sustenta la interpretación de Benjamin, era un arte manual. Cada impresión era distinta. Por esta razón, las "copias" realizadas por el fotógrafo son valoradas como obras únicas, que es lo que son, contrariamente a copias modernas, sí impresas mecánicamente.
Solo el cine, en los años treinta del siglo pasado, era un arte verdaderamente seriado.
El cartelismo y las impresiones también lo eran, y no se distinguían de lo que se produjo desde la invención de la imprenta. La aportación de Benjamin, en cambio, fue considerar que, aunque artes menores, la publicidad y el diseño gráfico podían ser considerados artes que, por otra parte, reemplazaban ventajosamente, pese a la falta de aureola, a las bellas artes (o el arte de la pintura).
Lo que parecía anunciar el fin de la obra única -que seguramente nunca existió en los términos según los que Benjamin la concebía-, no se produjo. Es más, la obra única solo existe desde finales del siglo XX, cuando hubiera tenido que desaparecer o ser irrelevante.
Por un lado, la ley defiende ferozmente la originalidad de la obra. Es cierto que unicidad y originalidad no son cualidades idénticas, pero la singularidad o unicidad implica necesariamente la originalidad a fin de evitar que la obra sea considerada una copia o un plagio que le hace perder el deslumbramiento que produce lo que no se ha visto nunca, o lo que produce dicha revelación aunque la obra se asemeje a otra obra. El Greco produjo reiteradas copias de una misma obra, y casi todas deslumbran. Lo que pone en jaque la noción que la reproducción no produce revelación alguna.
Pero hoy, Shakespeare -y la mayoría de escritores teatrales manieristas y barrocos- no podrían publicar y serían condenados. Una obra como "Un cuento de invierno" puede ser considerada como una copia, sin apenas variaciones, de una pastoral publicada pocos años antes. Las tragedias barrocas repetían historias de tragedias clásicas griegas; lo narrado era idéntico, la narración sí se expresaba de manera personal. Pero hoy, esta defensa ya no es posible.
Por otro lado, se ha llegado a valorar obras por su sola condición de obra irrepetible. La obra se convierte en un mecanismo que impide su reproducción, independientemente de lo que muestra -irrelevante- y de la técnica empleada. La obra es su capacidad de no ser duplicada, capacidad basada en técnicas sofisticadas, en claves indescifrables; es decir en técnicas "superiores" -que son las que dotan a la obra de la capacidad de seducción y fascinación. La técnica, curiosamente no ha eliminado o ninguneado el "arte", sino que lo ha suplido.
La obra de arte se ha dotado de una aureola singular, única, precisamente gracias a la técnica, en una época en que la "mano" y la "visión del mundo" han dejado de contar para valorar una obra de arte.
La paradoja se acentúa si pensamos que los medios para producir clones, hoy, existen y son eficaces. La fotografía y el cine digitales, las impresoras láser en 3-D permiten producir objetos idénticos -una técnica y una posibilidad que existe para los libros desde la invención de la imprenta.
Sin embargo, tal capacidad de multiplicación, a un coste muy bajo, produce vértigo. Es así que se impide legalmente la producción en serie de fotografías digitales, reducidas a unas pocas copias (casi siempre tres) autorizadas; lo mismo ocurre con el video-arte.
La técnica ya no se pone al servicio de la reproductibilidad, sino de la unicidad. Sirve para alumbrar lo que ningún ser humano logró: una obra irreproducible. Éste es el valor de las obras digitales, del tipo de NFT (¿?), creadas -o "creadas"- como las monedas virtuales. Existen para no ser vistas.
Otra cosa, es que merezcan ser reproducidas. Y contempladas
lunes, 22 de marzo de 2021
Cuando marzo llega a su fin (David Bowie: Life in Mars?, 2015)
Arquitectura de madera
La palabra madera viene del latín materia (que significa lo mismo que la palabra moderna, pero también principio y alimento), que viene de mater (madre) no solo porque es la madre de todos los materiales, sino porque posee las cualidades de protección y calidez asociada a una madre. Flexibilidad, resistencia pero también fragilidad son características de la madera; invita al tacto, suave, pero puede, ocasionalmente, clavar una diminuta astilla, dolorosa. La madera es el sustento. La madera acepta teñirse, adaptándose al entorno. La madera se sacrifica (se quema) para alumbrar y dar calor.